Los pueblos hispanoamericanos en el siglo XX

«los destinos de los distintos pueblos que integran la comunidad hispanoamericana han tenido que recorrer el amargo camino de la intervención armada y económica de países europeos y de los Estados Unidos (…) La unión de los países hispanoamericanos, en el pensamiento de Beltrán y Rózpide, responde a la imperiosa necesidad de buscar mecanismos de cooperación y participación efectiva a través de leyes y tratados internacionales, pero sin la avenencia de las potencias de Occidente»

Portada de la obra "Los pueblos hispanoamericanos en el siglo XX", de Ricardo

Portada de la obra «Los pueblos hispanoamericanos en el siglo XX», en la edición de la Biblioteca Ayacucho.

El siguiente texto es un fragmento de la presentación de Yorgy Andrés Pérez Sepúlveda al libro «Los pueblos hispanoamericanos en el siglo XX. Segundo Trienio» (1904), del pedagogo y geógrafo Ricardo Beltrán y Rózpide. Publicado por la Fundación Biblioteca Ayacucho (Caracas, 2011).

Quizás, si tomamos en cuenta los mecanismos de resistencia y subversión de la historia del continente hispanoamericano, podamos comprender en buena medida parte del proceso histórico transcurrido en los últimos doscientos años. Es evidente la referencia al período que abarca desde la emancipación hasta la contemporaneidad. Por razones obvias, este período de conformación republicana, de construcción de identidades y de apertura hacia caminos de progreso y desarrollo económicos, permite establecer una serie de características que incorporan a todo un espacio de diversidades y diferencias dentro de una profunda mismidad en cuanto a sus aspiraciones políticas. No obstante, los destinos de los distintos pueblos que integran la comunidad hispanoamericana han tenido que recorrer el amargo camino de la intervención armada y económica de países europeos y de los Estados Unidos; aunado a políticas internas que impactan con terribles consecuencias de guerras civiles y revoluciones inacabadas, con un resultado disgregador difícil a la hora de plantear un posible ecumenismo necesario para el bienestar y fortalecimiento del continente.

En este sentido, la historia funciona como elemento de reflexión y enseñanza para la aplicación de medidas conducentes a una unión de los países latinoamericanos. Las circunstancias internas de nuestros países en el siglo XIX contribuyeron a generar fricción y a postergar la aplicación de los valores constitucionales esgrimidos en la guerra de independencia, la disgregación derivada también obtuvo resultado adverso por la situación de los límites fronterizos entre los distintos países del orbe: la disolución de la Gran Colombia (1830), la Federación de Repúblicas Centroamericanas (1838), la creación de la república del Uruguay en 1830 (Antigua Banda Oriental perteneciente a las Provincias Unidas del Río de la Plata), la guerra de México contra Estados Unidos en 1846 y la posterior pérdida de más de la mitad del territorio del primero,  la Guerra del Pacífico (1879) y, ya en el siglo XX, la independencia de Panamá (1903) y la construcción del canal interoceánico, culminado en 1914, financiado y cedido a los Estados Unidos, la Guerra del Chaco (1932), entre otros conflictos. Cabe destacar que la situación económica, debido a esta permanente lucha interna, generó un estado de dependencia con las potencias europeas; de esta manera Hispanoamérica entró en la dinámica de los procesos capitalistas en calidad de exportador, sujeto a las fluctuaciones de los precios internacionales y a las imposiciones de los inversionistas extranjeros. La misma situación de dependencia se puede observar en el proceso de construcción de vías férreas, las redes telegráficas, la ambientación de puertos marítimos y los empréstitos de la banca privada que terminaron por ahogar el presupuesto de las economías latinoamericanas, todo esto bajo la figura de capital inversor de Inglaterra, Alemania, Francia, Bélgica, Holanda, entre otros. El costo de la modernidad fue muy elevado para los pueblos latinoamericanos, la transformación exigía el abandono de ciertos hábitos y el menosprecio a todo un sistema de sensibilidades y tradiciones, en beneficio de un pensamiento hegemónico que abogaba por el progreso.

El conflicto más relevante en Hispanoamérica, a finales del siglo XIX, fue la Guerra Hispano-norteamericana en 1898. En efecto, el triunfo de los Estados Unidos produjo una reestructuración de la geopolítica en el mar Caribe. El coloso del Norte había intervenido como actor beligerante en la independencia de Cuba, además de lograr liberar a Puerto Rico de su estatus de colonia hispana, incluyendo las islas Filipinas en el Pacífico. De esta manera, España perdió sus últimas colonias en América; el viejo imperio había sido vencido por uno nuevo. A partir del siglo XX, veremos cómo avanza la influencia de los Estados Unidos en calidad de nación interventora en distintos países del continente, sobre todo bajo la presidencia de Teodoro Roosevelt (1901-1909) y sus intentos, cada vez más agresivos, por consolidar un espacio de poder sujeto a sus exigencias.

Sin duda, el siglo XX trajo consigo una serie de cambios y expectativas para el continente hispanoamericano. Todas las esperanzas estaban puestas en el porvenir, se creía confiadamente en los progresos técnicos y en la capacidad de los mercados capitales para producir riqueza y bienestar, complementos necesarios para alcanzar los valores de libertad e igualdad, herencia inmediata del pensamiento de la ilustración dieciochesca, sumado al proceso de industrialización y nueva organización del trabajo en el siglo XIX. Dentro de esta dinámica está circunscrito el pensamiento del geógrafo Ricardo Beltrán y Rózpide (1852-1928) en el presente libro, titulado Los pueblos hispanoamericanos en el siglo XX, el cual es el resultado de una investigación de cuatro tomos, siendo este texto la segunda entrega, la cual abarca el período desde el año 1904 hasta 1906, y que fuera publicado en 1907. En este libro, destaca la descripción de los países que conforman una comunidad de habla castellana y comparten un mismo proceso histórico, tomando en cuenta sus particularidades. El discurso del progreso y de la unidad de los pueblos latinoamericanos está presente a lo largo de sus páginas y, sobre todo, la situación delicada del continente frente a los cambios promovidos por la modernidad.

