El arte indohispano en Argentina y América

«la cultura colonial no fue un mero trasplante de Europa, sino que en gran parte es la fusión de lo europeo y lo indígena, que dieron origen a una cultura de contacto, única, en Hispanoamérica (…) Algo que sorprende hasta el momento revolucionario de 1810 es la unidad de Hispanoamérica a lo largo de su historia y a lo ancho del inmenso territorio»

El siguiente texto es un fragmento del artículo originalmente titulado «El arte español en América, Argentina, Mendoza», de Delia Villalobos de Piccone, publicado en el periódico digital Los Andes, el 17 de diciembre de 2000.

Fachada del Museo

Museo Fernández Blanco en Buenos Aires (antiguo Palacio Noel), de estilo denominado «neocolonial», con influencias barrocas de Andalucía y el Perú.

La colonización española del Nuevo Mundo fue más que un simple desplazamiento de masas humanas y un impulso derivado de las urgencias económicas. Con el hombre español caminó toda una cultura, esto es, una forma de concebir el mundo, una actitud frente a los valores esenciales. Por eso llegaron hasta América un idioma, una fe religiosa, un derecho, una estética nueva. Sin perder su raíz debieron más de una vez, adaptarse a las condiciones del medio diverso y hasta lograron absorber, a menudo, elementos propios de la realidad americana. Fue así como se produjo un mestizaje cultural y nació una nueva dimensión creadora. Allí están como muestras la escultura de Quito, la pintura del Cusco, la arquitectura del Alto Perú.

Insignes hispanistas de la talla de Pedro Henríquez Ureña (dominicano), Mariano Picón Salas (venezolano), Alfonso Reyes (mexicano), entre otros, coinciden en afirmar que la cultura colonial no fue un mero trasplante de Europa, sino que en gran parte es la fusión de lo europeo y lo indígena, que dieron origen a una cultura de contacto, única, en Hispanoamérica.

Las instituciones políticas y sociales, la organización económica, las costumbres familiares, las fiestas, la enseñanza, la imprenta, las letras, las artes, hasta el teatro y la música, los relatos del Inca Garcilaso y la poesía de Sor Juana Inés de la Cruz, nos permiten valorar la madurez de esos siglos coloniales.

Desaparecidas las grandes civilizaciones precolombinas de México y Perú, han persistido las culturas rudimentarias con muchas tradiciones autóctonas y la mayor parte de sus formas. Los tejidos y la alfarería de los aborígenes han sobrevivido hasta nosotros, con alteraciones sólo superficiales.

En el siglo XVI, mientras en las ciudades se construían casas, palacios, fortalezas, templos al estilo de los países del Mediterráneo, se mantenía en el campo la choza nativa. Allí vivieron los padres predicadores en la ciudad de Santo Domingo, antes que se edificara su convento en estilo gótico isabelino en 1520, con fachada plateresca y arco de medio punto, que fue la primera Catedral de América.

En las más lejanas planicies al sur del continente, existe todavía nuestro rancho rioplatense, no ya en las ciudades sino en los pueblos pequeños y en los fértiles campos de la Pampa Húmeda, que mereció, en las primeras décadas del siglo, el apelativo de ser el granero del mundo.

Las ideas y las formas de Europa iban cambiando en la tierra nueva, como es natural. Según afirma Ortega y Gasset, el hombre español se transformó en América, pero no con el tiempo, sino en cuanto llegó y se estableció aquí, teniendo en cuenta el legado indio y no el pasado indio como cosa muerta

América recibió durante los tres siglos de influencia española, una unidad cultural sólida y de una misma orientación, como fue el inconfundible sello de la Contrarreforma, que encontró en el Barroco de los siglos XVII y XVIII, su mas feliz expresión. La arquitectura produjo cinco de las obras maestras del mundo: las catedrales de México, Puebla, Cusco, Lima y Córdoba.

