«la tesis unionista de Fabela es formar una Confederación Hispanoamericana, en la que se finquen los cimientos que integren las secciones diseminadas de América (…) La propuesta del autor para lograr la libertad (…) es concreta: formar un haz compacto de todas las naciones que por su raza, lengua, costumbres y tradiciones se unan para hacer frente al expansionismo, intervencionismo y acciones imperialistas de los países extranjeros»
El siguiente texto es un fragmento del ensayo originalmente titulado «Isidro Fabela: Humanismo y antiimperialismo», escrito por la Dra. Graciela Vélez Bautista (Universidad Autónoma del Estado de México, Julio de 2006) y publicado en el sitio web Proyecto Ensayo Hispánico.

Isidro Fabela, retratado en una acuarela del arquitecto Vicente Mendiola, que se conserva en la histórica Casa del Risco (San Ángel, México, D.F.)
Panamericanismo e hispanoamericanismo
La obra de Fabela corresponde a un determinado momento histórico, sin embargo sigue viva; puesto que la hegemonía imperial a través de la globalización, fenómeno económico, político y social bueno y malo como seguramente la calificaría Fabela, sigue lesionando los intereses de los “otros” en tanto que promueve el libre intercambio de bienes, pero impide el libre intercambio de personas, refiriéndonos al trato deshumanizado de nuestros vecinos hacia los inmigrantes mexicanos.
En su tiempo Fabela expresa que América Latina ha sido uno de los puntos claves de la expansión política y económica de los Estados Unidos, desde el siglo pasado. Esa expresión se ha llevado a cabo en etapas, por vías diplomáticas, militares, comerciales, financieras y culturales. Es decir, el país del norte es uno de los representantes más característicos del imperialismo que es concebido como “… un sistema político-económico de relaciones de dominación, que implica principalmente el excedente económico producido por los pueblos dependientes” (Ianni, 1981: 95).
Siguiendo esta línea Fabela explica que los Estados Unidos se han constituido en dueños de la América Central, dominan política y financieramente a Nicaragua, se apoderaron del canal de Panamá, para mantener su hegemonía total en Centroamérica y el Caribe. Dominan Honduras, Costa Rica y Guatemala a través de la diplomacia del dólar, conquistaron por las armas a República Dominicana y Haití, la soberanía mexicana fue quebrantada por ellos en varias ocasiones. Fabela señala: “¿En qué consiste el imperialismo? Sencillamente en dominar o conquistar. Dominar a los gobiernos por medio de sus agentes comerciales, de sus agentes de prensa; a los congresos y a los presidentes; y a veces también a los magistrados que imparten justicia, pero principalmente por la infiltración de préstamos más o menos forzados, de lo cual se encarga la Dollar Diplomacy” (Fabela, 1958: 85) que “consiste en prestar por las buenas o por las malas, para cobrar por las malas o por las buenas, pero en todo caso con réditos acumuladas” (Loc. cit.).
Principalmente esta política fue usada en Santo Domingo en 1905, en Panamá en 1902, en la guerra hispano-norteamericana para ayudar a Cuba a obtener su independencia y en todos los países que dependen económicamente de la gran potencia.
Todo lo anterior se realizaba, bajo la “protectora” doctrina de Monroe y en función del panamericanismo, que paradójicamente era símbolo de fraternidad continental, pero que no sirvió más que para tener sometidas a las naciones pobres. Escribe el autor:
Nuestro ideal es el Hispanoamericanismo en contraposición al panamericanismo, pues lo declaramos francamente, la política panamericanista nada práctico ha realizado en nuestro beneficio y sí en cambio, con sus reclamos nutridos y ampulosos de mutua y cariñosa estima, ha hecho creer a muchos que la unión panamericana de Washington y los Congresos panamericanos son la expresión genuina de una fraternidad continental que no existe (Ibíd.: 150).
El panamericanismo es un concepto forjado en Estados Unidos en 1889, que resultó de la llamada Conferencia Internacional Americana, la prensa adoptó el término Pan América cuando se refería a dicha reunión, posteriormente la Conferencia pasó a llamarse “Panamericana”. La IV Conferencia se celebró en Buenos Aires y se le dio el nombre de “Unión Panamericana” a la oficina instalada en Washington como resultado de la 1ª Conferencia. El 14 de abril de 1890 se aprobó la creación de la “Oficina Comercial y las Repúblicas Americanas” con tal motivo el mencionado día se ha consagrado como el “Día de las Américas”.
