La Patria Grande, Nuestra América

"Entrevista de Guayaquil", óleo de Octavio Gómez (Instituto Nacional Sanmartiniano. Buenos Aires).

«Entrevista de Guayaquil», óleo de Octavio Gómez (Instituto Nacional Sanmartiniano. Buenos Aires).

«Nuestra América es pues la Hispanoamérica, mestiza y trigueña como el Precursor y los Libertadores, que de México a Chile, tiene un origen común, un destino único, y se entiende en Castellano. Alberga una Nación continental levantada sobre el tronco hispano en el que las diversas culturas autóctonas se injertaron para darle un matiz local y la diversidad de su unidad»

 

 

El siguiente texto es un fragmento extraído del Capítulo 2 de la obra «La Patria Grande: La reunificación de Hispanoamérica. Historia de una idea persistente», de Raúl Linares Ocampo (edición de 2010).

VIII. LA GEOPOLÍTICA BOLIVARIANA

Una vez aclarado sin ambigüedad posible el concepto de Reunificación, debemos ocuparnos de la geopolítica correspondiente.

La Reunificación exige una geopolítica continental y universal que tenga como inconmovible e imprescriptible fundamento nuestra comunidad de origen, historia, cultura y destino, es decir, nuestra homogeneidad; una política realista, lejana y sagaz en la visión del porvenir, acertada en el cálculo y la aplicación de nuestros recursos presentes y futuros, formulada con absoluta claridad y sin sombra de duda. Debemos entonces analizar algunos conceptos básicos e indispensables, y recordar la profunda influencia que tienen los nombres en la política.

Nuestra América, Patria Grande, Reunificación son conceptos y nombres que lejos de ser arbitrarios, o simples productos del azar, tienen historia y contenido específicos y requieren cuidadosa aclaración a causa de su evidente trascendencia.

Hispanoamérica, Nuestra América y Patria Grande denotan la misma entidad: la América hispana, aunque cada término tiene un matiz propio y una función específica. Hispanoamérica reemplazó en el siglo XIX la expresión «la América antes española», frecuente en los primeros tiempos de la época  independiente, y que a su vez reemplazó el nombre Indias, ligado a las nociones de imperio y de Nación de ambos hemisferios (España y las Indias), propias de la Época Indiana. Hispanoamérica tiene pues connotación geográfica, histórica y política.

Nuestra América como sinónimo de Hispanoamérica se encuentra a lo largo de nuestra historia y de la presente obra, de modo que sería ocioso insistir aquí; baste con señalar que ya el Precursor Francisco de Miranda la empleaba en el siglo XVIII, refiriéndose a la parte americana de la Nación de ambos hemisferios y distinguiéndola del resto del continente americano. La emplea por ejemplo en sus diarios de viaje al comparar Nuestra América y Europa. Pero recién en 1891 con la publicación del famoso artículo A Nuestra América de José Martí adquiere calidad de nombre y concepto autónomo. Este artículo va más allá de nuestros asuntos internos y es de oposición al Norte «frío y brutal que la desprecia», al «gigante de siete leguas» que se abalanza a conquistarla. Es un urgente llamado a la unión: «los pueblos que no se conocen han de darse prisa para conocerse, como quienes van a pelear juntos. Los que se enseñan los puños como hermanos celosos … han de encajar, de modo que sean una, las dos manos». Es en general un análisis de nuestra historia, destino y cultura. El nombre se refiere pues a Nuestra América como Nación Histórica continental y Patria Grande indivisible.

Patria Grande es también tan natural que sería insulso buscar su primera aparición. En 1910 José Enrique Rodó decía ante el Congreso chileno: «Yo creí siempre que en la América nuestra no era posible hablar de muchas patrias, sino de una patria grande y única». Aquí encontramos tanto nuestra América como patria grande, aunque no como denominaciones autónomas. Con más claridad aparece en 1912 en un discurso de Manuel Ugarte durante su Campaña Hispanoamericana: «Debemos preservar colectivamente, nacionalmente, continentalmente, al gran conjunto común de ideas, de tradiciones y de vida propia, fortificando cada vez más el sentimiento que nos une, para poder realizar en el porvenir entre nosotros y de acuerdo con nuestro espíritu, la democracia total que será la Patria Grande de mañana». Como término y concepto autónomo aparece en el título La Patria Grande de un libro de Manuel Ugarte publicado en 1924, que no es una obra orgánica, sino una colección de artículos sobre temas relacionados con su Campaña Hispanoamericana, serie de conferencias a través del continente en pro de la Reunificación. El sinónimo Magna Patria es el título de un artículo de José Enrique Rodó publicado en 1905 y en el que se encuentran estas palabras:

