Mestizaje y geopolítica: el futuro de Hispanoamérica

Artículo publicado por Leonardo Brown en la revista digital Suroeste del sitio en red Comunidad y Justicia (Chile), el 3 de agosto de 2023

«El conflicto entre la OTAN y Rusia representa un punto de inflexión en la ruptura del orden unipolar, como tránsito hacia la multipolaridad, que admite la coexistencia de grandes potencias bajo un mutuo reconocimiento (…) Nosotros tenemos claro que ésta es la hora de Hispanoamérica, que solamente será nuestra en el momento en el que los hispanos despertemos a nuestra conciencia, para fabricar nuestro destino»

Fragmentación social y ausencia de un proyecto común

El nuevo orden multipolar

Los eventos acaecidos durante el transcurso del siglo XX significaron la desaparición definitiva del modelo de Estado-nación, establecido por la Paz de Westfalia de 1648, el cual se fundamenta en el concepto de soberanía y el plano de igualdad jurídica entre naciones. El desenlace de la Segunda Guerra Mundial orientó la política internacional hacia un modelo bipolar, sucedáneo de la Conferencia de Yalta de 1945, en el cual se consolidaron dos polos de poder: Washington y Moscú. Todo ello sin que se perdiera un nominal reconocimiento de la soberanía y la independencia de los Estados nacionales, como cuestión estrictamente de iure en el seno de la Organización de las Naciones Unidas.

El mundo bipolar funcionó sobre la base de una paridad en potencial económico y estratégico-militar entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, a la vez que existía una oposición ideológica entre el capitalismo liberal y el comunismo soviético. El año de 1991 vio la desaparición de uno de estos polos, con la disolución de la Unión Soviética. A partir de este momento, la política internacional transitó hacia un “mundo unipolar», dirigido por los intereses y la política exterior de los Estados Unidos de América y de sus aliados de la OTAN. En las últimas tres décadas, el mundo ha atestiguado la expansión de la ideología norteamericana, centrada en el capitalismo, el lenguaje de los “derechos humanos” y la democracia liberal, parámetro pretendidamente universal bajo el cual se ha buscado por la presión tanto económica como bélica, la creación de una “América Global”.

El conflicto entre la OTAN y Rusia representa un punto de inflexión en la ruptura del orden unipolar, como tránsito hacia la multipolaridad, que admite la coexistencia de grandes potencias bajo un mutuo reconocimiento, fenómeno al que denominaremos como “el nuevo orden multipolar” (Dugin, A.; “La Multipolaridad. Definición y diferenciación entre sus significados”). La decadencia del Imperio norteamericano, sin que por ello desaparezca su influencia y alcance mundial, posibilita un nuevo marco de la política internacional, en el que los Estados Unidos, China, y Rusia, actuarán como las potencias hegemónicas al frente del planeta. Esto a la par que cobrarán mayor importancia “potencias emergentes”, como el caso de la India, Irán, Brasil, entre otros, con una cada vez mayor preeminencia del llamado G-2 entre China y Rusia. Todo ello en el contexto del auge de alianzas internacionales con un enfoque regionalizado, por oposición a global.

La desdolarización y el apartamiento del orden mundial estadounidense por parte de numerosos países, particularmente africanos, asiáticos, e hispanoamericanos, es una realidad. Se nos ofrece una coyuntura en la que se permite un rango de maniobra mayor para “naciones de segundo orden» en el contexto geopolítico. Los Estados Unidos oscilan entre una política de “neomonroísmo”, representada por el gobierno demócrata de Joe Biden, y un gobierno de mutuo reconocimiento más abocado a la política económica, representado por el bando republicano cristalizado en el expresidente Donald J. Trump. La dirección que ha tomado la política exterior del gobierno demócrata en turno no ha hecho otra cosa que acelerar un inevitable desentendimiento de una cada vez mayor parte del mundo con el gobierno global norteamericano.

En el caso de Hispanoamérica, hemos visto en tiempos recientes, en el caso de países como Honduras, el reconocimiento exclusivo de la República Popular China, en desprecio de Taiwán, como única nación china; hablando de Argentina, esta nación se ha incorporado a las políticas monetarias de los BRICS, sin perjuicio de las propuestas en pro de los Estados Unidos, por candidatos neoliberales como Javier Milei, que buscan revertir el inevitable proceso de desdolarización. Está claro que los Estados Unidos de América se resisten a perder su esfera de influencia sobre el continente americano, pues queda fuera de duda que ésta es la base que le ha permitido la continuación de su hegemonía global, ya anunciada desde el siglo XIX, con la “Doctrina Monroe” y el infame “Destino Manifiesto”.

La ruptura del orden unipolar estadounidense, lógicamente, produce un vacío ideológico, en el que se resquebraja la homogeneización de los valores pretendidamente universales de los norteamericanos. El tránsito hacia el orden multipolar es en sí mismo un cuestionamiento a la vigencia de los ideales de la “América Global», controversia que se suscita tanto en el plano de lo teórico como de lo fáctico. La superación de la orientación estadounidense produce un hueco que es necesario llenar, si es que se quiere comenzar a desarrollar una política nacional e internacional propia.

Para salir de la atrofia en la que se encuentran sumidas nuestras naciones, tristemente ocupadas por políticos mediocres que no conocen otro son que el del flautista de Hamelín de conveniencia —siempre vendidos a intereses mezquinos y/o extranjeros—, es urgente replantearnos el papel que queremos desempeñar en el nuevo orden multipolar. El panorama deseable, por tanto, no es dar la espalda a Nueva York para someterse a Pekín o a Moscú, sino comenzar por la introspección: ¿quiénes somos y por qué no podemos dejar de percibirnos como tristísimos patios traseros?