PROGRESO ECONÓMICO, INMIGRACIÓN E INSTRUCCIÓN PÚBLICA

Beltrán y Rózpide realiza una descripción de los pueblos hispanoamericanos y su situación a principios del siglo XX. El autor español señala constantemente las posibilidades de las naciones latinoamericanas para poder sumarse a mercados económicos de una manera amplia y moderna; para ello destaca la importancia en la construcción de ferrocarriles, el poblamiento de los espacios interiores a través de oleadas constantes de inmigrantes provenientes de Europa que permitan sumar esfuerzos para el desarrollo potencial del continente, la instrucción pública de las masas y la formación en las áreas de producción agrícola y minera, la conformación de caminos y sistemas de comunicación terrestres y marítimos, la solidaridad de los pueblos a través de recursos legales dentro de un orden jurídico internacional y, por último, la necesidad de solventar las crisis políticas internas con el propósito de generar la paz que, a su vez, redunde en la unión de una comunidad latinoamericana.

En la segunda mitad del siglo XIX, el discurso del progreso era moneda de uso corriente en Hispanoamérica. El liberalismo económico promovía valores que aspiraban a transformar la situación de pobreza y atraso en la que una serie de eventos desafortunados había consumido las energías y recursos de todo un continente lleno de posibilidades, de sueños recurrentes en medio de un espacio virginal, exótico y poco utilizado al servicio de fines humanos. La primera acción, según el pensamiento de la élite gobernante e intelectual, consistía en poblar los territorios nacionales, para lo cual era imprescindible una política que promoviera la inmigración europea, sobre todo de gente campesina, hacia América. Es decir, los Estados se encontraban en el deber de facilitar los medios para lograr atraer la atención en masa de los pobladores europeos y que estos vieran en América la posibilidad de desarrollarse económicamente, e incluso de ser propietarios. Recordamos con especial énfasis a Argentina y el pensamiento de Domingo Faustino Sarmiento, Antonio Guzmán Blanco en Venezuela, Porfirio Díaz en México, entre otros políticos, que apostaron por la inmigración como un elemento vital para generar los cambios necesarios en sus respectivos países, aunque todo esto constituyera parte de un discurso hegemónico que no tomaba en cuenta las diversidades y profundas desigualdades en el seno de la sociedad hispanoamericana, quienes veían la conformación socio-racial de América como un obstáculo para su ideal de perfección liberal.

Otro aspecto importante eran las redes de infraestructura de transporte terrestre y marítimo. La superación de un estado de aislamiento era factible en la medida que los países latinoamericanos permitieran la construcción de una ferrovía; en este sentido, los capitales de inversión europeos y estadounidenses jugaron un papel fundamental en la fabricación de grandes trazados ferroviarios. Estas vías muchas veces cruzaban fronteras, como sucedió en México debido a la explotación de la minería por parte de los Estados Unidos, o como pasó en Argentina y el puerto de Buenos Aires, donde estos accesos encausaron diferentes rutas hacia una misma región. Los cambios del espacio geográfico producidos por la instalación de estos esqueletos férreos modificaron en gran medida la percepción de las distancias y, a la vez, dieron un impulso necesario para colocar los productos agrícolas en el mercado internacional desde los puertos marítimos; aunque a veces las cosechas se perdían por falta de personal que las recolectara y pusiera a tiempo en los trenes. Los puertos también eran importantes y las transformaciones de infraestructura y la modernización corrían por cuenta del capital inversor extranjero, no solo de los puertos con salida al mar sino de otras vías mediterráneas y fluviales. En cierta forma, el ferrocarril anticipó al vehículo particular con motor de combustión interna y a las correspondientes vías asfaltadas, también intervino en la estructuración de los espacios nacionales acercándolos cada vez más y uniendo esfuerzos para el establecimiento de mejoras económicas. No obstante, todas estas medidas de construcción y creación de caminos, a través del uso de distintos medios de transporte, estaban circunscritas a un ideal político que aspiraba a la explotación racional de los distintos recursos naturales del continente. Es decir, sólo tomaba en cuenta un modelo económico de exportación sin entrar en el aspecto de manufactura e industrialización; salvo el caso particular de la tecnología frigorífica en el Cono Sur.

La instrucción pública es otro tema relevante de la política del progreso hispanoamericano. La formación educacional fue necesaria dentro de un ideal de orden y promoción de valores patrióticos, los manuales de historia aspiraban a constituir una suerte de catecismo republicano liberal. La educación, en última instancia, formaba parte del canon del progreso, y para unificar criterios, el recurso de la identidad nacional se insertaba dentro de esta dinámica. La especialización técnica, muy al estilo de las sociedades económicas españolas, hacía referencia a la capacitación en las áreas científicas de la agricultura con el estudio de los cultivos y la perfección de semillas, la ganadería en el uso de la melanización, la minería y la tecnología de vapor para la extracción del agua de los túneles, entre otras. Es decir, educación pública para la conformación de un modelo económico liberal, donde la población sólo estuviese capacitada para el trabajo. En pocas palabras, era el discurso de la secularización de la política.

La unión de los países hispanoamericanos, en el pensamiento de Beltrán y Rózpide, responde a la imperiosa necesidad de buscar mecanismos de cooperación y participación efectiva a través de leyes y tratados internacionales, pero sin la avenencia de las potencias
de Occidente.

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