La nación hispanoamericana en Hernández Arregui

El cabildo de Buenos Aires, a principios del siglo XIX

El cabildo de Buenos Aires, a principios del siglo XIX

«El ser nacional se expresa como cultura nacional (…) y toda cultura nacional se condensa en una lengua. En América «es el idioma español el que ha plastificado [su] espíritu» (…) fundiendo las tradiciones españolas y americanas indígenas para obtener un nuevo producto; «América Hispánica es una cultura»                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                  El siguiente texto es un fragmento del trabajo titulado «Ser nacional, marxismo y antiimperialismo: el nacionalismo en Juan José Hernández Arregui», de Jorge Luis Ferrari, publicado en Anuario Nº 5 – Facultad de Ciencias Humanas, Universidad Nacional de La Pampa (125-136).

La nación

Pensar la actualidad de América Latina como un conjunto de Estados nacionales, cada uno con una geografía característica, organizados bajos ciertos principios económicos y políticos, poseedores de una soberanía territorial, rasgos culturales particulares y símbolos y tradiciones representativos propios, parece la actitud natural y hasta obvia de un observador ingenuo. Estamos tan acostumbrados a pensar y a actuar en términos de Estado-nación que no percibimos la modernidad, y hasta la arbitrariedad y artificialidad, de esa organización económico-política. Escribió Jorge Abelardo Ramos en su libro Revolución y contrarrevolución en la Argentina (1999): «Somos un país porque no pudimos integrar una nación y fuimos argentinos porque fracasamos en ser americanos» (p. 13). La pregunta obligada, entonces, que busca desentrañar el enigma de la fragmentación territorial, económica, política y cultural de la América Hispánica recorre toda la historia de América Latina para encontrar, como fruto de la reflexión, sus respuestas en el estudio de los orígenes de las naciones y los nacionalismos hispanoamericanos.

La primera tarea, pues, para iniciar el estudio del ser nacional (1) en Hernández Arregui es intentar una definición de ‘nación’. Esta dificultad fue señalada por Anderson (1993) cuando expresó que ‘nación’, ‘nacionalidad’ y ‘nacionalismo’ son términos que han resultado notoriamente difíciles de definir» (p. 19), y por Seton-Watson (citado en Anderson 1993) quien manifestó: «Me veo impulsado a concluir así que no puede elaborarse ninguna definición científica de ‘nación'» (p. 20).

La complejidad del tema obliga a Hernández Arregui a buscar una imagen en otro concepto, de manera que le permita aproximarse a la idea de ‘nación’. La encuentra en el término ‘patria’, que desde el punto de vista emocional «expresa aproximadamente lo mismo» (Hernández Arregui 1973c: 16). Es pertinente la elección del autor. En las diferentes lenguas la palabra patria refiere al parentesco y al hogar invocando un amor político que «denota algo a lo que se está naturalmente atado» (Anderson 1993: 203). «Todos sabemos lo que queremos decir cuando hablamos de «patria». Mas la dificultad empieza cuando queremos racionalizar el sentimiento patriótico.» (Hernández Arregui 1973c: 17). ‘Patria’ aparece sólo como la corteza que escondería en su seno al ser nacional, y, al «fundirse el concepto puro con la realidad, el ser nacional empieza a desplegarse entre nosotros […] como actividad social viviente […] en tanto conciencia colectiva de un destino.» (Hernández Arregui 1973c: 17). Luego del intento de encontrar a través de la idea de ‘patria’ el camino para llegar a la nación, Hernández Arregui plantea su propia definición de ‘nación’. «‘Nación’ es un grupo humano establecido en un ámbito geográfico, jurídicamente organizado en Estado, unido por un conjunto de valores materiales y espirituales, una lengua, un pasado común e instituciones también comunes, acatados como norma de convivencia social, a pesar de las internas tensiones de clase y que otorgan, en tanto valores sociales conservados por tradición en la memoria del pueblo, una peculiar semejanza a la comunidad nacional.» (Hernández Arregui 1969: 69) Aparece aquí ‘nación’ definida en términos principalmente culturales, donde la tradición compartida y la lengua tienen una importancia fundamental. Los miembros de la nación «alcanzan su libertad y realización al servicio de un ser nacional necesitado de una organización estatal propia» (Blas Guerrero 1995: 23). La lengua es, entonces, el elemento aglutinante del carácter de la nación. «Se piensa, se siente, se quiere en términos de lenguaje que es el instrumento expresivo del pensar, del sentimiento y de la voluntad» (Hernández Arregui 1973b: 87), en tanto la tradición cultural de una nación «constituye un reservorio cultural que la generaciones heredan y transmiten» (Hernández Arregui 1973c: 192). La explicación de Anderson (1993) considerando la nación como «una comunidad política imaginada como inherentemente limitada y soberana» (p. 23) nos permite una mayor comprensión de las palabras de Hernández Arregui. La nación es imaginada porque los miembros de cualquier nación, por pequeña que esta sea, no podrán todos conocerse; se imagina limitada porque tienen fronteras finitas; es soberana porque nace para fundar una nueva legitimidad sobre una autoridad que ha caducado y se imagina como comunidad porque mas allá de las desigualdades y conflictos refiere a un compromiso horizontal. Pero la nación no aparece en Hernández Arregui como un todo homogéneo. Al suponer que las contradicciones entre las diferentes clases no quedan abolidas dentro de una nación, el ser nacional adquiere rasgos diferentes según en qué clase se encarne. Así, «es en determinadas clases, como proyección mental del imperialismo sobre las colonias, el sojuzgamiento acatado del ser nacional a la voluntad extranjera, y en otras clases una disposición contraria de no entrega del destino nacional» (Hernández Arregui 1973c: 20).

