Somos lo que somos

«Lo que hay que recuperar es el valor ético y moral, expuesto en las Leyes de Burgos de 1512 que prescribían normas en defensa de los indios; Las Leyes Nuevas de 1542, un perfeccionamiento de las anteriores (…) las discusiones entre Sepúlveda y Las Casas (…) a propósito de los excesos ocurridos hasta ese entonces en tierras americanas, que es convocada nada menos que por Carlos V, rey de España (…) Generaciones enteras de hispanoamericanos -no los pueblos- han adherido al mito de la supremacía anglosajona (…) Pero la América Hispánica está presente. Y la experimentamos “nuestra” (…) Este nacionalismo hispanoamericano ha sido contravenido por nacionalismos locales«

Representación del mestizaje en la América hispana en un cuadro de Miguel Cabrera de 1763 (Museo de América, Madrid).

Representación del mestizaje en la América hispana en un cuadro de Miguel Cabrera de 1763 (Museo de América, Madrid).

Artículo del historiador Roberto M. Maffeis, publicado en el sitio web Historia del Peronismo bajo el título «Somos lo que somos. Conquista y colonización hispánicas. Hispanismo e indigenismo».

De tanto discutir la propuesta de que debe adscribirse, a indigenismo o a hispanismo, solemos perder de vista que los americanos, desde el Sur de Estados Unidos hacia el Sur y los argentinos en particular para el trabajo que presentamos, somos el resultado de la síntesis entre la cultura hispánica y lo propio aportado por los pueblos originarios de América.

Esa cuestión está apoyada en la idea, no manifestada explícitamente, o bien, mostrada a medias en formas más o menos veladas, con fines inconfensables, al decir de Perón, de que una cultura hispanoamericana no es posible, no es viable, en lenguaje actual. Esa es la trampa que la discusión esconde.

El arraigo de esa síntesis, lo hispanoamericano,  en la geografía americana, es una elaboración de siglos, como hemos venido sosteniendo para algunos de sus aspectos culturales y políticos, como para tantos otros aspectos, también culturales, económicos, jurídicos, lingüísticos, religiosos y étnicos. ¿Porqué entonces negar esa identidad cultural y porque es para nosotros crucialmente necesario sostenerla?

Lo cierto es que este desconocimiento es impulsado por liberales y marxistas, en rigor dos variantes del materialismo, que están muy lejos cultural y políticamente de reconocer la realidad hispanoamericana fruto de aquella síntesis y son por lo tanto, oposición antagónica a la misma.

El hispanismo nuestro es con la mirada americana de la colonización hispánica, diferente por cierto a la mirada que hoy podrían tener los propios españoles desde su óptica y muy diferente a la propuesta indigenista, liberal o marxista.

Como decimos, va en esto la posibilidad de concretar la unidad de la gran nación americana. Vemos, con asombro, como en todos los niveles de la educación argentina, es retaceado o ignorado el valor de la síntesis entre la colonización hispánica y lo propio americano. ¿Donde es expresado entonces este pensamiento? Precisamente en los círculos de pensamiento que no tienen acceso a la gran difusión. ¿Es que no existe entonces en el pueblo hispanoamericano? Por supuesto que existe. Está  con toda su fuerza y vitalidad, mucho más que latente. Está en forma práctica y real, solo que no es elevado a un modo de reflexión colectiva en dirección a la unidad continental  y con la difusión que le correspondería a ese nivel de conciencia. Aquí opera la contracultura, proponiendo una visión negativa de la conquista y colonización. Estas son mostradas como una tragedia y genocidio. Esto es lo que se aprecia y prevalece en colegios, universidades y en el tratamiento cotidiano de la cuestión en lo medios de difusión.

Están ausentes en todos esos ámbitos, dos simples preguntas ¿Sobre que conciencia social colectiva habrá de asentarse la futura unidad continental y de donde viene esa conciencia colectiva? La respuesta a ambas  preguntas es una sola: la raíz cultural hispánica de la que hoy somos portadores, sintetizada con los valores propios de los pueblos originarios y sus culturas.