Debemos tener muy claro que, si los Estados Unidos han triunfado en instalar su hegemonía sobre el continente americano, esto ha sido posible por la misma fragmentación que padecen los pueblos hispanos. Nuestras guerras civiles y nuestras secesiones, al comienzo del siglo XIX no implicaron una separación frente a una entidad política “extranjera”, a la que hemos denominado “Imperio Español”, sino un radical apartamiento de nuestra esencia y nuestro estilo como forma particular de ser, siguiendo a Manuel García Morente. De la misma manera en la que el indio, el mestizo y el criollo batallan incesablemente en el terreno interno de lo social, las repúblicas Hispanoamericanas luchan por una supremacía cortoplacista frente a sus naciones hermanas. En sentido opuesto, la espiritualidad hispana, digna herencia de la Cristiandad, trascendía las fronteras y los límites geográficos, para unir nuestros destinos bajo el Evangelio.

En el contexto geopolítico, todos parecen percibir con nitidez la unión indisoluble de los pueblos hispanoamericanos, aunque sea bajo la aberrante denominación de “Latinoamérica”; todos, por supuesto, menos nosotros mismos, obsesionados en encontrar puntos de discordia con quienes realmente compartimos no solamente lazos culturales, regionales, lingüísticos, sino más aún, espirituales. Ya bien decía Vasconcelos en su clásica obra “Bolivarismo y Monroísmo”, publicada por primera vez en Santiago de Chile, en 1933:

En cuanto a la política externa, bastará recordar lo que cada extranjero ilustre que nos estudia, confirma, y es: que somos un bloque étnico y político desde el Bravo hasta el Plata. Y que de no reconocerse esta unidad en la acción pública estamos condenados a seguir siendo factorías productoras; mercados de lanas y trigo en la Argentina; oro y plata, petróleo en México, y poblaciones extranjerizantes, clientes del Cinematógrafo de Hollywood y de los alcoholes de exportación, Whiskeys, que no hubiera ingurgitado un esclavo de la civilización de nuestros ancestros, fundamentada dichosamente en la vid (Vasconcelos, J.; “Bolivarismo y Monroísmo”).

Nosotros tenemos claro que ésta es la hora de Hispanoamérica, que solamente será nuestra en el momento en el que los hispanos despertemos a nuestra conciencia, para fabricar nuestro destino. Comencemos por reconocer que el patriotismo mexicano no tiene por qué excluir el patriotismo guatemalteco, el venezolano, el chileno, el argentino, el dominicano o el colombiano, sino todo lo contrario, pues al amar lo que somos terminaremos por amar lo que también es nuestro vecino, con quien compartimos lengua, espíritu y costumbres. ¿Qué impulso colectivo tienen las naciones hispanas si no es el de la conciencia católica?

La fragmentación de la sociedad y la ausencia de un proyecto común

Al hablar de México, es innegable que el país parece haber renunciado desde hace mucho al anhelo de ser una nación libre, con destino propio. Nuestra humillante derrota a manos de los yanquis en el 48 sigue siendo una carga moral que oprime los hombros de todo mexicano, casi siempre avergonzado de su herencia —excepto para lucir camisetas de fútbol—, terreno propicio para el florecimiento de “pochismos” [1], en la asimilación consumista de costumbres extranjeras. La división entre la población india, mestiza y criolla, hace que los teóricos deterministas y los pseudointelectuales sentencien nuestra situación como un espacio en el que la lucha de clases y la destrucción de los “privilegiados” ocurrirá inevitablemente, solamente en cuestión de tiempo.

La importación de la mentalidad liberal, de cuña protestante, ha instalado en la mentalidad mexicana el egoísmo como criterio rector. El individualismo hace prevalecer una visión bajo la cual cada persona debe buscar su propio interés, en desprecio de cualquier lazo de unión con sus semejantes, como fondo común sobre el cual se desarrolla todo aspecto de la vida comunitaria. El resultado de estas doctrinas disolventes no puede ser otro que el vacío espiritual por la prevalencia de lo material, lo cual, a su vez, detona “el divorcio del indio y del mestizo, el divorcio de mestizos y criollos, el divorcio de lo español y lo indígena” (Guzmán Valdivia, I.; “Nuestra Reconquista”) dejando a la sociedad como un mero caparazón ensamblado por la conveniencia, en el que confluyen los egoísmos de las castas.

Cuando en México teníamos espíritu, lo mexicano consistía, por el contrario, en “la alianza perenne de indios mestizos y criollos”. Lo que es lo mismo para el peruano, el chileno, el ecuatoriano y el argentino, siendo que “lo hispanoamericano tiene por esencia esta mezcla” (Vasconcelos, J.; “Bolivarismo y Monroísmo”); mezcla a la que hemos denominado mestizaje, posibilitada por la universalidad espiritual que permite la compenetración de las almas de cara a un proyecto común: la salvación de todos. Se entiende, así, que al referirnos a lo mexicano, hemos hablado de una especie de lo hispano, género común al que todos pertenecemos.

