Los movimientos insurgentes en América

La batalla de Ayacucho, óleo de Martín Tovar y Tovar

La batalla de Ayacucho, óleo de Martín Tovar y Tovar

«Revalorar nuestro pasado y nuestra identidad nacional es conocer y amar lo que nos une desde la Tierra de Fuego hasta el Río Bravo, sin perder las múltiples identidades culturales que integran en un hermoso y complejo mosaico la Hispanoamérica de hoy, nuestro hogar común»

 
 
Artículo de Carlos Astudillo, Director del Centro de Cultura Humanística A.C. FUNDICE, publicado el 3 de septiembre de 2010 en el sitio web yoinfluyo.com

Es un vasto territorio de selvas y desiertos, junglas y bosques, ríos, pampas, pastizales y mesetas. Nueva España y el Río de la Plata, la Nueva Granada y el indómito territorio chileno, Venezuela y Perú. Desde el siglo XVI europeos y amerindios, africanos y asiáticos van aportando los elementos originales de las nuevas patrias hispanoamericanas. Aunque varían enormemente en sus perfiles locales, tienen elementos comunes que las van hermanando y asimilando a una Gran Patria Hispanoamericana, diversa y plural, pero también hogar común continental.

Los graves acontecimientos ocurridos en mayo de 1808 en territorio español desatan una cadena de acontecimientos que desembocará en la independencia de los territorios españoles de América y la creación de nuevos estados soberanos que emergen de la misma Patria común hispanoamericana; 1808 es un año decisivo dada la grave crisis política desatada en España por la invasión napoleónica y la captura de los reyes españoles a manos del ejército francés de Napoleón Bonaparte.

Es la ocasión esperada para muchos criollos mexicanos, peruanos, argentinos, colombianos o venezolanos. Tienen prestigio social, influencia y riqueza, pero aspiran a gobernar la tierra en que han nacido, desplazando a los españoles peninsulares mandados por Madrid.

Con oportunidad rechazan los pretendidos derechos de los franceses a gobernar España y proclaman la necesidad de formar Juntas de gobierno, similares a las que los patriotas españoles han creado en el territorio de la Metrópoli. Para los españoles peninsulares las pretensiones criollas son inaceptables y deciden combatirlas, pues consideran, con toda razón, que no son sino la antesala para la pura y redonda independencia de los territorios coloniales de España.

Son años de guerra y conflicto, de lucha y enfrentamiento entre las familias. En un principio la guerra adquiere un carácter fraticida, pues son hispanoamericanos los que combaten en ambos bandos de la contienda. Sólo hasta la derrota napoleónica en España vendrán contingentes de tropas españolas para reforzar los derechos del Rey Fernando VII sobre los dominios americanos.

En México Agustín de Iturbide une a todos los mexicanos para lograr la Independencia en 1821; en el resto de América los patriotas lucharán bajo las órdenes de Bolívar, San Martín, Sucre, O¨Higgins, hasta vencer a los partidarios del Rey español en América. Ayacucho en 1824 es la última gran batalla por la independencia de Hispanoamérica, que consolida definitivamente la victoria de los insurgentes hispanoamericanos.

Es de lamentar que la independencia se haya logrado después de años de guerra que dejaron secuelas negativas en las nuevas naciones independientes. Odios y rencores, venganzas y duelos; una excesiva preponderancia de los militares hispanoamericanos en la vida política y social de los nuevos países; intromisión e intervención de potencias como Estados Unidos e Inglaterra, interesadas en obtener beneficios comerciales y políticos a costa de los hispanoamericanos; son algunos de los saldos que emergieron después de la tormenta.

Los hispanoamericanos fueron ingratos con sus libertadores: Iturbide fue fusilado, Sucre asesinado, San Martín exiliado, lo mismo que Bolívar y O´Higgins. En muchos casos fueron militares ambiciosos los que desplazaron a los libertadores y establecieron gobiernos despóticos y agresivos. Los hispanoamericanos consiguieron la libertad política pero no la paz. Las guerras civiles ensangrentaron sus territorios, y al final desembocaron en guerras internacionales, muchas veces crueles y devastadoras.

España sólo empezó a reconocer la independencia de Hispanoamérica hasta 1836, muerto ya el intransigente Fernando VII. Con la notable excepción de Cuba y Puerto Rico, sustraídos de la tormenta independentista por su condición insular que los mantuvo bajo soberanía española hasta el fatídico 1898, en que los restos del Imperio español sucumbieron ante los cañones de Estados Unidos.

España, la Madre Patria, no condujo a las naciones hispanoamericanas por un proceso pacífico y amistoso de independencia. Luchó contra sus hijas, y al final aceptó que era imposible mantenerlas bajo su potestad. En el camino se lastimaron los profundos y valiosos vínculos entre España e Hispanoamérica, y entre las naciones que surgieron a la vida independiente.

Revalorar nuestro pasado y nuestra identidad nacional es conocer y amar lo que nos une desde la Tierra de Fuego hasta el Río Bravo, sin perder las múltiples identidades culturales que integran en un hermoso y complejo mosaico la Hispanoamérica de hoy, nuestro hogar común.

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