Archivo por meses: noviembre 2013

Una mirada muy distinta sobre mayo de 1810

«mayo no fue antiespañola ni separatista (…) una revolución defensora de la soberanía popular, en contra de intromisiones extranjeras, pensada para expandirse en la Patria Grande Hispanoamericana (…) La impostura mitrista había pretendido mostrar un episodio separatista, anti español y en “representación de hacendados” para justificar el régimen de la segunda mitad del Siglo XIX: agroexportador dependiente, pro británico y colonial, antipopular y eurocéntrico»

E

«El pueblo quiere saber de qué se trata», óleo de Ceferino Carnacini (1888-1964).

Artículo de Juan Martín Gené publicado el 26 de mayo de 2011 en el sitio web «12 Docentes» (Universidad de Buenos Aires – UBA).

El pueblo es el sujeto de la Historia. Desconfío de los relatos que lo excluyen, ya sea porque le niegan su papel o porque lo desresponsabilizan frente a evidencias terroríficas. También es claro que la Historia es una construcción que se hace desde el presente. Por eso, la Historia es un quehacer político que no puede quedar encerrado entre eruditos sino que debe enseñarse públicamente. Puede mostrarnos un camino futuro y una interpretación del pasado que rompa las formas ocultadoras y convencionales.

En el caso de la Argentina, generaciones y generaciones fueron instruidas en el relato historiográfico de origen mitrista. La consecuencia, digamoslo sin ambages, fue recibir acríticamente una interpretación liberal (en la práctica: conservadora y violenta), oligárquica, eurocéntrica en general y pro británica en particular,  muy propia de un modelo de desarrollo colonial agro exportador dependiente.

La perspectiva mitrista construyó el relato oficial de la revolución de mayo de 1810 orientado a legitimar sus intereses.

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Tenemos Patria… Grande

«Las actuales naciones, pequeñas y divididas, no son el producto del triunfo del proceso de independencia, sino de su fracaso (…) la antigua América española se dividió y subdividió en una multiplicidad de países independientes, la mayoría de los cuales son demasiado pequeños como para tener un peso propio en el concierto de la naciones. Países que primero se incorporaron económicamente al Imperio Británico como proveedores de materias primas, y luego pasaron al control del naciente Imperio norteamericano, como vapuleados integrantes del “Patio Trasero”

Las repúblicas resultantes de la fragmentación de Hispanoamérica, producto del imperialismo anglosajón.

Las repúblicas resultantes de la fragmentación de Hispanoamérica y el Estado asociado de Puerto Rico, producto del imperialismo anglosajón.

El siguiente texto es un fragmento del artículo del mismo título, escrito por Adrián Corbella para el espacio web «Mirando hacia adentro» (12 de noviembre de 2013).

Durante la mayor parte de la época colonial, el territorio hispanoamericano se dividió en dos grandes Virreinatos: México al norte y Perú al sur. La desmembración de estas dos unidades políticas en nuevos virreinatos y capitanías generales fue un proceso que se produjo en el siglo XVIII, pocas décadas antes de la independencia, por lo que estas entidades políticas no llegaron a desarrollar una identidad definida. Por eso los latinoamericanos, en 1810, se identificaban con su condición de españoles americanos y con la ciudad o comarca en la que vivían. En esa época, un habitante de la ciudad de Tucumán podía sentir la misma afinidad por el poblador de Buenos Aires que la que sentía por el de Lima, México o Caracas. Las actuales “nacionalidades” no existían, y cuando el término que hoy las designa se usaba se lo hacía con otro sentido –“argentino” significó, en las primeras décadas del siglo XIX, porteño, habitante de Buenos Aires-.

Fue justamente esta inexistencia de los actuales sentimientos nacionales lo que favoreció la profunda interrelación entre todos los procesos de independencia.

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Entrevista a Daniel Mazzone

Entrevista realizada al periodista, escritor e investigador hispanoamericanista Daniel Mazzone, realizada en agosto de 2013. Mazzone reivindica la figura y el pensamiento de José E. Rodó y es autor, entre otras obras, de «Hispanoamérica: interpelación a los fundadores» (Ediciones de la Plaza). En esta entrevista el autor habla sobre las fallas fundacionales de las repúblicas hispanoamericanas, el proyecto ilustrado de las Cortes de Cádiz, así como el jacobinismo de nuestras élites políticas hasta la actualidad, y la nefasta «generación del 45», de donde salieron muchos de los «intelectuales» que hoy son figuras mediáticas.