Este trágico escenario nos viene por el profundo desconocimiento de la personalidad del mexicano, y de los pueblos hispanoamericanos en general. El abandono de nuestras raíces provoca un entorno propicio para el florecimiento de pseudonacionalismos, bajo la ridícula forma del indigenismo, y otras fórmulas racistas ideadas a lo anglosajón y lo germánico. Se desconoce que la raza no es ni la sangre ni el color de piel, ni los rasgos faciales ni el tipo de cabello. A decir de don Isaac Guzmán Valdivia, “la raza es espíritu, es conformación anímica, es forma de entender la vida. La raza es cultura, es síntesis de tradiciones y anhelos comunes, es historia y destino” (Guzmán Valdivia, I.; “Nuestra Reconquista”).

La nacionalidad mexicana brotó en el momento en el que los proyectos de vida del indio y del español se unieron en perfecta e indestructible asimilación, de cara a realizar el ideal eterno de la Cristiandad. En esta coyuntura, no existían diferencias entre el indio, el mestizo y el criollo, cuando los anhelos y los deberes se repartían en proporción a cada grupo para lograr un solo destino. La única argamasa viable para un cúmulo tan variado de personalidades es la afirmación católica, en la fe inquebrantable en la obra de Cristo, y en la filiación de todos los linajes bajo el patronazgo de María Santísima de Guadalupe, Emperatriz de América. La conciencia católica es el único verdadero criterio con el cual juzgar el rumbo de México, como de toda Hispanoamérica. Nuestro destino es el de la Hispanidad, y la Hispanidad es, esencialmente, conciencia católica. La conciencia católica es la única posibilidad que tenemos para ser nosotros mismos.

Bajo el pensamiento del “ojalá nos hubieran colonizado los ingleses”, y las divisiones artificiosas entre izquierdas y derechas, o los llamados “liberales y conservadores», jamás se reivindica la esencia de lo hispano. Por el contrario, en México y en Hispanoamérica se observan frecuentemente los intentos propagandísticos de reivindicar «lo indígena», aunque claro está, siempre en castellano. Lejos de beneficiarse al indígena hispano, lo que sucede, en realidad, es que con ello sencillamente se responde a los dictados de la política exterior norteamericana, firmemente afianzada bajo los lineamientos de la antiquísima y perversa “Doctrina Monroe”:

Es protestantizante y es pro-imperialista toda propaganda de renacimiento cultural indígena autóctono, así se revista con los disfraces del comunismo. El retorno a la monstruosidad azteca o a la modorra incaica sería, aparte de imposible, suicida, para la competencia que hemos de librar con todas las naciones, en el manejo de los destinos americanos. No hay sino lo criollo como elemento defensivo contra la absorción (Vasconcelos, J.; “Bolivarismo y Monroísmo”).

Detalle del cuadro «Matrimonio de don Martín de Loyola con doña Beatriz Ñusta», óleo sobre lienzo, anónimo. Escuela cuzqueña, fines del siglo XVII, iglesia de la Compañía, Cuzco (Perú).

Del Panamericanismo a la Hispanidad

Siguiendo el pensamiento de don José Vasconcelos, concebimos al ideal hispanoamericano como el proyecto de “crear una federación con todos los pueblos de cultura española”, mientras que al monroísmo lo entendemos como el “ideal anglosajón de incorporar las veinte naciones hispánicas al Imperio nórdico, mediante la política del panamericanismo” (Vasconcelos, J.; “Bolivarismo y Monroísmo”). Hispanoamérica es posible amando a nuestras patrias chicas como parte de una Patria Grande, que nos hermana, como ya hemos dicho, en sentido metafísico, por oposición a material.

Las repúblicas hispanoamericanas son el fruto de la fragmentación violenta, de la implosión del Orbe Hispano, tanto por debilidad, como por recelos entre nosotros. De todo ello sacó gran partido el imperio anglosajón, que logró su expansión, siempre anunciada por la penetración de misioneros protestantes y de capitalistas norteamericanos, como sucedió en el caso de Tejas, modelo para la tragedia que continuamos experimentando al día de hoy, fatídicamente normalizada. Pues, a decir verdad, “lo cierto es que la conquista moral se adelanta a la material y ya no necesita hacer gran esfuerzo el estadista del norte para imponer su política en el sur” (Vasconcelos, J.; “Bolivarismo y Monroísmo”).

Mientras nosotros nos empecinamos en afirmar lo diferente que somos de un guatemalteco, un hondureño, o un peruano, los amos de nuestros destinos ríen por nuestra incapacidad de notar la disgregación. En nada interesa que baste un momento de convivencia entre hispanos para notar la profunda afinidad que nos hermana, nuestra preocupación se halla en no contradecir las sutiles narrativas divisionistas del extranjero, capaz de encontrarnos muy europeos, o muy indígenas, con tal de hallarnos nada españoles. Y así, inevitablemente se acalla nuestra historia, silenciado “el triunfo magnífico de España, que, en sólo trescientos años, dio la misma sangre, la misma lengua y cultura, a quinientas naciones indígenas y a dos continentes. Mientras que la pobre Europa, a los dos mil años de brega, está todavía dividida en italianos y holandeses galos y teutones” (Vasconcelos, J.; “Bolivarismo y Monroísmo”).

No queremos ver que la nuestra es la más semejante de todas las razas extendidas sobre el planeta, “más uniforme que los chinos, cuya unidad no rompe el hecho de que se dividen en sublenguas”. Cualquier mexicano que haya cruzado la frontera norte por cualquier motivo se puede percatar de la manera en la que nos cataloga el norteamericano, obsesionado por hacer distinciones basadas en la etnografía, método pseudocientífico bajo el cual se nos da el tratamiento despectivo de “latinos”. Y así seamos los únicos que no nos percatemos de nuestra fuerza como hispanismo continental, las potencias extranjeras no dejan de mostrarse intranquilas cada vez que se perciben amenazados por el eventual resurgimiento de una Hispanidad unida.