«Patria es para los hispanoamericanos la América española. Dentro del sentimiento de la patria, cabe el sentimiento de adhesión no menos natural e indestructible, a la provincia, a la región, a la  comarca; y provincias, regiones o comarcas de aquella gran patria nuestra son las naciones en que ella políticamente se divide. Por mi parte, siempre lo he entendido así, o, mejor, siempre lo he sentido así. La unidad política que consagre y encarne esa unidad moral -el sueño de Bolívar- es aún un sueño, cuya realidad no verán quizá las generaciones hoy vivas. ¡Qué importa! Italia no era sólo «la expresión geográfica» de Metternich, antes de que la constituyeran en expresión política la espada de Garibaldi y el apostolado de Mazzini. Era la idea, el numen de la patria, era la patria misma consagrada por todos los óleos de la tradición, del derecho y de la gloria. La Italia una y personal existía: menos corpórea, pero no menos real; menos tangible, pero no menos vibrante e intensa que cuando tomó color y contornos en el mapa de las naciones». Patria Grande se refiere pues al solar paterno continental, al linaje, a lo ancestros, según el concepto de Patria indica. Tiene evidentemente también connotación política.

Nuestra América es pues la Hispanoamérica, mestiza y trigueña como el Precursor y los Libertadores, que de México a Chile, tiene un origen común, un destino único, y se entiende en Castellano. Alberga una Nación continental levantada sobre el tronco hispano en el que las diversas culturas autóctonas se injertaron para darle un matiz local y la diversidad de su unidad. En este solar continental se levanta la Patria Grande, linaje común de los pueblos indohispanos, indolatinos, euroindianos, emoción y fuerza a multiplicar al infinito y a convertir en voluntad de realizar las proezas que exigirá la salvación del porvenir.

En la Época Indiana, la Nación continental y la Patria Grande tuvieron un complemento político: el Estado Indiano, cuya creación se inició con la llegada de los ancestros hispanos.

La Nación y la Patria persisten por sobre la desaparición del Estado Indiano, y siendo el tiempo y los hechos consumados en sí irreversibles, la restauración del Estado Indiano es imposible; pero la Reunificación, la recuperación de la unidad, la creación de un nuevo gigante, cualquiera sea la forma futura que adopte, es una empresa factible, una tarea insoslayable y un mandato imperativo de los Libertadores y de la Historia pues hay sólo dos posibilidades: «unidos o dominados», en palabras de Juan Domingo Perón.

Cuanto se ha dicho hasta aquí habrá puesto en claro que Hispanoamérica, Nuestra América, Patria Grande son sinónimos entre sí, pero no de Latinoamérica ni de Iberoamérica.

Hablar de Reunificación tiene pues sentido sólo respecto a Nuestra América, a Hispanoamérica a Eurindia, a la Patria Grande, al común origen, al destino único, a la historia y a la cultura comunes, es decir, a la Nación continental; y políticamente, al Estado Indiano. En una palabra, a la «perfecta unidad en todo», según Bolívar decía.

Hispanoamérica en 1800, durante la época del Estado Indiano (o reino de Indias). La parte mayor de América, tanto en el norte como en el sur, pertenecía entonces a la América hispana.

Hispanoamérica en 1800, durante la época del Estado Indiano (o reino de Indias). La parte mayor de América, tanto en el norte como en el sur, pertenecía entonces a la América hispana.

Hispanoamérica en la actualidad, fraccionada en varios Estados independientes y débiles, producto del imperialismo anglo-estadounidense. Tanto Estados Unidos como Brasil ampliaron su territorio a costa de Hispanoamérica.

Hispanoamérica en la actualidad, fraccionada en varios Estados, sometidos al imperialismo anglo-estadounidense. Tanto EE.UU. como Brasil ampliaron su territorio a costa de Hispanoamérica.

