El hispanoamericanismo en Rubén Darío

«Con su vuelta a la madre patria, Darío se convirtió en un emergente muy claro de esta combinación de antiimperialismo, valoración española y defensa de los países del sur (…) para la época de Darío, Argentina no sólo se encontraba en la primera línea del continente por estas razones económicas e institucionales, sino que jugaba un rol preponderante también en lo que respecta a la defensa de la región contra los avances de los Estados Unidos»

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Monumento a Rubén Darío en la plaza que lleva su mismo nombre, en la ciudad de Buenos Aires.

El siguiente texto es un fragmento del artículo titulado «Rubén Darío, modelo de escritor», de Ignacio Iriarte (Universidad Nacional de Mar del Plata – CONICET). Publicado en Espéculo. Revista de estudios literarios, Universidad Complutense de Madrid (2011).

La vuelta a España que Darío propuso en Cantos de vida y esperanza es el marco a partir del cual expresó una de las versiones más claras del hispanoamericanismo durante el fin de siglo. En primer lugar, el rescate del pasado hispánico le permitió plantar una de las raíces de su obra en la Península y, por lo tanto, aprovechar la industria editorial para llegar potencialmente a todo el continente. Pero estos vínculos no son únicamente importantes por el aspecto material. En realidad, España resultó fundamental para el americanismo también en términos ideológicos. Darío fue en este sentido un escritor modélico para el fin de siglo, y si bien no expresó la única posición al respecto, sus planteos tuvieron un importante grado de representatividad. Esto se debe a que fueron el emergente de un nuevo clima en las relaciones entre España y las naciones hispanoamericanas.

Como señaló Halperín Donghi, desde las revoluciones de independencia se había formado en Hispanoamérica una imagen negativa de la Península. Pero desde el último tercio del siglo XIX había comenzado una incipiente revalorización, que décadas más tarde terminó de imponerse en una parte importante de los escritores e intelectuales latinoamericanos (Halperín Donghi 1998). Esta revisión había ganado fuerza durante la guerra hispano-norteamericana y era una consecuencia de la desconfianza con que las élites políticas miraban a los Estados Unidos en el nuevo proceso en el que estaba ingresando la región. En efecto, las relaciones casi exclusivas con el imperio británico se habían ido horadando, razón por la cual América Latina se había transformado en una zona de disputa. Como se sabe, Estados Unidos entró en ese campo de manera nada encubierta. Desde su pretensión de ejercer de manera unilateral el derecho de persuadir por la fuerza a aquellos países del continente que se negaran a honrar sus deudas, a la Conferencia Panamericana de 1889-1890, que buscó establecer de manera institucional su hegemonía, durante las décadas de entre siglos Norteamérica trató de imponer su predominio rápida y efectivamente. Fue ese clima amenazante el que vio emerger esa revisión de España, que volvió a percibirse como un recurso para identificar el conjunto de los países hispanoamericanos, con el agregado de que esto funcionó también para rechazar las pretensiones del poderoso vecino del norte.

Con su vuelta a la madre patria, Darío se convirtió en un emergente muy claro de esta combinación de antiimperialismo, valoración española y defensa de los países del sur. En la famosa oda “A Roosvelt” hizo un claro manifiesto en este sentido:

Eres los Estados Unidos,
Eres el futuro invasor
De la América ingenua que tiene sangre indígena,
Que aún reza a Jesucristo y aún habla español (1986: II, 21).

Estos versos apocalípticos, escritos en 1904, no parecen tener una causa concreta. Sí, en cambio, todo un clima que parecía colocar a los Estados Unidos como futuro invasor. A la anexión de Puerto Rico y la subordinación cubana, playas de desembarco de la influencia económica y política sobre el Caribe, se le puede sumar un dato resonante, sucedido un año antes de que Darío escribiera su oda: la creación del estado de Panamá en tierras originariamente colombianas. Como se sabe, luego de la guerra con España, Estados Unidos buscó firmar un acuerdo por el cual se le entregaran en arriendo las tierras en las que haría realidad el antiguo proyecto del canal interoceánico. Como el Congreso decidió su rechazo, el 3 de noviembre se produjo un alzamiento, dirigido por la empresa encargada de construir el canal, proclamando la república independiente de Panamá. A los pocos días, Estados Unidos reconoció la nueva nación. Pero, de cualquier modo, ésta no fue sino una expresión, sin duda impúdica, del clima generado por la política que Rooslvelt bautizaría con la frase célebre del gran garrote. Por esa razón, en el poema que le dedica Darío no hay referencias concretas, sino un más difuso ambiente sombrío. Para defender a América apela a la unidad, que sólo se puede conseguir a partir del cristianismo y el legado español. En este sentido, es interesante el trabajo de Darío a través de una larga yuxtaposición de versos, con los cuales va recuperando hechos o personajes memorables de América, para luego unirlos a partir del tronco hispánico. Escribe Darío en los versos finales de la enumeración:

La América del grande Moctezuma, del Inca,
La América fragrante de Cristóbal Colón,
La América católica, la América española,
La América en que dijo el noble Guatemoc:
“Yo no estoy en un lecho de rosas”; esa América
Que tiembla de huracanes y que vive de Amor;
Hombres de ojos sajones y alma bárbara, vive.
Y sueña. Y ama, y vibra; y es la hija del Sol.
Tened cuidado. ¡Vive la América española!,
Hay mil cachorros sueltos del León Español (1986: II, 22).