Todo esto nos debe llevar a adoptar resoluciones concretas. La primera de ellas deberá consistir en reconstruir la mentalidad espiritual que poseía el Orbe Hispano cuando existían los Virreinatos. No es ni en la independencia, ni en los momentos cumbre de los nacionalismos en los que ha brillado la Hispanidad. Por el contrario, nuestra fragmentación ha sido posible porque hemos traicionado nuestro destino, de donde nos ha venido nuestra endeblez. Lo que se propone no es otra cosa que retomar los principios que constituían la concepción de la vida que en aquellos momentos se tenía: el retorno a una orientación vital cuya directrices venían de las luces de lo Alto.

Y antes de que se califique este proyecto común como españolista, insistimos en aquello que con toda lucidez identificaba don Isaac Guzmán Valdivia:

Son los indios los poseedores del espíritu patrio. Son ellos los que están del lado de la obligación, del deber, con el sentimiento trágico de la vida clavado en el corazón, buscando su perfección moral en el martirio heroico del verdadero creyente. ¡Quién lo dijera! Los que en el capítulo anti-cristiano de nuestra historia aparecen como víctimas del obscurantismo español son los que conservan en el alma la luz inextinguible de la Hispanidad (Guzmán Valdivia, I.; “Nuestra Reconquista”).

Es la población indígena la que, sorprendentemente, más arraigada tiene la conciencia católica del hispano. Conciencia que, ante todo, es conformación espiritual, en la que se alienta la patria por actitudes del alma, y no de la sangre ni del color de piel. Siendo la cultura católica, ante todo, religión, la religión penetró hondamente en las almas de los indios, para elevarlos a la concepción cristiana del hombre. Ni siquiera las llamadas reformas ni la Revolución han logrado hacer del indio un ciudadano en más de un siglo y medio, a la manera burguesa, pues éste permanece como hombre, hombre cristiano:

El indio cree en el destino trascendente del hombre. No teme la miseria y no rehúye el sufrimiento. No teme el dolor ni le amedrenta el martirio. Aprendió a encontrar el secreto del valor heroico ante la esperanza de su salvación eterna y aprendió también a creer que sólo se salvan los que en el dolor se redimen (Guzmán Valdivia, I.; “Nuestra Reconquista”).

Por el contrario, la manipulación extranjerizante, ya sea en clave de liberación marxista, o de pseudonacionalismos indigenistas, es la que pretende desarraigar al indígena de sus costumbres. Se le dice ahora que la vida a la que debe aspirar es otra a la que conoce por legado de sus ancestros. Se le predica la religión materialista, en la que la redención consiste en la satisfacción de las necesidades, en la que la vida no es deber, sino derecho. Religión en la que las aspiraciones concluyen con la muerte, sin posibilidad de trascendencia, en la que la vida es lucha de clases, y que el “éxito” es para disfrutarse en esta vida, en el Aquí y en el Ahora. Un credo sin dolor ni tragedia, pues lo único que importa dentro de sus preceptos es la alegría del poseer, del júbilo fugaz de la embriaguez y de la satisfacción animalesca del instinto sexual.

No son pocos los que quedan sorprendidos cuando el indio reacciona con desconfianza a un ideario tan hostil. Los pseudointelectuales “anticolonialistas” creen saber algo del indígena con su empirismo positivista y sus teorías “etnohistóricas”, tratándolo como pieza de museo o espécimen de zoológico, proceso que la sociología anglosajona hace extensivo a los estudios análogos del “latino”. Desconocen que nuestra identidad no se entiende sin el mestizaje, que es ante todo espiritual, como legado de la misionalidad de la civilización hispano-católica.

¿Cómo construir el destino común de Hispanoamérica?

El paso urgente, como se habrá visto, es comenzar en afirmarse en lo que se es. Para ello es necesario impulsar la cultura mexicana en su identidad mestiza, hispana. Una cultura que nos eleve, asegurando los proyectos en común que trasciendan la raza y el interés egoísta, para dejar de privilegiar solamente a grupos favorecidos. Naturalmente que esta cultura debe defenderse de lo extranjero, fomentando aquello que eleve el espíritu y no el embrutecimiento de los sentidos, como bien decía Vasconcelos:

En lo social es menester mantenerse alerta para que la novedad que es nuestro deporte continental no nos lleve a rebajamientos del nivel estético, como cuando reemplazamos nuestro arte, nuestro teatro naciente, por la vulgaridad mercantilizada del industrialismo. El recuerdo de lo que fuimos en el continente ha de darnos fortaleza, para resistir contaminaciones mediocres y rudas. La conciencia de ser rama de la gran cultura latina podrá defendernos. Lo que importa ante todo es la reconquista del orgullo fundado en el conocimiento y valorización del extranjero; en la conciencia y en la emoción de lo propio (Vasconcelos, J.; “Bolivarismo y Monroísmo”).

El futuro de Hispanoamérica será factible en el cultivo de los lazos espirituales entre las naciones hispanas, con el reconocimiento mutuo de lo que somos, y del conjunto que conformamos. No se trata de renunciar a la individualidad, sino de entenderla como parte de un todo. El Orbe Hispano tiene todo lo necesario para ser una superpotencia, no como proyecto imperial de subyugación, sino en el sentido cristiano de convertirse en Luz del Mundo, buscando la libertad y el engrandecimiento de todos en el bien, según la cosmovisión católica, que no es otra cosa que universal.