Los programas de «integración latinoamericana», de moda desde mediados del siglo pasado, son de índole diferente, ya que tienen por finalidad esencial crear pactos, mercados comunes, comunidades y uniones, que no se limitan a Nuestra América, ni se basan en la nación continental ni se inspiran en la Patria Grande ni tienen relación con el Estado Indiano, con su unidad política y su economía coordinada y globalmente dirigida. Han sido, en general, producto de nuestra manía imitadora, se rigen por las leyes del mercado mundial, dominado por las potencias industriales, y crean un cúmulo de circunstancias que nos alejan de la verdadera meta, que no puede ser otra que la reconstrucción de nuestra «perfecta unidad en todo». Recientes ejemplos del género son dos organismos creados por el ciego activismo de los mandatarios sudamericanos.

El 8 de diciembre de 2004 en la ciudad del Cusco, los presidentes sudamericanos lanzaron la llamada Comunidad Sudamericana de Naciones que luego de tres Cumbres: Brasilia (2005), Cochabamba (2006), Margarita (2007), reapareció en Brasilia (2008) con el nombre Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR).

Los nombres empleados delatan imitación del proceso europeo en el que figura primero Comunidad y luego Unión. Europa necesitó décadas para pasar de la Comunidad a la Unión porque realizaba un proceso de creación; los Presidentes, que sólo remedaban y eran impulsados por Brasil, principal interesado, necesitaron apenas cuatro años.

La Declaración de 2004 afirma: «Los Presidentes de los países de la América del Sur reunidos en la ciudad del Cusco en ocasión de la celebración de las gestas libertarias de Junín y Ayacucho y de la convocatoria del Congreso Anfictiónico de Panamá, siguiendo el ejemplo del Libertador Simón Bolívar, del Gran Mariscal de Ayacucho Antonio José de Sucre, del Libertador José de San Martín, de nuestros pueblos y héroes independentistas que construyeron, sin fronteras, la gran Patria Americana e interpretando las aspiraciones y anhelos de sus pueblos a favor de la integración, la unidad y la construcción de un futuro común, hemos decidido conformar la Comunidad Sudamericana de Naciones».

Lo que con semejante galimatías decidieron conformar los Presidentes -sin mandato de los pueblos- es una variante del «ideal panamericano de Bolívar», del presidente Kennedy. Las circunstancias y los fines son diferentes, pero en ambos casos se distorsiona el original para justificar un fin incompatible. La referencia al «Congreso Anfictiónico» es incongruente con esta Comunidad heterogénea, ya que una empresa anfictiónica es asunto exclusivo de una familia histórica como fue el caso de los pueblos griegos de la antigüedad o de los hispanoamericanos de hoy. Miranda, Bolívar, Gual se inspiraron en la Anfictionía griega, que salvó a sus pueblos del exterminio, pues era pertinente en nuestro caso. De ahí que en sus intentos reunificadores, Bolívar se opusiera a incluir países que «por sólo ser extranjeros tienen el carácter de heterogéneos para nosotros». Es decir, a países que no tenían la «perfecta unidad» de origen, historia, nación y destino. Pero la iniciativa de las mandatarios, que se reclama del «Congreso anfictiónico» excluye a México, Centroamérica y los países hispanoamericanos del Caribe, e incluye a extraños: Brasil, Guayana y Surinam. Curiosa Anfictionía. Y de estos dos últimos países dice que se podrán asociar sin perjuicio de sus obligaciones con el CARICOM. Curiosa Unión. Aún más curioso es el hecho que el país motor de esta empresa (Brasil) sea precisamente el país que en los años de Junín y Ayacucho estaba ocupado en apropiarse el Río de la Plata y en extender su frontera a costa de Hispanoamérica, y hoy se ocupa de extender su influencia. Tampoco dicen los mandatarios lo que entienden por la «gran patria americana, sin fronteras». Y en fin, cabe preguntar hacia dónde se orienta esta Unión que alberga países que sostienen la alternativa  bolivariana (ALBA) pero también países que se le oponen y pertenecen a la Alianza del Pacífico. Parece que algunos mandatarios ven en la UNASUR un medio de independizarse de los E.U., y no ven lo que debería serles evidente:

