«El lenguaje era para Bello el vehículo principal para la construcción de un nuevo orden político en la Hispanoamérica independiente (…) el idioma castellano podía jugar un papel integrador no sólo en el sentido de acercar mediante la cultura a las diferentes capas de la sociedad, sino también en el sentido de fomentar un sentimiento de nacionalidad que valorizase la estabilidad y el orden»

«Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos», por Andrés Bello. Edición de Imprenta del Progreso (Santiago de Chile, 1847)
El siguiente texto es un fragmento del ensayo titulado «El significado histórico de la obra de Andrés Bello», del historiador Iván Jaksic (Centro de Estudios para América Latina, Universidad de Stanford, Santiago de Chile). Tomado del sitio web de la Fundación Manuel Giménez Abad.
Aunque Bello poseía un alto grado de conocimientos en una amplia gama de materias, fue el lenguaje su interés más central y sostenido, interés que manifestó mediante el cultivo de los estudios gramaticales, la poesía, y la historia y crítica literaria. Bello se dedicó más consistentemente a la primera, aunque la segunda y tercera constituyeron también elementos claves en sus planes para el desarrollo nacional.
El lenguaje era para Bello el vehículo principal para la construcción de un nuevo orden político en la Hispanoamérica independiente. El potencial del idioma, en este sentido, no fue inmediatamente obvio para el venezolano: de hecho, le tomó varios años de estudio y experiencia el establecer una conexión entre lenguaje y nación. Pero una vez que lo hizo durante su estadía en Inglaterra en la década de 1820, estudió esta conexión con una tenacidad solamente comparable a su trabajo en la preparación del código civil. E incluso en esta última actividad, la relación entre lenguaje y ley es muy fuerte.
De la misma manera en que hay tres períodos discernibles en la biografía de Bello, asimismo hay tres etapas en su estudio del lenguaje. En Caracas, dedicó gran parte de su tiempo al estudio del latín, cosa que hizo bajo la dirección de los maestros más destacados de la época. También dedicó abundante energía al estudio filosófico del lenguaje, incluyendo la obra de Etienne Bonnot de Condillac. Se piensa, y en verdad Bello mismo lo dió a entender, que su famosa obra sobre la conjugación del verbo castellano, publicada por primera vez en Santiago en 1841, fue originalmente redactada en Caracas. También durante estos años, en Venezuela, Bello compuso varios poemas en una vena virgiliana, y también otros que exploraban las posibilidades estéticas del castellano o celebraban sucesos tales como la introducción de la vacuna contra viruelas en Venezuela o la victoria de la resistencia española en Bailén.
A través de su cargo en el gobierno colonial, Bello tuvo otros dos contactos importantes relacionados con el lenguaje: uno fue el aprendizaje del inglés, que utilizaba para leer y traducir periódicos británicos, para comunicarse con las autoridades inglesas en Curaçao y otras islas del Caribe y para traducir una variedad de documentos. Los periódicos ingleses eran una fuente muy importante de información para las autoridades de Caracas, sobre todo durante la invasión francesa de la península Ibérica. Bello se destacó pronto como la persona que mejor conocía este idioma, razón por la que se le nombró secretario de la primera misión diplomática enviada por la Junta de Caracas a Inglaterra en 1810.
La otra experiencia importante relacionada con el lenguaje, en particular la palabra escrita, fue la difusión de noticias a través de la prensa. Bello fue el redactor principal del primer periódico de Venezuela, la Gazeta de Caracas, creado en 1808. Su papel en la Gazeta es tal vez uno de los menos estudiados, pero fue lo suficientemente importante como para proporcionarle una comprensión de las enormes posibilidades de la comunicación impresa. La prensa era una rareza en las colonias, por lo general muy controlada por el gobierno. Dadas las circunstancias de su surgimiento en Venezuela —la invasión napoleónica— Bello tuvo la oportunidad de seleccionar y presentar una información que influyó de manera crucial en el proceso político. Su conocimiento del inglés le permitió publicar noticias sobre los sucesos de España tan pronto como llegaban los periódicos británicos al Caribe. Dado que Inglaterra y España se habían aliado en contra de Napoleón, Bello pudo ofrecer defensas elocuentes de la resistencia española, en un lenguaje patriótico de fuertes connotaciones políticas. Esta experiencia le serviría después como redactor y editor de varios periódicos, en particular la Biblioteca Americana y El Repertorio Americano, ambos publicados en Londres, y El Araucano, el periódico oficial del Chile independiente.
