Un siglo de dispersión hispanoamericana

«las pequeñas banderas que allí se mezclaron, como un prólogo necesario a la prosecución de la guerra por la libertad del Perú, del alto y el bajo Perú, no han adquirido lo que su símbolo de colores quería significar: una sola gran patria, que, por unida, podría salvar a esta inmensa región del mundo del subdesarrollo y la dependencia que han padecido, y padecen actualmente, todos nuestros países»

Capitulación de Ayacucho, óleo de Daniel Hernández (1924). Museo del Banco Central de Reserva del Perú.

Capitulación de Ayacucho, óleo de Daniel Hernández (1924). Museo del Banco Central de Reserva del Perú.

Artículo de opinión del escritor, historiador y diplomático Alfredo Pareja Díez-Canseco, publicado en el periódico digital ecuatoriano ExploRed, el 24 de mayo de 1992.

Cansado hasta la hartura el ánimo por la tormenta electoral, se reconforta con el recuerdo de los cien años de la Batalla de Pichincha, en la cual el joven genio bélico de Antonio José de Sucre incorporara en esa Batalla la Colombia construida por Bolívar a las posibilidades de la unidad hispanoamericana, amenazada por la ambición subalterna de los caudillejos.

Caudillejos que, grandes o pequeños, bárbaros o engreídos de sabiduría limitada a la imitación de culturas ajenas y opuestas a las nativas indo-españolas, han continuado, hasta nuestros días, impidiendo la restauración de la unidad que parecía existir, con numerosas excepciones, durante la dominación española. Digo que parecía existir, pues la Colonia habíala fragmentado en trozos contrapuestos, que los nuevos señores criollos, desde la Independencia, aprovecharían para colmar la copa sin fondo de sus privadas y personalísimas ambiciones.

No puede olvidarse que en el magno acontecimiento del 24 de Mayo participaron los hoy venezolanos, Sucre el primero, los hoy colombianos con Córdova, por caso, (aquél de la orden, ­arriba, paso de vencedores!), los peruanos de la división de Santa Cruz, de la actual Bolivia, entonces Alto Perú, los chilenos y argentinos del general Lavalle… Y otros líderes de los fragmentos de lo que sería a poco la amarga desunión.

Pudiera decirse que nuestros antepasados de 1822 reproducían, por genética idiosincrasia, las Españas divididas que nos habían colonizado, sembrando, durante trescientos años, la discordia como una grave dolencia de la conducta social, política y económica.

Todo lo que se quiera decir en contrario no es sustancialmente válido, ni para 1822 ni para 1992, ni para los años que seguirán. Séame permitida la irreverencia de decir que los héroes, incluido, por cierto, nuestro joven Abdón Calderón, señalado en el Parte de la Guerra de Sucre por su valentía, al no querer retirarse del combate con cuatro heridas en el cuerpo, y hayan sido granadinos de la hoy Colombia, guayaquileños y quiteños del hoy Ecuador, venezolanos, peruanos, bolivianos, o argentinos y chilenos, carecen de trascendencia histórica fundamental, ante la descomposición de la posible unidad en grandes o pequeños comportamientos estancos, con frecuencia rivales, como son los países de nuestra disociada actualidad.

Porque, en fin de cuentas, las pequeñas banderas que allí se mezclaron, como un prólogo necesario a la prosecución de la guerra por la libertad del Perú, del alto y el bajo Perú, no han adquirido lo que su símbolo de colores quería significar: una sola gran patria, que, por unida, podría salvar a esta inmensa región del mundo del subdesarrollo y la dependencia que han padecido, y padecen actualmente, todos nuestros países.

Recuérdese que el primer presidente del Ecuador -establecido en 1830- fue un venezolano. Que el primero del Perú fue un ecuatoriano de Cuenca. Que el primero de Venezuela fue un
ciudadano de Cundinamarca. Que el primero de Bolivia -el alto Perú ya segregado- fue un venezolano de Caracas.

Pesa en el espíritu recordar, por ejemplo, cómo la Capitanía General de Guatemala se apedazó en minúsculas naciones, al servicio de intereses de grandes potencias, como Inglaterra antaño, e inmediatamente después los Estados Unidos. Sálvase de ello, parcial, pero de modo loable, la disciplinada y creadora democracia costarricense.

Que la dispersión no continúe con el neo-liberalismo trasnochado que pretende llevarnos a políticas de alto costo social y sombrías perspectivas históricas.

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