Uruguay, una creación de la diplomacia británica

«Uruguay (…) fue creado como un «Estado Tapón» o «Buffer State» por el accionar de la diplomacia británica (…)  los británicos querían también internacionalizar el Río de la Plata. Al existir allí dos Estados, como Uruguay y Argentina, el río quedaba internacionalizado y los ingleses podían penetrar a través de él hasta el Río Paraná y llegar al corazón del continente: Paraguay»

Mapa de Alonso de Santa Cruz (siglo XVI) en el que puede apreciarse la Banda Oriental del Río de la Plata.

Mapa de Alonso de Santa Cruz (siglo XVI) en el que puede apreciarse la Banda Oriental sobre el estuario del Río de la Plata. Incluido en «Islario general de todas las islas del mundo».

Primera parte de la entrevista realizada al revisionista uruguayo Ignacio Pérez Borgarelli, publicada el 5 de noviembre de 2013 en el sitio web ORDEN (Organización de Estudiantes Nacionalistas, de Venezuela)

1. La «Suiza de América» le dicen algunos, al rememorar, ya nos indicará usted si con acierto o no, la época de José Batlle y Ordóñez. La misma se caracterizó por un estado de bienestar que llevó al Uruguay a altísimos estándares de vida. Sólo comparados, quizá, con los europeos. Díganos, por favor, sus impresiones. 

Me gustaría, antes de responder la pregunta, hacer un breve análisis de los partidos políticos en el Uruguay desde su independencia hasta la actualidad. Lo cierto es que los partidos políticos, en realidad, surgen como «facciones» poco tiempo después de la independencia de la nación. El país se independiza en 1828 y las facciones se constituyen en 1836, en la Batalla de Carpintería, en la cual se enfrentan las fuerzas de Manuel Oribe, fundador del Partido Blanco, y Fructuoso Rivera, fundador del Partido Colorado. El Partido Blanco surge como facción y luego se constituye como partido, poco después se transforma en el Partido Nacional, por lo que, Partido Blanco o Partido Nacional resultan hoy símiles. Es el mismo Partido Blanco o Partido Nacional quien defiende a primera hora las causas americanas, quien se alía con Juan Manuel de Rosas bajo la figura de su fundador, Manuel Oribe, y quien defiende desde su periódico El defensor de la Independencia Americana, al gobierno del Perú en 1847 ante la amenaza de la reconquista española.

El Partido Colorado, en contrapartida a esta política americana, accede al poder por segunda vez gracias a una intervención militar de la armada francesa, y bajo la misma figura de su fundador, Fructuoso Rivera, quiso hacer en 1835, del Uruguay, un protectorado británico.

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Mi campaña hispanoamericana [fragmento]

«Las repúblicas hispanoamericanas, que han sido presionadas o desmembradas de una manera implacable, no han tenido iniciativa suficiente para intentar una acción de autodefensa, ni aún en los órdenes que están más a su alcance, que son el diplomático y el comercial (…) La América Española unida, pudo tener el fin de prolongar y superiorizar en el Nuevo Mundo la civilización ibérica y la influencia de la latinidad como la América anglosajona hacía triunfar en el norte la tradición ensanchada de la civilización inglesa; pero (…) fraccionada (…) solo podía ser presa de las ambiciones de grupos expeditivos, fascinados por el poder» 

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Manuel Ugarte, durante un discurso público, en 1920. Ugarte fue uno de los máximos exponentes del pensamiento hispanoamericanista.

El siguiente texto es un fragmento del prólogo de la obra «Mi campaña hispanoamericana» (1922), del escritor, diplomático y político socialista Manuel Ugarte.

En cuestiones de política internacional, como en la guerra, la táctica defensiva es contraproducente y la inmovilidad equivale a la derrota. De aquí el empuje que me ha llevado a pensar que en nuestra América, sitiada por problemas improrrogables, todo es preferible al indiferentismo de hoy ; de aquí el razonamiento que me ha conducido a creer que una acción popular y juvenil puede contrarrestar, en parte, el ensimismamiento de la vida diplomática, prisionera aun de concepciones decrépitas, desorientada ante las vastas perspectivas, ciega en el campo de batalla de un Nuevo Mundo abierto a las ambiciones.

Ha llegado la hora de que los hispanoamericanos se ocupen realmente de los asuntos de América, por encima de las querellas, de primacía y los apetitos de la política interior. La realidad de nuestra vida depende de una amplia intervención en las controversias del Continente, porque así como Inglaterra, desde 1806 vio en el Río de la Plata el único contrapeso a la rivalidad avasalladora de los Estados Unidos, en el Río de la Plata puede estar en estos momentos, para todos los hispanoamericanos; el punto de mira de una política «nuestra», desvinculada del Panamericanismo y opuesta a él cuando sea menester. El asunto es urgente y cada día acrecen las dificultades que tendremos que resolver. En aras de esta certidumbre me he levantado contra el acatamiento de los que creen suprimir los conflictos ignorándolos, de los que no parecen perseguir más ideal en las cosas exteriores que aplazar la crisis, para liquidarla cada vez con mayor desventaja.