Algo que sorprende hasta el momento revolucionario de 1810 es la unidad de Hispanoamérica a lo largo de su historia y a lo ancho del inmenso territorio comprendido desde el río Colorado al norte de la Nueva España hasta el Estrecho de Magallanes. A pesar de las grandes dificultades de comunicación y tiempo, el intercambio de hombres fue enorme, y se supone que también lo fueron sus usos y costumbres.

Lamentablemente, el gusto europeizante generalizado en América durante gran parte del siglo XIX ( que pretendía borrar el pasado colonial), relegó al olvido, y quedaron sepultados o destruidos, muebles y otros objetos de lujo que decoraron salones de los palacios templos y viviendas de aquella época virreinal.

Ya en el siglo XX, aunque tímidamente al principio, se han revalorado con gran interés y conocimiento adecuado -gracias a los estudios minuciosos de arquitectos como historiadores y críticos de arte- obras que hoy merecen estar exhibidas en museos y otros lugares de privilegio, donde el público amante del arte pueda llegar a conocer, admirar y difundir ese bagaje imprescindible, para una auténtica valoración del patrimonio artístico de Hispanoamérica.

El movimiento neocolonial

La arquitectura que se desarrolló en la Argentina y Uruguay entre 1915 y 1930 estuvo vinculada a la convicción de la carencia de una identidad propia americana. Tenía un carácter historicista, es decir un recuerdo de todos los estilos. Pero a partir de la segunda época, se comienza a rescatar en el continente un legado que la colonización del siglo XIX había destruido con el aluvión inmigratorio.

Los estudiantes de arquitectura de la Universidad de Buenos Aires reaccionarán ante el cansancio de proyectar siempre según los modelos academicistas del siglo XVIII. Para el arquitecto Ramón Gutiérrez, contribuyen al desarrollo de la nueva propuesta la movilización estudiantil y las prédicas del arquitecto Martín Noel. La revista de arquitectura editada en 1915, con el apoyo del centro de estudiantes que conducía Raúl J. Alvarez, fue decisiva.

Noel descubre América en sus viajes por Perú y Bolivia, lo que le permite escribir con una perspectiva diferente sobre los temas, ya que con su conocimiento europeo se complementa. Intenta explicar la vinculación de la arquitectura andaluza con la americana del siglo XVIII. Es lógico pues que esa preciosa herencia llegara y se asentara en los virreinatos de México y Perú. Bellas obras trabajadas en la piedra, el “ Tezontle” y la “Chiluca”, por adiestramanos indígenas y mestizos, permitieron que se extendiera con el estilo “arequipeño”, hasta los confines del continente, dentro del virreinato del Río de la Plata. Ya en el siglo XX aparecerá en Buenos Aires el estilo “ Neocolonial”, con obras como el Banco de Boston, el teatro Cervantes y otras.

D

Detalle de la fachada del Banco Hipotecario Nacional, en la ciudad de Mendoza (República Argentina), obra del arquitecto Daniel Ramos Correa.

El estilo plateresco

En ninguna población de España tiene este estilo acogida tan entusiasta como en la vieja ciudad universitaria de Salamanca. El Renacimiento encuentra allí su asiento y culminación. El Plateresco español, de calidades decorativas y fina ejecución, es el producto de la conjunción del Gótico Tardío o “Isabelino”, con el Renacimiento Italiano del norte: la Cartuja de Pavía, a fines del siglo XV y principios del XVI con el uso del arco de medio punto.

Por la profusión y finura que alcanzaron estos edificios en la decoración, hicieron pensar en las creaciones de orfebrería y platería. Así como por la excelente calidad de la piedra, que es un granito de bello color áureo, que con la luz del sol poniente brilla con esplendor.

De los primeros años del siglo XVI es la bellísima portada de la Universidad, obra clave de estructura plateresca. Limitada por dos pilastras que terminan a la altura de las impostas, la decoración se distribuye en varias calles y cuerpos, en los que la escala aumenta con la altura. Sobre el fondo de grutescos de admirable finura de ejecución, se recortan medallones con los retratos de los Reyes Católicos, bustos y estatuas de héroes y deidades paganas, y tal vez símbolos de las disciplinas universitarias. Está rematado en la parte superior por una importante crestería y pináculos en piedra.