¿Por qué nos hemos hecho tanto a la idea de que nacimos para servir en la triste condición del sometido? ¿Cuánto más se necesita para iniciar una geopolítica de la integración? Cuatrocientos millones de hispanohablantes lo atestiguan, con una extensión territorial inigualable. Acceso a recursos naturales, y a ambos océanos; entornos rodeados de todo tipo de climas, con una vasta extensión terrestre para fomentar espacios agrícolas, a diferencia de la superpoblación de las colmenas norteamericanas, europeas y asiáticas. Ya no hablemos del anhelo de convertirnos en rectores del mundo, pensemos simplemente en la urgencia de hacernos dueños de nuestros destinos.

Hemos de comenzar por retornar a nuestra Historia, descartando la óptica deformante del “progreso”, bajo los estándares fijados por la Modernidad protestante. Es imperante abandonar la mentalidad y la conducta de la imitación, esa angustia por convertirnos en lo que no somos, ni seremos, por más grandes que sean los esfuerzos de la asimilación, los cuales nunca producirán algo distinto del meteco, o el descastado. Desechemos los prismas del cientificismo positivista y de la metodología tecnocrática para retornar a nuestro hondo sentido espiritual católico. Solo así habremos de destruir el acongojante prejuicio de la inferioridad mestiza.

Notas

[1] México: “modo de pensar o actuar propio de un pocho”. Pocho a su vez significa, dicho de un mexicano: “Que adopta costumbres o modales de los estadounidenses”.

La Patria Hispana (y su involución histórica)

«La historia, además de ser saber de lo acontecido, es prognosis –o conocimiento anticipado– del futuro, y su falsificación el camino que conduce al fracaso y a la destrucción de las naciones. Por eso, los actos de los hombres y los actos de los gobiernos del pasado deben tener una veracidad exacta al ser descriptos. Si ese diagnóstico es equivocado jamás las futuras generaciones americanas podrán transitar una nueva huella. Nueva huella que saque a la Hispanidad, esto es, a las Españas de América, desde México hasta Argentina, y a la España Ibérica, del trágico proceso en que se deshacen y se desagregan hace doscientos años» (Julio C. González: «La involución hispanoamericana. De provincias de las Españas a territorios tributarios. El caso argentino, 1711-2010», pág. 13).

Hace doscientos años, en las primeras décadas del siglo XIX, la Monarquía Católica (Hispánica) se desintegró, dando lugar a una veintena de Estados en el continente americano y a la propia  España actual, que es también producto de aquella fragmentación. Las interpretaciones sobre este complejo proceso histórico son muy encontradas y han variado mucho las causas que se han intentado buscar para explicarlo, por parte de historiadores y otros científicos sociales. Aquí se analiza desde una perspectiva político-económica pero también histórica. Sigue leyendo

Origen y destino de la Patria Grande Hispanoamericana

«la fobia antihispánica de raíces protestantes, liberales y anglófilas y de yapa, proindígena, viene asentando una política de la historia que lastima en lo más íntimo la tradición histórica sobre la que se cimenta la construcción de nuestra nacionalidad. Cancela de un plumazo 500 años de historia, proceso fecundo sin el cual no existiríamos y a través del que se forjó una nueva raza, la nuestra (…) La diversidad verdadera la conseguiremos sólo cuando logremos que las banderas históricas de cada uno de nuestros países convivan en una sola nación. Lo otro es división, separatismo que pulveriza a través de una presunta “plurinacionalidad” la cuestión nacional pendiente para dividirnos y dominarnos»

Mestizo, mestiza, mestiza. Óleo sobre tela de finales del siglo XVII, obra anónima procedente de Cuzco. Colección Museo Nacional de Antropología, Madrid.

Artículo publicado el 12 de octubre de 2016 en la página web de AGEPEBA (Agencia Periodística de Buenos Aires), originalmente con el título «Ni calco ni copia: origen y destino de la Gran Patria Latinoamericana» y su autora es Iciar Recalde, Licenciada en Letras por la ULNP de santa Fe (República Argentina).

Reflexiones acerca del 12 de octubre. Ni leyenda negra, ni leyenda rosa: el impacto del descubrimiento y la conquista marcan nuestra peculiar manera de ser americanos y fijan nuestra actual posición en el mundo. El mestizaje es condición, mérito y posibilidad. Nación de patrias lanzada hacia un futuro superador en el camino por reencontrarnos con nuestro origen y destino que es fe y misión de redención americana.

Por Iciar Recalde / “Quien reniega de la historia hipoteca su futuro.” Juan Perón // “No somos europeos. Tampoco indios. Constituimos un pequeño género humano mixto. Somos suramericanos.” Simón Bolívar// Interrogamos el pasado para obtener la respuesta del futuro, no para volver a él en melancólica contemplación o para restaurar formas perimidas, sino para que nos enseñase cuáles son los métodos con que se defrauda el presente e impedirlo (…) hemos aprendido que el arte de nuestros enemigos consiste en fraccionarnos en puntos de vista pequeños y reducidos, y ya nadie podrá destruir la visión integral que se ha logrado.” Arturo Jauretche

Parece que todos los 12 de octubre hay que volver sobre lo mismo. Evidentemente, la visión integral que creía arraigada Don Arturo Jauretche en el fragmento de discurso del año 1942 que consignamos como epígrafe, es hoy una quimera. El carácter nacional no es innato, es una empresa que sale bien o mal, que se hace, se deshace, se rehace según la acción vital de un pueblo. En tal sentido, vivimos una profunda crisis de identidad que lamentablemente refuerza nuestra situación semicolonial y comienza por negar una y otra vez lo que somos, ese “pequeño género mixto” que en boca del Libertador no era nostalgia virreinal ni “indolatría”, sino lisa y llanamente, la asunción del mestizaje forjado por uno de los acontecimientos más trascedente de la historia de la humanidad: la irrupción de Europa en América y la irrupción de América en Europa.

