La idea nacional hispanoamericana

«San Martín dijo a Pueyrredón que Bolívar, tanto como él, aspiraban a lo mismo: independencia y unidad hispanoamericanas (…) Miranda no era pura y simplemente «un agente británico», sino el creador de la idea de una América Hispánica unida (…) Bolívar (…) recoge de su jefe el proyecto de un gran Estado hispanoamericano«

La primera Junta de Caracas (abril de 1810) convocaba a "la obra magna de la confederación de todos los pueblos españoles de América".

La primera Junta de Caracas (abril de 1810) convocaba a «la obra magna de la confederación de todos los pueblos españoles de América».

El siguiente texto está extraído del libro «Historia de la nación latinoamericana», del político, historiador y escritor Jorge Abelardo Ramos (Capítulo V: La lucha de clases en la independencia). Esta obra fue publicada originalmente en 1968, y reeditada en 2011.

5. La idea nacional hispanoamericana.

Al iniciarse la revolución todos los grandes jefes llevan en su cabeza el proyecto nacional. Egaña en Chile, Bolívar en la Gran Colombia, Artigas, Monteagudo, San Martín y el deán Funes en las Provincias Unidas, Morazán en Centroamérica. Los iniciadores, por lo demás, son hijos del siglo que presencia el movimiento de las nacionalidades. Las dificultades, sin embargo, superaron todo lo previsible.

La extensión inmensa, las débiles comunicaciones terrestres o marítimas, el bajo nivel de desarrollo de las fuerzas productivas, la carencia de un centro económico y político capaz de arrastrar a todos los restantes hacia un foco centralizador conspiraron contra el proyecto. Parecía que la única solución era puramente militar y que sólo la espada podía asegurar la unidad nacional en el proceso de la independencia. La forma política óptima, para muchos de ellos, como San Martín y Belgrano, destinada a mantener por un largo período la continuidad dela unión, era el régimen monárquico. La obsesión de todos los jefes era la anarquía, el caos y la servidumbre consiguientes.

El rioplatense Belgrano sugiere coronar un Inca peruano, para asegurar la adhesión de los millones de indios de los viejos virreinatos al nuevo orden de cosas. El proyecto es rechazado, no por un particular «democratismo» de muchos «próceres» sino por la repugnancia de la minoría blanca criolla hacia los «CUÍCOS», como los diputados porteños llaman a los representantes de indios o mestizos del Alto Perú. El contenido social de este «desprecio» se nutría de los intereses de los estancieros de origen español de la pampa húmeda del Plata, a los que sólo importaba el comercio exterior o de los abogados-terratenientes de Perú o Alto Perú, explotadores de los «pongos» indígenas.

6. San Martín como político.

Había en el Ejército español un «indiano», de rasgos que evocaban al mestizo. Era hijo de un Capitán español. En Bailen luchó heroicamente contra los franceses. Bajo la influencia de las Logias fundadas en Inglaterra por Miranda resolvió volcarse a la causa de su patria de origen y embarcó hacia América. Es San Martín, que encabezará en el Río de la Plata el «partido hispanoamericano», contra el localismo porteño de los Rivadavia.

Con Bolívar, será San Martín el más notable luchador por la Confederación de Estados en las guerras por la independencia. Bajo su presión directa, el 9 de julio de 1816 las Provincias Unidas del Río de la Plata, reunidas en Congreso General en la ciudad de Tucumán, proclaman la independencia del Rey de España y de «todo otro poder extranjero». Firman el acta de la independencia las «Provincias Unidas en Sudamérica», denominación significativa, lo mismo que la adhesión de San Martín a la tesis de Belgrano sobre la necesidad de coronar a un descendiente de los Incas para mantener en los anárquicos territorios de antiguo dominio hispánico un poder centralizador. El plan político de San Martín es el de la Logia Lautaro, por él organizada. Su objetivo era inequívoco, según las «Instrucciones» que recibió el Jefe del Ejército de los Andes: debía lograr que Chile enviara «su diputado al Congreso General de las Provincias Unidas, a fin de que se constituya una forma de gobierno general, que de toda la América unida en identidad de causas, intereses y objeto, constituya una sola nación.»

Aunque San Martín sugería el establecimiento de una monarquía constitucional presidida por un rey incaico para atraer la simpatía de las masas indígenas del Alto y bajo Perú, mientras que Bolívar aspiraba a una República con una Presidencia vitalicia, ambos Libertadores acariciaban idéntico propósito, una «Nación de Repúblicas», estrechamente unidas ante la dispersión de la inmensa geografía y las intrigas disgregadoras de los Imperios extranjeros. En su fugaz visita a Montevideo, años después de su renuncia al poder en el Perú, San Martín dijo a Pueyrredón que Bolívar, tanto como él, aspiraban a lo mismo: independencia y unidad hispanoamericanas.

