Tenemos Patria… Grande

«Las actuales naciones, pequeñas y divididas, no son el producto del triunfo del proceso de independencia, sino de su fracaso (…) la antigua América española se dividió y subdividió en una multiplicidad de países independientes, la mayoría de los cuales son demasiado pequeños como para tener un peso propio en el concierto de la naciones. Países que primero se incorporaron económicamente al Imperio Británico como proveedores de materias primas, y luego pasaron al control del naciente Imperio norteamericano, como vapuleados integrantes del “Patio Trasero”

Las repúblicas resultantes de la fragmentación de Hispanoamérica, producto del imperialismo anglosajón.

Las repúblicas resultantes de la fragmentación de Hispanoamérica y el Estado asociado de Puerto Rico, producto del imperialismo anglosajón.

El siguiente texto es un fragmento del artículo del mismo título, escrito por Adrián Corbella para el espacio web «Mirando hacia adentro» (12 de noviembre de 2013).

Durante la mayor parte de la época colonial, el territorio hispanoamericano se dividió en dos grandes Virreinatos: México al norte y Perú al sur. La desmembración de estas dos unidades políticas en nuevos virreinatos y capitanías generales fue un proceso que se produjo en el siglo XVIII, pocas décadas antes de la independencia, por lo que estas entidades políticas no llegaron a desarrollar una identidad definida. Por eso los latinoamericanos, en 1810, se identificaban con su condición de españoles americanos y con la ciudad o comarca en la que vivían. En esa época, un habitante de la ciudad de Tucumán podía sentir la misma afinidad por el poblador de Buenos Aires que la que sentía por el de Lima, México o Caracas. Las actuales “nacionalidades” no existían, y cuando el término que hoy las designa se usaba se lo hacía con otro sentido –“argentino” significó, en las primeras décadas del siglo XIX, porteño, habitante de Buenos Aires-.

Fue justamente esta inexistencia de los actuales sentimientos nacionales lo que favoreció la profunda interrelación entre todos los procesos de independencia.

Los latinoamericanos lucharon contra el absolutismo borbónico allí donde los sorprendió el proceso revolucionario: el tucumano Bernardo de Monteagudo fue una figura importante de las rebeliones altoperuanas de Chuquisaca y La Paz, en 1809,para años más tarde ser un consejero clave tanto de San Martin como de Bolívar; el porteño Manuel Dorrego fue una nada despreciable figura de segunda línea en el alzamiento chileno de 1810; el arequipeño Ignacio Álvarez Thomas sería Director Supremo del Río de la Plata; y el correntino José de San Martin fue el primer “Protector del Perú”. La independencia fue un proceso “continental”, y todos sus grandes líderes (Miranda y Bolívar, San Martin y Belgrano, Artigas y Moreno) soñaron con una América latina unida.

Los soldados venezolanos regaron con su sangre y abonaron con sus cuerpos las tierras de Colombia, Panamá, Perú, Ecuador y Bolivia. Los argentinos hicieron lo mismo con las de Uruguay, Chile, Bolivia, Paraguay y Perú.

La “Gran Colombia” bolivariana, el Reino Neoincaico con el que soñaron Belgrano y San Martín, y el frustrado Congreso de Panamá fueron intentos de evitar la balcanización del continente, tan conveniente para los poderes mundiales como negativa para nuestros pueblos. Las actuales naciones, pequeñas y divididas, no son el producto del triunfo del proceso de independencia, sino de su fracaso.

Incluso los argentinos, a los que siempre nos resultó tan cómodo mirar hacia Europa y dar la espalda al continente del que somos parte, tenemos la unidad latinoamericana en nuestro ADN. Basta con analizar el acta de la declaración de independencia signada en San Miguel de Tucumán el 9 de julio de 1816 para ver que dice negro sobre blanco “Provincias Unidas en América del Sud”… no existe un acta de la independencia de “Argentina”. Y si no nos basta con esto, podemos leer la letra original del Himno Nacional Argentino escrito en 1812 por Vicente López y Planes, donde se afirma con absoluta claridad:

«Se conmueven del Inca las tumbas,

y en sus huesos revive el ardor,

lo que ve renovando a sus hijos

de la Patria el antiguo esplendor.

[…]

¿No los veis sobre México y Quito

arrojarse con saña tenaz

y cuál lloran, bañados en sangre,

Potosí, Cochabamba y La Paz?

¿No los veis sobre el triste Caracas

luto y llanto y muerte esparcir?

¿No los veis devorando cual fieras

todo pueblo que logran rendir?

[…]

Desde un polo hasta el otro resuena

de la fama el sonoro clarín,

y de América el nombre enseñado

les repite: «¡Mortales, oíd!:

ya su trono dignísimo abrieron

las Provincias Unidas del Sud».

Y los libres del mundo responden:

«Al gran pueblo argentino, ¡salud!»

Este no es evidentemente el himno nacional de un paisito construido de espaldas a América Latina como cabeza de puente europea en territorio extraño; es la canción patriótica de un continente sublevado, la marcha de un pueblo que es consciente de que su lucha se enmarca en un conflicto mayor que engloba a toda la Patria Grande.

Este primer proceso de independencia latinoamericano no terminó del todo bien. Los intentos de organización continental fracasaron. Los planes balcanizadores de los poderes imperiales tuvieron mucho éxito, y la antigua América española se dividió y subdividió en una multiplicidad de países independientes, la mayoría de los cuales son demasiado pequeños como para tener un peso propio en el concierto de la naciones. Países que primero se incorporaron económicamente al Imperio Británico como proveedores de materias primas, y luego pasaron al control del naciente Imperio norteamericano, como vapuleados integrantes del “Patio Trasero”.

Muchos han sido los líderes latinoamericanos que en el siglo XX han intentado levantar las banderas del latinoamericanismo, ya que si un pueblo de nuestro continente quiere alcanzar, como dijera el general Juan Domingo Perón, la justicia social, la independencia económica y la soberanía política sólo podrá hacerlo en un marco más amplio que el meramente “nacional”. A esto seguramente se refería el mismo General Perón cuando decía que el año 2000 nos encontraría “unidos o dominados”.

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