Para Ardao, el movimiento panamericanista tuvo como origen las perentorias necesidades comerciales de los Estados Unidos, que sentían la urgencia de vender el excedente de sus productos en mercados exteriores: esa política en una modalidad nueva, era la que creían especialmente necesaria las fuerzas industriales y financieras del país; para llevarla a cabo, el programa principalmente comercial con que desde el principio fue presentado el congreso hemisférico venía a ofrecer el instrumento ideal (Zea, 1986: 159).
La unión panamericana era manejada por el Secretario de Estado James G. Blaine, considerado como padre del panamericanismo, quien “con toda asiduidad cimentó una alianza corrompida entre política y negocios… los negocios dirigían la política, y la política era una rama de los negocios” (Ibíd.: 159).
Fabela comenta que las Conferencias Panamericanas con su estéril historia han sido inútiles respecto al fin inicial que perseguían, “no toleran abordar precisamente los problemas políticos y palpitantes de nuestra América, ni cualquier asunto que en lo más mínimo moleste a las tendencias políticas de Washington” (Fabela, 1958: 151).
Ante estos hechos, Fabela y otros hispanoamericanistas fundaron en México una Asociación Internacional con la que, ramificándose en todas las repúblicas hermanas, trabajaron en común en la llamada “Acción Iberoamericana”, por el engrandecimiento de la raza y para establecer una defensa colectiva ante el poder yanqui. Esta unión hoy es recordada en el “Día de la Raza”. Acción Iberoamericana, “rechaza en absoluto la doctrina de Monroe, y trabajará, dice Fabela -porque las juventudes hispanoamericanas la desestimen y la proscriban de su ideología internacional, porque ella no existe para nuestro beneficio sino para nuestro daño” (Ibíd.: 158).
El autor es partidario de buscar la forma de unir a las repúblicas de habla hispana alienadas por el imperialismo norteamericano, si están unidas por el mismo mal sería prudente estrechar esa relación para encontrar puntos de apoyo válidos y enfrentarse al enemigo común. “Después de cien años queremos reanimar el empeño de Bolívar: Constituir una sociedad de naciones hermanas, separadas por ahora en el ejercicio de su soberanía y por el curso de los acontecimientos humanos, pero unidas, fuertes y poderosas para sostenerse contra las agresiones del poder extranjero” (Ibíd.: 150), piensa que la salvación de los pueblos hispanoamericanos es formar una liga de naciones, sólidamente estructurada, que proporcione impulso a los intereses comunes de los Estados Americanos.
En consecuencia “Acción Iberoamericana” se encaminó a manifestar la inutilidad de las Conferencias Panamericanas y de la Pan-American Union propone que “dichas asambleas sean sustituidas por Congresos Hispanoamericanos de historia, de política, de educación, de trabajo, de comunicaciones, de comercio, de vinculación espiritual, en la seguridad de que ellos darán positivo provecho a las sociedades de ese gran Estado hispanoamericano que soñó el genio incomparable de Bolívar” (Loc. cit.).
Fabela utiliza el concepto de hispanoamericanismo para hablar de la unidad de una gran patria que comprende a los pueblos americanos conquistados por España y Portugal, de aquí, la denominación de “Acción Iberoamericana”, a su empeño por combatir el panamericanismo. Se inclina también por el término latinoamericanismo, ya que desde sus orígenes se utilizó en contraposición a la política panamericanista. Torres Caicedo comenta: Congresos para la Unión Latinoamericana, todos los que se quiera: la idea de Unión será un día un hecho histórico; pero que esos Congresos tengan lugar en el territorio latinoamericano, a fin de buscar los medios de resistir, de unirnos y de hacer frente a todos aquellos europeos y africanos que tengan la pretensión de subyugarnos (Zea, 1986: 170).
Panamericanismo y conquista
Los Estados Unidos con maquiavélica diplomacia en los Congresos Panamericanos han sabido soslayar las cuestiones políticas centrales, girando todo en torno de problemas secundarios. La crítica que presenta Fabela reprueba esta situación y plantea la cuestión. ¿El panamericanismo debe ser reemplazado por el latinoamericanismo? La América Latina ha perdido varias de sus unidades y está expuesta a perder otras más si una acción conjunta e inmediata de todos sus Gobiernos no lo impide. Todos lo sabemos pero parece que todos lo olvidamos (Fabela, 1958: 170).
El criterio de Fabela es perseguir una unión latinoamericana sólida; cimentada en circunstancias semejantes como: la raza, el lenguaje, la educación y las costumbres, que constituyan la defensa de nuestra identidad El ejemplo de Puerto Rico es ilustrativo cuando se proscribió el castellano como lengua oficial.
