El siguiente texto es un fragmento del artículo titulado La «República de Colombia» del Libertador Simón Bolívar, de Carlos Uribe Celis, escritor y sociólogo de la Universidad Nacional de Colombia.
Bolívar sueña con una nación de verdad
En el año 2010 se celebra el bicentenario de las independencias hispanoamericanas. Se supone que los países que existen hoy son los que siempre fueron y los que deben ser. Pero la idea de independencia del Libertador Simón Bolívar lo llevó no solo a poner su dama sobre escaques predeterminados en el ajedrez continental sino que comprendió correctamente que esa independencia no era viable sino a partir de naciones de verdad que impusieran respeto en el contexto político mundial. Y así Bolívar no solo se ocupó de independizar repúblicas sino que las fundó. Este ensayo ilustra sobre el desarrollo, breve como por desgracia vino a ser, de una de estas naciones. Lest we forget: “para que no olvidemos”.
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Era el año de 1813, año feliz y glorioso para Bolívar, año en que casi de la nada habiendo sacado un ejército de la Nueva Granada, entró por Cúcuta a Venezuela en medio de la así llamada “Campaña Admirable”. Allí cobró sus primeras victorias. Allí derrotó, o puso en fuga, el ejército del galonudo general canario y realista Domingo Monteverde. Y así para impensable remate de una cadena de audacias y por favor de la fortuna consiguió Bolívar entrar a Caracas, cubierto de gloria militar y política por primera vez, el 6 de Agosto de 1813. Y en ese preciso año “admirable” también otro “libertador” venezolano, Don Santiago Mariño, logró posesionarse casi tan heroicamente como Bolívar en el Oriente del país, es decir, en la provincia de Cumaná, Tierra Firme, como entonces se decía, allá abajo y al frente, mediando el mar, de los territorios isleños de Margarita y Trinidad.
No se había, ni mucho menos, consolidado la presencia, la estatura histórica, el prestigio militar ni político, la fama guerrera , en suma, de Simón Bolívar. Todo empezaba entonces. Todo era inesperado y sorprendente. Bolívar por el Occidente y Mariño por el Oriente eran tan accidentales, tan “emergentes” tan advenedizos como cualquier pirata de los que infestaban los mares antillanos cuando caían como langostas pestíferas sobre las costas de Tierra Firme[1].
La gesta de la Independencia del Norte de Suramérica fue en gran medida una empresa de aventureros. Se trataba de asaltar la debilidad de la estructura imperial española tanto en el mar contra los barcos que transportaban el tesoro de las Indias (y en esto Inglaterra era il capo di capi) como en contra de la tierra firme, donde nativos y extranjeros se aventuraban a la vez, pero los primeros tenían más probabilidad de triunfo, pues, al cabo para ellos la tierra era su elemento, al revés de lo que pasaba con los hombres del mar. Por tanto Don Santiago Mariño, un carismático joven aristócrata de adscripción masónica nacido en el archipiélago de Margarita en 1778 y con tanto coraje y utopías como Bolívar, aunque con menos visión que él, aspiraba a convertirse en el dueño de estos territorios liberados. En un sentido importante en 1813 la ventaja de Bolívar sobre Mariño era escasa, aunque Bolívar, admitámoslo, se había hecho a Caracas, la capital y, así, se alzaba con la joya de la corona en el contexto de la carrera independentista venezolana.
Mariño, pues, consciente de su indiscutible poder temporal, propuso a Bolívar, en medio de la contra-revolución que siguió a Agosto del 13, que partieran a Venezuela en dos mitades: la Venezuela del Occidente, que sería para Bolívar, y la Venezuela de Oriente, que Mariño se apropiaría. La repuesta de Bolívar en carta “Al ciudadano General en Jefe de Oriente, Santiago Mariño” (16 de Diciembre de 1813) no pudo ser más explícita, firme y contundente::
“Si constituimos dos poderes independientes, uno en el Oriente y otro en el Occidente, hacemos dos naciones distintas, que por su impotencia en sostener su representación de tales, y mucho más de figurar entre las otras, aparecerán ridículas. Apenas Venezuela unida con la Nueva Granada podría formar una nación que inspire a las otras la decorosa consideración que le es debida […] Divididos seremos más débiles y menos respetados por nuestros enemigos y por los países neutrales. La unión bajo un solo gobierno nos fortalecerá y será productiva para todos [resaltado mío]” (Bolívar, Carta a Mariño (Dic.16 de 1813) in Lecuna (1978), Tomo I, p.77).
