El diagnóstico de Bolívar

«La idea era persistente en el Libertador de la necesidad de coaligarse las diferentes regiones de Hispanoamérica para formar juntas una inmensa nación o por lo menos una confederación de grandes estados que hiciera contrapeso efectivo a los Estados Unidos (…) Hasta Fidel Castro, ningún otro estadista latinoamericano volverá a tener una visión estratégica de la política mundial (…) México prefirió la mentira de una inexistente soberanía sobre Texas a la preservación entre México y los EE.UU. de una república independiente, cuya existencia hubiera cambiado drásticamente el curso de la historia hemisférica y mundial»

Mapa

Mapa en el que se muestra a Texas separada de México en 1836: comienza entonces el proceso de mutilación territorial de México a manos de los Estados Unidos.

El siguiente texto es un extracto del libro «Del buen salvaje al buen revolucionario», obra del periodista, académico y diplomático Carlos Rangel, y que fue publicado por primera vez en 1976.

En 1824 Bolívar había convocado un Congreso de las nuevas Repúblicas hispanoamericanas, al cual calificó de “anfictiónico”, en evocación significativa de la confederación de las ciudades-estado de la antigua Grecia. La idea era persistente en el Libertador de la necesidad de coaligarse las diferentes regiones de Hispanoamérica para formar juntas una inmensa nación o por lo menos una confederación de grandes estados que hiciera contrapeso efectivo a los Estados Unidos, en lugar de quedar Hispanoamérica inerme frente a los norteamericanos, como pudo constatar Tocqueville apenas pocos años más tarde.

 Pero lo cierto es que Bolívar no se hacía excesivas ilusiones sobre la posibilidad real de la unidad hispanoamericana, por lo menos en aquel momento. Y no sólo porque Colombia, la gran nación que él trató personalmente de forjar con Venezuela, Nueva Granada y Ecuador se deshacía bajo sus pies, con los caudillos de cada región esperando su muerte o su renuncia para desmembrarla, sino porque no sufriendo Bolívar complejos de inferioridad, o la necesidad de compensar con palabras heroicas actos mezquinos, pudo desde muy temprano pensar con claridad y decir con sencillez la verdad. En su Carta de Jamaica (1815), dice que en Hispanoamérica independiente, “una gran monarquía no será fácil de consolidar; una gran república, imposible. Es una idea grandiosa pretender formar de todo el Nuevo Mundo una sola nación, con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión, debería, por consiguiente, tener un solo gobierno que confederase los diferentes Estados que hayan de formarse; mas  no es posible, porque climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres desemejantes dividen a (Hispano) América”.

 En cuanto a la posibilidad de adaptar fructíferamente el sistema norteamericano de gobierno, Bolívar demuestra igualmente descarnada lucidez: “Es desgracia que no podamos lograr la felicidad de (la Gran) Colombia con las leyes y costumbres de los (norte) americanos. Ud. sabe que esto es imposible; lo mismo que parecerse la España a la Inglaterra, y aún más todavía”

Y también: “Pienso que mejor sería (para Hispanoamérica) adoptar el Corán (como código político) que el gobierno de los Estados Unidos, aunque es el mejor del mundo. Aquí no hay que añadir más nada, sino echar la vista sobre esos pobres países de Buenos Aires, Chile, Méjico y Guatemala (y) recordar nuestros primeros años. Estos ejemplos solo nos dicen más que las bibliotecas”…

 En relación de las fuerzas reales que podían incidir sobre el destino inmediato de Hispanoamérica, Bolívar no veía más que a Inglaterra como recurso y posible potencia protectora de las Repúblicas hispanoamericanas frente a las eventuales tentativas de reconquista por España empujada y ayudada por la Santa Alianza; pero también frente a los Estados Unidos. Desde marzo de1825 escribirá al Vice-Presidente de la Gran Colombia, Santander: “Salvaremos (a Hispanoamérica) si nos ponemos de acuerdo con la Inglaterra en materias  políticas y militares. Esta simple cláusula debe decirle a usted más que dos volúmenes”. Y al mismo Santander, en carta de junio del mismo año: “Mil veces (he estado a punto) de escribir a usted sobre un negocio arduo, y es: nuestra (América) no puede subsistir si no la toma bajo su protección la Inglaterra; por lo mismo, no sé si (no) sería muy conveniente (que) la convidásemos a una alianza defensiva y ofensiva. Esta alianza no tiene más que un inconveniente, y es el de los compromisos en que nos puede meter la política inglesa; pero este inconveniente es eventual, y quizás remoto. Yo le opongo esta reflexión: la existencia es el primer bien; y el segundo es el modo de existir: si nos ligamos a la Inglaterra existiremos, y si no nos ligamos nos perderemos infaliblemente. Luego es preferible el primer caso. Mientras tanto creceremos, nos fortificaremos y seremos verdaderamente naciones para cuando podamos tener compromisos nocivos con nuestra aliada. Entonces nuestra propia fortaleza y las relaciones que podamos formar con otras naciones europeas, nos pondrán fuera del alcance de nuestros tutores y aliados. Así, mi querido general, si usted lo aprueba, consulte usted al Congreso, o al Consejo de Gobierno que usted tiene en su Ministerio para los casos arduos. Si esos señores aprueban mi pensamiento, sería importante tentar el ánimo del gobierno británico sobre el particular y consultar la asamblea del Istmo. Por mi parte, no pienso abandonar la idea aunque nadie la apruebe. Desde luego los señores (norte) americanos serán sus mayores opositores, a título de independencia y libertad; pero el verdadero título es por egoísmo y porque nada temen en su estado doméstico. Recomiendo a usted mucho este negocio, no lo abandone jamás por más que le parezca mal. Puede que cuando todo esté perdido queramos adoptarlo”…

 Pero Bolívar fue naturalmente desoído. En ésta como en otras cosas, aró en el mar. Hasta Fidel Castro, ningún otro estadista latinoamericano volverá a tener una visión estratégica de la política mundial, tal como se la juega, fría y despiadadamente, entre las grandes potencias. Y el Hemisferio Occidental va a quedar abandonado a la hegemonía norteamericana, bajo la Doctrina de Monroe.

 Un ejemplo: en 1844 México hubiera podido determinar que Texas, ya irremisiblemente perdida para la soberanía mexicana, se convirtiera en un Estado parachoque entre México y los EE.UU. protegido y garantizado por Francia e Inglaterra, quienes tenían interés en ello, por sus propias razones, que casualmente coincidían con el interés estratégico vital de México. Pero si hubo en México en ese momento quien entendiera el asunto, se lo mantuvo bien guardado; porque de haber habido quien lo entendiera y lo dijera (como Bolívar estuvo dispuesto a decir a Santander, al Consejo de Gobierno de la Gran Colombia y hasta al mismo Congreso Anfictiónico de Panamá, el negocio arduo de la conveniencia de ponerse Hispanoamérica bajo la protección de Gran Bretaña) con toda certeza hubiera sido desoído, y probablemente vilipendiado.

 De manera que México prefirió la mentira de una inexistente soberanía sobre Texas a la preservación entre México y los EE.UU. de una república independiente, cuya existencia hubiera cambiado drásticamente el curso de la historia hemisférica y mundial.

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