Elementos estructurales de la conciencia nacional

«En el caso particular de Hispanoamérica (…) nuestra identidad siguiendo esta vía de regreso a las fuentes tenemos que buscarla en la mixtura de lo católico y lo indigenista»

Artículo del filósofo Alberto Buela publicado en el sitio web Legado Austral el 6 de febrero de 2014.

bautismo de indios detalleEl presente trabajo es la continuación en el tiempo y desarrollo en la temática, de una conferencia dada en Olavarría allá por los años 1974 sobre “la cosmovisión nacional”.

Hoy trataremos de explicitar, siguiendo el hilo conductor de estas anteriores meditaciones: “la conformación estructural de la conciencia nacional hispanoamericana”.

Nuestra tarea parte del supuesto —petitio principiis dirían los lógicos— de que la cosmovisión que sustentan los pueblos es el elemento constitutivo de la esencia de lo nacional, de modo tal que los rasgos que la caracterizan son los principios fundantes que afectan el trasfondo de toda comunidad.

En el caso particular de Hispanoamérica, como hemos venido sosteniendo, afirmamos que: “nuestra identidad siguiendo esta vía de regreso a las fuentes tenemos que buscarla en la mixtura de lo católico y lo indigenista. Y cuando hablamos de “lo católico” no lo hacemos en tanto que categoría confesional sino en cuanto que es, el rasgo distintivo que caracteriza la eltanschauung (cosmovisión)- del hombre europeo arribando a las tierras del Sur. Porque esa conciencia que llegó a la América Hispánica no pasó por los diferentes estadios de la denominada Revolución Mundial; es decir, Reforma, Revolución Francesa, Revolución Bolchevique y Revolución Tecnocrática, sino que, incluso hasta la última ola inmigratoria, posee como “núcleo aglutinado de su conciencia” una cosmovisión que es anterior al comienzo de la Revolución Mundial. En la explicitación de esta relación dialéctica entre la potencia activa y la pasividad telúrica se halla, según nuestra opinión, el meollo de nuestra nacionalidad”. (Nuestra conferencia del 11-11-84 “Hispanoamérica contra Occidente”). Este es, pues, el objetivo de la presente ponencia.

Es sabido que, los principios y vivencias de los pueblos son los elementos que constituyen su cosmovisión; la cual supera, por las vivencias, la simple explicación teórica del cosmos. Los pueblos no son teóricos,, sino que tienen principios (valores nacionales) que buscan concretar históricamente en el mundo. De ahí, que las concepciones ideológicas que se caracterizan por «El enmascaramiento teórico de una voluntad de poder», busquen arrancar de los pueblos, los principios que la tradición de los mismos ha generado —con lo que se provoca el desarraigo– para que la meta de su obrar sea entonces consecuente con lo que postulan los principios de estas concepciones ideológicas. Evitando así la contradicción entre principios, nacionales y metas impuestas en razón de las ideologías internacionalistas.

Ahora bien, toda concepción extraña, ajena aI “espíritu de un pueblo” como lo son por ejemplo el liberalismo y el marxismo, se enfrenta con el problema del arraigo, ya que debe justificar la verdad que .postula sobre una base real. Si no logra insertar en los principios que sostienen y configuran la conciencia nacional del pueblo, las verdades que .postula, fracasa irremesiblemente. De ahí, que el primer paso para la instauración de toda ideología sea provocar el desarraigo. El que se traduce, positivamente, en el concepto de “colonización cultural».

El concepto de arraigo es una noción derivada del concepto de raízA su vez, este reúne en sí tres rasgos fundamentales (origen, sustentáculo y fuente de vida-fontal). De modo que arraigado es aquello que mantiene una unidad sustantiva con sus orígenes, de los cuales se nutre vitalmente para preservar su existencia. Por otra parte, el concepto de unidad sustantiva, que involucra la noción de arraigo, menta inmediatamente al concepto de autenticidad mismisidad. Y, como toda realidad, el arraigo es conocido por su manifestación, lo que se hace ostensible no sólo cuando el hombre logra ser reflejo de su tierra (nacionalismo telúrico) sino también cuando mediante el trabajo logra que ésta sea su reflejo, es decir, cuando crea una cultura, que por tener raíces es una cultura nacional (nacionalismo cultural).