Significativamente, en 1822 la película se repetía en un escenario bien distinto. Bolívar tornó a decir entonces ya no con Venezuela sino con su “Colombia”, ahora constituida, en la mira. El tono es sin duda más sombrío y el dejo más cáustico:
“tenemos dos y medio millones de habitantes derramados en un dilatado desierto [se refiere a la Colombia bolivariana]…una parte es salvaje, la otra esclava, los más son enemigos entre sí y todos viciados por la superstición y el despotismo. Hermoso contraste para oponerse a todas las naciones de la tierra! Esta es nuestra situación! Esta es Colombia, y después la quieren dividir” (Bolívar in Lecuna (1978), Tomo II, p.114-115)
Y en el centro de esa obsesión por una patria respetable que lo lleva a romper lanzas por la indivisibilidad de Venezuela -y luego la de “Colombia”- se encierra exactamente el motivo que llevó a Bolívar a unir territorios que la administración española o la reciente aventura independentista habían seccionado por razones de burocracia estatal o que querrán ser destazados por obra de la ambición narcisista de los caudillos nativos.
Cuáles eran esas grandes piezas del rompecabezas del Imperio? Solo unas pocas: El Virreinato del Río de La Plata (o de Buenos Aires), el Virreinato del Perú, el Virreinato de Nueva Granada, el Virreinato de México (o de Nueva España). Tales eran los importantes. Sumábase a esto, de manera ciertamente secundaria y subalterna, las Gobernaciones (o Capitanías) de Cuba, Florida, Guatemala y Chile. Lo que hoy llamamos Centro-América, esa lengua de tierra entre México y Nueva Granada (distinguida entonces como Capitanía de Guatemala) era un espacio que se dejaba al cuidado del Virrey de México y, en parte, más que todo la porción antillana sur (la actual Panamá y Nicaragua), a la atención del Virrey de Nueva Granada, cuya principal plaza no era Santa Fe sino Cartagena, la fortaleza negrera más apreciada del Imperio. En cuanto a La Florida cayó en manos de USA, la joven y pujante República del Norte, pronto en el siglo XIX. Por su parte, Puerto Rico y Santo Domingo entraban solo como apéndices en la órbita administrativa de Cuba.
En suma, el Imperio estaba compuesto por cuatro grandes países y unos territorios exiguos continentales o isleños de mayor o menor valor estratégico, pero de secundaria entidad administrativa. En ningún caso, pues, se trató de los diecisiete países –más bien paicitos!, digámoslo- de que habría hablado el abate Dominique de Pradt, según cita Bolívar, no sin cierta pretensión erudita y pomposa, en La Carta de Jamaica[2].
La “República de Colombia” de Bolívar, como se expondrá aquí más adelante, es el producto más elaborado y con mayor arraigo en la visión y el corazón de Bolívar, el efecto real de aquella idea de que, si de construir nación se trata (nation-building, Nationbildung, llaman los europeos), esta entidad –la nación- para ser debe ser fuerte e inspirar respeto en el concierto mundial. Para inspirar respeto, consideración efectiva en el concierto mundial, no basta con una bandera, un himno y un nombre sonoro sino que hace falta peso geopolítico, entidad militar, riqueza natural y, sobre todo, capacidad de generar equilibrio (o, más propiamente, “desequilibrio”) cuando de afirmar su identidad y hacer valer la dignidad nacional ante propios y extraños se trata.
Doscientos veinticinco años de independentismo nacionalista en el mundo nos han dejado poco más que un puñado de Naciones con mayúscula (USA, Brasil, Canadá, México, Australia, siendo aún generosos) y dos centenares de territorios con vistosos colores en sus laboriosas o abigarradas insignias (banderas) o tonadas oficiales (himnos), como se ve en el panorama geopolítico más bien triste, si no deprimente o desesperado, de África, Latinoamérica y Asia hoy. Aquí conviene no olvidar que algunas de las naciones de verdad –y se descuenta, claro está, a Europa, que no tuvo que “independizarse”- que hoy campean conspicuamente en el mundo como Japón, China, India eran naciones a buen seguro antes de 1786, que luego, pudieron ser sojuzgadas por Europa (como India o China), pero recuperaron su independencia en procesos, sin duda, muchos menos calamitosos y, sobre todo, menos ambiguos que lo ocurrido en Latinoamérica en el siglo XIX como en África (y la exUnión Soviética) en el siglo XX.