Claro está que en un Continente que acaba de salir de la violencia y que la prolonga en algunas zonas en forma de endémicas revoluciones suicidas, la indicación de este rumbo tenía que aparecer como una imprudencia peligrosa, habituados como están los espíritus a concebirlo todo en forma rotunda y agresiva, sin escalonamientos, ni matices, dentro de empujes invariablemente unilaterales. No inclinarse ante el imperialismo, equivale—dicen—a entrar en conflicto con él. Esta apreciación primaria basta para dar una idea de la zona en que se mueven todavía algunos inspiradores de nuestra acción internacional.

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Política indiana: criollismo y poder en América Hispana

«La consolidación de la nobleza en Indias representa el primer gran triun­fo de los criollos (…) podemos concluir que hacia 1620 o poco antes ha aparecido el complejo fenómeno cultural que denominaremos criollismo y que podemos definir como el nuevo régimen indiano caracterizado por un intenso protagonismo histórico del vasto con­glomerado social formado por cuantos se sienten y llaman a sí mismos criollos en toda la extensión de las Indias» (Guillermo Céspedes del Castillo)

El siguiente texto está extraído del libro «La Patria Grande. La Reunificación de Hispanoamérica. Historia de una idea persistente» (Capítulo 5: El Estado Indiano), obra de Raúl Linares Ocampo (Arequipa/Berlín, edición de 2013).

"Indios criollos y criollas indias"

«Indios criollos y criollas indias», dibujo de la obra «Nueva corónica y buen gobierno» (1615), de Felipe Guamán Poma de Ayala.

Política Indiana es el título de la monumental obra del famoso jurista hispano Juan de Solórzano y Perei­ra; es una obra eminentemente jurídica, mientras que aquí diremos algo sobre la política indiana como el manejo del poder fáctico económico, político, social en la sociedad y el Estado indianos. Es un tema generalmente ausente de la creciente literatura sobre la Época Indiana. Una razón principal de esta ausen­cia es la visión ideológica impuesta, a partir de la independencia, por quienes lo detentaron: los criollos. Según esta visión aberrada, una política indiana no existió simplemente porque no estuvo permitida, ya que durante trescientos años, las cadenas tendidas por los peninsulares y la metrópoli inmovilizaron a Nuestra América, que en esta visión debe entenderse como sinónimo de criollo. Ya en 1810, inicio del movimiento independentista, se lee en la Gazeta de Caracas, órgano de la Junta Suprema: “¿No son la libertad y fraternidad que tanto se nos cacarean unas voces insignificantes, unas promesas ilusorias, y en una palabra el artificio trillado con que se han prolongado tres siglos de nuestra infancia, y nuestras cadenas?”. Debido al desconocimiento de la historia indiana, reinante desde hace doscientos años, estas palabras tienen aún calidad de fáctica verdad. Si la tomáramos como tal, no se podría explicar buena parte ni de la historia indiana ni de la realidad actual. Precisa entonces ocuparnos del tema, llevando siempre en mente, que si bien es un viejo asunto, presente ya en los tiempos de la conquista, se lo ha esquivado hasta hoy, de modo que todavía hay mucho por aclarar, y aún poco que decir. Tomaremos por auxilio la excelente obra América Hispánica (1492-1898) de Guillermo Céspedes del Castillo, que es, en nuestra opinión, la mejor exposición sintética de la historia indiana, no sólo por su denso contenido informativo, sino, y sobre todo, por la acertada comprensión de los hechos dentro de su contexto histórico, mérito que le da singular valor.

A fin de explicar el ejercicio del poder fáctico en las Indias, Céspedes del Castillo emplea el concepto de criollismo. Comenzaremos por indagar el origen y significado del término criollo, a partir de la obra de un célebre personaje que presenció su introducción y popularización.

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El fracaso de la independencia

» las nuevas Repúblicas fueron inventadas por necesidades políticas y militares del momento, no porque expresasen una real peculiaridad histórica (…) nadie puede explicar en qué consisten las diferencias “nacionales” entre argentinos y uruguayos, peruanos y ecuatorianos, guatemaltecos y mexicanos. Nada tampoco -excepto la persistencia de las oligarquías locales, sostenidas por el imperialismo norteamericano- explica la existencia en Centroamérica y las Antillas de nueve repúblicas»

caudillismoEl siguiente texto está extraído de la obra «El laberinto de la soledad», de Octavio Paz, escritor, diplomático y premio Nobel de Literatura en 1990. 