En el continente hay dos gigantes – Estados Unidos y Brasil. El uno tiene ya un status de gran potencia, el otro ambiciona adquirirlo y lo adquirirá. Entre gigantes el entendimiento es la forma más racional y eficaz de relacionarse, no en vano los Estados Unidos tratan al Brasil como amigo predilecto y la Unión Europea le hace la corte. La UNASUR va en interés de ambos gigantes, no de Hispanoamérica, ya que ésta, como tal, no tiene lugar en la empresa, que en realidad, equivale a crear dos Panamericanismos: el del norte como zona de influencia estadounidense comprende los E.U., México, Centroamérica y el Caribe; el del sur como zona de influencia brasileña, abarcaría toda Sudamérica. Los gigantes asociados se reparten las tareas del dominio así: los E.U. se deshacen de los problemas que están surgiendo y se están agudizando en el sur, y que cuestionan su dominio. El Brasil proporciona una válvula de escape a la acción contra el gigante del norte mediante la UNASUR, el panamericanismo del sur, que, como recompensa, se le permite crear.

Una consecuencia de esta curiosa empresa: el pueblo hermano de Cuba quedaría aislado en el continente, por oponerse al Panamericanismo del norte y por ser excluído del Panamericanismo del sur.

La más reciente -no será la última- inspiración de los mandatarios se lanzó en febrero del 2010 en Cancún (México): la Comunidad de Estados latinoamericanos y caribeños (CELAC), que debía involucrar a todos los Estados del continente, excepto E.U. y Canadá. Del 2 al 4 de diciembre de 2011 tuvo lugar en Caracas la constitución oficial de este nuevo organismo. Los únicos rasgos comunes de tan heterogénea comunidad han sido la divergencia y el desconcierto. No obstante, no han faltado comentarios elogiosos sobre «la participación de 33 países latinoamericanos de nuestra América» para «construir la Patria Grande» y «realizar el sueño de Bolívar», que demuestran cuál extensa es la confusión y cuán urgente la necesidad de disiparla, ya que ha nublado el juicio de numerosos participantes, mandatarios inclusos. No hay 33 países latinoamericanos, si nos atenemos al verdadero significado de latinoamericano.Y cómo reunir en una patria a Bolivia y Grenada, Paraguay y Jamaica, etc., si nos atenemos al significado de patria. Y en fin, el sueño de Bolívar, es sueño pero es claro: «Una sola debe ser la Patria de todos los hispanoamericanos, ya que en todo hemos tenido una perfecta unidad»; y para librarlo de toda ambigüedad, Bolívar mismo, comentando un proyecto de confederación que se sometió a su consideración, aclaró: «los americanos del Norte y los de Haití, por sólo ser extranjeros tienen el carácter de heterogéneos para nosotros. Por lo mismo, jamás seré de opinión de que los convidemos para nuestros arreglos americanos».

La heterogeneidad sólo puede multiplicar los problemas, según demuestra el proceso europeo. La ventaja de Hispanoamérica reside en su homogeneidad, es su fuerza intrínseca; reside además en su inmenso potencial histórico que se debe administrar con sagacidad, so pena de diluirlo y perderlo en amalgamas internacionales heterogéneas que sólo aportan problemas y desventajas, en yuxtaposiciones artificiales de países que mutuamente se impiden avanzar porque tienen metas opuestas, tal es el caso de la UNASUR.

Buena parte del afán «integracionista» se debe a la obsesión por ver sólo el dominio estadounidense. La supremacía de los E.U. tendrá algún día su fin, sin que esto signifique de por sí que la vía a la Reunificación quede libre. Dicho en otras palabras, nuestra Cuestión Fundamental, nuestro destino, no se debe supeditar al destino ajeno. El verdadero problema no es el dominio estadounidense; es nuestra debilidad, nuestra miseria: autodenigración, desunión, entrega; la miseria congénita de la República Criolla. Para superarla son contraproducentes las asociaciones que involucren a regímenes pro imperialistas; y son insuficientes las que no impongan como criterio insoslayable la Cuestión Fundamental.

La Patria reunificada será la única salvación en un mundo de gigantes. Además, tenemos en común un mismo origen, historia, cultura, creencias e idioma.

La Patria reunificada será la única salvación en un mundo de gigantes. Además, los hispanoamericanos tenemos en común un mismo origen, historia, cultura, creencias e idioma. Y por tanto un solo destino: unirnos.