El liberalismo no puede reconocer esta realidad, porque hablar de conciencia social es impugnar desde lo más profundo al sistema demo liberal representativo burgués y además, algo con lo que a diario nos cruzamos: el mito de la supremacía anglosajona, inventado en el siglo XIX a propósito de denigrar la herencia cultural hispánica y su resultado, lo hispanoamericano.

El marxismo, a su turno, tampoco puede reconocerla, porque de hacerlo, se enfrentaría cara a cara con un sistema que propone la participación de todos en las decisiones y esto lo incomoda particularmente, dado que en la conciencia marxista prevalece la idea vanguardista y elitista, sectaria y egoísta, que impugna precisamente lo anterior y se reserva las decisiones para muy pocos, “para los mejores”, es decir, supuestamente, ellos mismos. En cambio para J.D.Perón, “lo mejor que tenemos es el pueblo”, es decir todos. El origen de este pensamiento es una lectura y reconocimiento de nuestra historia hispanoamericana.

En que nos fundamos: ¿Es la colonización hispánica una empresa libre de defectos y de problemas? Por cierto que no. La llegada de los españoles a fines del siglo XV, implicó un impacto superlativo para ambas partes involucradas en este hecho histórico. Europeos peninsulares trasladados a América y pueblos originarios, ya no serían para siempre los mismos.

La marca del hecho sería, para los americanos originarios la desestructuración de los diversos sistemas políticos y culturales existentes. “El trauma de la conquista no se limitó al impacto psicológico de la llegada del hombre blanco y a la muerte de los antiguos dioses. El dominio español, en tanto que se sirvió de la instituciones nativas, al mismo tiempo llevó a cabo sus desintegración, dejando sólo estructuras parciales que sobrevivieron fuera del contexto relativamente coherente que les había dado sentido”. (1) Este nuevo contexto, será la pertenencia del conjunto de las civilizaciones preexistentes, a España, no como colonias comerciales a distancia, sino como prolongación del reino y parte de este. Más que colonias son “provincias” y el marco de referencia para las civilizaciones originales es nuevo, pero infinidad de sistemas culturales parciales serán preservados.

Primeros homenajes en el Nuevo Mundo a Colón, óleo de José Garnelo Alda (1892), Museo Naval de Madrid.

Primeros homenajes en el Nuevo Mundo a Colón, óleo de José Garnelo Alda (1892), Museo Naval de Madrid.

La desestructuración apuntada consiste en que, con todas las diferencias del caso, ya sea por la dilatada geografía involucrada en la conquista o por los diferentes grados de desarrollo de cada uno de los pueblos originarios, la aparición del español desarticula el andamiaje de organización política y social preexistente. Un común denominador se advierte: desde simples cacicazgos o liderazgos de reyes hereditarios, o “elegidos” según la interpretación que hacían de las decisiones de sus dioses, constituían el sistema político que la colonización encuentra. Y son escasísimos los casos conocidos, preexistentes al descubrimiento de 1492, donde hubiese sistemas en los que, por debajo del monarca, se previese la participación colectiva de los pueblos en decisiones de interés general. La aparición de la cultura hispánica en América incorpora precisamente el dato contrario, el de la conciencia social, incubada y desarrollada en la península durante siglos.

Va de suyo que coexistían en el continente, como estamos apuntando, los más diversos grados de civilización. Algunos ciertamente avanzados y espléndidos en algunas disciplinas,  como fueron los aztecas e incas, con altísimo dominio de la ingeniería, la astronomía, las matemáticas, la urbanización, la agricultura y con artes avanzados como en la escultura, la pintura, etc.

Un dato clave sobresale en muchas de estas culturas y es el particular lazo de estos pueblos con la tierra, con la suya como territorio y como valor para la vida y como vínculo en su relación con los dioses. Algo muy notable, que perdura hasta hoy en día y que ha enriquecido al cristianismo al aportar le diferentes lazos de comunicación ya ahora, con Jesús, nuestro único Dios y de todos.