La “República de Colombia” de Bolívar, para evitar tempranamente equívocos, es la reunión en un solo Estado y un solo gobierno de lo que hoy llamamos Colombia, Venezuela y Ecuador (y Panamá), que fue una realidad palpitante, egregia –y también dramática, contenciosa convulsa- entre 1817 y 1830. Aunque Ecuador solo fue incorporado en 1822, la “Colombia” de Bolívar duró cabalísticamente 11 años exactos; entre la 1 de la tarde del 17 de Diciembre de 1819 en Angostura del Orinoco y la 1 de la tarde del 17 de Diciembre de 1830, cuando el Libertador muere en Santa Marta de Nueva Granada o Cundinamarca, como se la denominó en el Congreso de Angostura.
Conviene dejar sentado que el nombre de “Gran Colombia”, como algunos textos de historia en estas latitudes han por mucho tiempo repetido, es un nombre espurio. Nunca existió la flamante “Gran Colombia”. Solo “Colombia”, nombre adoptado por Bolívar y tomado del cuño de Don Francisco de Miranda. Así llamó Bolívar esa unión de Venezuela y Nueva Granada, entendiendo que en la visión de Bolívar y de la metrópoli peninsular (España), la Presidencia de Quito, con Guayaquil incluido, pertenecía a la administración del Virreinato de Nueva Granada. Si por cinco años desde 1817, no había sido Quito aún realmente extraído de las manos de los realistas, esto se puede entender meramente como un azar de la guerra, azar que fue pronta y felizmente subsanado.
Y, bien, qué pasa con lo que hoy llamamos Colombia? Esta Colombia recoge su nombre en un más amplio título solo desde 1863. Cuando la anterior Confederación Granadina empezó a llamarse Estados Unidos de Colombia. También, para el caso, Venezuela y Brasil adoptaron los nombres de Estados Unidos de Venezuela (1864-1953) y Estados Unidos de Brasil (1889-1968) respectivamente. Puede recordarse, a propósito, el curioso nombre de Estados Equinocciales de Colombia, que le fue asignado en el papel por don Antonio Nariño, el Precursor neogranadino, a la “Colombia” bolivariana en un proyecto de constitución que sin ningún éxito presentara al Congreso de Cúcuta de 1821 (Valencia Villa (1987), p.59)
Colombia se llama Colombia, como la conocemos hoy, como República de Colombia, propiamente solo desde el año de 1886. Colombia es, pues, un territorio con solo124 años de vida. El mismo territorio fue, en cambio, Nueva Granada, antes y después de la Independencia y de la actuación de Bolívar, por un espacio de 135 años, desde 1717 hasta 1819 y desde 1830 hasta 1863. Y había sido Real Audiencia de Santa Fe, al frente de la cual había una Presidencia, por 169 años: de 1548 a 1717. Fue Cundinamarca efímeramente entre Diciembre de 1819 y Octubre de 1821 (fin del Congreso de Cúcuta)[3]. A partir de 1821 y hasta 1830 como parte de la “Colombia” bolivariana fue solo un conglomerado de cuatro departamentos: Boyacá, Cundinamarca, Cauca y Magdalena[4]; que corrían parejas con los tres Departamentos venezolanos: Zulia, Orinoco y Venezuela. Recuperará su nombre auténtico, original de Nueva Granada en 1830.
Ahora bien, el Virreinato de Nueva Granada fue un virreinato tardío de inspiración borbónica. Los Virreinatos de Nueva España (México) y del Perú fueron los primeros de Hispano-América y proceden de las órdenes prístinas de la monarquía Habsburgo de Don Carlos V, quien les dio vida en la primera mitad del siglo XVI. El Virreinato de Buenos Aires, establecido sobre el país del Río de La Plata, es medio siglo posterior al de Nueva Granada[5]. Después de 1830, la actual segregada Colombia tornó a ser Nueva Granada, su nombre propio, hasta 1857 cuando dio un ligero sesgo al apelativo para llamarse Confederación Granadina, nombre con el que persistió hasta 1863. La “República de Colombia” de Bolívar, que convoca aquí nuestra atención preferente es, pues, como es evidente, una entidad nacional de mucha mayor significación geopolítica que la actual Colombia, que es solo una porción de la Colombia bolivariana original.