Amelia Podetti afirma que Colón no descubre el nuevo mundo, sino que descubre por primera vez el mundo en sentido de totalidad sobre el que se asienta la Modernidad, torciendo de una vez y para siempre el rumbo de la historia occidental en su conjunto.

Resulta cuanto menos paradójico que en momentos en que nos proponemos reconstruir la Patria Grande para volver a cabalgar la senda de los libertadores, borrando fronteras que coadyuven a liquidar los colonialismos internos, resurjan con virulencia las voces de los profetas del odio que fomentan a través de instituciones y organizaciones financiadas por el extranjero, el desprecio por nuestras raíces comunes, promoviendo conflictos y divisiones internas y hasta inventando rivalidades hacia el interior de nuestros pueblos.

Sin lugar a dudas, su objetivo viene a prolongar la fragmentación que experimentó la América española cuando su proceso independentista fue detenido por el imperialismo inglés que hizo de las ciudades puerto galeones del desguace de la unidad hispanoamericana a la deriva de una serie de nacionalidades más o menos postizas. Sigue leyendo

Senadores mexicanos piden impulsar la integración hispanoamericana

“Ante la fractura previsible de los equilibrios internacionales es necesario atender al viejo llamado de una Hispanoamérica unida, sumar los llamados de redefinición de las relaciones políticas que ha hecho el resto del mundo”.

Artículo publicado el 25 de abril de 2017 dentro de la sección de boletines de la página web de comunicación del Senado de la República de México bajo el siguiente titular: «Senadores piden al Ejecutivo Federal impulsar integración con países de América Latina».

  • Vital concebir una reingeniería de las relaciones internacionales.

El Senado de la República hizo un llamado al titular del Ejecutivo Federal para que, a través de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE), fortalezca una estrategia de política exterior que priorice la integración de los países de América Latina y el Caribe.

Esta medida, asentaron los senadores, debe traducirse en bienestar para los pueblos de la región, “tomando en cuenta el contexto de agresión hacia nuestro país por parte del gobierno de Donald Trump”. Sigue leyendo

Panamá La Vieja, nación e hispanoamericanismo

«La élite político cultural que se encargó de la afanosa tarea de creación de la identidad común de los panameños compartió el hispanoamericanismo como visión de nación»

Artículo del historiador Félix J. Chirú Barrios publicado en el periódico digital La Estrella de Panamá el 15 de agosto de 2015.

Sitio arqueológico de Panamá Viejo, donde se ubicó originariamente la ciudad de Panamá (1519-1671), hasta que la destruyó el pirata inglés Henry Morgan. Panamá fue el primer asentamiento europeo en la costa pacífica de América. Desde el 2003 es Patrimonio de la Humanidad de la Unesco. Al fondo se alza la torre de la antigua Catedral.

A medida que se aproxima la conmemoración del V centenario de fundación de Panamá La Vieja, en 2019, se anuncian planes para festejarla

A medida que se aproxima la conmemoración del V centenario de fundación de Panamá La Vieja, en 2019, se anuncian planes (La Estrella de Panamá, 9/8/2015) para festejarla. Hace cien años, el IV centenario de fundación de la ciudad, no pasó inadvertido. Para entonces, una élite político cultural creaba un calendario cívico que seleccionó el pasado que los panameños debían recordar como parte de su identidad nacional. En 1919, tras limpiarse el monte que cubría el interior de las ruinas de la vetusta ciudad, esta se convirtió en ‘reservorio del alma nacional’. Un ‘lugar de memoria’ de los panameños.

El decreto municipal capitalino N° 35 declaró día de fiesta al 15 de agosto de 1919. Un programa conmemorativo recordó al público la trayectoria histórica de la primera ciudad de Panamá. Un desfile de carros alegóricos representó su fundación y destrucción tras el ataque pirata, asimismo, una alegoría evocó a Panamá La Moderna. Al público se obsequió La Leyenda del Pacífico, del poeta Ricardo Miró y el folleto Panamá La Vieja, de Juan B. Sosa. Sobre este escrito La Estrella de Panamá (16/8/1919) publicó el comentario siguiente: ‘Es de tanta importancia esta obrita que no solo es meritoria por su valor intrínseco, sino por la demostración que hace del acendrado patriotismo de su autor al rendirle homenaje a la patria con la narración de su historia’.