Antes, en tiempos precolombinos, los valores apuntados en el párrafo previo al precedente, coexistían con religiones complejas, que no ahorraban el sacrificio de seres humanos en ofrenda a sus dioses. En algunos casos, las vidas ofertadas, eran las de los cautivos de los pueblos por ellos dominados y también de sus propios componentes. Pero el sacrificio era moneda corriente en esas culturas. Este dato revelador, no solo apunta a mostrar un relativo valor para la vida humana en esos pueblos, sino también, y muy importante, está señalando que existían verdaderos imperios, es decir pueblos que dominaban a otros y no precisamente con buenos modales. La fuerza militar era el argumento, como en cualquier otra parte del mundo y desde que el hombre es hombre. El imperio incaico por ejemplo, se extendía desde el Ecuador hasta el norte argentino e incluía en su dominio a diversos pueblos y civilizaciones a las que debían contener, obviamente por la fuerza,  porque como era natural, se rebelaban.

Cortés en su asedio y guerra a los aztecas cuenta con el apoyo de los pueblos indígenas dominados por aquellos.  El indigenismo a la hora de juzgar a la colonización hispánica, ignora estos testimonios de la historia.

Encontramos entonces, desde  estos niveles de desarrollo cultural, hasta los más primitivos y atrasados y la implantación del nuevo sistema político traído por España que tiende, como hemos dicho, a desestructurarlos. Es la primera consecuencia que sufren.

De cerca de 25.000 años data el poblamiento de América. Esto es lo que encontró España.

Desde el punto de vista étnico fue una catástrofe poblacional. De acuerdo con los estudios más recientes, la población indígena descendió durante el siglo XVI, primero (exceptuando los 8 años restantes del siglo XV) de la colonización, en aproximadamente entre un 30% al 90%, según el estudio del que se trate y el lugar geográfico considerado. En algunos casos, como en la isla La Española, la población indígena desapareció literalmente. La principal causa fueron las enfermedades que importaron los españoles al llegar al continente: viruela primordialmente, sarampión, gripe, entre otras.

Otro ejemplo: en el mencionado sitio de Cortés a Tenochtitlan, México, en 1519, colapsa la población azteca por una epidemia de viruela. Ningún pueblo originario estaba preparado desde el punto de vista de la inmunidad orgánica, para defenderse de esas enfermedades. Este continente había estado separado del resto del mundo, durante toda su historia previa. No existían esas enfermedades y no había por lo tanto anticuerpos.

Asentada ya la colonización y el poblamiento de América, es innegable que la relación entre españoles y criollos e indígenas fue harto dificultosa en muchos momentos y lugares. ¿Si hubo excesos? Claro que los hubo. Los sistemas de explotación económica, como por ejemplo la extracción de la plata en lo que hoy es Bolivia, o los comerciales impositivos, por caso las encomiendas, provocaron también un descenso en la población y el trato fue particularmente cruel en algunas regiones. Dice Ernesto Palacio: “La servidumbre de los indios tendía naturalmente a degenerar en opresión. No obstante las exhortaciones de los capataces y la prédica de los misioneros, el indio hacía una resistencia pasiva al trabajo obligatorio y su rendimiento por cabeza era ínfimo. El problema no aparecía tan grave cuando había muchos. Pero el ineludible progreso fue cambiando los términos de la proporción de tal modo que, a la vez que aumentaba el número y las necesidades de los españoles, disminuía la cantidad de indios encomendados, parte por inadaptación al régimen y la consiguiente mortandad, parte por la deserción y vuelta de muchos a la vida salvaje…Las disposiciones reales (que eran muchas y algunas muy detalladas) en defensa de la población indígena no se cumplían, o se cumplían de manera muy deficiente”. (2)

Pero la colonización tenía no solo propósitos de riquezas materiales en el espíritu de algunos de los llegados, sino un sentido misional trascendente y de traspaso cultural como hemos visto en puntos anteriores. Todos estos propósitos convivían en ella y eran inherentes a la condición humana de los portadores de la empresa.