7. La juventud de Bolívar.

Bolívar era el vástago de una familia de largo arraigo en Venezuela. Un año antes de nacer el futuro Libertador, Miranda recibía una carta de tres aristócratas venezolanos ofreciendo sus servicios para la emancipación de América. Uno de ellos era Juan Vicente Bolívar, hombre principal de la clase de los «mantuanos» criollos en las horas febriles que preceden a la declinación española. Por su cuna, pues, Bolívar era un mantuano. Por su maestro, Simón Rodríguez, un perfecto roussoniano, un hijo del siglo. Don Simón será toda su Universidad, su tutor y su guía en el teatro del mundo que era entonces Europa.

A Bolívar se atribuye la frase "Unión, unión, o la anarquía os devorará".

A Bolívar se atribuye la frase «Unión, unión, o la anarquía os devorará».

Maestro y discípulo contemplan absortos la coronación del Emperador Napoleón y ven desfilar a las tropas francesas ante su jefe por las calles de Montechiaro, en Italia. Bolívar, de la mano de Rodríguez, ingresa a las logias masónicas de Europa. Ya tiene un Julián Sorel en el corazón: el espectáculo de Bonaparte y el movimiento de las nacionalidades que despiertan ante la vieja Santa Alianza, inflaman el espíritu del joven heredero. Simón Rodríguez ha guardado celosamente, por lo demás, la inmensa fortuna de los Bolívar. A los 21 años el futuro Libertador se entera que su maestro bohemio custodió los 4 millones de pesos, herencia del discípulo.

Bolívar se lanza en Europa a una vida alegre y disipada.

«Rodríguez no aprobaba el uso que yo hacía de mi fortuna, escribía a una prima, le parecía que era mejor gastarla en instrumentos de física y en experimentos químicos; así es que no cesa de vituperar los gastos, que él llama necesidades frívolas. Desde entonces, sus reconvenciones me molestaban, y me obligaron a abandonar Viena para libertarme de ellas. Me dirigí a Londres, donde gasté ciento cincuenta mil francos en tres meses. Me fui después a Madrid, donde sostuve un tren de príncipe. Hice lo mismo en Lisboa; en fin, por todas partes ostento el mayor lujo y prodigo el oro a la simple apariencia de los placeres».

Hastiado al fin de esa vida de placeres, el joven mantuano reinicia sus paseos y discusiones con el maestro Don Simón, el viejo conspirador de 1797. Un día, en 1805, suben a una colina romana, el Monte Sacro y en una invocación donde abundan los Rómulos y los Gracos, los Césares y Brutos y Tiberios, Trajanos y Augustos, como ordenaba la simbología heredada de la Revolución Francesa, Bolívar jura allí libertar al Nuevo Mundo. Muchos años más tarde don Simón Rodríguez recordaba el episodio y comentaba a un joven interlocutor: «Tú sabes, hijo, que el muchacho cumplió su palabra».

8. Don Simón Rodríguez.

Este don Simón Rodríguez era un genial y extravagante personaje que ejercerá gran influencia moral e intelectual sobre Bolívar. Como es de práctica en América Latina, Don Simón yace olvidado y ni Caracas lo recuerda con una estatua. Había abierto su biblioteca al discípulo: Rousseau, Voltaire, Plutarco, Montesquieu, Cervantes. Era una especie de socialista («primer socialista americano» lo llama un biógrafo), cuya originalidad consistió en percibir agudamente la peculiaridad social de América Latina.

Su acción en América fracasa al mismo tiempo que la de Bolívar y por las mismas razones que se explicarán. Despreciaba sin énfasis la vieja estructura social y las convenciones coloniales que subsistirán después de la Independencia. Cuando Bolívar decide regresar al Nuevo Mundo para luchar por la emancipación, Don Simón permanece en Europa, frecuenta a Humboldt y viaja a Rusia, donde funda una escuela. Pasarán más de quince años sin verse maestro y discípulo.

Ya en 1810 Bolívar entabla en Londres relaciones con Francisco de Miranda. El anciano revolucionario otorgará al joven mantuano su primer grado militar. Allí nace el Bolívar histórico. Se recordará que Miranda no era pura y simplemente «un agente británico», sino el creador de la idea de una América Hispánica unida.