A partir de 1933, la nueva modalidad del panamericanismo fue la política del Buen Vecino, puesta en práctica por Franklin D. Roosevelt; con ella se quiso fortalecer el panamericanismo decadente, si bien no se logró este objetivo, señala Bayhaut, “por lo menos se evitaron las intervenciones y se procuró mejorar el nivel de las relaciones interamericanas. Precisamente en la época de Roosevelt, México bajo la presidencia de Cárdenas, nacionalizó el petróleo y, pese a las presiones ejercidas, pudo salir adelante” (Beyhaut, 1985: 169). Al respecto dice Fabela, la Dollar Diplomacy fue proscrita para sustituirse por la del Buen Vecino, “que se instauró en forma elocuente y práctica retirando las tropas yanquis de ocupación que todavía intervenían en algunas de nuestras Repúblicas; devolviendo a Cuba la Isla de Pinos y la Bahía de Guantánamo y derogando la Enmienda Platt” (Fabela, 1958: 60).
Sin embargo, no se aseguraba que el dominio de los Estados Unidos hubiera disminuido, “sino que se manifiesta aquí y allá, no en la forma grosera y ostensible de antaño, sino con otra apariencia, mejorada en la forma, pero vigente siempre y manifestada en sus reales propósitos cada vez que así conviene a los designios políticos de la Casa Blanca… El imperialismo norteamericano está en pie pues el guante blanco disimula el guante de hierro, no lo suprime” (Loc. cit.).
Hispanoamericanismo contra panamericanismo
La serie de intervenciones de los Estados Unidos en los países latinoamericanos dieron lugar, a que Fabela escribiera artículos en relación a la actitud que asumió este país frente a la tesis panamericanista y la doctrina de Monroe, basándose en los sucesos que se llevaron a cabo en países como Nicaragua, República Dominicana y otros más. En atención a ello, propone que sean resueltos en los Congresos Panamericanos cuestiones como las siguientes:
- Primero.- ¿Es compatible el panamericanismo con las intervenciones efectuadas por los Estados Unidos en algunas naciones del continente?.
- Segundo.- ¿Cuál es la definición de la doctrina de Monroe y cuál es su enlace?
- Tercero.- ¿La doctrina Monroe conviene y obliga a los latinoamericanos?
- Cuarto.- El panamericanismo debe subsistir o debe ser reemplazado por el latinoamericanismo?
- Quinto.- Frente a una probable denegación de justicia de los Estados Unidos respecto a las naciones fraternas que tiene sojuzgadas, ¿cuál debe ser la actitud de Iberoamérica? (Ibíd.: 168).
Manifiesta: es a los delegados latinoamericanos a quienes toca denunciar los atentados del panamericanismo, defender a los pueblos que se encuentran intervenidos por la Unión Americana en nombre del panamericanismo que ha resultado incompatible con la soberanía de los Estados latinoamericanos.
En su artículo El hispanoamericanismo con las alas rotas, sugiere a los delegados y gobiernos latinoamericanos lo que podrían hacer para dar vigencia al hispanoamericano tomando como ejemplo el caso de Nicaragua en 1917.
Primero: Los congresos de todos los países latinoamericanos deberían declarar ante el mundo que la intervención de los Estados Unidos en Nicaragua es contraria a la fraternidad continental, proclamada por el panamericanismo.
Segundo: Los Gobiernos sudamericanos, para dar pruebas de respeto a la justicia internacional, deberían reconocer inmediatamente al Gobierno Constitucional del Presidente Sacasa. Así desaprobarían la conducta de Washington, que para favorecer la diplomacia del dólar reconoció a un llamado gobierno espurio y venal.
Tercero: La Argentina, Brasil, Chile y Uruguay, especialmente son los países de más influencia internacional, deben hacer suya la causa de Nicaragua. ¿De qué manera?, protestando por la intervención armada en un país hermano: invocando reglas elementales de Derecho Internacional, contrarias a la intervención de todo Estado soberano por pequeño y débil que sea (Ibíd.: 174).
Prácticamente la tesis unionista de Fabela es formar una Confederación Hispanoamericana, en la que se finquen los cimientos que integren las secciones diseminadas de América.
Es importante señalar que el panamericanismo hizo crisis desde el primer cuarto del siglo XX, la quinta y última conferencia panamericana celebrada en Santiago de Chile, dio muestras de la ausencia de varios países entre ellos México. Para Gómez Robledo “La verdadera crisis del panamericanismo se planteó propiamente en la histórica conferencia de La Habana (1928), pues allí por primera vez pudo discutirse el principio sin el cual el panamericanismo no sería sino un mero nombre, o peor aún, una realidad ominosa, es decir, el principio de no intervención” (Zea, 1986: 167).