La conmemoración del IV centenario de Fundación de la primera ciudad de Panamá, en 1919, constituyó una fecha clave del pasado. El relato ubicó el nacimiento de Panamá en la conquista. La élite político cultural que se encargó de la afanosa tarea de creación de la identidad común de los panameños compartió el hispanoamericanismo como visión de nación. Sigue leyendo

La unidad de Hispanoamérica

«para lograr esa unidad, la primera tarea a cumplir consiste en liberar a la América Hispánica del prejuicio nacionalista que la Emancipación hizo arraigar en ella (…) para sanar no hay más camino que comenzar por preterir a un plano secundario el hecho de ser mexicano, nicaragüense, salvadoreño, colombiano, peruano, argentino, etc., y sentirse, sobre todo, hispanoamericano»

Artículo del investigador Jaime Delgado publicado originalmente en Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 81, septiembre de 1956, págs. 232-246. Tomado de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes (publicado en 2016)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Una ojeada, por rápida y superficial que sea, al mapa político de Hispanoamérica sería suficiente para advertir en él un conjunto de países caprichosamente disgregados, cuya separación ha permitido hablar, frente a unos Estados Unidos de Norteamérica, de unos “Estados desunidos de Hispanoamérica”. Por otra parte, habituada la retina a vislumbrar tal panorama, su visión podría suscitar –y ha suscitado- en la mente la idea de que tal disgregación política es la natural respuesta a una previa y más íntima dislocación, diversidad o desemejanza históricocultural y geográfica, existente entre esos Estados desunidos. Por eso conviene salir al paso de esa posible –y aun probable- creencia y relegarla definitivamente al cuarto oscuro de los errores corregidos.

La tarea, sin embargo, no es fácilmente hacedera. Son muchos ya, en efecto, los años que el mundo hispanoamericano lleva pasados en un –consciente o inconsciente, explícito o implícito- trabajo de atomización de sí mismo para que yo caiga en la ingenuidad de pensar que estas páginas van a tener la milagrosa virtud de realizar, nada más escritas, la apetecida unificación. Siglo y medio de luchas internas, guerras civiles –con etiqueta de internacionales-, suspicacias, recelos, antagonismos y rivalidades son mucha historia para enmendarla en una hora. Pero también la labor contraria, la misión integradora y unitiva, tiene en el tiempo antecedentes rancios y prestigiosos, e incluso de mejor estirpe, y ha logrado, además, en los últimos años, ganar tanto terreno a su opuesta, que ello sólo es señal verdadera de esperanza y eficaz incitación a continuar en la andadura de la unidad.

En esa vía, pues, cabe comenzar observando que no es del todo exacta la afirmación según la cual la geografía hispanoamericana constituye un elemento totalmente disgregador Sigue leyendo

La política británica sobre Hispanoamérica, ayer y hoy

«Los ingleses (…) elaboran una estrategia de subordinación ideológica-cultural de Hispanoamérica (…) la prédica de un nacionalismo de campanario (…), argentino (…) chileno (…) peruano (…) enfrentados unos con otros (…) para romper la idea de la constitución de un gran Estado, que no sería otra cosa que el producto natural de la Nación preexistente: la Nación Hispanoamericana»

Programa Nº 60 de la serie «Contracara» en el canal TLV1. Juan Manuel Soaje Pinto entrevista al politólogo, analista y consultor Marcelo Gullo acerca de la geopolítica actual e histórica, sobre Hispanoamérica y el continente americano, en particular el cono sur. La fragmentación territorial, la desindustrialización y la desintegración cultural son el resultado de una política británica aplicada a toda Hispanoamérica desde los tiempos de nuestra «independencia». Es necesario conocer, comprender y reflexionar sobre lo que ha pasado, para intentar revertir la situación actual, y proyectar un futuro próspero y soberano, materia pendiente aún hoy en los pueblos de la Patria Grande.

 

«Nosotros somos ahora los verdaderos españoles»

«la separación de la América española respecto de la monarquía no fue una lucha anticolonial (…) A diferencia de los británicos americanos, los españoles americanos no se rebelaron contra la madre patria (…) los pueblos de la Península y del Nuevo Mundo se opusieron de manera casi unánime a los franceses (…) de todos los reinos de la Monarquía española, incluida España misma, sólo México permaneció fiel a la cultura jurídica y política hispánica»

La Cruz de Borgoña o San Andrés, símbolo vexicológico no sólo del Virreinato de Nueva España (México) sino de la unidad política de toda Hispanoamérica durante más de trescientos años.

El siguiente texto es un extracto del ensayo titulado «México, Estados Unidos y los países hispanoamericanos: Una visión comparativa de la independencia», del académico e historiador Jaime Edmundo Rodríguez Ordóñez. Presentado inicialmente en el congreso «México: 1808-1821», organizado en el Colegio de México (noviembre de 2007), y posteriormente publicado por el Instituto de Estudios Latinoamericanos (Alcalá de Henares, Madrid) en mayo de 2008.

La América Española

Como he señalado en otro lugar, el proceso que llevó a la separación de la América española respecto de la monarquía no fue una lucha anticolonial. Lejos de ello, fue la consecuencia de una gran revolución política que culminó en la disolución de un sistema político mundial. La ruptura fue parte integral de un proceso más amplio que estaba transformando las sociedades del Antiguo Régimen en Estados nacionales modernos y liberales (Rodríguez, 2005a).

A diferencia de los británicos americanos, los españoles americanos no se rebelaron contra la madre patria. En lugar de ello, reaccionaron contra la invasión napoleónica de la Península ibérica, contra la expulsión de la familia real española en 1808 y contra la imposición de José Bonaparte, hermano de Napoleón, como rey de la Monarquía española. El rey usurpador, José I, no fue aceptado como nuevo dirigente de la Monarquía, ya que simbolizaba a los “ateos” franceses cuyas acciones habían puesto en peligro los fundamentos mismos de la sociedad hispánica – la Iglesia, representante de Dios en la Tierra, y al rey legítimo Fernando VII, que personificaba los derechos y libertades hispánicos. Sigue leyendo

¿Panamá era una nación diferenciada de Colombia en 1903?