En nuestro caso, en la Argentina e Iberoamérica, el marxismo ha visto claramente este problema, —última razón de su fracaso—, de ahí su insistencia en estos últimos años, (mediante ‘las formas de’ “nacionalismo marxista”, “izquierda nacional” o “marxismo de indias”) en el indigenismo”; tratando de rescatar los valores anteriores a la colonización hispánica. Es decir, visto que el hombre de la América Española posee una conciencia generada por los principios de la tradición histórica que no se limita a lo indohispánico sino que hunde sus raíces en lo valores grecolatinos y que ella es entonces una conciencia nacional arraigada que rechaza incluso a nivel inconsciente,’ las postulaciones del mismo, por inauténticas e impropias, el marxismo se ha visto en la obligación teórica de buscar sus raíces en el pasado exclusivamente racial de América; de ahí su indigenismo.

Ahora bien contraponiéndose a esta actitud que afirma que los valores indigenistas son preeminentes en una “conciencia nacional” puesto que los valores latino hispánicos son producto de una colonización cultural de siglos, se encuentra la presencia de aquellos —el liberalismo y el nacionalismo elitista— que sostienen que la conciencia nacional es en realidad copia de la conciencia europea.

Así, el liberalismo al proponer al hombre iberoamericano una conducta mimética de la europea post-reformista y el nacionalismo al afirmar un hispanismo exagerado olvidan el otro rasgo de la conciencia nacional, que a su vez es rescatado por el marxismo, el que, sin embargo, obvia valores de una tradición tan vieja como la cultura humana, esto es la greco-latina-hispánica, que, nos guste o no, informa nuestra conciencia de hombres iberoamericanos.

Se debe destacar que liberalismo y marxismo, más allá de sus expresiones- y métodos clásicos, han instrumentado durante el último decenio, un modelo sociopolítico-cultural para Hispanoamérica denominado “social- demócrata”, el que bajo la propuesta de una sociedad progresista, permisiva y democrática, enmascara el proyecto más sutil de dominación por parte de los centros del poder mundial. Una variante del mismo es la propuesta “socialcristiana” la que aprovechando la matriz católica de Iberoamérica, utiliza el mensaje evangélico no como mensaje de salvación sino como una superestructura ideológico-política de dominación sobre las naciones cristianas.

Por su parte, -el nacionalismo católico es eclesiástico porque reduce lo hispánico a lo cristiano. El nacionalismo neo-pagano sea fascista, nacional socialista o nouvelle droite es hispánico, más bien, porque ello es consecuencia de lo greco-romano-germánico y no porque lo- hispánico encame lo cristiano.

Nosotros, por nuestra parte, apoyados en los hechos inmodificables de la historia y en los datos incontrastables de la realidad, sostenemos que los principios de una conciencia nacional-iberoamericana están dados por la simbiosis de lo católico y lo indigenista. –

Lo católico llega a estas tierras con el hombre europeo prerreformista, no afectado ni siquiera por el renacimiento, en lo que éste tuvo de pagano y portando aún inalterado el espíritu del hombre del medioevo. Y así, durante aproximadamente tres siglos actúa, sin oposición real, sobre el autóctono formando una conciencia católica del cosmos. Pero, he aquí, que como el recipiente – (el indígena) se mueve en un contexto totalmente -distinto del hombre europeo, en su forma de actualizar lo católico variará grandemente El tiene una naturaleza hostil que lo enfrenta, —la inmensidad de las pampas, la imponencia de las altas cumbres, la inexpugnabilid de las selvas—, tiene incluso en el mismo europeo al hombre que lo combate , por lo tanto su cristianismo será meramente interior. De ahí que el indio no cristianice a sus hermanos de raza, sino que ello será siempre tarea del europeo. El sólo salva su alma, la soledad y la inhospitalidad del medio constituyen su experiencia cotidiana.

Por lo demás, la práctica religioso-cristiana es a su vez influida por antiquísimas costumbres que se acoplan, lo que torna a lo católico sumamente heterodoxo. Aunque ello en nuestro caso no es un signo pernicioso. Pues con todo eso, inclusive, luego de casi 500 años de catolicismo las herejías nunca nacieron de la América. Pues la conducta herética nace siempre de la proyección de lo cristiano y nunca de la internalización. El indio y el gaucho asumieron siempre esta última actitud. Lo católico prendió aquí no como algo teórico (expositivo para otros) sino como algo vital. La positividad, o sea la objetividad de lo católico tan criticada en el hombre europeo, por el hombre reformista del primado de conciencia, no tiene aquí lugar; puesto que en estos lares fue recogido vitalmente, en una palabra, se arraigó. Pues lo católico no era el decadente espectáculo que se ofrecía en la Europa racionalista de la época, sino que lo que llegó a Iberoamérica era el espíritu medieval de lo católico. Es decir, su manifestación más acabada, transformándose así, como efectivamente lo hizo, en el principio activo, creador primigeneo de una cultura nacional, haciendo que en esta tierra el autóctono no sólo sea el reflejo de la misma, sino que ella sea su reflejo, a través de un trabajo cada vez más consciente.

