«desde sus raíces ese manojo de pueblos tenía una reserva de virtudes que había que preservar y robustecer, en la búsqueda final de su identidad (…) Martí intentaba contribuir al logro de una auténtica identidad para la América Hispana»
Artículo del abogado y literato Ángel Cuadra publicado el 25 de enero de 2013 en el periódico digital Diario Las Américas (Miami, Florida).

José Martí, en un retrato del pintor cubano Jorge Arche (1943). Museo Nacional de Bellas Artes, La Habana.
“De América soy hijo”, expresó una vez José Martí, tendiendo su mirada hacia las jóvenes repúblicas al sur del río Bravo.
Entendió él que, a pesar de todos los errores y males admisibles de la que llamó América Nuestra; pueblos de factores tan diversos en su composición, con sus países recién salidos con violencia a la libertad en aquella hora del mundo; entendió –repito—que desde sus raíces ese manojo de pueblos tenía una reserva de virtudes que había que preservar y robustecer, en la búsqueda final de su identidad. Y me aventuro a opinar que Martí intentaba contribuir al logro de una auténtica identidad para la América Hispana. Más aún, por cuanto Cuba, aún por liberar del coloniaje, era, por sus orígenes, parte material y espiritual de aquel conjunto.
Residió Martí por períodos más o menos largos en varios de esos países. De España, donde se graduó de abogado, viajó a México, país al que se había trasladado su familia. Ejerció en México el periodismo en “La Revista” y “el Federalista”; participó en la vida cultural de aquel país, y allí se hizo de un gran amigo: Manuel Mercado, amistad que mantuvo hasta sus últimos momentos José Martí.
Después se instaló en Guatemala, donde fue profesor de historia y literatura en la Escuela Normal, y presidió la Sociedad Literaria “El Porvenir”.
Pocos años después, desde Estados Unidos, se trasladó a Venezuela donde fue profesor ofreció conferencias, escribió para “La Opinión Nacional” y fundó la “Revista Venezolana”. Estaba entonces Venezuela bajo el gobierno autocrático de Guzmán Blanco, experiencia que, según se ha dicho, ayudó a Martí en su formación política.
Caracas fue, además, el acercamiento a la memoria de Simón Bolívar, de quien Martí dijo que “todos los americanos deben querer a Bolívar como a un padre”, que peleó porque la América fuese del hombre americano.
Comentó Martí que, a su llegada a Caracas, lo primero que hizo fue ir a la estatua de Simón Bolívar; y acaso podemos imaginar que en su diálogo fascinante y solemne con el Libertador, Martí se reafirmaría en su aspiración de culminar la obra que aquel había comenzado. Y frente a la decepción final de Bolívar sobre nuestra incapacidad para gobernarnos, ante los errores y fracasos de nuestras jóvenes y convulsas repúblicas, en su ensayo “Nuestra América”, Martí escribe esperanzado: “La incapacidad no está en el país naciente que pide formas que se le acomoden… sino en los que quieren regir pueblos originales, la composición singular y violenta, con leyes heredadas de cuatro siglos de práctica libre en los Estados Unidos y diecinueve siglos de monarquía en Francia… y el buen gobernante en América no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país… La forma del gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país”.
¿Qué está buscando Martí? Pues el logro de la identidad genuina de nuestras repúblicas. No que en estas se rechacen los aportes en general del mundo; sino que éstos se injerten sobre el espíritu nacional. Por eso Martí concluye: “Injértese en nuestras Repúblicas el mundo, pero el tronco ha de ser el de nuestras Repúblicas”.
Agreguemos que no todo lo que Martí observó y resaltó en nuestras repúblicas fue alentador. Su experiencia y análisis de las mismas, lo llevó a combatir los males y errores detestables que padecían esas repúblicas. Entre otros, el mal del caudillismo, a veces surgido de las propias revoluciones, los ejemplos rechazables del militarismo y la autocracia, ante lo cual argumentó: “Una revolución es necesaria todavía: la revolución contra las revoluciones; el levantamiento de todos los hombres pacíficos, una vez soldados, para que ellos ni nadie vuelvan a serlo jamás”.
En complemento –además—de aquel afán de identidad de nuestra América, promovió Martí la guerra de independencia de Cuba, al llamar a la misma bajo el programa del Partido Revolucionario Cubano. Con esto hacía una contribución final “al equilibrio de América”. Premura con la que trataba Martí de evitar la anexión de Cuba a los Estados Unidos en su histórico momento de expansión, lo que tenía sus partidarios.
Por eso en su discurso en Hardmann Hall, el 10 de octubre de 1890, dijo: “Levantaremos en brazos de la América Libre nuestra patria”. Y abundando en aquel afán de identidad de América Hispana, de la que Cuba era parte, reafirmó: “Es posible la paz de Cuba independiente con los Estados Unidos, y la existencia de Cuba independiente sin perder nuestra nacionalidad”. Culminación de aquel imaginable diálogo aquella noche en Caracas con Bolívar, el cual “peleó porque América fuese del hombre americano”.