Argentina y la Patria Grande

«la Hispanidad del Pacífico se fue formando despaciosamente a lo largo de tres siglos de aislamiento. Dueña de su mundo, España se desplegaba desde Flandes al Río de la Plata y desde Lepanto hasta Manila. El primer imperio realmente mundial. México y Lima eran sus centros en América y el Pacífico era un mar español (…) Ese mundo forma parte de nuestro país (…) La España del siglo XVIII concibe sobre el Río de la Plata un espacio geopolítico capaz de enfrentar al portugués y al inglés»

El virreinato del Río de la Plata, dentro del conjunto de la América hispana (en color rosado). Constituido por el gran estadista José de Gálvez, Ministro de Indias de Carlos III, fue concebido como el núcleo de un gran país que serviría para contrarrestar el expansionismo anglosajón por el norte.

El virreinato del Río de la Plata, en el conjunto de la América hispana (en color rosado). Toda una obra de geoestrategia mundial concebida en 1776 por José de Gálvez, Ministro de Indias de Carlos III.

El siguiente texto es un extracto del ensayo titulado originalmente «La Argentina y la Patria Grande», del docente e investigador Lizardo Sánchez, publicado en la revista Peronistas (Córdoba, 25 de octubre de 2002). Tomado del sitio web Centro de Estudios para la Patria Grande (CEPAG).

Muy probablemente los modelos culturales españoles de América del Sur requieran para su articulación un herramental que excede al meramente político- legal discutido durante el siglo XIX. Al respecto, por tener la Argentina una historia cuyo eje manifiesta singularmente la interacción entre los dos modos culturales en que se expresa la ecumene española en Sudamérica, puede encabezar con mayor facilidad que otros países la experiencia de articulación entre ellas. Cabe señalar que nuestra vida política ha llegado a decantar en dos modelos movimientísticos que parecen relacionarse directamente con ambos modelos socioculturales, el radicalismo para el modelo Atlántico y el peronismo para la Argentina del interior.

Por esto nuestro país puede asumir un papel de eje en la articulación de ambos espacios culturales sudamericanos, transformando su antiguo sentido de escudo en eje. Para ello le será necesario lograr la recreación de su sistema político, incrementando su atención hacia sus componentes de identidad estructural en lugar de los correspondientes a su identidad sistémica.

Prólogo

El presente trabajo, hecho a partir de una relectura de dos libros de Daniel Larriqueta: La Argentina Renegada y La Argentina Imperial, intenta explorar la relación existente entre los aspectos fundacionales de la Argentina y su posible sentido geopolítico, atendiendo especialmente las adecuadas condiciones a atender para su establecimiento efectivo.

El autor mencionado considera a nuestro país como un sistema compuesto por dos estructuras fundacionales que a muy largo plazo tienden a la convergencia. En ese sistema reside su identidad, por ello habla de identidad sistémica. Las estructuras fundantes son las ya mencionadas del Pacífico y del Atlántico.

Dejando de lado, por estar respaldadas en criterios pertenecientes a una modernidad en cuya construcción no hemos participado, sus aseveraciones sobre la capacidad fundacional del herramental democrático, y su aceptación de la capacidad de construcción de identidad por parte de componentes sistémicos, es digno de atención su análisis acerca de los matices culturales existentes entre las sociedades sudamericanas desarrolladas sobre el Pacífico y las que lo hicieron sobre el Atlántico. Dichos matices, presentes desde su origen, perduran hasta el presente y condicionaron rumbos históricos distintos. Otra idea interesante del autor consiste en la percepción de la existencia de dos modelos de identidad política, uno basado en la que llama identidad estructural de los pueblos, y otro respaldado en los mismos sistemas políticos, adquiriendo así estos la capacidad de crear identidad nacional: las sociedades sistémicas, entre las cuales coloca a la Argentina independiente, vertebrada desde Buenos Aires.