Lo indio, por su parte, ha afectado a lo católico transformando, a su vez, a éste en su reflejo. El no es sólo recipiente sino también portador. Es actuante pero no como algo que dirige a otro algo obedeciendo una intención sino más bien como algo que transforma lo recibido. La pasividad  propia de lo indio lleva  insita una actividad modificadora de lo que recibe.

Esto lo apreciamos en uno de los rasgos que constituyen la conciencia iberoamericana, esto es: la ociosidad. Es decir, lo indígena perdura en la conciencia nacional, a través de este rasgo.

Así, el ocio del indio, que se transfiere al gaucho y de este a nosotros, un de: “no hacer nada que no merezca la pena”. Siguiendo con la figura del gaucho, que tipifica en forma clarísima este rasgo, vemos que el mismo actúa cuando debe actuar Pero cuando no tiene nada hacer, no hace efectivamente nada. Al respecto, es pertinente notar que, cuando en el campo llueve no hay que hacer.  Entonces el paisano se queda en las casas, duerme la siesta, o hace el amor. A lo sumo, retoba un poco gringo, por el contrario, ha de estar siempre haciendo algo Efectivamente esta es la gran diferencia entre la conciencia europea y la hispanoamericana. Una es industriosa y activa, la otra es ociosa y lenta. Una busca ganar tiempo al tiempo, mientras que la otra se da el tiempo, respetando su mandato. Ello nos esta indicando que la categoría de tiempo exige, de nuestra parte —pensadores hispanoamericanos– una elaboración propia allende la europea.

Por otra parte es digno de resaltar que esta ociosidad calificada como “perezosa” por la conciencia liberal, es el pecado que nuestros escritores europeizantes —caso Sarmiento- le han achacado al gaucho, al autóctono, en una palabra, al hombre iberoamericano. Ellos contraponen la ociosidad al ocio creador del “modelo de hombre universal”. Asimilando así, equivocadamente, ociosidad a vagancia, no distinguiendo, la ociosidad, no hacer nada que no valga la pena, (mérito de economía de fuerza) de la pereza (demérito que nos aleja del trabajo). No percatándose que esta ociosidad ha sido la mejor defensa contra el maquinismo autómata y anónimo, el afán y financiero y comercial que han empobrecido la vida de la América Española, desde la época en que el espíritu fenicio, principalmente sobre pies ingleses, pisó nuestras tierras.

Con fina intuición, ha escrito José Luis Torres, sobre este rasgo típico del hombre – nacional: “El ejercicio de esa virtud excelsa (la generosidad) es -una de las causas de su pobreza, pero solamente se recuerdan y proclaman los defectos de su condición humana y se le atribuyen en forma maliciosa, con frecuencia ociosidad, falta de espíritu, incapacidad para toda empresa. Y solamente le faltó, casi siempre, la codicia” (Los Perduellis, Buenos Aires, 1943, pág. 86).

En cuanto al ocio creador, no fue caracterizado por estos autores europeizantes, al modo de la sholé griega o la schola latina, sino que fue entendido como “ocio mimético”, imitador de aquello que la europea decimonónica tenía de peor. De ahí que su mayor creación haya sido por imitación la escuela laica y el código civil.