«Cada una de las repúblicas hispanoamericanas son fragmentos de una gran nación que no llegó a constituirse por la intervención de ingleses y norteamericanos, y el egoísmo de las oligarquías regionales»

Panamá como parte de Colombia, en un mapa de 1821

Panamá como parte de Colombia, en un mapa de 1821

 El siguiente texto, del profesor, sociólogo y político panameño Olmedo Beluche, es un extracto del artículo titulado «El debate del centenario», publicado en Revista Cultural Lotería (Panamá), N. 461, en julio-agosto de 2005.

“Panamá es una nación diferenciada de Colombia que intentó repetidas veces separarse”. Hay quienes pretenden que Panamá es una nación desde hace 500 años (En los quinientos años de la Nación panameña de Fermín Azcárate, Ricardo Ríos también). Este absurdo sólo es posible si se ignora qué es una nación y no se le diferencia del concepto de estado.
 
Como señalamos en un libro nuestro (Estado, nación y clases sociales en Panamá), desde el siglo XIX Humbolt y Schiller establecen la diferencia entre nación-cultura y nación-estado. El problema es que se usan ambas acepciones sin distingo. Por ejemplo, existen en el mundo: naciones-cultura sin estado (como los kurdos), naciones-estado que incluyen dentro de sí varias naciones-cultura, aunque suele predominar una (como la ex URSS y la Federación Rusa hoy) y en pocos casos existen estados-nación uninacionales (como Irlanda). En el caso de hispanoamérica o de los árabes tenemos una nación-cultura escindida en muchos estados-nacionales por circunstancias históricas muy concretas. 
 
El historiador F. Aparicio tiene este problema pues, además de deformar nuestro planteamiento, termina señalando que Nueva Granada o Colombia fracasó como nación porque fracasaron sus regímenes políticos, el liberal radical (1863-85) y el de la Regeneración (1885-1903).
 
Si entendemos por nación una comunidad cultural que se identifica con un pasado común, la lengua, la religión, etc., hasta el siglo XIX fuimos parte de la nación hispana, y hasta el siglo XX hicimos parte de la nación colombiana, que sería una fracción de la nación cultural hispanoamericana. En este sentido, constituían y aún es así, naciones diferentes las culturas indígenas no asimiladas por la cultura española. La ruptura definitiva de Hispanoamérica no quedó completamente planteada hasta que el liberalismo español se negó, en las Cortes de Cádiz, a una reforma política que diera plena igualdad a los nacidos allende el mar. Cada una de las repúblicas hispanoamericanas son fragmentos de una gran nación que no llegó a constituirse por la intervención de ingleses y norteamericanos, y el egoísmo de las oligarquías regionales.

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La comunidad hispánica según Julio Ycaza Tigerino

«para salvar la civilización occidental se necesita una fuerza regeneradora que se halla en la Hispanidad (…) encontramos en Tigerino un proyecto político de unidad hispanoamericana, una Comunidad Hispánica de naciones unidas por la lengua y por el catolicismo»

El escritor y político nicaragüense Julio Ycaza Tigerino (Estelí, 1919 - Managua, 2001)

El escritor y político nicaragüense Julio Ycaza Tigerino (1919 – 2001)

El siguiente texto es un fragmento del artículo originalmente titulado «La Comunidad Hispánica según Julio Ycaza Tigerino. A propósito del libro de Julio Ycaza Tigerino «La cultura hispánica y la crisis de Occidente» (1980)», del profesor de filosofía Felipe Giménez Pérez. Publicado en la revista de filosofía El Catoblepas (número 8, octubre de 2002, pág. 22). Tomado del sitio web nodulo.org

La primera tesis del libro es la que parte del hecho tan manido sobre todo por Oswald Spengler de la decadencia de Occidente. El Occidente, impío, laico, secularizado, dominado por la razón instrumental y el desencantamiento del mundo, ha llegado por eso, al nihilismo. El individualismo liberal, protestante, irracionalista ha acabado por mostrar y desplegar completamente sus potencialidades destructoras y nihilistas y ha mostrado por eso a la postre su fracaso histórico. El capitalismo liberal, calvinista, protestante, ha jugado ya precisamente sus cartas, su baza y ello con las consecuencias desastrosas que están a la vista de todos y ahora es el turno de los países católicos hispánicos, el analogado principal del catolicismo. Es el turno de la Hispanidad. «El imperio Español, observa Gaos, es el antagonista de la Modernidad, y por eso los países de lengua española no comparten la crisis actual de Occidente como protagonistas de la Modernidad.»{1}

Así lo interesante para Tigerino es lo antimoderno de los pueblos hispánicos debido a su religión católica contrarreformista y antiprotestante. El Imperio Español, al incorporar a los pueblos bárbaros precolombinos a su propia esfera, al integrarlos produce, como observa Ortega y Gasset, «el hombre americano desde luego, deja de ser sin más el hombre español, y es desde los primeros años un modo nuevo del español. Los conquistadores mismos son ya los primeros americanos».{2}

La segunda tesis del libro de Tigerino afirma que ha llegado el momento histórico oportuno, el turno de la comunidad hispánica de naciones pues «es evidente que todas estas demandas y exigencias de la Historia actual sólo pueden ser satisfechas por la afirmación y proyección de los valores ínsitos del cristianismo original que dio alma y vida a la Cultura Occidental»,{3} «pero para que estos valores tengan fuerza fecundadora deben estar presentes y vivientes, de alguna forma, en una porción concreta de la Cristiandad histórica.»{4} Sólo los restos del Imperio Español reúnen estas propiedades: Sigue leyendo