Una visión atlántica

«La independencia hispanoamericana no consistió únicamente en la separación respecto de la madre patria, como en el caso de Estados Unidos; también destruyó un vasto y receptivo sistema social, político y económico que funcionaba bien pese a sus muchas imperfecciones. La monarquía española mundial había demostrado ser flexible y capaz de contener las tensiones sociales e intereses políticos y económicos encontrados durante casi 300 años. En la época posterior a la independencia, se hizo evidente que, de manera individual, las antiguas partes de la monarquía española se encontraban en desventaja competitiva»

Sesión de las Cort

Sesión de las Cortes en la Isla de León. Dibujo de Juan Gálvez (hacia 1810). Museo Lázaro Galdiano (Madrid).

Artículo de Jaime Edmundo Rodríguez Ordóñez. Catedrático de historia de América Latina en el Departamento de Historia de la Universidad de California, Irvine. Publicado en el sitio web mexicano Nexos el 1 de septiembre de 2009.

El bicentenario de las independencias hispanoamericanas ha llevado a historiadores, funcionarios y público en general a revalorar aquel complejo periodo. La mayoría de quienes estudian esa época rechazan las interpretaciones “oficiales” de los acontecimientos que habrán de celebrarse en los años que vienen. Las interpretaciones tradicionales de la independencia hispanoamericana, que aún hoy son ampliamente aceptadas, recurren a diversos argumentos para justificar la separación respecto de la monarquía española. Por lo general, sostienen que España había sido una potencia retrógrada y represiva, y que la independencia era la única vía para liberar a los americanos de la opresión. También arguyen que las naciones existían ya antes que el Estado y que la emancipación no hizo sino reconocer la existencia de tales entidades políticas independientes. Pero la independencia de la América española no constituyó un movimiento anticolonial, como muchos afirman, sino que formó parte tanto de una revolución dentro del mundo hispánico como de la disolución de la monarquía española. A decir verdad, España fue ella misma una de las nuevas naciones que emergieron de la fragmentación de aquella entidad política mundial.

Los hispanoamericanos creían que la independencia de sus países y la instauración de gobiernos representativos en ellos conducirían inevitablemente a la prosperidad económica y al orden político. Puesto tal cosa no ocurrió, muchos observadores contemporáneos y estudiosos actuales concluyeron que los fracasos de las nuevas naciones hispanoamericanas eran imputables a su falta de preparación para un gobierno autónomo y a la adopción de modelos políticos extranjeros inapropiados. Pero esto no es correcto; nuevas investigaciones demuestran que los habitantes de la monarquía española contaban con amplia representación y estaban bien preparados para el gobierno autónomo. De hecho, la gran revolución política comenzó cuando la Constitución de Cádiz otorgó a los habitantes de Hispanoamérica una amplia experiencia en la elección de sus representantes a cortes, diputaciones provinciales y ayuntamientos constitucionales. Además, la Constitución de 1812 estableció un sufragio más amplio que el de Gran Bretaña, Estados Unidos o Francia.

¿Por qué, entonces, España y la América española experimentaron una decadencia política y económica durante el siglo XIX? ¿Por qué no gozaron de una estabilidad y de un crecimiento económico continuo, como Gran Bretaña y Estados Unidos después de la emancipación de este último? La respuesta radica en la naturaleza de la monarquía española y en el momento temporal en que se dio la independencia de Hispanoamérica.

La independencia hispanoamericana no consistió únicamente en la separación respecto de la madre patria, como en el caso de Estados Unidos; también destruyó un vasto y receptivo sistema social, político y económico que funcionaba bien pese a sus muchas imperfecciones. La monarquía española mundial había demostrado ser flexible y capaz de contener las tensiones sociales e intereses políticos y económicos encontrados durante casi 300 años. En la época posterior a la independencia, se hizo evidente que, de manera individual, las antiguas partes de la monarquía española se encontraban en desventaja competitiva. Es en ese sentido que la España decimonónica, al igual que su progenie americana, fue sólo una nación más, recién independizada, buscando a ciegas un lugar en un mundo desconcertante y complicado.

En contraste con Estados Unidos, que obtuvo su independencia en 1783, justo a tiempo para beneficiarse de la insaciable demanda de sus productos generada por los 20 años de guerra que siguieron a la Revolución francesa de 1789 en Europa, el mundo hispánico logró emanciparse después de las guerras europeas. Las nuevas naciones no sólo tuvieron que reconstruir sus economías devastadas, también se enfrentaron a la falta de demanda de sus productos. Esas naciones no gozaron de prosperidad durante sus años de formación, como lo hizo Estados Unidos. En lugar de ello, los Estados hispanoamericanos tuvieron que enfrentar graves problemas internos y externos con recursos cada vez menores.