El panamericanismo se desprestigiaba en el seno de las propias conferencias panamericanas, nunca logró crear la unidad ideal del conjunto de las naciones del hemisferio americano porque no nació con ese espíritu. El proceso de crisis del concepto panamericanismo se ha dado también dentro del pensamiento crítico de América Latina.
Fabela sugiere que sean los países más representativos de Hispanoamérica los que se avoquen a protestar con energía, apoyándose en el derecho internacional, invocando sus elementales reglas. Propone un hispanoamericanismo auténtico que constituya una base sólida contra el imperialismo.
Respecto a México Fabela expresa:
La salvación de nuestro porvenir está en la libertad económica y política de México. Primero la económica porque si el extranjero lograra dominar con su capital nuestros intereses financieros, nuestras industrias, nuestras riquezas naturales, como lo desea ávidamente, entonces nuestra libertad política sería un mito y nuestra independencia exterior se presentaría en quiebra ante el acreedor omnipotente (Fabela, 1958: 327).
Fabela rechaza el capitalismo imperialista pero no se pronuncia partidario del comunismo: “no por sus principios, sino por sus procedimientos de dominio que han arrebatado su independencia a varios países por el aislamiento en que los tiene y por una violencia inexcusable que ha llegado hasta el terror” (Loc. cit.).
La propuesta del autor para lograr la libertad de Latinoamérica es concreta: formar un haz compacto de todas las naciones que por su raza, lengua, costumbres y tradiciones se unan para hacer frente al expansionismo, intervencionismo y acciones imperialistas de los países extranjeros.
Consideración final
La pregunta que surge es ¿qué importancia revisten los conceptos de Isidro Fabela ante las relaciones bilaterales Estados Unidos-América Latina?
En principio, los conceptos y la postura que sostuvo Fabela, ante los conflictos domésticos y de política exterior de los pueblos latinoamericanos la mayoría de las veces acrecentados por el intervencionismo norteamericano, es hoy de primera importancia porque forma parte de los antecedentes históricos de la hegemonía de la llamada mega-potencia.
Por otra parte, la perspectiva fabeliana de unión e integración de América Latina es hoy por hoy, una vía que no se ha soslayado, aunque sí ha sido mediatizada. Sin embargo, la situación es evidente: convivimos y conviviremos con nuestro poderoso vecino y el mejor camino para hacerlo es como lo sostiene Fabela a través de la diplomacia; en este sentido no sólo debemos analizar cómo son nuestras relaciones con el gobierno de Washington, sino reflexionar cómo deseamos que sean; para lo cual es indispensable mantenerlas en el centro del debate.
Para algunos analistas el papel de México es clave, puesto que la frontera entre este país y Estados Unidos, es también la frontera entre Estados Unidos y América Latina. Por lo tanto, entre más estrechemos nuestra relación con otras países, más fuerza tendremos. Dice Fuentes: “Hemos jugado una carta solitaria que ha sido muy resentida, por los demás latinoamericanos, pero es hora de mirar al sur” (Fuentes, 2003).
Por lo tanto la problemática que trató Fabela sigue teniendo importancia de primer orden. Hoy podemos decir que se traduce en combate al narcotráfico, tratados comerciales, acuerdos respecto a energéticos y de manera especial inmigración.
Al respecto, es importante tener presente que ante los desafíos y oportunidades de América Latina en sus relaciones con Estados Unidos, hace falta liderazgo, visión y compromiso.
Asimismo, la unión de países latinoamericanos se ha dejado de nombrar hispanoamericanismos, pero se habla de la integración países latinoamericanos, así como de la construcción de una Comunidad Económica de América Latina. En las cumbres de países latinoamericanos, como la reciente Celebrada en Perú, subyace el sentido de esa identidad que representa la unida del ser de Latinoamérica; respetando las diferencias que guarda cada pueblo, pero salvaguardando sus semejanzas que indudablemente son más.
Bibliografía
Directa
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Indirecta
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- Ianni, O. (1981). Imperialismo y cultura de la violencia en América Latina. Siglo XXI Editores. México.
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- Tejera, H. (1957). Maestros indoiberos. Minerva. México.
- Zea, L. (1986). América Latina en sus ideas. Siglo XXI Editores. México.
*La versión impresa apareció en el libro: Alberto Saladino García (compilador), Humanismo mexicano del siglo XX, Toluca, Universidad Autónoma del Estado de México, 2004, Tomo I, págs. 199-219.
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