Introducción

Retrocedamos hasta el viejo Reino de Indias. Esta magnífica construcción española de la cual somos herederos tenía fuertes y muchos elementos comunes pese a que por su origen y evolución hubo también marcadas diferencias regionales. Los tres siglos que llevó su construcción significaron varias etapas: El Caribe, México, Lima, Chile, el Paraguay y el Río de la Plata son las principales. España lo construye desde las bases caribeñas, por Panamá se vuelca al Pacífico, y luego vertebra su crecimiento a lo largo de los Andes con centro en Lima. El Río de la Plata sería conquistado directamente desde el Atlántico y en un principio marginal respecto del espacio peruano.

La España del Pacífico

Hechura de la España de los Austrias, la Hispanidad del Pacífico se fue formando despaciosamente a lo largo de tres siglos de aislamiento. Dueña de su mundo, España se desplegaba desde Flandes al Río de la Plata y desde Lepanto hasta Manila. El primer imperio realmente mundial. México y Lima eran sus centros en América y el Pacífico era un mar español. Desde Lima construyó un mundo alejado de la dinámica europea. Equilibrado y jerárquico, el linaje tenía mas importancia que el mérito. Cada persona y cada institución tenían su lugar. El límite a la jerarquía lo señalaba la eficacia y la supervivencia del débil, a quien el Estado defendía. Íntimamente vinculada a este, la Iglesia era policía de costumbres. Y la necesaria autosuficiencia lo centró en una economía productora de bienes.

Ese mundo forma parte de nuestro país. Cuyo y el antiguo Tucumán, de Córdoba hacia el norte, tienen un origen peruano que aún hoy es perceptible. Asunción, al fondo de la red fluvial, por su aislamiento originaría una sociedad similar a la del Pacífico y daría nacimiento a la sociedad de nuestro litoral norte.

La España del Atlántico

Diferente fue la historia del otro frente del mundo español. Abierto el Atlántico a todas las influencias mundiales, desde el siglo XVII sería el espacio en donde se desarrollaría el nudo de la historia europea. En él confrontarían España. Portugal, Holanda, Francia e Inglaterra. La historia del Caribe así lo  demuestra, y prueba de ello son las regiones que cambiaron de dueño: Jamaica, Haití, Trinidad, La Louisiana, Belice, el Esequibo.

Esa tensión también se daría en el Río de la Plata. En él se jugaron destinos importantes y con las mismas potencias. Buenos Aires y Montevideo no estaban aisladas del resto del mundo como las regiones del Pacífico, y en los hechos sus sociedades se van conformando con relación al comercio de contrabando con los portugueses de Río de Janeiro, por detrás de los cuales estaba Inglaterra.

Ante esta realidad Carlos III acepta de buen grado el desafío y crea dos escudos: la Capitanía General de Venezuela (1773) y el Virreinato del Río de la Plata (1776). Hechura de los Borbones y la ilustración española, el genio  abierto a las novedades propio de su época se traslada a los nuevos estados.

La España del siglo XVIII concibe sobre el Río de la Plata un espacio geopolítico capaz de enfrentar al portugués y al inglés. Quedaría demostrado en las cuatro guerras con los primeros y su expulsión final de la Colonia del Sacramento y con los segundos mediante su desalojo de Malvinas, el rechazo a la invasión de 1762 y en las jornadas de la Reconquista. Este espacio se integró con cuatro regiones con cultura del pacífico: Cuyo, Córdoba, Salta y el Alto Perú, la aislada Asunción, y con una cultura atlántica: Buenos Aires, a la que en un giro novedoso en la geopolítica para Indias se le asigna la capitalidad.

La constante relación con las principales potencias de la época a través de la guerra y el comercio, que aunque ilegal le era necesario, su participación temprana en la economía mundial, su larga relación con el mundo portugués y la falta de una nobleza local hicieron de las de Buenos Aires y Montevideo sociedades abiertas, dispuestas al cambio y a las novedades, en donde el mérito tenía más importancia que el linaje. Sociedades comerciales, sin interés por la autosuficiencia económica ni por la jerarquía, más secularizada que el resto de la hispanidad, cómoda con el Despotismo Ilustrado recibido de los Borbones, el que después aplicaría a los pueblos interiores.