Fue en Londres, sin embargo, donde se dedicó más exclusivamente al estudio de la lengua. En la biblioteca de la casa de Miranda, en donde residió con seguridad entre 1810 y 1812, Bello tuvo la oportunidad de estudiar temas filológicos, adquirir el griego, y también es posible que allí comenzara su estudio sobre literatura medieval. Pero fue en la Biblioteca del Museo Británico, a partir de 1814, donde encontró los materiales y la inspiración para el trabajo que le ocuparía por el resto de su vida. Aunque no publicó nada de sus investigaciones hasta la década de 1820, un examen de sus manuscritos revela una clara dirección ya para la primera década de su estadía en Londres: Bello empezó con un examen de la literatura castellana medieval, especialmente el Cantar de Mio Cid, y fue gradualmente interesándose en temas como el origen de la versificación castellana y el uso de la asonancia en el latín y las emergentes lenguas románicas. Se puede concluir de aquí que se interesaba por el origen de la literatura en nuevos idiomas luego del declive del latín, lo que a su vez estaba relacionado con la decadencia del imperio romano. Buscaba, en particular, el momento de origen de los idiomas nacionales, sus fuentes y sus influencias. Investigaba con especial énfasis las crónicas y romances como fuentes de las leyendas nacionales.
Había quizás un aspecto más personal en los intereses lingüísticos de Bello. Aunque sabía latín, francés e inglés antes de ir a Inglaterra, su experiencia con esta última lengua —vivió diecinueve años en Londres y sus dos esposas fueron británicas— influyó fuertemente en su deseo por conservar y estudiar el castellano. También tenía contacto con varios estudiosos de la historia literaria y lingüística de España como Bartolomé José Gallardo y Vicente Salvá, quienes motivaron, o al menos reforzaron, su interés en estos estudios, dado que su correspondencia con ellos revela conocimientos muy avanzados de filología. Es posible que los avatares de la independencia, que tuvieron consecuencias tan desastrosas para su vida personal, le hayan inspirado para estudiar los procesos de desintegración social y política que culminaron en la creación de entidades geográfico-lingüísticas apartes en el medioevo europeo. Los paralelos no eran peregrinos, puesto que el colapso del imperio español en América planteaba inquietantes preguntas acerca del futuro de sus diferentes virreinatos y provincias. Personal e intelectualmente, los años de Londres son probablemente la fuente principal de sus intereses más duraderos en filología, gramática y literatura. Los tomos VI, VII y IX de las Obras completas (véase nota al final de este ensayo) contienen la mayoría de los estudios realizados en Londres. Esta es la época en que Bello orientó su investigación al crucial tema de la organización política de las nuevas repúblicas. La independencia podía ser un hecho, pero el desafío más importante era, a su juicio, la construcción de un nuevo orden político que reemplazara el anterior. Su producción londinense, sobre todo en poemas como “Alocución a la poesía” y “Silva a la agricultura de la zona tórrida”, incluídos en los tomos I y II, revela una preferencia por un modelo republicano de inspiración romana, en donde el ejercicio de la ciudadanía se relacionaba directamente con el trabajo agrícola. Este modelo coincidía además con las opciones económicas disponibles para las nuevas naciones.
Desde un punto de vista lingüístico, Bello quiso dar legitimidad a la independencia al defender un lenguaje que fuese propiamente hispanoamericano y que ayudara a consolidar el nuevo orden político. El pensador venezolano llegó a la temprana convicción de que el experimento de la independencia sólo tendría éxito en la medida que hubiese unidad continental, facilitada por un lenguaje común. La unidad en términos políticos y comerciales era esencial para la consolidación del nuevo orden político, y Gran Bretaña misma parecía dispuesta a colaborar en este proceso. Pero la unidad del lenguaje era problemática dado que ya no se podía contar con un mecanismo unificador desde la Península. Así, resultaba indispensable encontrar una alternativa que sirviese a las necesidades de Hispanoamérica. Su propuesta, articulada desde Londres, era simplificar las reglas, sobre todo ortográficas, de manera que facilitaran la adquisición del lenguaje escrito, fundamental para la difusión de la información en una población mayoritariamente analfabeta. Los hispanoamericanos tendrían mas fácil acceso a la educación si se establecía una correspondencia directa entre el alfabeto y la pronunciación. En un plano más amplio, Bello creía que sólo una población educada, que compartiera un lenguaje uniforme y común, podría asegurar la estabilidad del nuevo orden político.