Frente a este fenómeno, una clave para su comprensión la da Vicente Sierra de este modo: “¿Acaso no fueron hombres los que vinieron de España? Cierto escritor colombiano dijo Absurdo es suponer que todos los españoles tuvieran, como los misioneros, predisposición para el martirio. Por católicos, la mayor parte, si hubieran sentido necesidad de andar, habrían ido a Tierra Santa o a Roma. Tales tonterías pueden decirse cuando se desconoce que la acción religiosa es una permanente labor contra el predominio de los elementos puramente naturales. Y lo natural es que tentaran las ilusiones de las riquezas indianas, pero lo católico sirvió para que, al final de cuentas, aquellas riquezas llegaran a ser lo de menos, aunque más no fuera en la hora de la muerte, es decir, en la hora de la conciencia. Una sociedad de católicos no basta para constituir una de santos, pero los santos deben salir de una sociedad de católicos”. (3)

Y mucho más contundente aún, lo explica Amelia Podetti al decir: “España realiza esta hazaña moderna con hombres modernos, pero no separándose ni enfrentándose al cristianismo, sino reuniendo las dos instancias, los dos impulsos: el carácter contradictorio de la conquista, donde están absolutamente mezclados la codicia y la fe profunda, el coraje y la crueldad, la grandeza heroica y los más bajos apetitos: los héroes fundadores de América son todos realizaciones vivientes de esta contradicción”. (4)

Misión jesuítica guaraní de San Ignacio, según un cuadro de la pintora Léonie Matthis.

Misión jesuítica guaraní de San Ignacio, según un cuadro de la pintora Léonie Matthis.

Una empresa humana, con todos los ingredientes de su condición de tal.

La verdadera y profunda dimensión de la colonización hispánica

La interpretación, o mejor dicho la posición política indigenista, liberal o marxista, dan igual, pretende agotar la visión de la colonización desde lo trágico. Esconde lo que ya hemos apuntado en cuanto a que, la cultura hispánica trasladó a América una conciencia social y está pasó a formar parte de la síntesis étnica y cultural que tuvo lugar desde 1492 en adelante.

Como queda demostrado, la democracia social y las diferentes formas de participación colectiva, aún imperfectas o incompletas, que se desarrollaron en el “nuevo continente”, no encuadran ideológicamente dentro de los marcos del pensamiento indigenista. De hacerlo, superarían su propia visión en un sentido de avance, por eso es que, como muy bien lo dice Vicente Sierra “lo deplorable es el indigenismo político, o sea la teoría del retroceso”. (5) Es decir, es preferible remitirse a los aspectos negativos del pasado y anclarse en ellos, que tomar del mismo los valores permanentes y positivos que permitan una liberación continental. Claro está, de ser de este modo, el signo sería el de la cristiandad y el de la democracia social. Imposible de digerir para el indigenismo.

Para encontrar una explicación ciertamente lejana, pero rigurosamente cierta desde el punto de vista histórico y para comprender la oposición pertinaz a la colonización hispánica, hay que remontarse a los tiempos de la reforma protestante, donde, partiendo de datos ciertos, revelados por los propios españoles en un auto examen de conciencia como veremos enseguida, comienza a construirse la famosísima Leyenda Negra, incubada especialmente por los holandeses, o sea el informe de los abusos y excesos de los españoles en tierras americanas, donde supuestamente no había lugar absolutamente para nada más que no fuese la  depredación y la  crueldad de la conquista.