Origen e historia de la nación hispanoamericana

Hemos diferenciado en la introducción los dos grupos de teorías que estudian el fenómeno de las naciones y el nacionalismo: los modernistas que, militando en el llamado ‘modelo de construcción de naciones’, al hablar del origen de las naciones señalan su carácter novedoso y reciente, su condición de creación deliberada y consciente propia de la modernidad; y los perennialistas quienes, siguiendo la línea de pensamiento del romanticismo alemán, conciben una humanidad dividida desde siempre en naciones culturales, y le otorgan a la nación un pasado inmemorial que se pierde en la noche de los tiempos. Veremos que Hernández Arregui se afilia a este segundo grupo más que al primero. Así, buscar el origen de las naciones implica para el pensador «retroceder a España, y al hecho de la conquista, calar en las culturas indígenas y en el pasado hispánico, […] pasar a la época actual descifrando la influencia del imperialismo» (Hernández Arregui 1973c: 22).

Ahora bien, en torno a España se han edificado dos imágenes igualmente falsas: la apologética donde aparece la conquista como «una misión religiosa fruto de la magnificencia del alma española ajena al capitalismo y su ética» (Hernández Arregui 1973c; 39), y la leyenda negra, que «tiene su origen en los siglos XVII y XVIII como parte de la política nacional de Inglaterra (Hernández Arregui 1973c: 27) a partir de la traducción inglesa de la obra de Bartolomé de las Casas Lágrimas de los indios: relación verídica e histórica de las crueles matanzas y asesinatos cometidos en veinte millones de gentes inocentes por los españoles (1994) utilizada como herramienta política por la corona británica «en una época en que los Habsburgos mandaban sobre Europa y amenazaban a Inglaterra, entonces potencia de segundo orden» (Hernández Arregui 1973c: 28).

La España unificada de Fernando e Isabel que domina el continente europeo y llega a América es «señora de los mares y dueña del comercio mundial, supremacía fundada en su indisputado poderío militar» (Hernández Arregui 1973c: 44). Es con el comienzo de la conquista americana y la expulsión de los moros de la península que se detiene el desarrollo fabril de España, preanunciando su futura debilidad con la pérdida de sus colonias que pasarían a servir así «no a la industria española sino a los países europeos en pleno período mercantil y manufacturero» (Hernández Arregui 1973c: 45).

La otra vertiente que alimenta el origen de la nación hispanoamericana es la americana indígena. Ya Hernán Cortés «queda fascinado, cohibido por el impacto de la civilización azteca […]; es el alba que impone América a quien la enfrenta por primera vez y no cesará de actuar, […] como un faro inagotable» (Hernández Arregui 1973c: 26).

Así, dos tradiciones culturales, la española y la americana indígena, se unieron y formaron una nueva unidad viviente hispanoamericana. Muestra de ello es el folclore latinoamericano que «aunque recubierto de la cultura española, el subsuelo indígena la modificó y las antiguas técnicas y creencias sobreviven» (Hernández Arregui 1973c: 184) hoy en todo el continente, pues aun «cuando las culturas pueden influirse […] no se confunden, salvo para dar un producto nuevo en la mezcla» (Hernández Arregui 1973c: 303).

La cultura en tanto conjunto de bienes materiales y espirituales producidos por un grupo humano, le da forma a este a lo largo de su existencia temporal como grupo. «El ser nacional se expresa como cultura nacional» (Hernández Arregui 1973c: 18) y toda cultura nacional se condensa en una lengua. En América «es el idioma español el que ha plastificado [su] espíritu» (Hernández Arregui 1973c: 191) fundiendo las tradiciones españolas y americanas indígenas para obtener un nuevo producto; «América Hispánica es una cultura» (Hernández Arregui 1973a: 294).

Con el progreso de la conquista y el control territorial, llegan a América los «segundones de una nobleza empobrecida» (Hernández Arregui 1973c: 48) que formaron aquí una aristocracia nucleada en torno a la exportación de productos primarios a España. En América esa clase se ennoblece y ese carácter nobiliario le está dado por la posesión de «la tierra y la encomienda con la explotación del indio» (Hernández Arregui 1973c: 48). Así, esta clase exportadora junto a sus ‘retoños criollos’ domina desde el comienzo todos los resortes económicos y políticos del imperio en América.

