Después de Ayacucho, la cuestión central reside ahora en la unificación y organización de los Estados Confederados, es decir, en crear, de una vez por todas, la nación. Pero la lucha por ese objetivo resulta sumamente difícil, dado el enorme poder de las fuerzas disgregadoras.
![Lo que había sido una poderosa unidad geopolítica, la América española o Indias, acabó partiéndose en pedazos, por la ambición de caudillos locales sin ninguna visión de grandeza, y por la acción del imperialismo británico [pulse sobre la imagen para ampliar].](https://hispanoamericaunida.files.wordpress.com/2013/08/independencias-hispanoamericanas.jpg?w=200&h=300)
Lo que había sido una poderosa unidad geopolítica, la América española o Indias, acabó partiéndose en pedazos, por la ambición de caudillos locales sin ninguna visión de grandeza, y por la acción del imperialismo británico [pulse sobre la imagen para ampliar].
El siguiente texto es un extracto del ensayo titulado «Seamos libres y lo demás no importa nada. Vida de San Martín» (Capítulo XLV, pp. 514-516), del ensayista e historiador revisionista Norberto Galasso. Tomado del sitio web argentino «La otra historia».
En 1825, a pesar de los esfuerzos de Bolívar, Bolivia se ha constituido en país independiente. En 1828, no obstante el interés de Dorrego por impedirlo, ha nacido el Uruguay. A su vez, Paraguay acentúa su aislamiento, ya sea porque la burguesía comercial de Buenos Aires no le deja otro camino o por la propia inclinación de José Gaspar Rodríguez de Francia. En ese panorama de creciente balcanización, Bolívar —contando con la colaboración de Sucre, su jefe más leal— se multiplica para consolidar la Confederación Andina, compuesta por Colombia, Perú y Bolivia (incluyendo Ecuador, Venezuela y Panamá, provincia colombiana, después país independiente): Habrá una bandera, un ejército y una nación sola… —le ha escrito Bolívar a Sucre, tiempo atrás, sugiriendo que el vencedor de Ayacucho debería presidirla—. Se trata de un gran Estado que se extienda desde Paraná y el Orinoco al Potosí, un Imperio de los Andes, la Confederación Andina (1).
Sin embargo, las tendencias centrífugas operan decididamente contra el proyecto del Libertador. En Bogotá —donde, según señala Sánchez, el incremento de la inmigración europea, sobre todo británica, contribuye al fomento de todo lo inglés (2) — se acantonan fuerzas antibolivarianas alrededor de Francisco de Paula Santander. Son ellas las que el 25 de agosto de 1828 estuvieron a punto de asesinar a Bolívar, en el Palacio de San Carlos, intento frustrado merced a la valiente intervención de Manuela Sáenz, quien demora a los verdugos, mientras el Libertador logra escapar. El gran venezolano retomó luego la ofensiva, triunfando sobre Santander, quien estuvo a punto de ser ejecutado, aunque logró salvar su vida con el destierro. Asimismo, Bolívar persiguió y disolvió la mayor parte de las logias que en Colombia funcionaban al servicio del «santanderismo».
Ahora, esas mismas fuerzas antinacionales vuelven a golpear: el 4 de junio de 1830 es asesinado en Berruecos el mariscal Sucre, amigo y «mano derecha» de Bolívar.
Sin empañar lo trágico del suceso, Ricardo Palma relata: El mariscal Antonio José de Sucre fue un hombre muy culto y muy decoroso en palabras. Contrastaba en esto con Bolívar. Jamás se oyó de su boca un vocablo obsceno, ni una interjección de cuartel, cosa tan común entre militares. Aun cuando (lo que fue raro en él) se encolerizaba por gravísima causa, limitábase a morderse los labios; puede decirse que tenía lo que llaman «la cólera blanca». Tal vez fundaba su orgullo en que nades pudiera decir que lo había oído proferir una palabra soez, pecadillo de que muchos santos, con toda su santidad, no se libraron […] Aquel día de la horrenda, de la abominable tragedia de Berruecos, al oírse la detonación del arma de fuego, exclamó Sucre, cayendo del caballo: —iCarajo!, un balazo… Y no pronunció más palabra. Desde entonces, quedó como refrán en Colombia, el decir a una persona, cuando jura y rejura que en su vida no cometerá tal o cual acción, buena o mala: —iHombre, quién sabe si no nos saldrá usted un día con el Carajo de Sucre! (3)
La noticia golpea duramente a San Martín en su refugio parisino. Conoce las cualidades militares de Sucre y, muy especialmente, su lealtad a Bolívar, por lo cual su asesinato resulta
un fuerte revés para la causa de la Revolución. Aunque no se logra descubrir a los instigadores del crimen —es decir, a quienes se hallan detrás del comandante Apolinar Morillo, condenado a muerte años después como jefe de la partida que consumó el homicidio— San Martín comprende que nuevamente son las fuerzas separatistas, antiamericanas, las mismas que actuaron contra él tanto en Buenos Aires como en el Perú. Poco antes de su ejecución, Morillo responsabilizó al general José María Obando y éste, a su vez, acusó al general Juan J. Flores. Tiempo más tarde, se conoció una carta del general Obando, a Flores, en la que solicitaba instrucciones: Pongámonos de acuerdo, don Juan, dígame si quiere que detenga en Pasto a Sucre o lo que debo hacer con éI, hábleme con franqueza y cuente conmigo (4). El general Flores —frontal enemigo de Sucre, según Luis A. Sánchez (5)—, poco tiempo después de la muerte del mariscal, acaudilla la separación de Ecuador respecto de la Gran Colombia.