¿Qué está detrás de la reforma protestante del siglo XVI, sino las raíces del propio capitalismo? ¿Que otra visión podían tener  los inventores de la explotación del hombre por el hombre y las consecuentes formas políticas para su sostén, de un emprendimiento como la conquista y colonización católica, con su sentido misional y enraizado en la práctica de la democracia social, sino la peor y más trágica de las visiones? Se encargaron de crearla y con paciencia infinita de difundirla por el mundo hasta nuestros días. Ese es el objetivo de la Leyenda Negra, porque detrás de ella está, en sus primeros tiempos, la oposición protestante al catolicismo y avanzados los siglos hasta el presente, la oposición anglo sajona a la filiación hispánica de la cultura hispanoamericana, que advierte, con precisión, que una realización continental con semejante basamento, es políticamente intolerable. Y no es el único objetivo: ya apuntamos el mito de la superioridad anglosajona. Así lo ve Perón: “…procuraba (la Leyenda Negra) fomentar así, en nosotros, una inferioridad espiritual propicia a sus fines imperialistas, cuyos asalariados y encumbradísimos voceros repetían, por encargo, el ominoso estribillo cuya remunerada difusión corría por cuenta de los llamados órganos de información nacional. Ese estribillo ha sido el de nuestra incapacidad para manejar nuestra economía e intereses, y la conveniencia de que nos dirigieran administradores de otra cultura y de otra raza. Doble agravio se nos infería; aparte de ser mentira, era una indignidad y una ofensa a nuestro decoro de pueblos soberanos y libres”. (6)

¿No es acaso un latiguillo de moneda corriente en nuestros tiempos, escuchar en ciertos sectores sociales exactamente lo mismo que denunciaba Perón hace 62 años? ¿De dónde viene este aserto contracultural?  El marxismo y el progresismo, como furgones de cola, siguen estos pasos con idéntico objetivo.

¿Cómo es posible en nuestros días encontrar tantas asociaciones indigenistas europeas en países anglosajones, que reivindiquen los derechos de los indios americanos y levanten las banderas históricas de la Leyenda Negra? ¿Por quién son financiados muchos dirigentes indígenas americanos? Y si esto ocurre en nuestros tiempos, hace 32 años, es decir en 1977, en la segunda reunión de Barbados de pueblos indígenas, el dirigente indígena venezolano Ye´cuana (Simeón Jiménez Turón) denunciaba lo mismo de esta forma: “Ahora quiero referirme a las mentiras de los blancos que durante los últimos 30 años, en mi país, han estado ganándose la vida y prestigio social a costa nuestra a través de las famosas oficinas indigenistas. Por supuesto que de estas oficinas para el indígena no ha derivado ningún beneficio, sino que su nombre y supuesta condición anden rodando a nivel nacional para justificar presupuestos….” (7) Las respuestas a estas preguntas aclaran el panorama.

A su turno España y un determinado hispanismo americano, oponen una visión apologética o también llamada Leyenda Celeste, en oposición a la Negra. Consiste esta visión, en mostrar al conquistador casi como un ser angelical que solo vino a evangelizar y como libre de su propia condición humana, es decir portador de cualquiera de las miserias, de esas que lo hacen precisamente humano.

Probablemente España quiera saldar esta discusión desde su propia mirada, justificando su empresa más allá de la realidad hispanoamericana, de los indios y del resultado del mestizaje, en una América donde este componente étnico es predominante.

Por otra parte, en el presente, en círculos de pensamiento argentino, en vez de proyectar lo hispanoamericano hacia adelante en búsqueda de la unidad continental, se pierde el tiempo descubriendo falsificaciones varias de la Leyenda Negra, en un juego historiográfico intelectual improductivo y ciego.

Al decir de Hernández Arregui, es tan baldía la Leyenda Negra como la apologética” (8). Y es así, ninguna de las dos es fecunda. No conducen a nada, mejor dicho, conducen, la Negra ya dijimos a que, a un desvío fatal y la apologética no se sabe bien a donde.

A nosotros, los hispanoamericanos, nos interesa nuestra propia mirada. La que puede recuperar para sí todos los valores que están en juego desde el primer momento del descubrimiento y colonización, porque ellos hacen a nuestra cultura y conciencia social.