Mucho después de haberse afianzado este orden, Bello continuó trabajando en la elaboración de reglas para el lenguaje escrito, la pronunciación correcta y la elaboración de una gramática general de la lengua castellana. A pesar de la estabilidad política e institucional conseguida, sobre todo en Chile después de la independencia, Bello continuó manifestando su preocupación por la posible disolución de las naciones. En un plano lingüístico, esto se manifestaba en términos de un temor a la disolución de la lengua matriz y su fragmentación en dialectos incomprensibles entre sí. Lo oral, en particular, debía ser conquistado por lo escrito, más susceptible de regulación y difusión. Tal es la inspiración de una gramática ajustada a la necesidades hispanoamericanas y adoptada oficialmente por los más altos niveles del Estado. Sin establecer firmemente las bases de esta concepción del idioma, existían pocas esperanzas de que pudiesen prosperar tanto la educación como la comprensión de las leyes escritas.
Del mismo modo que el reconocimiento de la independencia planteó la pregunta respecto al orden político postcolonial, los intereses lingüísticos de Bello, vistos dentro de este marco histórico, evolucionaron desde la poesía o la reforma de aspectos específicos de la lengua castellana hasta la elaboración de una gramática. Aunque no tuvo éxito en todas sus propuestas, su Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos fue un verdadero logro. Incluso la Real Academia Española le dió su reconocimiento formal y la obra se difundió rápidamente por toda Hispanoamérica, con más de 70 ediciones a partir de 1847. Esta obra fue estudiada y reimpresa, indudablemente por sus méritos intrínsecos, pero también porque contenía un claro mensaje de unidad que respondía a las complejidades de la creación del nuevo orden político después de la independencia.
¿Cuál era el programa de Bello, a partir de un campo aparentemente tan abstruso como la gramática, para la construccíón de las naciones en la Hispanoamérica del siglo XIX? Su afán no era puramente especializado, y se puede resumir así: reformar y adaptar las instituciones y tradiciones de España a las nuevas realidades de las naciones; reafirmar las continuidades necesarias entre el pasado y el presente, especialmente en cultura y literatura, y establecer un lenguaje gramaticalmente organizado y firmemente arraigado en las tradiciones Ibéricas al mismo tiempo que abierto a los cambios e influencias de Hispanoamérica. Cuando se examina este programa en el contexto de las propuestas más radicales de Domingo Faustino Sarmiento, Francisco Bilbao, José Victorino Lastarria y muchos otros que buscaban un corte más drástico con el pasado Hispánico, el de Bello parece ser muy conservador. Pero tuvo éxito precisamente por su moderación: ofrecía una manera de conciliar tradición y cambio, pasado y presente, en un continente ansioso por alcanzar la estabilidad y la prosperidad. Además, ofrecía un plan de largo plazo para la educación de las nuevas generaciones, aquellas que vivirían la independencia como una realidad en lo cultural y político.
Las obras claves de Bello sobre el idioma fueron preparadas entre las décadas de 1820 y 1840, pero reflejan intereses anteriores y largamente continuados. A partir de sus primeros estudios en Caracas, junto a la experiencia de Londres, Bello llegó a la conclusión de que sería a través del lenguaje como podría contribuir de una manera original a los cambios políticos, sociales y culturales del continente. El estudio de la lengua le confirmó que el cambio podía lograrse a través de la reforma de las tradiciones antes que con su reemplazo, y también que la lengua podía ser un factor de unidad indispensable para el orden postcolonial. En un continente tan dividido por razones geográficas, sociales, económicas y culturales, el idioma castellano podía jugar un papel integrador no sólo en el sentido de acercar mediante la cultura a las diferentes capas de la sociedad, sino también en el sentido de fomentar un sentimiento de nacionalidad que valorizase la estabilidad y el orden.