“La Independencia hispanoamericana, como la historia entera de nuestros pueblos, es un hecho ambiguo y de difícil interpretación porque, una vez más, las ideas enmascaran a la realidad en lugar de desnudarla o expresarla. Los grupos y clases que realizan la Independencia en Sudamérica pertenecen a la aristocracia feudal nativa; eran los descendientes de los colonos españoles, colocados en situación de inferioridad frente a los peninsulares. La Metrópoli, empeñada en una política proteccionista, por una parte impedía el libre comercio de las colonias y obstruía su desarrollo económico y social por medio de trabas administrativas y políticas; por la otra, cerraban el paso a los “criollos” que con toda justicia deseaban ingresar en los altos empleos y a la dirección del Estado. Así pues, la lucha por la Independencia tendía a liberar a los “criollos” de la momificada burocracia peninsular aunque, en realidad, no se proponía cambiar la estructura social de las colonias. Cierto, los programas y el lenguaje de los caudillos era “moderno”, eco de los revolucionarios franceses y, sobre todo, de las ideas de la Independencia norteamericana. Pero en la América sajona esas ideas expresaban realmente a grupos que se proponían transformar el país conforme a una nueva filosofía política. Y aún más: con esos principios no intentaban cambiar un estado de las cosas por otro sino, diferencia radical, crear una nueva nación. En efecto: los Estados Unidos son, en la historia del siglo XIX, una novedad mundial, una sociedad que crece y se extiende naturalmente. Entre nosotros, en cambio, una vez consumida la Independencia las clases dirigentes se consolidan como herederas del viejo orden español. Rompen con España pero se muestran incapaces de crear una sociedad moderna. No podía ser de otro modo, ya que los grupos que encabezaron el movimiento de Independencia no constituían nuevas fuerzas sociales, sino la prolongación del sistema feudal. La novedad de las nuevas naciones hispanoamericanas es engañosa; en verdad se trata de sociedades en decadencia o en forzada inmovilidad, supervivencias y fragmentos de un todo deshecho.

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El español en América

«Es, pues, nuestro español muy propio y característico de estas tierras en sus diversos niveles (fonológico, fonético, gramatical y léxico) cuyos cambios responden a la natural tendencia diferenciadora de las lenguas, pero que no ponen en riesgo su unidad porque pervive un fondo común “mucho más poderoso que los particularismos»

Artículo del lingüista y escritor Róger Matus Lazo publicado en la sección de opinión del periódico digital nicaragüense El Nuevo Diario (2 de noviembre de 2013).

Mapa que muestra las zonas de América donde se habla habitualmente español.

Mapa que muestra los territorios de América donde se habla habitualmente español.

A José Moreno de Alba, in memoriam

Cuando Boabdil, llorando, abandona en 1492 Granada -último baluarte moro-, no solo terminaban más de setecientos años de dominación árabe en la Península Ibérica, sino que ocurrían otros dos acontecimientos de singular importancia para nuestro idioma: la publicación de la primera Gramática de Nebrija, obra que sienta las bases del español escrito y literario, y la más descomunal empresa que registra la historia de España: el descubrimiento de América.

Dos intérpretes trajo Colón al Nuevo Mundo: Rodrigo de Jerez y Luis Torres. El primero había incursionado por tierras de Guinea, y el segundo era un judío converso que hablaba hebreo, caldeo y árabe. Sin embargo, el Almirante tuvo que recurrir en un comienzo al “lenguaje” de las señas, como ocurrió con los indios de las Antillas, las primeras tierras descubiertas y colonizadas. Por eso nos dice el Fray Bartolomé de Las Casas que “las manos les servían de lengua”. La lengua entonces, único camino para llegar al conocimiento, se había convertido en un obstáculo para el invasor español y su empresa que incluía, entre otros, tres de sus más importantes expedientes: el trabajo, el mestizaje y la catequización.

Y se inicia el proceso de hispanización que implica, en primer lugar y paralelamente, una doble vía: el conquistador impone su lengua –y su religión y su cultura-, pero se ve obligado a aprender también la lengua indígena.