En vez de impugnar las exageraciones y falsificaciones del indigenismo, las manipulaciones de la Leyenda Negra o lo que es mucho peor negar que sucedieron  crueldades, injusticias y excesos, lo que hay que recuperar es por ejemplo, el valor de la discusión sobre que “justos títulos” tenía la corona de España para conquistar y colonizar nuevas tierras y a sus habitantes naturales. Está discusión comenzó en la primera hora, promovida por los Reyes Católicos y continuó durante todo el siglo XVI. No conoce parangón alguno en la historia de la humanidad y mucho menos en la colonización anglo sajona, que exterminó para siempre cuanto indígena tuvo enfrente y nunca ni nadie cuestionó tal hecho.

Lo que hay que recuperar es el valor ético y moral, expuesto en las Leyes de Burgos de 1512 que prescribían normas en defensa de los indios; Las Leyes Nuevas de 1542, un perfeccionamiento de las anteriores con trascendencia en dirección hacia la obtención de derechos humanos; de las discusiones entre Sepúlveda y Las Casas, en el marco de la Junta de Valladolid, entre 1550 y 1551 a propósito de los excesos ocurridos hasta ese entonces en tierras americanas, que es convocada nada menos que por Carlos V, rey de España y todas y cada una de las legislaciones proteccionistas de la población indígena americana, que se dictaron en la península y el continente americano durante todo el periodo en que duró la colonización y reconocer sin menoscabo de, que, las deficiencias que pudieran tener derivaban de dos cuestiones: una, la lejanía del poder central para poderlas hacer cumplir a rajatabla y la otra, la naturaleza humana de los actores.¿Pero que empresa civilizadora puede exhibir semejantes preocupaciones desde su propio seno? Esto es lo que hay que poner sobre la mesa, junto al resultado de esas preocupaciones. Digámoslo sin vueltas: por aquí pasó Perón, con 50% de sangre indígena, ya que su madre era Tehuelche y es en nuestra tierra, el lugar donde aquellas lejanas preocupaciones, tuvieron el lugar de realización en forma de avanzada y revolucionaria justicia social y participación colectiva. .

Dice Perón en relación a aquel tema: “Y si bien hubo yerros, no olvidemos que esa empresa, cuyo cometido la antigüedad clásica hubiera discernido a los dioses, fue aquí cumplida por hombres, por un puñado de hombres que no eran dioses aunque los impulsara, es cierto, el soplo divino de una fe que los hacía creados a imagen y semejanza de Dios”. (9)

Continuando con esta línea de someterse solo a la verdad, Juan Pablo II declara en 1984: “La Iglesia, en lo que a ella se refiere, quiere acercarse a celebrar este centenario con la humildad de la verdad, sin triunfalismos ni falsos pudores; solamente mirando a la verdad, para dar gracias por los aciertos y sacar del error motivos para proyectarse renovada hacia el futuro. Ella no quiere desconocer la interdependencia que hubo entre la cruz y la espada en la fase de la primera penetración misionera. Pero tampoco quiere desconocer que la expansión de la cristiandad ibérica trajo a los nuevos pueblos el don que estaba en los orígenes y gestación de Europa….y la voz de la Iglesia se elevó desde el primer momento contra el pecado”. (10)

Y nosotros podemos decir que la autentica y más profunda evangelización, estuvo mucho más en manos de sacerdotes y misioneros, que predicaron casi siempre en la lengua de los naturales, que en la jerarquía eclesiástica vinculada de hecho al poder civil, porque fueron aquellos los que demostraron gigantesca fe y coraje para, como lo describe Vicente Sierra: “el normalismo (institutos para preparar el magisterio, obra de los liberales) tiene menos coraje para penetrar en la selva que aquellos misioneros, porque para la tarea hace falta menos pedagogía, pero más fe, más amor a los hombres y más amor a Dios”.(11)