Nuestro objetivo es presentar ahora una nota histórica sobre esa excelente realidad política que hizo decir a Bolívar, poco después del Congreso de Angostura (ocurrido en Diciembre de 1819):
“Las potencias extranjeras al presentaros constituidos sobre bases sólidas y permanentes de extensión, populación y riqueza os reconocerán como nación […] La intensión de mi vida ha sido una: la formación de la República libre e independiente de Colombia […] Lo he alcanzado. Viva el Dios de Colombia [resaltado mío]” (Bolívar, Proclama (Dic.29 de 1820) in Lecuna (1978), Tomo V, p.362).
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Siendo Simón Bolívar un hombre original –y a más genial y absolutamente entregado a una sola tarea histórica que el fundió con la propia realización de su ser- una parte considerable e importante del ideario de Bolívar está en y procede de Miranda. Esto no ha sido suficientemente resaltado hasta el presente. La relación personal de Bolívar con Miranda rebasa el objetivo particular de este ensayo. Solo conviene a este punto resaltar al menos tres ideas bolivarianas centrales que fueron primero de manera clara expuestas por Miranda, cosa que difícilmente Bolívar ignoraba, solo que el episodio de contradicción profunda en 1812[6], que marcó el destino de los dos venezolanos más ilustres, impidió quizá el reconocimiento explícito por Bolívar de esa enorme deuda.
Bolívar no era rencoroso o anclado al pasado, así que su conflicto con Miranda no era una buena razón para desechar algunas de las ideas inapelables de El Precursor[7], aunque nunca lo mencionara en tal sentido, tal vez por la hondura del incidente fatal. Esas tres deudas intelectuales de Bolívar con Miranda son: uno, la liberación de Hispano-América bajo la égida de Inglaterra o, de otro modo, la inclusión central de Inglaterra en el proyecto emancipador. Dos, la estructura del nuevo gobierno a imitación de la Constitución inglesa con Senado de Nobles, Cámara de Comunes y Monarca, aceptado o adaptado (El Inca de Miranda[8]) o sustituido por un Presidente Vitalicio (Bolívar). y, finalmente, tres, la imaginería de Colombia –nombre y bandera- y la idea de un país grande y fuerte, antes que un archipiélago de republiquetas.
Las historias criollas de este lado suelen mencionar como precursores fácticos de la independencia bolivariana movimientos como los ocurridos en la década del 80 del siglo XVIII: La Revolución de Condorcanqui (José Gabriel Condorcanqui, o Revolución de Túpac Amaru) en El Cuzco, Perú, 1780-1781; la Revolución de los Comuneros en El Socorro, actual Colombia, 1781; La Revolución de Juan Guerrero en México en 1794, la Revolución del Negro Leonardo Chirinos en la Sierra de Coro, Venezuela, 1794; la Revolución de Gual, España y Picornel en Venezuela, 1797. Todos estos movimientos fueron derrotados y sus líderes decapitados, ahorcados o preventivamente apresados.
Menos, mucho menos mencionados, son los precursores ideales o intelectuales. Salvador de Madariaga ((1945), p.829-835), por ejemplo, cita cinco planes de independencia distintos, desde tan temprano como 1743 hasta los años 80 del siglo XVIII: El primero es un plan de conspiradores anónimos de México que es presentado en 1743 (ojo a esa tempranísima fecha, muy anterior a la Revolución USAamericana y a la Francesa). Este proyecto de independencia de Hispano-América fue presentado a Oglethorpe, alto miltar inglés de las Antillas Británicas. El segundo proyecto precursor es de un francés, el Marqués de Aubarède, que en 1776 presenta a representantes del gobierno inglés en Londres un plan de emancipación de las colonias hispanoaméricanas. El tercero es de un tal Antonio de Prado, que parece ser el seudónimo de un Duprex, francés, quien también, para variar!, acude a Inglaterra, como sostén. Un cuarto precursor intelectual es Francisco de Mendiola, de México. Y, finalmente, pero no menos importante, es el plan (o los planes) de Don Sebastián Francisco de Miranda, el Precursor.