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Las Indias no eran colonias

«Las Leyes de la Recopilación de Indias nunca hablaban de colonias, y en diversas prescripciones se establece expresamente que son Provincias, Reinos, Señoríos, Repúblicas o territorios de Islas y Tierra Firme incorporados a la Corona de Castilla y León, que no podían enajenarse (…) El principio de la incorporación de estas Provincias implicaba el de la igualdad legal entre Castilla e Indias, amplio concepto que abarca la jerarquía y dignidad de sus instituciones» (Dr. Ricardo Levene)

Recopilación de las leyes de los Reynos de las Indias, edición de 1681 (Madrid).

Recopilación de las leyes de los Reynos de las Indias, edición de 1681 (Madrid).

Declaración de la Academia Nacional de la Historia de la República Argentina sobre la denominación de colonial a un período de la historia arrgentina (y americana en general) -1948. Tomado de “LAS INDIAS NO ERAN COLONIAS”, tercera edición, del Dr. Ricardo Levene, Colección Austral Ed. Espasa-Calpe, Madrid, 1973, página 153. Publicado en el sitio web del Instituto Ecuatoriano de Cultura Hispánica.

En la sesión de fecha 2 de octubre de 1948, la Academia Nacional de la Historia trató el siguiente proyecto del presidente de la Academia, doctor Ricardo Levene, sobre la denominación de colonial a un período de la Historia Argentina.

Dice así el proyecto del doctor Levene, dictaminado en sentido favorable por los académicos integrantes de la Comisión Especial, señores Martín. S Noel, Arturo Capdevilla y Carlos Heras, y aprobado por la Academia:

«La investigación histórica moderna ha puesto en evidencia los altos valores de la civilización española y su transvasamiento en el Nuevo Mundo

»Como un homenaje a la verdad histórica, corresponde establecer el verdadero alcance de la calificación o denominación de colonial, a un período de nuestra Historia.

»Se llama comúnmente el período colonial de la Historia Argentina a la época de la dominación española (dominación que es señorío o imperio que tiene sobre un territorio el que ejercer la soberanía), aceptándose y transmitiéndose por hábito aquella calificación de colonial, forma de caracterizar una etapa de nuestra historia, durante la cual estos dominios no fueron coloniales o factorías, propiamente dichas.

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En torno a una solución hispanoamericana

«Los problemas de Hispanoamérica sólo podrían ser resueltos atendiendo a la realidad. Esto es, conociéndola. La idea de una cultura original de esta América empieza a desarrollarse en la mente de los pensadores hispanoamericanos (…) se quiere la emancipación de la mente hispanoamericana, para que ésta alcance su propia realización (…) Fiel a este espíritu, Bello ha defendido la realidad básica de Hispanoamérica, que inútilmente han tratado de negar sus reformadores: España»

El siguiente texto es un fragmento extraído del ensayo titulado «El pensamiento latinoamericano» (Primera parte. VII. En torno a una solución hispanoamericana), del filósofo Leopoldo Zea. Tomado del sitio web Proyecto Ensayo Hispánico (ensayistas.org)

Vista de la Casa Central de la Universidad de Chile, con la estatua de Andrés Bello.

Vista de la Casa Central de la Universidad de Chile, con la estatua de Andrés Bello.

Hispanoamérica también tiene sus valores; no todo es negativo en ella. Expresión de estos valores lo han sido, por un lado, las gestas de independencia y, por el otro, las nuevas gestas tendientes a realizar la emancipación mental de Hispanoamérica. Andrés Bello hablaba de ese espíritu de sacrificio y amor a la libertad de los hogares, que los hispanoamericanos habían heredado de España. Los hispanoamericanos tenían grandes defectos, pero también grandes cualidades. El problema tenía que ser resuelto potenciando las cualidades y reduciendo los defectos en lo posible. Si se analizaban con atención tales defectos, podrían igualmente ser encontrados en los pueblos más ejemplares de la historia. Norteamérica, con todo y sus grandes cualidades, tenía defectos frente a los cuales Hispanoamérica podía hacer resaltar virtudes que de otra manera permanecerían ocultas.

Francisco Bilbao también pone el acento en estas diferencias mediante las cuales es posible hacer resaltar cualidades propias de Hispanoamérica. El crecimiento de los Estados Unidos le preocupa por su vecindad con la América hispana. Sabe que tratarán de extender su influencia dominando a la débil Hispanoamérica. Los Estados Unidos, dice, extienden cada día más sus garras “en esa partida de caña que han emprendido contra el sur […]. Ayer Texas, después el norte de México […] Panamá” (Bilbao 1988). Para contrarrestar este peligro piensa en un Congreso Panamericano, buscando la unidad indoamericana, la unidad de la América indo-española. Su sueño será vano.

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