El indigenismo, supuestamente preocupado por las condiciones a que se sometía o somete a los pueblos originarios de América, machaca  una y otra vez sobre esta cuestión. Frente a esto, en vez de apologetizar sin razón, como lo hace cierto hispanismo, sin reconocer los hechos, como si lo hacía la propia monarquía española, Perón y Juan Pablo II, en realidad decimos que estamos más que agradecidos de tener en nuestra genética cultural un antecedente de esa envergadura, como el que describe Perón y hay que decirlo con todas las letras. Y lo que hay que decir también con todas las letras, es que, en los tiempos actuales, el sufrimiento y la explotación de los pueblos indígenas, no es diferente al de millones de americanos, mestizos y blancos que son pobres y sojuzgados de igual modo. Al indigenismo debe decírsele: los indígenas son hermanos pobres y deben salir de la miseria igual que los hermanos pobres que no son indígenas.

No obstante, Perón no es indigenista, porque eso sería la adscripción a un retroceso político y cultural. Es indio por parte de madre y entiende que el camino es la justicia social y la unidad continental para todos los pueblos, partiendo de la historia común que nos sustenta.
Hugo Chávez Frías, presidente de Venezuela, en la constitución de su país dedica y repite constantemente,  su reivindicación a los derechos indígenas y de la América morena. Pero declara a quien lo quiera escuchar que su maestro es Jesús y su libro de cabecera es el Evangelio. Es invocada la protección de Dios nuestro señor en el preámbulo de esa constitución y en la última reforma son impulsadas las Organizaciones Comunitarias, los Consejos Comunales y las Comunas para la participación en la toma de decisiones colectivas, contándose además, que todos los cargos son revocables ¿De donde viene semejante síntesis?

Bolivia, en su última reforma constitucional, donde se acentúa ásperamente la crítica al sistema colonial que ahí imperó por siglos, sin embargo, inicia su texto de este modo: Cumpliendo el mandato de nuestros pueblos, con la fortaleza de nuestra Pachamama y gracias a Dios, refundamos Boliviay en el capítulo tercero puede leerse sobre el sistema de gobierno, que la democracia se ejerce:”….en forma directa y participativa, por medio del referendo, la iniciativa ciudadana, la revocatoria de mandato, la asamblea, el cabildo y la consulta previa…” (12) ¿De donde vienen semejantes propuestas políticas, culturales y religiosas?

Recuerda Vicente Sierra a Benito Juárez con toda razón, de este modo:” México tiene el legítimo orgullo de ser la patria de Juárez, un indio; un indio que lucha  por la independencia nacional de su país, pero lo que sus biógrafos callan es que el sentimiento de la libertad no lo adquirió leyendo los jeroglíficos de los escribas de Moctezuma, sino que fue consecuencia de que la acción misional de España logró dotar a sus antepasados, y por consiguiente a él mismo, de un sentimiento de la libertad que no encontrarán los historiadores en el árbol genealógico del ilustre mexicano”.(13)

Lo que entonces debemos reivindicar de nuestro pasado, hoy presente y plenamente vigente, es nada menos que una lengua común que permite entendernos desde Ushuaia hasta el Sur de Estados Unidos de un mismo modo y comprensión; una misma religión, la mayoritaria fe cristiana en toda esta geografía, “con su poder de humanidad y salvación, dignidad y fraternidad” (14),al decir de Juan Pablo II  y que es en sí mismo, un motivo de unidad cultural para enfrentar la destrucción que nos proponen; el mismo catolicismo heredado de España enriquecido por los pueblos indígenas y mestizos americanos y que dan lugar a la religiosidad popular, legítima y novedosa (en términos de los últimos siglos) forma de vincularse con Dios y que ha hecho crecer a la Iglesia Católica; la profunda afinidad cultural, además de la religiosa apuntada, de numerosos pueblos en extensas regiones, solo divididas por límites existentes únicamente en la imaginación de los hombres y en los escritorios del Foreing Office inglés, pero no en la realidad; un pasado de unidad política desde los primeros siglos de la colonización, vuelto a plantear por San Martín y Bolívar y frustrado nuevamente por el reemplazo del imperio español, a manos del imperio inglés; un componente étnico donde en muchos de nuestros países predomina el mestizo, resultado precisamente de un intercambio entre criollos e indígenas, en el que fue barrido cualquier prejuicio racial o cultural, resultado obvio de una ética heredada de España y finalmente, el sentido de libertad y conciencia social de los que somos portadores.