Bolívar, por su parte, sabe que el golpe va contra él y contra su proyecto unificador: El inmaculado Sucre no ha podido escapar de las acechanzas de esos monstruos. Yo no sé qué causa ha dado este General para que atenten contra su vida. Yo pienso que la mira de este crimen ha sido privar a la patria de un sucesor mío. (6)
Si bien desde una perspectiva reaccionaria (pues busca las causas en la irreligiosidad de los
masones), el historiador Carlos Steffens Soler acierta cuando señala: Entre el fusilamiento del coronel Dorrego y el asesinato del mariscal Sucre hay un paralelismo tenebroso: la premeditación masónica y la preeminencia política de ambos hombres, que parecían señalados por un destino de grandeza, que se corta con el crimen (7). Pero ambas muertes no obedecen a los masones, ni al destino de grandeza, sino que resultan de la oposición a la tendencia unificadora, centralizadora, que sostienen ambos jefes: Sucre, como mano derecha de Bolívar; Dorrego, en contacto con los caudillos federales, en buena relación con San Martín y, a su vez, vinculado con Bolívar, a través del Deán Funes.
Apenas se ha amenguado la tristeza del General, cuando otra noticia terrible cruza el océano para sumirlo en la más horrenda angustia: el 17 de diciembre de 1830 ha muerto Simón Bolívar, en Santa Marta.
Desterrado, pobre, desesperado… —señala Vivian Trías—. Su último viaje es en una carreta, la última casa que lo acoge es de español, la camisa que lo amortaja es ajena, el sacerdote que lo asiste es un indio. Rindió su preciosa vida en lo mejor de la edad: 47 años (8). Aún resuenan sus palabras: América no es gobernable. Aquellos que favorecieron la revolución son como los que araron en el mar (9).
En sólo seis años se han producido el exilio de San Martín y las muertes de Sucre y Bolívar. Ahora, la Patria Grande da pasos decisivos hacia su desintegración. Páez hegemoniza Venezuela y el general Flores desahucia el pacto confederal de la Gran Colombia y proclama al Ecuador como estado autónomo (10). Poco más tarde, regresa Santander desde el exilio y toma el poder en Colombia, también separada como país independiente. Un lustro después, las Provincias Unidas de Centroamérica son despedazadas por la reacción absolutista. La terrible epidemia de cólera que azota a Guatemala en 1837 es atribuida por los curas al castigo de Dios por la política liberal impulsada en toda Centroamérica por el general hondureño Francisco Morazán, y la Iglesia dota de armas y escapularios a Rafael Carrera, quien lleva adelante la política secesionista. Cinco años después, Morazán, el jefe de la Unión Centroamericana, es fusilado, y con este trágico suceso su sueño se quiebra en varios
pequeños países que serán presa de los intereses imperiales.
Sin embargo, la derrota no es definitiva. Una y otra vez, el pueblo latinoamericano retomará las banderas unificadoras, buscando un destino de autonomía y progreso social. La gran cuestión -como la percibieron estos luchadores hispanoamericanos- reside en la consolidación de poderosos frentes de liberación nacional capaces de torcer el brazo a las fuerzas disgregadoras de los puertos, cuya única estrategia es someterse colonialmente a las grandes potencias. De ahí, precisamente, el interés de San Martín, ante los acontecimientos desarrollados en la patria chica, por establecer si Juan Manuel de Rosas tiene posibilidades de conformar esa gran fuerza centralizadora que la Historia reclama en estos países.
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NOTAS
1 Carta de Bolívar a Sucre, 1826, citada por Carlos Steffens Soler, ob. cit., p. 267.
2 Sánchez, Luis A., ob. cit., t. 11, p. 110.
3 Palma, Ricardo, Tradiciones en salsa verde, La Paz, Bolivia, Paredes Candia, 1975, pp. 13-14.
4 Carta de José M. Obando a Juan Flores, citada por Eulogio Rojas Mery, ob. cit., p. 475.
5 Sánchez, Luis A., ob. cit., t. 11, p. 110.
6 Bolívar, S., citado por Steffens Soler, C., ob. cit. p. 269.
7 Steffens Soler, C., ob. cit., p. 268.
8 Trías, Vivian, Bolívar y el nacionalismo…, ob. cit., p. 88.
9 Wiztnizer, Louis, Bolívar, fascículo del CEAL.
10 Sánchez, Luis A., ob. cit., t. II, p. 110.