La Independencia

A inicios del siglo XIX, por razones complejas, difíciles de desentrañar, pero que por darse en forma homogénea en toda América denotan consistencia, tiene lugar una guerra que en rigor ha sido una guerra civil entre españoles. Una guerra de secesión de las Españas de Indias de la España Metropolitana. Ese enfrentamiento terminó siendo acaparado por  grupos de iluministas dominantes en cada región. Lo que para San Martín y Bolívar tenía dimensión continental terminó teniendo estrechez municipal. Es así como unos pocos más leídos que el común, amateurs de la cultura europea, hicieron de una nación múltiples patrias.

Llegada la independencia, separado del Alto Perú, del Paraguay y de la  Banda Oriental, lo que queda del virreinato tarda cincuenta años en resolver la tensión vertebral que incorporaba, la integración de ambos modos culturales. Mucha merma territorial al escudo, pero aún estaba presente su originalidad esencial: culturas del Pacífico y del Atlántico integradas y estructuradas desde la sociedad atlántica.

Aquí aparece el hecho singular de nuestra historia. Mientras que en general los nuevos países americanos se iban conformando a partir de sus respectivas identidades estructurales, la Argentina, dominada por su sector atlántico, optó por organizarse en contra de su identidad estructural, usando para ello un esquema racional orientado hacia la construcción del país deseado. El instrumento de esa construcción sería su sistema legal y político.

Esta sería la clave de la Argentina del Atlántico. Liberada de todo compromiso hacia el continente, comenzó a desarrollar al máximo algunos aspectos de sus características diferenciadoras, olvidándose que para tener sentido no se bastaba a sí misma. Le faltaba el otro.

Ya poseedora del poder económico político y militar, pero no del mayor peso demográfico, Buenos Aires actúa consecuentemente con el Despotismo Ilustrado heredado: desde la fuerza y el poder, mediante guerras de policía y obligando al interior a acatar su sistema. Y crea un régimen político para todo quien quisiera habitar el suelo argentino. El sentido, lo fundacional de la Argentina posterior a Pavón ya no era una identidad, era un deseo racional vinculado a un objetivo futuro. El estilo del Atlántico privaría sobre el todo, imponiendo su política, su geopolítica y su economía, excluyendo a las sociedades  del interior de matriz peruana. Con ello se establece un modelo de país, con auge entre 1880 y 1930.

Una nueva sociedad se implantó en la región. Si bien los ejes sociales centrales siguieron siendo los de la vieja indianidad, todo lo demás fue reemplazado: Filosofía, ideología, estética, leyes, economía, moda y población.  Las reglas de juego fueron sencillas. Unas pocas normas y un breve panteón de próceres explicaban la falta de historia y oficiaban de sustituto funcional de la cultura. Pareció exitosa. Un nuevo tipo humano llegó hasta los últimos rincones de la geografía atlántica, promoviendo una sociedad con sus valores: moderna, dinámica, racional, abierta al cambio.

La crisis

Tan falsa sería esta construccion que su historia terminó siendo la de su pertenencia al imperio. Una sociedad basada en esquemas racionales provenientes de otras culturas o experiencias, que reniega de sí misma negando de sus raíces, que substituye a su cultura por sustitutos, que evoluciona alienando su razón de ser, extrañándola de sí, forzosamente debía ser una sociedad que duraría lo que iba a durar el marco de sus alianzas, en este caso comerciales. Este proyecto se agotó entre 1930 y 1945.