¿Desde que otro lugar podemos plantearnos la unidad continental, sino desde estos vínculos que atan pueblo con pueblo en Hispanoamérica?

Un marxista de pensamiento nacional parece comprender esto y vaya si lo hace. Dice Hernández Arregui: “América Latina, durante el siglo XIX, fue avasallada por pueblos con los cuales no tenía ninguna afinidad cultural. Pero esta recusación mutua, al agravarse la explotación imperialista, ha mantenido ardiente el instinto de una diferencia cultural,  que es el impulso hacia la unidad del porvenir. Generaciones enteras de hispanoamericanos -no los pueblos- han adherido al mito de la supremacía anglosajona. El pionero fue Sarmiento. Tanto como el dominio económico, este fraude espiritual ha sido la obra maestra de las naciones imperiales. Pero la América Hispánica está presente. Y la experimentamos “nuestra”. Sentimiento que enclaustra una realidad pasada, presente y actual, no consumada en la esfera política mundial, pero siempre rediviva en la conciencia ancestral de Iberoamérica. Tal hecho emocional es el germen de una nacionalidad en potencia que rebasa las fronteras sin causa, y cuya horizontalidad geográfica tiende por ley histórica a la verticalidad de un sentido. Este nacionalismo hispanoamericano ha sido contravenido por nacionalismos locales, que reproducen, parcializados, los intereses agrarios (y habría que agregar varios factores económicos y de poder político más) de las oligarquías nativas hostiles a la unidad continental. Pero Iberoamérica reúne las condiciones de una nación integral. Y el falaz nacionalismo de las repúblicas sin existencia propia, auspiciado desde afuera, será sustituido por la conciencia  histórica de la nación iberoamericana”. (15)

Naturalmente que esa conciencia histórica demanda, insoslayablemente, asumir que “somos lo que somos”, expresión inequívoca de ese gran argentino que fue Manuel Ugarte, absolutamente necesaria, más no suficiente para el objetivo de la unidad continental.

BIBLIOGRAFIA Y DOCUMENTACION DE APOYO
  1. Bethell, Leslie – Historia de América Latina, Cambridge University Press. Editorial Crítica, Pag. 174
  2. Palacio, Ernesto  –  Historia de la Argentina 1515-1955, A. Peña Lillo Editor, Pag. 71
  3. Sierra, Vicente – Así se hizo América – Ediciones Dictio, Pag. 15
  4. Podetti, Amelia – La irrupción de América en la historia, Revista Hechos e Ideas, Nro. 14, 1986, Pag. 42
  5. Sierra, Vicente – Ob. cit. Pag. 136
  6. Perón, Juan D.  –  Discurso 12-10-1947  –  Ver en Documentación
  7. Ye´cuana (Simeón Jiménez Turón)  –  Discurso en 2da. reunión de Barbados, 1977
  8. Hernández Arregui, J.J. – ¿Qué es el ser nacional? – Ed. Nueva América, Pag. 38
  9. Perón, Juan D. – Disc. Cit.
  10. Juan Pablo II – Mensaje a los obispos del CELAM – Santo Domingo,12-10-1984
  11. Sierra, Vicente – Ob. cit. Pag. 73
  12. Constitución de Bolivia
  13. Sierra, Vicente – Ob. cit. Pag. 59
  14. Juan Pablo II – Disc. Cit.
  15. Hernández Arregui, J.J. – Ob. cit. Pag. 33

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