Obsérvese que todos se dirigen con su plan a Inglaterra, incluido por supuesto Miranda. El propio Miranda confiesa que en 1784 el y otros conspiradores indianos elaboraron en New York[9] un plan de emancipación de Hispano-América “con la cooperación de Inglaterra”. La idea de involucrar a Inglaterra, o mejor, de verla como la garante, mecenas y protectora de la revolución que es tan frecuente en Bolívar –pues Bolívar es un verdadero anglófilo y su primer tarea oficial, tras el Grito de 19 de Abril de 1819 en Caracas, es viajar a Londres a pedir reconocimiento político y ayuda económica y militar- es, pues, pan cotidiano y comida de todos a principios del siglo XIX. Obviamente, hay una sola razón para pensar en Inglaterra. Esta razón no tiene nada que ver ni con el idealismo ni con el altruismo inglés, si estos existen. Concierne más bien al interés de Inglaterra en la expansión de su comercio, a su vocación para el colonialismo económico, a su empeño por la globalización del capitalismo, a su ansia voraz de lo que Marx llama la “ganancia del Capital” o con la vieja frase latina: el auri sacra fames.
De tal suerte que, al contrario de lo que se ha sostenido, las primeras ideas revolucionarias en América son anteriores a la Revolución Francesa. Y en esas ideas no hay “revolución en un solo país”, como fue paradigmáticamente la revolución comunista de Stalin, sino que lo que se tiene es comprensión de Hispano-América como una unidad, o como un puñado de robustos países, única forma posible, quizá, de enfrentar al bravo Toro español.
Esta referencia espacial de la lucha liberadora y de su producto específico: una colonia libre, es decir, una excolonia triunfante, es común a los primeros esfuerzos organizativos de Bolívar. Bolívar en su primera misión como representante de una nación independiente, o en trance de serlo, que es “Caracas” o Venezuela (España usó como marbetes administrativos los dos nombres indistintamente). Estando en Londres (de julio 12 a Septiembre 21 de 1810) expone la idea de una federación de naciones americanas en un artículo del periódico londinense Morning Chronicle, edición del 5 de septiembre de 1810:
“El día […] no está lejos, en que los venezolanos […] alzarán definitivamente la bandera de la independencia y declararán la guerra a España. Tampoco descuidarán invitar a todos los pueblos de América a que se unan en confederación. Dichos pueblos […] seguirán presurosos el ejemplo de Caracas [resaltado mío]”[10].
Esta Federación es la forma más “civilizada”, aceptable y plausible de lo que puede arrojar la lucha por la liberación. Ante un solo cuerpo organizado Inglaterra podrá sin escrúpulos de ninguna suerte negociar acuerdos y acordar tareas conjuntas o recíprocas, donde la extensión del territorio y la riqueza natural del suelo, podrán compensar la inexperiencia de un nuevo integrante del concierto mundial de las naciones. Por el contrario, una cabila de imprevisibles interlocutores nacionales o para-nacionales desarticulados prendería las alarmas en el Foreign Office sobre la maturity, la “oppotunity” o la “convenience” de la empresa independentista.
Para abundar en el esquema de Federación de las colonias independizadas vale la pena referir la idea de Miranda expuesta al primer ministro inglés William Pitt en 1797. Se había entrevistado antes con Pitt con vistas al mismo objetivo –la independencia de las colonias españolas- en 1790. En 1797 Miranda, según cuenta en su diario, presentó a Pitt un proyecto de estructura gubernativa o Constitución para las colonias libres in toto. Ese gobierno sería, le dijo el indiano al inglés, “muy semejante al de la Gran Bretaña […] pues debe componerse de una Cámara de Comunes, otra de nobles y un Inca o soberano hereditario”. “leyolo [Pitt] todo con atención –narra Miranda- y llegado al artículo del Inca hereditario, dio un gran asentimiento bajando la cabeza” (Madariaga (1945), p.877). Obsérvese, de paso, la similitud de la utopía de Miranda con el proyecto constitucional de Bolívar (la Constitución Boliviana), ya no tanto en lo de la Federación[11] sino en la estructura de gobierno como Bolívar la propone para el norte de Suramérica) en Febrero 15 de 1919 (Discurso de Angostura) y en Mayo de 1826 (Constitución Boliviana).