La independencia de Estados Unidos, por otra parte, no derivó en la destrucción política y económica del mundo británico. Pese a algunos conflictos breves y relativamente menores, las relaciones culturales, económicas y diplomáticas entre la antigua metrópolis y la antigua colonia continuaron. Y lo que es aún más importante: durante el siglo XIX Gran Bretaña se convirtió en la más grande potencia industrial, comercial, financiera, tecnológica y naval en el mundo. La historia de Estados Unidos habría sido considerablemente distinta si España hubiese alcanzado esta preeminencia al tiempo que Gran Bretaña se colapsaba. En un mundo dominado por un país con una lengua, una religión y una cultura diferentes, Estados Unidos habría sido menos privilegiado políticamente, menos capaz de explotar su rica dotación de recursos fácilmente accesibles y, lo que es más, habría tenido que competir con vecinos poderosos. Tal situación, por supuesto, no tuvo lugar. En cambio, Estados Unidos creció territorialmente a través de la conquista, se expandió económicamente y mantuvo un sistema político estable que se volvió cada vez más democrático.

No fue sino hasta el último tercio del siglo XIX que las naciones de la América, así como España, comenzaron a consolidar sus Estados. Para las décadas de 1870 y 1880, España y la mayor parte de los países hispanoamericanos habían establecido gobiernos estables y emprendido el difícil proceso de rehabilitación económica. Desgraciadamente, la antigua monarquía española había languidecido durante 50 años cruciales en los que Gran Bretaña, Francia, Alemania y Estados Unidos avanzaron a un estadio distinto de desarrollo económico. En los años que pasaron desde que la gran revolución política disolviera la monarquía española, el mundo del Atlántico Norte se transformó drásticamente. Las corporaciones industriales y las instituciones financieras de la Europa Occidental y de Estados Unidos habían alcanzado tal fuerza y dimensión que las economías emergentes de España e Hispanoamérica sencillamente no podían competir. En consecuencia, los miembros de la antigua monarquía española se vieron forzados a aceptar un papel secundario en el nuevo orden mundial.

Este ensayo se funda en la creencia de que el mundo hispánico, parte importante de la civilización occidental, abrevó de una cultura europea compartida cuyos orígenes se remontan al mundo clásico antiguo. La cultura hispánica fue un igual de cualquier otra cultura europea, pues compartía esta misma cultura con las demás monarquías. Los españoles y los hispanoamericanos compartían la misma fe, la misma lengua, las mismas instituciones, las mismas leyes y las mismas tradiciones literarias y culturales. Las posturas antihispánicas surgieron en las décadas de 1830 y 1840, cuando los hispanoamericanos buscaron una explicación para su fracaso posterior a la independencia. Estados Unidos nunca rechazó su herencia inglesa. Por el contrario, aún hoy la sigue exaltando. El hecho de que la federación del norte haya sido extraordinariamente exitosa refuerza sin duda la convicción de que su herencia inglesa fue positiva, mientras que los hispanoamericanos llegaron a creer que la herencia hispánica era negativa. Sin embargo, como ya he afirmado, la diferencia no fue resultado de la cultura, sino del momento histórico en que se dio la independencia de la América española y de la economía política del mundo occidental durante el periodo de 1830 a 1880.

Mi interpretación del proceso de independencia en Hispanoamérica no es la interpretación oficial y patriótica. Gran parte de lo que he escrito desafía creencias de larga data. En tanto historiador profesional, he procurado entender las complejas transformaciones que se desarrollaron dentro de la América española y ubicarlas dentro del contexto más amplio del mundo europeo occidental. He intentado comprender por qué el mundo hispánico decayó al tiempo que el mundo inglés triunfaba. Creo que para todos resulta importante comprender el pasado con miras a mejorar el presente. Los mitos gloriosos y patrióticos podrán complacernos y habrán tenido una importante función unificadora durante los primeros tiempos de la formación del Estado, pero pronto perdieron su función y no nos ayudan a abordar las dificultades actuales de la sociedad. Desde mi punto de vista, los verdaderos procesos que forjaron las naciones hispanoamericanas produjeron muchos héroes reales, hombres y mujeres de todas las condiciones socioeconómicas y de todos los grupos étnicos, cuyas historias aún no se han contado.

1 comentario en “Una visión atlántica

  1. Carlos Rodriguez

    USA tuvo la ventaja de combatir sin los nativos. La independencia de America Latina utilizo a los indios y esclavos negros con los que adquirio un gran compromiso socio economico y que no cumplio. Ademas la clase media y alta estaba ubicada al centro por temor a la represalia del ganador. Esto genero una arenga en contra de la Corona que se transformo en odio racial que hasta el dia de hoy persiste y con mayor virulencia.
    Esta gran diferencia social nos puso en desventaja para un mayor creciminento que podria estar a la par con USA o posiblemente mejor por sembrar el odio descuidando mejores politicas de gobierno.

    Responder

Deja un comentario