Pero si bien Darío volvió al común origen español, también registró con profundo pesimismo que las ciudades estaban perdiendo las estructuras políticas que podían reclamar esa genealogía. Aunque no habló del retroceso del patriciado, sí puso de manifiesto que había desaparecido la nobleza capaz de resistir el avance de la nueva potencia. En “Los cisnes”, de Cantos de vida y esperanza, tomó la figura aristocrática del cisne como último refugio para la poesía, al mismo tiempo que renovó su pesimismo frente a la amenaza norteamericana, en tanto estaban desapareciendo también los hidalgos y los bravos caballeros. Escribe en un pasaje:

La América Española como la España entera
Fija está en el Oriente fatal de su destino;
Yo interrogo a la Esfinge que el porvenir espera
Con la interrogación de tu cuello divino.
¿Seremos entregados a los bárbaros fieros?
¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés?
¿Ya no hay nobles hidalgos ni bravos caballeros?
¿Callaremos ahora para llorar después? (1986: II, 29).

Sin embargo, pocos años después de publicar Cantos de vida y esperanza, Darío renovó su optimismo durante las celebraciones del centenario de la independencia argentina. Ciertamente, desde el principio había tenido un fuerte vínculo con Buenos Aires. Como vimos, en esa ciudad no sólo encontró un lugar favorable para su actividad poética, sino que esto fue posible debido a la inusual fortaleza política e institucional, que la ubicaban a la vanguardia de la América Hispana. Por otra parte, si la industria editorial española le permitía llegar a todo el ámbito de la lengua castellana, lo mismo se puede decir de La Nación. Pero, para la época de Darío, Argentina no sólo se encontraba en la primera línea del continente por estas razones económicas e institucionales, sino que jugaba un rol preponderante también en lo que respecta a la defensa de la región contra los avances de los Estados Unidos. El portavoz hispanoamericano en la Conferencia Panamericana fue Sáenz Peña, quien “opuso a la fórmula estadounidense de América para los americanos, la de América para la humanidad”, con lo cual rechazaba el imperialismo a la vez que buscaba conservar la relación desigual con Gran Bretaña (Halperín Donghi 2007: 296). Darío no se explayó sobre estas intenciones. Pero en el centenario de la independencia el escritor participó con el largo poema “Canto a la Argentina”, en el que le otorgó el puesto de cabecera entre las naciones surgidas del tronco español no sólo por haberse convertido en el granero del mundo, sino también por haberse abierto, precisamente, a la humanidad.

En el texto, Darío presentó una imagen de la Argentina que, lejos de cualquier tipo de xenofobia nacionalista, la mostró como un crisol de razas y culturas, nacido del pluralismo y la libertad. Todos debían celebrar el centenario, no sólo los patricios y los europeos del norte, sino también los españoles e italianos, que habían venido a trabajar:

Nietos de los conquistadores,
Renovada sangre de España,
Transfundida sangre de Italia,
O de Germania, o de Vascondia,
O venidos de la entraña
De Francia, o de la Gran Bretaña,
Vida de la Policolonia,
Savia de la patria presente,
De la nueva Europa que augura
Más grande Argentina futura.
¡Salud, patria, que eres también mía,
Puesto que eres de la humanidad:
Salud, en nombre de la Poesía,
Salud en nombre de la Libertad! (1986: II, 160-161).

Ciertamente, esta pluralidad de Darío es una imagen idílica respecto de la situación nada idílica de los inmigrantes. Pero si bien se trata de una pantalla ideológica, también hay que ver en “Canto a la Argentina” una mezcla de realidades, deseos personales y utopías políticas. En plena apoteosis del centenario, el poema plasmó lo que en definitiva puede considerarse como el futuro soñado de las oligarquías. Una América justa, gobernada por sus integrantes, en la cual cada etnia y cada cultura finalmente encontraría su lugar. El hispanoamericanismo de Darío, plasmado a través del ejemplo de la Argentina pujante, fue, así, la expresión de un intelectual orgánico a esos grupos de poder, que estaban deshojando los últimos años de su hegemonía.

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