Discurso de Violeta Chamorro (18 de julio de 1991)

«Hispanoamérica (…) nació de la unidad. Siente esa unidad, y todos los movimientos que han forjado el destino y la cultura continentales -como el Barroco, la Independencia y el Modernismo- los ha realizado con el más profundo sentido de unidad (…) ¡No podemos seguir derrochando ese poder creador, ese poder de civilización que es nuestra unidad! (…) La unidad que necesitamos sólo la produce la Democracia (…) esa es la unidad que Hispanoamérica posee como anhelo de sus pueblos y como legado de sus libertadores: la unidad de los hombres libres»

Mapa incluido en "Geografía de Centro América",  de José María Cáceres, París Garnier Hermanos, 1891, pág. 26.

Mapa incluido en «Geografía de Centro América», de José María Cáceres, París Garnier Hermanos, 1891, pág. 26.

Discurso pronunciado por la Presidenta de la República de Nicaragua, Violeta Barrios de Chamorro, en ocasión de la Primera Cumbre Iberoamericana. Guadalajara, 18 de julio de 1991. Tomado del sitio web cubano Cumbres Iberoamericanas de Jefes de Estado y de Gobierno.

Para el europeo la unidad de Europa, los Estados Unidos de Europa, fue durante siglos una utopía, pero la han conseguido.

Hispanoamérica en cambio, nació de la unidad. Siente esa unidad, y todos los movimientos que han forjado el destino y la cultura continentales -como el Barroco, la Independencia y el Modernismo- los ha realizado con el más profundo sentido de unidad; sin embargo ha malgastado esa unidad.

Lanzándonos en persecución de quimeras, de utopías, de soluciones mágicas y paradisíacas, los hispanoamericanos hemos experimentado todos los caminos del terror y de la muerte. Pero al cerrar este siglo, una marea de cansancio y de amarga reflexión invade los corazones de América: ¡Abramos los ojos a la realidad! nos dicen nuestros pueblos diezmados y empobrecidos. ¡No podemos seguir derrochando ese poder creador, ese poder de civilización que es nuestra unidad! ¡No es posible que 400 millones de seres que comparten historia, destino y cultura, sigan dispersos siendo hermanos; no es posible que sigan de espalda los unos y los otros como si no fueran dueños de la más hermosa solidaridad!

Sobre todo, no es posible que hagamos este despilfarro cuando vemos con qué velocidad se va abriendo el abismal foso -cada día más hondo- que separa el desarrollo del subdesarrollo.

¡No es momento de hacer guerra entre hermanos!. Por eso, se hace necesario que la violencia y la guerra que sufre el pueblo salvadoreño desaparezca para siempre y que también se logre afianzar la paz en Guatemala.

Los conflictos entre hermanos de un mismo pueblo, así como los de carácter internacional, deben superarse por la vía del diálogo y la negociación.

Nosotros en Nicaragua hemos aportado a esta cruzada por la paz, la naciente democracia nicaragüense, nacida del diálogo auténtico, de la reconciliación nacional y de la concertación política y social.

Para consolidar la paz e iniciar la ruta hacia la democracia irreversible, establecimos un proceso electoral limpio, finalizamos la guerra civil, logramos el desarme de los miembros de la Resistencia Nicaragüense y redujimos el inmenso aparato militar. También logramos controlar los terribles efectos de la inflación que nos había azotado por varios años.

El apoyo internacional y el de nuestros hermanos iberoamericanos, especialmente México, Venezuela, España y Colombia, ha sido factor determinante para poder alcanzar el objetivo de nuestra noble empresa, al reestructurar nuestras gigantescas deudas con ellos, de conformidad con nuestra limitadísima capacidad de pago.

En el próximo mes de septiembre, vamos con espíritu optimista al Club del Paris a solicitar a los países pudientes, la misma comprensión y solidaridad que los países iberoamericanos nos han brindado en el tratamiento de nuestra enorme deuda.

Es indudable que la dura experiencia que los nicaragüenses hemos vivido en el pasado, nos ha dado una lección que deben aprovechar todos los pueblos hermanos. Los hombres providenciales, los hombres fuertes apoyados en la violencia, los superhombres de las autocracias no unen a sus pueblos -el miedo y el terror paralizan pero no unen- sino que producen guerras, torturas, exilios y cárceles llenas de rencores, de impotencia.

La unidad que necesitamos sólo la produce la Democracia, el régimen que permite en su pluralismo, la crítica y la concertación.

Sólo la Democracia le da poder al pueblo frente al Poder. Sólo la Democracia permite al pueblo la libertad necesaria para discutir y perfeccionar por la crítica, las medidas de un gobierno impidiendo que los errores se institucionalicen.

¡Sólo la democracia profundiza la paz y la libertad!

No es la supresión de la propiedad sino la libertad democrática -vigilante todo el pueblo en el cumplimiento de los Derechos Humanos- el sistema que más se acerca a la Justicia Social y que abre mejor camino a la protección del pobre y a una mejor distribución de la riqueza.

Y esa es la unidad que Hispanoamérica posee como anhelo de sus pueblos y como legado de sus libertadores: la unidad de los hombres libres.

Rubén Darío vaticinó la “gran alba futura” a esa comunidad hispanoamericana de naciones. Creo que estamos saliendo (al morir este siglo sangriento), de la más dura prueba de América, y creo también, que la luz que nos despierta a la realidad, la luz que vio Darío, es otra vez la luz del sol de la Libertad y de la hermandad Iberoamericana.

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