En definitiva, el interés de Hispanoamérica, Nuestra América, la Patria Grande, la Nación continental, es la Reunificación, la recuperación de la perfecta unidad, la creación de un gigante que supla al fenecido gigante indiano, y sea capaz de emanciparse, de negociar con los otros dos del continente, y de adquirir voz y voto en la asamblea de gigantes que rige el mundo globalizado. Todo lo demás es complicar la situación, mecerse en ilusiones, entregarse a sueños vanos e irreales que se convertirán en la pesadilla de la dependencia, que es el destino de los débiles. El mandatario capaz de concebir que un país nuestro pueda encontrar independencia, igualdad, reciprocidad o similares eufemismos al lado de un gigante es un peligro que el pueblo debe alejar a la mayor brevedad.

Un simulacro de reciprocidad es, por ejemplo, la carretera interoceánica, de la cual el canciller peruano Manuel Rodríguez Cuadros, decía en una entrevista: «Esta carretera dará oportunidad para que las exportaciones del Brasil salgan a la cuenca del Pacífico por nuestros puertos.  Pero sobre todo, nuestro interés y nuestra convicción para esta negociación ha sido abrir mercados interfronterizos y oportunidades de transformación productiva para las economías regionales de la macroregión del sur [del Perú]». Según datos oficiales, Brasil cubre 60%, Perú 40% de los costos. La relación es 6/4 = 1,5. Pero la masa territorial, poblacional, económica de Brasil es un múltiplo  mayor. Y es dudoso que esta vía sea un medio para que el Perú facilite sus exportaciones de espárragos y alcachofas a Europa, pero es evidente que el Brasil tendrá un segundo océano para exportar sus productos industriales al Asia, futuro centro económico del mundo. Para llegar al otro océano, los E.U. mutilaron a México. Nadie puede garantizar que en el futuro el Brasil no intente mutilar al Perú. O mejor dicho, sólo otro gigante del cual el Perú sea un miembro puede salvaguardar su existencia.

El Brasil es parte del BRIC, cuaterna de gigantes (Brasil, Rusia, India, China), cuya primera cumbre (junio del 2009) dio al Ministro de Relaciones Exteriores del Brasil, Celso Amorim, la ocasión de proclamar: «El G8 ha muerto, ya no representa nada». Si E.U. han realizado las empresas que le aseguran el dominio del mundo, teniendo en su retaguardia continental su corte panamericana de pigmeos, el Brasil pretende copiar el éxito con sus pigmeos iberoamericanos.

Los intereses que obtendrán el mayor provecho de estas empresas «integracionistas» ponen de  relieve la eliminación de trabas, argumentando que es una medida dictada por el bien de los pueblos. Lo mismo decía el Panamericanismo estadounidense hace un siglo. Y hoy conviene recordar las advertencias de Martí contra el suicidio económico que significa para un país, que sólo produce alcachofas, el concertar pactos de ilusoria reciprocidad con una potencia que fabrica todo lo que requiere el mundo.

América del Sur hacia finales del siglo XVIII. Al igual que Estados Unidos, Brasil expandió enormemente su territorio a costa de Hispanoamérica, que al estar dividia en pequeños Estados y luchas internas, no pudo defenderse.

América del Sur hacia finales del siglo XVIII. Al igual que Estados Unidos, Brasil se expandió a costa de Hispanoamérica, que sufrió grandes pérdidas territoriales a favor del Brasil. Tras la independencia, Brasil mantuvo su unidad, lo cual le hizo fuerte frente a una Hispanoamérica que, en vez de conservar su unidad anterior, se dividió y debilitó.

Otro aspecto que favorece la participación del Brasil y le concede el papel de capataz en ojos de los Presidentes es el ser un país iberoamericano. Pero ya un ligero vistazo a la historia del Brasil, como Imperio y República, muestra que es más similar a la historia de los E.U. que a la historia de Hispanoamérica. De allí resulta indefectiblemente similitud de intereses, de los cuales el determinante es el dominio, cualidad inherente a todo gigante.