Su aventurera existencia, su epílogo infortunado y su fatal disidencia con Bolívar pertenecen a otra historia. Lo que importa al presente relato es que al desaparecer Miranda de la escena, Bolívar lo sucede. Recoge de su jefe el proyecto de un gran Estado hispanoamericano y de su viejo maestro Don Simón el contenido moderno de la revolución nacional que avanza orgullosamente en Europa.

9. De la patria boba a la gran Colombia.

Al día siguiente de la formación de las Juntas en América hispánica se manifiestan las tendencias centrífugas en todo el continente. Las aristocracias criollas asumen el control en todas las regiones. La fragmentación política hace su aparición bajo el manto del «federalismo» o de las satrapías locales. Durante cinco años, el antiguo Reino de Nueva Granada (actual Colombia), vive una era que la historia conoce con el nombre de la «Patria Boba». Cada provincia proclama sus autoridades, cada aldea tiene su Junta independiente y soberana, la palabra federalismo se convierte en la soberbia doctrina de la impotencia. Las derrotas iniciales de Bolívar, el conservatismo oligárquico del Perú virreinal y la política centralista de Buenos Aires en el Sur, que engendra la segregación y el separatismo de las provincias del Río de la Plata, ofrecen un mismo espectáculo de división y caos. Por el contrario, desde el comienzo de su acción el Libertador expresa en sus proclamas y en su correspondencia una idea central: la unidad latinoamericana. Su edecán, el general O’Leary, recordará luego la frase que repite mil veces: «Unión, unión, o la anarquía os devorará».

A medida que sus fulgurantes triunfos militares se sucedían, Bolívar comienza a llevar a la práctica sus grandiosos proyectos unificadores. Era una doctrina común en América Hispánica, desde los precursores. A fines del siglo XVIII el jesuita D. Juan Pablo Viscardo y Guzmán, natural de Arequipa, y que como muchos otros miembros de la Orden de Loyola expulsados por los Borbones, adoptó el partido americano contra la Metrópoli, escribía una carta célebre «a los españoles americanos», en la que decía: «El Nuevo Mundo es nuestra patria, su historia es la nuestra». La Junta de Chile se dirigía en 1810 al gobierno de Buenos Aires planteando la necesidad de establecer un Plan o Congreso para «la defensa general».

En Caracas, en abril de 1810, la primera Junta, bajo la máscara de Fernando, reclamaba la «obra magna de la confederación de todos los pueblos españoles de América».

El Chileno Juan Egaña componía en la primera década revolucionaria un Plan cuyo primer capítulo establecía la formación de «el Gran Estado de la América Meridional de los Reinos de Buenos Aires, Chile y Perú y su nombre será el de Dieta Soberana de Sud América».

Bernardo de Monteagudo, retratado por V.S. Noroña en 1876. Monteagudo desarrolló una visión americanista de la independencia que lo llevó al convencimiento de que toda Hispanoamérica debía ser una sola nación.

Bernardo de Monteagudo, retratado por V.S. Noroña en 1876. Monteagudo desarrolló una visión americanista de la independencia que lo llevó al convencimiento de que toda Hispanoamérica debía ser una sola nación.

Desde el Perú, Monteagudo escribirá su Ensayo sobre la necesidad de una Federación general entre los Estados Hispanoamericanos y plan de su organización.

En el Alto Perú, Castelli, uno de los raros revolucionarios porteños, lanza un manifiesto: «Toda América del Sur no formará en adelante sino una numerosa familia que por medio de la fraternidad pueda igualar a las respetadas Naciones del mundo antiguo».

La primera Junta, encabezada en 1811 por Fulgencio Yegros proponía la Confederación del Paraguay con las demás provincias de América de un mismo origen «y principalmente con las que comprendían la demarcación del antiguo Virreynato».

Todos los Jefes revolucionarios, de un extremo a otro de la Nación latinoamericana, proclamarán su condición de «americanos», sean caraqueños, neogranadinos, argentinos, altoperuanos, orientales o chilenos. Para todos, la ciudad o región natal será, por todo un período, «la patria chica». De todos ellos, es Bolívar quien expresa más categóricamente la conciencia nacional común. En una arenga a la División de Urdaneta, Bolívar dice en 1814: «Para nosotros la patria es América».

Bolívar tenía la convicción de que la independencia había sido prematura, precipitada por la invasión napoleónica. Era obvio que la Independencia de las colonias americanas, con su debilidad económica y social podía y debía ser presa de la disolución interior y la dependencia económica de algún gran poder mundial, en este caso, Gran Bretaña.

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