La unidad de la América de habla española

Hispanoamérica (en verde) posee una unidad cultural, histórica y lingüística claramente distinta de Brasil (en naranja).

Hispanoamérica (en verde) posee una unidad cultural, histórica y lingüística claramente distinta de Brasil (en naranja).

«los diez mil kilómetros que separan el norte de México del sur de Chile y Argentina son una distancia geográfica, pero no espiritual (…) la América Española existe y se puede discurrir sobre ella sin necesidad de dividirla en veinte (…) hay puntos de contacto, semejanzas, parentescos entre Brasil y la América Española, pero la suma de las diferencias es más importante que la de las semejanzas (…) La América Española en cambio, a pesar de su inmensidad geográfica y su aparente heterogeneidad, es un conjunto identificable, con suficientes rasgos comunes como para que sea útil generalizar sobre él, una subdivisión “clara y distinta” del mundo en que vivimos»

El siguiente texto es un extracto del libro «Del buen salvaje al buen revolucionario» (publicado en 1976), del periodista y escritor venezolano Carlos Rangel.

Española, no latina

Los latinoamericanos no estamos satisfechos con lo que somos, pero a la vez no hemos podido ponernos de acuerdo sobre qué somos, ni sobre lo que queremos ser. ¿En qué consiste, exactamente, ese ser latinoamericano que compartimos desde el Río Bravo hasta la Patagonia? Una respuesta posible consiste en decir, que no hay una América Latina, sino veinte (título del libro bastante conocido de Marcel Niedergang) e inclusive echar en el saco a Brasil (y hasta a Haití). Pero todo hispanoamericano sabe, al encontrarse con un brasilero, que está frente a él, no junto a él, que uno y otro miran el mundo desde perspectivas diferentes y eventualmente conflictivas.

En cambio, los diez mil kilómetros que separan el norte de México del sur de Chile y Argentina son una distancia geográfica, pero no espiritual.

Hay desde luego en Hispanoamérica grupos humanos marginales que habitan uno y otro de estos países sin participar en la cultura hispánica dominante. El hecho de que esos grupos sean residuos de los habitantes precolombinos, de los “dueños legítimos” del territorio, que hayan sido sus antepasados (y ellos mismos sigan siendo) víctimas de una conquista y una dominación para ellos extranjero; y el hecho adicional de que la sangre de estos esclavos corra, mezclada, por las venas de una enorme proporción de hispanoamericanos, son factores que tienden a confundir la conciencia del continente, inyectándole elementos de indefinición, mitología, racismo, complejos de culpa y de inferioridad, etc.

Pero simplificando, por el momento, uno de los debates más angustiosos y fundamentales entre los muchos que han torturado a la América Latina, diré que justamente es la América Española la que desde la Conquista hasta hoy se ha planteado como sujeto activo un problema en el cual las culturas aborígenes y los seres humanos protagonistas de esas culturas han sido objetos pasivos.  Los llamados indios, por su presencia en América en el momento del descubrimiento; por lo que de su cultura mal que bien no pudo dejar de adherirse a las sociedades hispánicas forjadas en la conquista, la colonización, y la evangelización; por la inmensa tragedia de su derrota, masacre y esclavización; por su participación en el proceso de mestizaje, y por su persistente presencia, han contribuido a formar una parte muy importante de la conciencia (y también de la mala conciencia) latinoamericana. Pero a pesar del indigenismo de moda, Argentina, Bolivia, Cuba, Colombia, Costa Rica, Chile, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, Puerto Rico, Santo Domingo, Uruguay y Venezuela suman una sola cultura, la cultura hispanoamericana, implantada en 18 naciones independientes y una nación sometida políticamente a los Estados Unidos.

Los españoles encontraron una variedad de culturas y hasta civilizaciones aborígenes en esos territorios. Luego, importaron negros africanos. Posteriormente inmigrantes de diversas procedencias se integraron en proporciones variables a cada país. La hegemonía anglosajona, hemisférica y mundial, ha tenido un impacto profundo, más pronunciado en algunos países, pero general. Sin embargo, un poco sorpresivamente, si se quiere, pero en forma palpable, la América Española existe y se puede discurrir sobre ella sin necesidad de dividirla en veinte, o ni siquiera en tres o en cinco.

En cambio sería claramente abusivo generalizar sobre una “América Latina” donde el Brasil estaría incluido como un componente más. Brasil es diferente a la América Española por su origen lusitano y su lengua portuguesa, pero además por el modo como fue conquistado y colonizado el territorio, y por haber sido metrópoli del Imperio Portugués durante largos años, tras los de cuales, en lugar de sufrir una ruptura traumática con Lisboa, logró su independencia por un acto de gobierno, por un decreto, conservando intactas las estructuras políticas y administrativas del Imperio.

En resumen, hay puntos de contacto, semejanzas, parentescos entre Brasil y la América Española, pero la suma de las diferencias es más importante que la de las semejanzas, puesto que incluye además la espectacular consolidación del Brasil en una sola nación gigantesca, fronteriza con todos los demás países de América del Sur menos Ecuador y Chile, y esto en contraste con la fragmentación  de la América Española en 19 pedazos.

De más está decir que esa dimensión continental tiene en sí misma una importancia determinante, y siendo sin duda consecuencia de antecedentes distintos, lleva en sí la semilla de divergencias cada vez más pronunciadas, y hasta de enfrentamientos. Al intentar comprender la América Latina, no se puede ignorar Brasil (lo mismo que no se puede ignorar los EE.UU.); pero para la América Española, Brasil aparece como un vecino potencialmente o actualmente peligroso, potencial o actualmente amistoso, pero en todo caso diferente, otro.

La América Española en cambio, a pesar de su inmensidad geográfica y su aparente heterogeneidad, es un conjunto identificable, con suficientes rasgos comunes como para que sea útil generalizar sobre él, una subdivisión “clara y distinta” del mundo en que vivimos.

Esa diferenciación de la América Española procede, evidentemente, del sello que le dieron sus conquistadores, colonizadores y evangelizadores. Se trata de uno de los prodigios más asombrosos de la historia, pero está a la vista, irrefutable. Hay controversia sobre el número exacto de los “Viajeros de Indias”, pero en todo caso fueron apenas un puñado de hombres, entre marinos, guerreros y frailes. Y esos pocos hombres, en menos de sesenta años, antes de 1550, habían explorado el territorio, habían vencido dos imperios, habían fundado casi todos los sitios urbanos que hoy todavía existen (más otros que luego desaparecieron), habían propagado la fe católica y la lengua y la cultura de Castilla en forma no sólo perdurable sino, para bien o para mal, indeleble.

Española, pues, y no “Latina” es la América cuyos mitos y realidades me propongo exponer; pero el nombre “América Latina”, o “Latinoamérica”, invención de franceses o de anglosajones, se ha impuesto de tal manera, que renunciar a él, o insistir a cada paso en que al usarlo se excluye metodológicamente al Brasil, sería una complicación engorrosa y hasta pedante. Entienda, pues, el lector que a menos de advertencia expresa en sentido contrario, la América Latina de este libro es la América que habla español.

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