Hispanoamérica nació de inicio inmensa, y se fraccionó al independizarse. En cambio los dos gigantes actuales del continente, Estados Unidos y el Brasil,  nacieron pigmeos y se agigantaron mediante un progresivo y agresivo avance de la frontera a costa del territorio hispanoamericano. De la estrecha franja que ocupaban los E.U. en su inicio, llegaron hasta el Misisipí a fines del siglo XVIII, y a mediados del siglo XIX habían absorbido más de la mitad del territorio mexicano para llegar al Pacífico. En el caso del Brasil, la Bula papal (1493) concedía un exiguo territorio al Portugal, que se amplió luego por el tratado de Tordesillas (1494) y el tratado de Madrid (1750). Cuando el Brasil se independiza y forma un imperio bajo Pedro 1º, intenta avanzar hasta el Río de la Plata, a fin de dominar los dos grandes ríos de Sudamérica, y ocupa el Uruguay que denomina Provincia Cisplatina. Pierde la guerra que declara a la Argentina, tiene que desocupar el Uruguay pero logra por maniobras diplomáticas apoyadas por Inglaterra, separar esta provincia para crear un nuevo Estado, pequeño, débil e influenciable, que más tarde arrastrará a la guerra para destruir al Paraguay, país hermano que nos dio un ejemplo de desarrollo autónomo. Amagaba también el territorio hispanoamericano por el lado de Bolivia. Pero la presencia de Bolívar con su firme intención de no permitir un avance más del Imperio tuvo efecto disuasivo.

Simón Bolívar, refiriéndose a la América española, afirmó que "una sola debe ser la patria de de todos los americanos, ya que en todo hemos tenido una perfecta unidad"

Simón Bolívar afirmó que «una sola debe ser la patria de todos los americanos, ya que en todo hemos tenido una perfecta unidad». Por «americano» se entiende en la época lo que hoy es «hispanoamericano» y la «perfecta unidad» se refiere a la América española durante tres siglos.

La Confederación anfictiónica que Bolívar inició tenía entre sus fines declarados defender el territorio hispanoamericano contra amenazas externas. Después de Ayacucho (1824), las amenazas europeas quedaban prácticamente descartadas. En cambio las que provenían de los gigantes continentales eran cada vez más apremiantes. Por el norte está, decía Bolívar, «a la cabeza de su gran continente una poderosísima nación, muy rica, muy belicosa, y capaz de todo; enemiga de Europa y en oposición con los fuertes ingleses». En el sur asechaba el imperio brasileño, furibundo enemigo del Libertador y de la República, y ansioso de continuar la expansión de su frontera. Bolívar, con su acostumbrada clarividencia, reconoció estos peligros. En consecuencia propuso en 1826 al presidente mexicano Guadalupe Victoria defender la frontera norte contra «las acechanzas de nuestros enemigos», es decir, de los E.U.; y en 1825 le pedía a Santander que lograra del Congreso colombiano el permiso para permanecer en el sur, pues «si yo pierdo mis posiciones en el sur de nada me sirve el Congreso de Panamá y el emperador del Brasil se come al Río de la Plata y a Bolivia».

Daniel Florence O´Leary, fiel edecán del Libertador, conocedor de su pensamiento y recopilador de su obra, dice de la Federación Boliviana (Colombia bolivariana, Perú y Bolivia), planeada por Bolívar, que fue un «proyecto de confederar los nuevos Estados o creación de una gran república que se defendiera de Europa, sirviera de contrapeso al Brasil y a los Estados Unidos y pesara en las decisiones políticas del mundo». La claridad con que Bolívar veía el problema hace dos siglos está ausente en los mandatarios sudamericanos de hoy.

A diferencia de Hispanoamérica, el Brasil no se fraccionó en la transición a la independencia y a la República; conservó su territorio intacto, para luego ampliarlo, como los E.U., a costa del territorio hispanoamericano, según la divisa «lo que tienes por ocupación te pertenece», mientras que las delimitaciones de los países sudamericanos partieron del principio «lo que tienes por derecho te pertenece». Nuestra América, dividida, fue así crucificada entre dos ladrones, como Cristo. Descendió luego a los infiernos de la República Criolla donde sufre los tormentos de la desunión. Para salvarse debe decapitar al dragón criollo y resucitar reunificada.

El gigante brasileño está ya irreversiblemente formado, y en él los círculos inmigratorios son determinantes. Estos no entienden de «patrias americanas sin fronteras» ni de Anfictionías ni de Patrias Grandes, ya que sus intereses son esencialmente materiales pues nadie emigra por amor a una patria extraña y desconocida. Más aun, tienen los E.U. por paradigma en su ambición de dominio. Si los E.U. necesitaron una guerra para posesionarse de las costas de un segundo océano, el Brasil ante la inconveniencia de una guerra para arrollar al Perú, ha tomado la opción de una vía interoceánica a precio regalado por la diplomacia de la República Criolla del Perú. Y quien crea que la situación actual es definitiva, demuestra ignorar lo que es la historia humana. Es imposible excluir la posibilidad que en algún momento del futuro Brasil, como los E.U., emplee la fuerza para alcanzar el otro océano, si no se dispone de los medios disuasivos que sólo puede proporcionar un nuevo gigante que reemplace al indiano. Crearlo fue la tarea prioritaria de Bolívar y es hoy su mandato imperativo.