Hacia el año 1930 el liberalismo mundial entraría en crisis. Esto sacude las bases de la sociedad creada desde Pavón. Se vería claramente en 1943 cuando nadie defendió sus últimas expresiones. La Argentina excluida, que desde unos 10 años antes había reemplazado los inmigrantes de fuera por los de adentro, comienza a hacerse sentir y a exigir su lugar. Se desnudó la endeblez de los criterios estructurales de esa Argentina que hacía su cimiento en la negación de su realidad. Se enfrentaron la identidad estructural del interior y el sistema creado desde el Atlántico.

La dureza de quien está en retirada se manifiesta desde 1955 en adelante. Desaparecen uno a uno los valores de la racionalidad fundante y queda exhibida en soledad la estructura final de esa Argentina: el interés económico, antes comercial, luego financiero y aliado a los poderosos del mundo. La retirada va desarticulando todo: al Estado, la organización social, la legalidad, la legitimidad, los recursos y finalmente a la misma expresión del contrario, el peronismo.

La opción

Ese proyecto está agotado y es incapaz de generar respuestas para la actual realidad. Ningún futuro puede partir de una concepción exhausta. Para visualizarle alternativas puede ser oportuno reflexionar sobre el sentido inicial de nuestra sociedad política y tratar de traducir a nuestro tiempo ese significado fundacional.

Para buscar sentido a nuestro país puede ser útil traer a nuestro tiempo el escudo que armó Carlos III. Un escudo tiene sentido por las partes que resguarda, con ello el sentido de nuestro país debe buscarse en su pertenencia a algo mayor. Trayendo esa idea a la actualidad sudamericana, cuyo elemento novedoso hoy parece ser el cese de la secular tensión entre Brasil y Argentina, el papel que debería asumir un país que articula armoniosamente los modos culturales del Atlántico con el Pacífico es la de oficiar de eje entre Brasil y el resto de la Sudamérica castellana.

Aceptando esta función para nuestro país, se potencia la fuerza de los pueblos del continente, se compensa la asimetría entre Brasil y los pueblos castellanos y se posibilita una cabal integración entre los dos extremos de nuestro mundo: una Venezuela, un Brasil y un Uruguay de culturas plenamente atlántica tienen en la Argentina integrada un puente con los países cuya cultura es la del Pacífico. Se nos abre una dimensión continental.

Para ello, el primer paso consiste en desatar las frases hechas que conforman los mitos justificatorios de ese país falso, el segundo es crear una sociedad orientada a la producción de los bienes que necesita, recrear jerarquías, dar su lugar a las partes, revalorizar la eficacia y respetar la subsistencia de todos sus miembros, el tercero es contra la inercia de pensar a las dos Argentinas como contrapuestas, dándoles un lugar a cada una dentro de un mismo proyecto se acaba toda dicotomía. Pero es claro que este párrafo no puede agotar el camino, este es una construcción histórica y común de nuestro pueblo.

Conclusiones

Las diferencias culturales existentes entre las sociedades sudamericanas desarrolladas sobre el Pacífico y las que lo hicieron sobre el Atlántico perduran hasta el presente y condicionaron rumbos históricos diferentes.

El espacio político instalado por España en el Río de la Plata originariamente había tenido una raíz propia y un destino natural: la defensa de la sociedad indiana desde el cono sur. Este sentido le requería integrarse al mundo del Perú a partir de los valores comunes de la indianidad.

Lejos de ello, la Argentina independiente, liberada de todo compromiso de resguardar al continente comenzó a desarrollar al máximo algunos aspectos propios de su cultura atlántica dominante y construyó una sociedad en la que se reemplaza la cohesión cultural por substitutos funcionales: mitos, leyes, una historia, héroes fundantes y un comportamiento esperado, olvidándose que para tener sentido no se bastaba a sí misma: le faltaba el otro, la Argentina peruana.

Este proyecto fracasaría por su debilidad estructural. La crisis actual se relaciona directamente con esta debilidad. Es muy posible que retomando el sentido originario de nuestro espacio político se acceda a la posibilidad de superación final de la misma. Para ello se debe retomar un sentido vinculado a las condiciones de existencia de la región, actualizándolo a nuestra época.

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