Otras obras muy relevantes son: el Palacio de Monterrey, el Convento de San Esteban, el Colegio de los Irlandeses. En Toledo, el Hospital de la Santa Cruz. En Alcalá, la Universidad. En Sevilla, el Ayuntamiento. En León, San Marcos. Ytantas más, que son obras clave que este arte ha dejado en España.

En Mendoza

Afortunadamente, gracias a la enseñanza de Martín Noel y su obra, llegó a nuestra provincia el estilo “neo-plateresco español”, con Raúl J. Alvarez. Al concluir sus estudios en 1917, éste que fue el primer arquitecto mendocino -hijo del intelectual AgustínAlvarez- regresa a su ciudad natal. Aquí comienza a ser conocido y se le encomiendan una serie de obras: viviendas, escuelas, hospitales. En la década del 20 al 30, trabaja casi permanentemente para Mendoza: la escuela Domingo Bombal, el hospital Lencinas, el Rosedal del Parque General San Martín, la remodelación de la Legislatura Provincial, entre otras.

Los españoles residentes en Mendoza valoran su estilo y le encargan el Hospital Español. La familia Arizu le pide proyectos de sus viviendas, bodegas y el Club Arizu. En 1927 se hicieron los planos de la importante residencia emplazada en el centro de la nueva ciudad, en la esquina sureste de las calles Gutiérrez y Patricias Mendocinas. La rodean prestigiosas obras: el Club de Gimnasia y Esgrima, la escuela Patricias Mendocinas (hoy demolida), el Banco Hipotecario Nacional y otras. Su elegante y sobria fachada evidencia la intención de trabajar dentro de los estilos españoles, pero con libertad. La esquina se estructura con un sencillo volumen claro en el que resaltan elementos ornamentales, enmarcando puertas y ventanas con pilastras, ménsulas dobles y balcones con hierro de forja. El techo, en suave pendiente de teja española, avanza en delicado alero con modillones. Todo contribuye a lograr esta imagen a la vez sencilla e imponente, sombreada por añosos plátanos.

Arquitecto Daniel Ramos Correas, “El maestro”

Mendoza no sería la bella y acogedora ciudad que es, ni tendría la relevancia que tiene en todo el país, sin la maestría de quienes la han creado. Ramos Correas le dio el broche de oro a la más elegante avenida mendocina, Emilio Civit, con un palacio como el de Monterrey, en la esquina de Boulogne Sur Mer, coronada con torre y crestería plateresca. Otras obras suyas: el Jardín Zoológico al pie del Cerro de la Gloria, remodelación del Monumento al Ejército de los Andes, el teatro griego “Frank Romero Day”.

Otra obra clave fue “La Mercantil Andina”, construida en 1928, junto con el ingeniero Emilio López Frugoni. Hace muy poco lo han remodelado y puesto en valor, el presidente de la empresa “La Mercantil Andina”, arquitecto Pedro Mayol, la arquitecta Liliana Pescarmona de Mayol y el arquitecto Carlos Andía le han dado una nueva imagen, que permite admirar la pureza de sus líneas y la riqueza decorativa del neoplateresco de Mendoza. La iluminación engalana la esquina de Necochea y España. En sus largos noventa años, Ramos Correas hizo una obra que le da un lugar de prestigio a nuestra provincia y a nuestro país.

Y llegamos al final de esta observación con otra obra que nos conmueve y es como la síntesis de todo lo dicho antes: el Banco Hipotecario Nacional emplazado en la esquina de España y Gutiérrez, de 1.000 metros cuadrados de superficie. Se inauguró en 1929.

El edificio, generoso en su aporte urbano, retrocede en la ochava formando un atrio muy amplio que se incorpora a la plaza San Martín con la estatua del Libertador, la Basílica de San Francisco, La Mercantil Andina y los grandes bancos.

Aprendamos a ver nuestro importante patrimonio: lo antiguo y lo moderno, las calles, las plazas, los árboles, las acequias.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s