Mapa que muestra la expansión territorial de Estados Unidos. En color amarillo, el territorio que usurpó a México mediante una guerra de agresión (1845-1848).

Mapa que muestra la expansión territorial de Estados Unidos. En color amarillo, el territorio que usurpó a México mediante una guerra de agresión (1845-1848).

Hace más de medio siglo Perón intentó ganar al Brasil para una empresa unionista, según veremos en capítulo posterior. Fracasó porque entonces el Brasil, como asistente de los E.U., defendía la unidad panamericana. Hoy, en su papel de gigante asociado al gigante del norte, necesita su propio Panamericanismo. Si despertamos a la realidad y somos, por fin, capaces de ver y defender nuestros propios intereses, precisa rechazar ambos Panamericanismos.

Insistiremos aquí, ya que se trata de un asunto de vital importancia. En la antigua «perfecta unidad en todo» tenemos un potencial de excepcional valor. Precisa tratarlo con sumo cuidado, so pena de perderlo. Ya sabemos que en los sistemas complejos, mínimos desvíos pueden ampliarse en gran medida, escapar al control, y alejarnos de metas previstas. En la política exterior, sistema suficientemente complejo, la ignorancia de nuestros mandatarios puede fácilmente producir un desvío que anule el potencial histórico y nos lleve lejos de nuestras metas históricas. Un ejemplo es el ciego activismo con que pretenden inspirarse en la anfictionía, para crear un conglomerado heterogéneo. en remedo del proceso europeo, que sufre precisamente las desventajas de la heterogeneidad. El proceso europeo puede servirnos como aliciente y sugerencia, no como objeto de copia. Aliciente para comprender que las dificultades inherentes a todo gran proyecto se pueden superar con una visión correcta, con férrea voluntad y perseverancia; y sugerencia para evitar la heterogeneidad.

Europa partió de su diversidad nacional y de la densa red de relaciones económicas creada por la historia y la contigüidad geográfica, y emprendió la vía de la unión política para incrementarla y convertirla en un factor de poder en la escena mundial. En nuestra América precisa recorrer el camino inverso: partir de la homogeneidad nacional para impulsar, mediante la Reunificación política, la reintegración económica, para la cual la Época Indiana ha de servirnos de inspiración. La Reunificación política y la reintegración económica nos dotarán del peso político y geopolítico que tuvo el Estado Indiano. Esta vía no puede ser producto de ocurrencias ni de improvisaciones. Debe ser una empresa racional, sistemática, metódica, de largo plazo, perseverante. Ha de partir de un balance histórico global: económico, político, cultural, a fin de constatar lo que está hecho, y determinar lo que está por hacer; y debe hacerse de acuerdo a nuestro potencial histórico y a nuestras posibilidades actuales, a fin de crear el poder del futuro.

La paz del continente es sólo posible a través de un diálogo de gigantes. Y éste es indispensable para defender el continente contra las acechanzas que alberga el porvenir. Nadie lo ha visto con más claridad que el Libertador, cuyos diferendos con los E.U. y el Brasil no eran casuales: provenían de una clarividencia ausente en los mandatarios imitadores que osan invocar a quien exigía cesar de «mendigar modelos».

Aparte de los tres gigantes hay en el continente una serie de pigmeos que se pueden asociar a los gigantes en base a determinados criterios, que pueden ser la afinidad cultural, la proximidad geográfica, la similitud política, etc.

En suma, el destino y la defensa del continente deben ser objeto del diálogo y de la acción de tres gigantes: Nuestra América reunificada, el Brasil y los Estados Unidos. Esta es la visión auténtica y digna del genial Libertador, la que refleja fielmente su visión geopolítica y su visión de Nuestra América, la sola Patria de todos los hispanoamericanos.

NOTA: Si desean más información sobre la obra «La Patria Grande: la reunificación de Hispanoamérica; historia de una idea persistente», o desean solicitar un ejemplar, pónganse en contacto con nosotros en hispanoamerica@terra.com

1 comentario en “La Patria Grande, Nuestra América

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