Debemos también a Miranda el nombre de Colombia. O “Colombeia” o “Continente Colombiano” o “Continente Americo-Colombiano” como también la llama[12]. La “Colombeia” de Miranda abarca toda Latinoamérica de México a la Patagonia. Es esta la que el pinta a Pitt como gobernada por un emperador, que Miranda llama Inca (o Ynca), pues el país de Miranda era un Imperio[13], un imperio nativo, criollo. Y la capital de ese Imperio sería Colombo y se ubicaría en el Istmo de Panamá. Colombeia o Colombia y Colombo son, como es obvio, un homenaje de este soñador al descubridor Cristóforo Colombo –Cristobal Colón-. Las utopías “colombianas” de Miranda están plasmadas en el Plan de Gobierno Federal de Miranda 1801 y en otros escritos suyos (Bohóquez, Carmen (2006). Pero tal vez la primera manifestación pública del nombre de Colombia ocurrió en Londres en 1810 y naturalmente se debió a la pluma de Miranda, quien hizo circular un efímero quincenario: un periódico, entre Marzo y Mayo de ese año. El periódico se llamaba justamente El Colombiano (Bohórquez, Carmen (2006), p. XIV).
La bandera tricolor: añil-rojigualda (azul roja y amarilla) fue inventada por Miranda (todo utopista es un artista!) y la usó en su primera aventura militar por la emancipación de América hispana en 1806, Fue en Haití donde se hizó por primera vez la bandera colombiana. Germán Arciniegas reporta los detalles de la biografía del Tricolor mirandino. Arciniegas (1984) nos dice que:
“Thomas Lewis comunica a Miranda el 26 de Febrero de 1806 sus gestiones en Port-au-Prince: “He conseguido todo lo necesario para la bandera y también sillas de montar, espadas, charreteras, plumas…seda azul, una pieza de cashimir amarillo, una pieza de tejido azul”
“Llegó por fin el día solemne…Era el 12 de Marzo de 1806 cuando el tricolor flamante cosido por largos y lindos dedos negros de mulatas haitianas subió lentamente el palo del Leander ante los ojos de un Miranda apoteósico, vistiendo siempre casaca azul y el corazón henchido de gozo, saludando a su bandera, al tricolor de rebeldía amarillo, azul y rojo” (p.319)
Cuando el día 3 de Agosto desembarca El Precursor en La Vela de Coro a bordo del Leander con seis barcos, tres cañoneras y por lo menos setenta cañones, el Leander es el primer barco en la historia con bandera colombiana. Pero entonces será solo el símbolo de una ilusión pasajera, pues Miranda, el héroe de las “gloriosas desgracias” –como dijera alguien (Masur (1960), p.69)- tendrá que retornar frustrado a la entraña del Caribe solo diez días más tarde.
Este tricolor mirandino, como lo conocemos hoy, al menos en sus colores, si no en el tamaño de sus áreas pintadas, fue desplegado por primera vez triunfalmente y en tierra firme durante la Primera República venezolana el 14 de Julio de 1811, estando Miranda en Caracas a punto de ejercer como General en Jefe de los ejércitos patriotas. Obsérvese cómo el tricolor en la mente de Miranda era la insignia de un continente entero y en el de Bolívar de lo que el llamará, copiando de cerca el sueño de Miranda, la “República de Colombia”.
[1] Tierra firme es obviamente el continente para un marino, y para los descubridores o sus sucesores toda la América continental era tierra firme, pero en el siglo XVIII y XIX Tierra Firme, con mayúsculas, era el nombre alterno que se daba a Venezuela, porque tantos territorios isleños del Caribe en manos de europeos diversos como Cuaracao, Trinidad, Granada, Aruba, Barbados, Puerto Rico, etc se desenvuelven en la medialuna antillana justo encima de Venezuela.