Concluyendo, entonces, sostenemos, que lo católico (reiteramos; no como categoría meramente religiosa, sino como categoría antropo-cultural), es el principio activo de la conciencia nacional-iberoamericana, mientras que lo indio es el principio pasivo. Uno y otro se manifiestan como componentes básicos de la mencionada conciencia. Así, la altivez, la acción, en una palabra la transformación de la naturaleza para que esta sea un reflejo, esta dado en el hombre de esta tierra por lo universal de los valores de una conciencia anterior a la europea de las -nacionalidades, mientras que la unión sustantiva a la tierra y el respeto a su mandato, los valores telúricos, el estoicismo y la resignación, están dados por las particularidades propias de-la conciencia indo-americana, la que es reflejo de su tierra. Una auténtica cultura nacional iberoamericana sólo se puede constituir como tal, si expresa armónicamente esta mixtura, estos, elementos estructurales- de la conciencia nacional, como una unidad. Con justa razón ha podido afirmar al respecto un pensador nacional “si cediéramos a la tentación de lo puramente originario sin la develación del espíritu cristiano, regresando a la indistinción de lo telúrico (como hace el indigenismo), aquella indistinción, ya en realidad imposible, significaría un regreso a la nada y a una segura muerte” (Caturelli, A: El pensamiento originario de Hispanoamérica y el simbolismo de las Malvinas, Verbo, Madrid, 3er. Trimestre, 1984, p. 1242). A lo que agregamos nosotros: que de la misma manera si cediéramos a la tentación de lo “universalmente cristiano” sin preocupamos por la encarnadura de dicho mensaje, sin considerar el genius loci de los pueblos donde se inserta, ello significaría el regreso a una universalidad abstracta cuya consecuencia es la nadificación del mensaje cristiano.

Así, generosa y noble, altiva y resignada la conciencia iberoamericana, se contrapone a la conciencia europea, porque tiene conciencia de su particularidad. De tal modo que habla desde aquí, y, para todos; pero sabiéndose particular, mientras que la última habla siempre “como conciencia universal”. Habla desde Europa para todos, como si ella fuera la conciencia de la humanidad, y sus valores, los valores de los “verdaderamente hombres” no percatándose de su propia particularidad; pues parte del supuesto de su universalidad. Creemos ver aquí, el principio rector que todo pensamiento nacional debe tener en cuenta si intenta filosofar en forma no mimética, respecto de la universalidad académica tan cara a la conciencia europea y al saber del sistema, tratando así, de explicar lo implícito que encierra nuestra realidad, para que el mismo tenga asidero y no devenga un puro juego de conceptos.

En cuanto a nuestra distinción respecto de la América del Norte, consideramos que la más lograda es la realizada por un desengañado sajón americano cuando demarcando las diferencias de las dos conciencias que viven en el continente dice:”Vosotros (por los Hispano-americanos) habéis sido menos zapados por la fea Edad Moderna, menos corrompidos por el falso humanismo y racionalismo. Estáis más cerca del sentido de la vida humana, corno drama trágico y divino, pues estáis más cerca de la Edad Media Cristiana, en la que todos los valores de Judea, Grecia y Roma, formaron parte de un organismo cósmico. Tenéis valores, mientras que nosotros (los yankis) sólo tenemos entusiasmo (voluntad tecnológica y empresarial)» (Waldo Frank, Mensaje a la América Hispánica, Madrid, 1930).

Explicitados los elementos estructurales que a nuestro entender conforman la conciencia nacional iberoamericana, sostenemos que es a partir de estos elementos rectores que todo pensamiento nacional debe estructurarse si intenta filosofar de una manera no-mimética respecto de la universalidad tan cara a la conciencia europea, como a la voluntad tecnológica de la conciencia norteamericana.

No es entreteniéndose —al mejor estilo europeo— en disquisiciones eruditas respecto de tal o cual matiz o aspecto puntual de éste o aquél filósofo en donde encuentra su lugar propio el pensador hispanoamericano, menos lo es aún, ensuciando los pizarrones al mejor estilo de la filosofía anglosajona del norte del continente, con fórmulas lógico matemáticas carentes de predicación de existencia.

Nuestro lugar propio es, a partir de nuestro genius loci —clima, suelo y paisaje— explicitar la identidad cultural. Es responder a la pregunta qué somos, sin caer, a la vez, en el mero pintoresquismo indigenista, pero de tal manera que nuestra respuesta, explicitando nuestro arraigo, tenga validez universal*.

* Como para corroborar nuestra tesis, al par que mostrar la permanente preocupación de los pensadores nacionales sobre esta cuestión, deseamos destacar que desde una perspectiva metafísica, uno de los más significativos pensadores de esta corriente ha sostenido que: “quien filosofe genuinamente como americano, no tiene otra salida que el pensamiento elemental dirigido al Ser Objetivo- existencial, a la realidad fantasmagórica e ininteligible, cargada de potencia y de intencionalidad máxima. Y este presocratismo americano será, al cabo, una contribución efectiva a la recuperación del sentido greco-medieval del Ser” (De Anquin, Nimio: Ente y Ser, Madrid-Buenos Aires, 1962, p. 67. Ed. Gredos),

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