
«Isla de la Utopía» de Tomás Moro (1516). La nave y la carabela sugieren el increíble cambio ocurrido en la concepción del mundo europeo a partir del descubrimiento de América.
«con el paso de los años y la llegada de diversas influencias extranjeras, América terminaría convirtiéndose en un abigarrado mosaico étnico-cultural (…) la figura del mestizo se erigió como el ciudadano americano por anotonomasia, epítome de la hispanoamericanidad«
Artículo de opinión de Altisidora Soriano, publicado en la bitácora digital Insolentemente Diletantes, el 4 de septiembre de 2011 bajo el título original «Breve apunte referente a la identidad hispanoamericana».
El tema de las utopías hispanoamericanas ha sido estudiado ampliamente, lo mismo por estudiosos hispanistas americanos que extranjeros capaces de ver lo complejo de esta cuestión, particularmente en nuestro subcontinente, enigma en sí mismo.
Concebido inicialmente por los conquistadores españoles como el lugar idóneo para realizar todas las fantasías europeas de grandeza, riqueza y poder, con el paso de los años y la llegada de diversas influencias extranjeras, América terminaría convirtiéndose en un abigarrado mosaico étnico-cultural.
Los intelectuales de los siglos posteriores a este período, especialmente los del XVIII, herederos de un choque entre visiones de mundo altamente disímiles, protagonistas de los cambios socioeconómicos y preocupados por llevarse la mejor tajada, verían en la conformación de una identidad latinoamericana, lograda a través de la literatura, la mejor forma para legitimar su promulgada hegemonía letrada. Nacieron así, para beneficio de unos cuantos, las dos más grandes utopías de nuestro continente: Modernidad e Hispanoamericanidad.
Para lograr su cometido echaron mano de la naturaleza, otorgándole una doble carga semántica. Por un lado, fue utilizada para crear en las clases menos privilegiadas una suerte de sentimiento de pertenencia a un territorio determinado; además, fue tomada como punto de referencia para evidenciar la ominosa premodernidad que vivían los pueblos americanos, en comparación con las ilustradas sociedades europeas.
Ansiosos de Modernidad, nuestros letrados volvieron sus ojos hacia Europa, más específicamente, Francia. Encontrarón allá el modelo a seguir, Francia era todo lo que el subcontinente necesitaba ser, lo que ellos querían que Hispanoamérica fuera. También figuraba EUA como modelo; aunque no sin reticencia debido al imperialismo yanqui, razón por la cual se satanizó tomando como objeto de al aversión su marcado utilitarismo. Lo primero para consolidar las naciones deseadas sería inicar con la exclusión de negros e indígenas, sujetos inadaptados e inadaptables al moderno régimen deseado.
Fue así que la figura del mestizo se erigió como el ciudadano americano por anotonomasia, epítome de la hispanoamericanidad. El criollo, sujeto más interesado en pretenderse europeo e ilustrado y negar todo nexo con la indiada que en reconocerse americano, producto del encuentro cultural que supuso la conquista y colonización de América.
Hubo, sin duda, quien abogó por un conocimiento y rescate de lo autóctono en aras de su asimilación a la Modernidad, pero fueron estos los menos y, curiosamente, siempre lo hicieron desde una perspectiva europeizante, asiéndose a formas, ideas y temas que poco o nada se relacionaban con la realidad inmediata del hispanoamericano.
Al final, nada más que utópicas, ambas, Modernidad e Hispanoamericanidad, devendría la primera en una nunca-acabada-y-siempre-mal-adaptada modernización carente de Modernidad propiamente; y se convertiría en mero discurso político adoctrinador de masas, la segunda.