La crisis del poder español, originada como consecuencia de la invasión napoleónica a la península ibérica, desencadena en América un movimiento revolucionario criollo de dimensión continental. Estos movimientos no fueron democráticos en su esencia pues «las pocas brasas jacobinas fueron rápidamente extinguidas» (Hernández Arregui 1973c: 66), y «en ningún caso negaron su fidelidad a España» (Hernández Arregui 1973c: 63). Sólo atacaron lo que los perjudicaba como clase propietaria y exportadora. La independencia no buscaba la modificación de la estructura social sino la apertura hada el mercado europeo para «eliminar el aparato fiscal metropolitano, expropiar al sector español de la propia clase española y heredar su poder político» (Hernández Arregui 1973c: 67-68). Al finalizar la guerra napoleónica, Inglaterra, dueña del comercio mundial, se lanza a la conquista de nuevos mercados. «Este hecho explica por sí mismo la emancipación americana mucho mejor que el delirio por la libertad (Hernández Arregui, 1973b: 84).

Las masas indígenas explotadas por el sistema virreinal no fueron antiespañolas. «La masa indígena y mestiza se mantuvo fiel a España. Y vio enemigos, no libertadores, en los partidarios de la emancipación» (Hernández Arregui 1973c: 51). Las luchas de las masas indígenas fueron consecuencia de la disolución virreinal. Cuando se levantaron durante el período colonial, lo hicieron contra las injusticias sociales y «en defensa del suelo patrio que asociaban a la fidelidad a España» (Hernández Arregui 1973c: 71). No fueron las masas nunca separatistas; serían las clases sociales dominantes tanto españolas como criollas, las que habrían de sacrificar la unidad de América al entrar como clase subordinada al comercio mundial» (Hernández Arregui 1973c: 71). Los movimientos separatistas, «fomentados por Inglaterra, no encontraron apoyo popular» (Hernández Arregui 1973a: 290). De esta manera, las revoluciones americanas truncan el desarrollo americano autónomo y transforman a América en «zona productora de materias primas para las fábricas de Europa» (Hernández Arregui 1973c: 94). A partir de aquí, «la estrategia histórica consistió en ligar al interés extranjero las rentas de las oligarquías nativas» (Hernández Arregui 1973a: 19), al tiempo que se emprendía, a cargo de agentes locales del colonialismo, una campaña de descrédito hacia todo lo español, «pues la lengua y las antiguas tradiciones hacían posible la idea de la unidad continental, viva en los pueblos» (Hernández Arregui 1973a: 19). Los caudillos del interior, ante la política de la oligarquía nativa al servicio de Inglaterra, «se levantaron por la unidad nacional, no contra ella, […] reteniendo en la memoria orgánica de la raza el grande y cercano recuerdo de la América Hispánica unida» (Hernández Arregui 1969:157).

Rivadavia, Rosas, Mitre y Roca representan diferentes momentos «del desarrollo y expansión de la burguesía nacional y de nuestro comercio de exportación dependiente» (Hernández Arregui 1973a: 24-25) del sistema económico mundial. Con el radicalismo yrigoyenista surge una «fuerza popular de orientación nacional» (Hernández Arregui 1973b: 283) que se propone volver a la nación a su cauce original. Pero la oligarquía liquidará el carácter nacional del radicalismo y derrocará a Yrigoyen para iniciar «un período de retroceso de la Argentina como nación» (Hernández Arregui 1973b: 283). En 1930, la economía y la política se ponen al servicio del mercado monopolista mundial, en tanto que los escritores argentinos se inclinan hacia «el nihilismo literario, o bien, el redescubrimiento de lo argentino» (Hernández Arregui 1973a: 99); en el último caso para ser luego acusados de fascistas por el extranjerismo mental de los grupos nativos vendidos al capital internacional.

En 1945 comienza en el país una revolución encabezada por las masas populares de carácter democrático, nacional, antioligárquica y antiimperialista. El 17 de octubre de 1945 terminaba «una época de humillación y advenía la Nación frente al mundo» (Hernández Arregui 1973b: 50). Pero esa revolución nacional cometería el error de no aniquilar a las clases serviles del imperialismo. «En dos oportunidades la clase terrateniente ha sufrido retrocesos políticos: en 1916 y en 1943. Y dos veces, en 1930 y 1955, ha recuperado el poder mediante golpes militares» (Hernández Arregui 1973a: 214).

Notas

(1) Se utiliza el concepto de ‘ser nacional’ como equivalente al de ‘nación’, en correspondencia con los significados que les atribuye Hernández Arregui.

Fuentes

Los textos que constituyeron las fuentes primarias de esta investigación han sido consultados en las siguientes ediciones:

Hernández Arregui, J. J. (1969). Nacionalismo y liberación. Buenos Aires: Hachea.

—————————— (1973). Imperialismo y cultura. Buenos Aires: Plus Ultra (3ª ed.).

—————————— (1973). La formación de la conciencia nacional.  B.A.: Plus Ultra (3ª ed.).

—————————— (1973).  ¿Qué es el ser nacional? Buenos Aires: Pius Ultra (3ª ed.).

Bibliografía

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