«Aquellos entusiastas de la soberanía popular (…) lucharon en toda Hispanoamérica y sus ideales buscaron abarcar esa enorme extensión, casi un continente (…) Hoy nos toca a nosotros; al igual que en los albores del siglo XIX no es una cuestión de ideales sino de supervivencia»

Artigas en el Hervidero, óleo de Carlos María Herrera. «Karaí-Guasu» (también escrito «karay-guazú») es expresión guaraní que suele traducirse como «Gran Señor» y fue un título otorgado a líderes carismáticos del siglo XIX identificados como «caudillos», entre ellos José Gervasio Artigas, quien durante su exilio en el Paraguay fue reconocido por los indígenas como el «Padre de los Indios».
Artículo de Juan Martín Alvarado, historiador a cargo de la Dirección del Centro Cultural Leopoldo Marechal, publicado en el sitio web del Instituto de Cultura del Chaco (3 de abril de 2013).
En estos años de bicentenarios es bueno recordar “las esperanzas ni conseguidas ni frustradas” de los hombres y mujeres que protagonizaron aquella gesta, porque en ellas se esconde nuestro futuro. Aquellos entusiastas de la soberanía popular y de sus tres banderas – Igualdad, Fraternidad y Libertad – lucharon en toda Hispanoamérica y sus ideales buscaron abarcar esa enorme extensión, casi un continente. Independencia, Igualdad y Unidad eran entonces posibles y tras esos posibles empeñaron lo mejor de sus vidas.
José Gervasio de Artigas encarnó estas ideas como nadie en las Provincias Unidas del Río de la Plata. Se había formado en las márgenes del imperio español y entre marginales. La frontera le hizo comprender que defendía un vasto territorio y sus humildes compañeros de lucha, indios, negros y gauchos le permitieron tener cabal conciencia de las necesidades que pronto habrían de convertirse en derechos soberanos.
Con este bagaje, a partir de su incorporación a la revolución de mayo en febrero de 1811, el general de los sencillos y el pueblo libre que lo seguía procuraron durante una década establecer las bases para fundar una gran nación. Buena parte de las Provincias Unidas del Río de la Plata lideradas por “Caraí Guazú” declararon la independencia el 29 de junio de 1815 en Arroyo de la China (Concepción del Uruguay, Entre Ríos) y le dieron sustentos sólidos: la defensa de la producción local y la justa distribución de las tierras que privilegió a los más infelices. Pasaría más de un siglo para que otro movimiento político rioplatense levantara consignas similares.
Al mismo tiempo desde el centro imperial del siglo XIX se pensaba para estas tierras otro futuro, el ministro de guerra británico Lord Castlereagh lo expresaba en un memorial escrito en mayo de 1807. Gran Bretaña no debería malgastar esfuerzos en colonizar Hispanoamérica sino en favorecer el acceso al poder de grupos vernáculos que fueran proclives al libre cambio, tan luego la división internacional del trabajo nos asignaría el rol de proveedores de materias primas para el taller inglés y las manos invisibles del mercado podrían dirigir sin estorbos las riquezas a Londres.
La política recomendada por Castlereagh encontró sus intérpretes en las elites criollas de Buenos Aires y Montevideo que eligieron aliarse a los portugueses para terminar con el mal ejemplo del Protector de los Pueblos Libres. Artigas fue derrotado y en septiembre de 1820 cruzó el Paraná con su fiel amigo el negro Ansina a buscar refugio en el Paraguay. Hizo bien pues la república guaraní fue el último bastión de la América del Sur contra la colonización del libre comercio y sus serviles capangas aristócratas. Cuando su tierra, la Banda Oriental, se volvió un país pequeño, lo invitaron a volver y él contestó que ya no tenía patria. Luego Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López pergeñaron su entierro histórico.
Pues bien, es nuestra tarea devolverle la Patria Grande a “Caraí Guazú”, rescatarlo de su exilio en la selva paraguaya, rescatarlo de su exilio como prócer uruguayo. Artigas, Bolívar, San Martín eran por sobre todas las cosas americanos ese era el destino que habían pensado forjarse con la ayuda de sus paisanos para construir una nación grande. Pasaron doscientos años, muchas generaciones recogieron ese mensaje de naufragio y procuraron hacerlo realidad en su presente.
Hoy nos toca a nosotros; al igual que en los albores del siglo XIX no es una cuestión de ideales sino de supervivencia, al igual que entonces hoy tenemos la posibilidad de concretarla y contamos con la experiencia de ese pasado que ya nadie esconde o entierra. Contamos, y esto es lo más importante, con el Pueblo Libre de América del Sur que vuelve a escuchar la prédica de orgullo a los humildes del general de los sencillos. El IV Congreso Argentino de Cultura servirá para hacernos recordar la gesta del siglo XIX que buscaba construir una América unida y no los países pequeños y serviles que imaginaba Castlereagh, contribuirá a recuperar nuestra identidad de americanos del sur que nos permita conseguir nuestra esperanza de vivir como un pueblo digno.
Convengamos que hoy, más que nunca, esto es un futuro posible.
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