[2] “M. de Pradt –escribe Bolívar en La Carta de Jamaica– ha dividido sabiamente la América en quince a diecisiete Estados independientes entre sí, gobernados por otros tantos monarcas. Estoy de acuerdo en cuanto a lo primero, pues la América comporta la creación diecisiete naciones” [Simón Bolívar, Doctrina del Libertador. Los Ruices Sur, Venezuela, Biblioteca Ayacucho, 1976. P. 68.]. Estos Estados de que habla aquí Bolívar son extensiones geográficas, que desde el punto de vista de un europeo, como Monsieur de Pradt, podrían albergar naciones, al modo de la división geopolítica europea. Pero mucho va de Europa a América y es claro, que Bolívar, en la misma Carta de Jamaica y en el curso todo de su vida política piensa de manera muy diferente como se hará patente en este ensayo. M. de Pradt (1759-1805) es el belga Dominique George Frédéric Dufour de Pradt, obispo de Mechelin/Malinas, Bruselas, Bélgica. Fue capellán de Napoleón y escritor reconocido en su tiempo.
[3] Los tres departamentos de la “República de Colombia” emanada de Angostura del Orinoco fueron Venezuela, Cundinamarca y Quito.
[4] Los Departamentos se dividían en Provincias. El Departamento de Boyacá estaba compuesto por las provincias de Tunja, Socorro, Casanare y Pamplona. Cundinamarca por las provincias de Bogotá, Antioquia, Mariquita y Neiva. Cauca por Popayán y Chocó. Magdalena por Cartagena, santa Marta y Riohacha. Más tarde Ecuador se hallará dividido en los Departamentos de Ecuador, Guayaquil y Azuay.
[5] La historiadora Ana Luz Rodríguez señala los siguientes años para la instauración de los virreinatos coloniales: Nueva España (México): 1535, Perú: 1543, Nueva Granada: 1717, Río de la Plata: 1776. Ver: Luis:E. Rodríguez et al. (2006), p.82.
[6] Cuando Bolívar entregó a Miranda al general realista Francisco Monteverde.
[7] El Precursor es el nombre que la historia le dio a Don Francisco de Miranda, como a Bolívar se lo conoce como El Libertador y a San Martín como El Protector.
[8] En 1790 y al final de este decenio Miranda se entrevistó con el Primer Ministro inglés William Pitt. A Pitt miranda le presentó un proyecto de Constitución de los países libaerados de España con pretendida ayuda británica: esa Constitución hablaba de un Senado de nobles, una Cámara de Comunes y un rey Inca o un soberano nativo llamado Inca cuyo poder era hereditario. Ver Salvador de Madariaga (1945), p. 877.
[9] El Plan de Insurrección independentista fue presentado también al general Americano Henry Fox y comunicado al Presidente George Washington y a su secretario del tesoro Alexander Hamilton.
[10] Texto citado en http://www.gratisblog.com/rumbo_al_socialismo/111655_las_raices_de_la_gran_colombia.httm. (Sept.27 de 2007. [Consultado en Diciembre 12 de 2010]. Ver también a propósito Madariaga (1985), T.2, p..249.
[11] Federación, hay que admitirlo, es una idea de Bolívar en 1810. A partir de 1812 Bolívar es un antifederalista acérrimo en lo que respecta a Venezuela (lo ilustra con lujo de detalles en La carta de Jamaica). Es antifederalista también respecto de su “República de Colombia”. Los federalistas son Santander y Páez. Pero en lo que respecta a Hispano-América, frente a Europa y frente a los amenzadores USA o “hermanos del Norte” Bolívar vuelve a creer en la Federación. Es justamente su propósitoen torno al malogrado Congreso Anfictiónico de Panamá (1926). La idea de Federación resurge (1826, tras el fracaso del Congreso anfictiónico) en la Federación o Confederación de los Andes o asociación de “Colombia”, Perú y Bolivia.
[12] Ver Carmen Bohórquez, 2001, Francisco de Miranda: la construcción política de una patria continental, in http://www.analitica.com/bitblio/carmen_bohorquez/miranda.asp. [consultado en Dic 10 de 2010].
[13] Miranda bosquejó un proyecto del Imperio Hispano-Americano en lo que se conoce como el “Plan de Gobierno de 1801”. Ver http://constitucionweb.blogspot.com/2010/04/planes-de-gobierno-francisco-de-miranda.html [consultado en Dic.10 de 2010].