Vuelta a la realidad hispanoamericana

«Lo que se quiere para Hispanoamérica es (…) que ella sea en el sur lo que los Estados Unidos son en el norte. Se quiere que Hispanoamérica sea un país a la altura del progreso universal; pero con sus características»

El siguiente texto es un fragmento del ensayo titulado «El pensamiento latinoamericano» (Primera parte. VII. En torno a una solución hispanoamericana), del filósofo Leopoldo Zea. Tomado del sitio web Proyecto Ensayo Hispánico (ensayistas.org)

Arquitectura hispana virreinal en el casco viejo de la ciudad de Panamá.

Arquitectura hispana virreinal en el casco viejo de la ciudad de Panamá. Fundada en 1519, Panamá fue destruida casi por completo por piratas ingleses en 1671 y  reconstruida por los hispanoamericanos en 1673.

Pese a todos sus defectos, la única realidad sobre la cual el hispanoamericano podía apoyarse era la propia, esto es, la realidad hispanoamericana. Las diferencias, decía Alberdi, vienen de la raza y de varios siglos de educación diferente. El pensador argentino siente una gran admiración por los pueblos sajones; pero sabe que esta admiración no va a hacer cambiar la realidad de Hispanoamérica. “Querer britanizar la raza española —decía— es desconocer la naturaleza. Aunque —agregaba— debemos, sí, abrir anchas puertas entre nosotros a esa noble raza anglosajona” (Estudios políticos). Estas puertas deberían ser las de la inmigración. Pero lo real, lo inmediato, era contar con el material existente y hacer sobre él los esfuerzos necesarios para su regeneración. Esto mediante la solución que ya conocemos: la educación.

Desde luego, tal cosa no quiere decir que desconozcan la relación que Hispanoamérica tiene con lo universal. Todo lo contrario, es la conciencia de esta relación la que les hace estar seguros de un futuro triunfo. Así como en otros países el progreso, la modernidad, ha vencido a las fuerzas oscuras, en igual forma vencerá en Hispanoamérica. Pero en su afán por acelerar este triunfo se han puesto a analizar la realidad hispanoamericana, encontrando en ella obstáculos muy especiales, propios de su circunstancia. Estas diferencias, lo propio de Hispanoamérica, se hacen más patentes cuando establecen la comparación entre las dos Américas. “Nuestra revolución —decía Alberdi— es hija del desarrollo del espíritu humano, y tiene por fin este mismo desarrollo: es un hecho nacido de otros hechos, y que debe producir otros nuevos” (“Discurso pronunciado el día de la apertura del Salón Literario”). En este sentido la revolución hispanoamericana es vista como una fase de la revolución del espíritu del progreso en el mundo. Pero hay algo más. “Todos los pueblos —sigue diciendo Alberdi— se desarrollan necesariamente, pero cada uno se desarrolla a su modo; porque el desenvolvimiento se opera según ciertas leyes constantes, en una íntima subordinación a las condiciones del tiempo y el espacio. Y como estas condiciones no se reproducen jamás de una manera idéntica, se sigue que no hay dos pueblos que se desenvuelvan de un mismo modo. Este modo individual de progreso constituye la civilización de cada pueblo” (“Discurso”).

Ahora bien, continúa Alberdi, cada pueblo “tiene y debe tener civilización propia, que ha de tomarla en la combinación de la ley universal del desenvolvimiento en sus condiciones individuales de tiempo y espacio” (“Discurso”). Esto es lo que no ha hecho Hispanoamérica. “Nosotros —dice— no hemos subordinado nuestro movimiento a las condiciones propias de nuestra edad y de nuestro suelo; no hemos procurado la civilización especial que debía salir como un resultado normal de nuestros modos de ser nacionales” (“Discurso”). Éste había sido el gran error de Hispanoamérica. Alberdi encuentra en este error la causa de todos los errores repetidos desde la Independencia. Continuar la vida principiada en la Independencia, dice, “no es hacer lo que hacen la Francia y los Estados Unidos, sino lo que nos manda hacer la doble ley nuestra y de nuestro suelo: seguir el desarrollo es adquirir una civilización propia, aunque imperfecta, y no copiar las civilizaciones extranjeras aunque adelantadas” (“Discurso”).

¿Está esto en contradicción con el afán de hacer de Hispanoamérica un país semejante a los Estados Unidos? No, todo lo contrario; dentro del modelo está ese tipo de desenvolvimiento a que se refiere Alberdi. Los Estados Unidos representan el máximo desenvolvimiento del espíritu universal del progreso, pero de acuerdo con características propias de este pueblo. Lo que se quiere para Hispanoamérica es algo semejante: se quiere que ella sea en el sur lo que los Estados Unidos son en el norte. Se quiere que Hispanoamérica sea un país a la altura del progreso universal; pero con sus características. Es decir, de acuerdo con esa realidad imposible de eliminar. De los hispanoamericanos es imposible hacer sajones; pero al menos sí será posible educarlos en tal forma que se pongan a la altura de estos pueblos. La realidad está ahí, es menester contar con ella; después de todo ésta es la actitud que toman los pueblos sajones. Éstos son realistas, positivistas, se dirá más tarde.

De acuerdo con esta tesis propone Alberdi se realice el siguiente tipo de trabajos: Primero, indagar “los elementos filosóficos de la civilización humana”. Esto es, lo universal. Segundo, hacer el estudio “de las formas que estos elementos deben recibir bajo las influencias particulares de nuestra edad y de nuestro suelo” (“Discurso”). Ahora bien, dice Alberdi, sobre la primera indagación “es menester escuchar a la inteligencia europea, más instruida y más versada en las cosas humanas y filosóficas que nosotros. Sobre lo segundo no hay que consultarlo a nadie, sino a nuestra razón y observación propia” (“Discurso”). Tal es el verdadero camino para la incorporación de Hispanoamérica en el progreso universal. Victorino Lastarria se sumaba a esta actitud diciendo: “Fuerza es que seamos originales; tenemos dentro de nuestra sociedad todos los elementos para serlo” (“Discurso pronunciado en la Sociedad Literaria”).

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