«Es la hora del recuento, y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes» (José Martí)
El siguiente texto es un fragmento extraído del Capítulo 24 de la obra “La Patria Grande: La reunificación de Hispanoamérica. Historia de una idea persistente”, de Raúl Linares Ocampo (edición de 2010).
La oposición a la ideología de la autodenigración es tan antigua como ésta, según prueban los ejemplos del presente estudio; y de no estar Nuestra América irremisiblemente perdida, la resistencia debía incrementar según el enemigo avanzaba, esgrimiendo el mito de su superioridad racial y de la inferioridad e ineptitud del hispanoamericano. La primera conferencia panamericana, la lucha por la independencia de Cuba y el peligro de su anexión a E.U. eran un escenario propicio para que una individualidad poderosa como José Martí se levantara en adalid de la resistencia; ya había escuchado Hispanoamérica en sus crónicas (1889-1890) sobre la primera Conferencia Panamericana una voz de alerta. En su ensayo Nuestra América (1891), que es un Manifiesto de fe en la salvación de América, lanza una Proclama en la lucha continental de Norte y Sur, un llamado a organizar la resistencia, a formar un arsenal de ideas, a crear el hombre real americano y la América Nuestra. De este artículo, que debería ser en nuestras escuelas un clásico del idioma y las ideas, haremos un extenso extracto, a fin de que el lector tenga la oportunidad de subsanar, por lo menos en parte, la omisión de la escuela.
“Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde… ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima”.
El espíritu aldeano dividió Hispanoamérica; cada mandón local dio por bueno el orden neocolonial mientras le aseguró privilegios; mas ya se acerca, Destino Manifiesto en mano, el gigante que nació pigmeo y ha de ponerle la bota encima.
“Lo que quede de aldea en América ha de despertar. Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo a la cabeza, sino con las armas de almohada, como los varones de Juan de Castellanos: las armas del juicio que vencen a las otras. Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra. No hay proa que taje una nube de ideas. Una idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo, para, como la bandera mística del juicio final, a un escuadrón de acorazados”.
La Reunificación es la idea enérgica a flamear ante el mundo como arma de la Emancipación y salvación del porvenir.
“Los pueblos que no se conocen han de darse prisa para conocerse, como quienes van a pelear juntos. Los que se enseñan los puños como hermanos celosos… han de encajar, de modo que sean una, las dos manos. Los que al amparo de una tradición criminal, cercenaron, con el sable tinto en la sangre de sus mismas venas, la tierra del hermano vencido… si no quieren que les llame el pueblo ladrones, devuélvanle sus tierras al hermano… Ya no podemos ser el pueblo de hojas, que vive en el aire, con la copa cargada de flor, restallando o zumbando, según le acaricie el capricho de la luz, o la tundan y talen las tempestades; ¡los árboles se han de poner en fila, para que no pase el gigante de las siete leguas! Es la hora del recuento, y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes”.
“Cree el soberbio que la tierra fue hecha para servirle de pedestal, porque tiene la pluma fácil o la palabra de colores, y acusa de incapaz e irremediable a su república nativa, porque no le dan sus selvas nuevas modo continuo de ir por el mundo de gamonal famoso, guiando jacas de Persia y derramando champaña. La incapacidad no está en el país naciente, que pide formas que se le acomoden y grandeza útil, sino en los que quieren regir pueblos originales, de composición singular y violenta, con leyes heredadas de cuatro siglos de práctica libre en los Estados Unidos, de diecinueve siglos de monarquía en Francia. Con un decreto de Hamilton no se le para la pechada al potro del llanero. Con una frase de Sieyès no se desestanca la sangre cuajada de la raza india. A lo que es, allí donde se gobierna, hay que atender para gobernar bien; y el buen gobernante en América no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país, y cómo puede ir guiñándolos en junto, para llegar, por métodos e instituciones nacidas del país mismo, a aquel estado apetecible donde cada hombre se conoce y ejerce, y disfrutan todos de la abundancia que la Naturaleza puso para todos en el pueblo que fecundan con su trabajo y defienden con sus vidas. El gobierno ha de nacer del país. La forma del gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país. El espíritu del gobierno ha de ser el del país. La forma del gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales del país”. Son las mismas ideas que inspiran el discurso de Angostura de Bolívar, el genio culto que sabía cómo se le para la pechada al potro del llanero, el soldado que exigía leyes dictadas según el código de la propia realidad y no el de Washington, el estadista que creó una Constitución con realidad americana, sin “mendigar modelos”. “La forma del gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país” equivale a decir que la Constitución política, escrita debe estar en armonía con la constitución física, material del país; con su complexión, diríase.
Y desvirtuando la falacia sarmientina de Civilización y Barbarie, agrega:
“Por eso el libro importado ha sido vencido en América por el hombre natural. Los hombres naturales han vencido a los letrados artificiales. El mestizo autóctono ha vencido al criollo exótico. No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza. El hombre natural es bueno, y acata y premia la inteligencia superior, mientras ésta no se vale de su sumisión para dañarle, o le ofende prescindiendo de él, que es cosa que no perdona el hombre natural, dispuesto a recobrar por la fuerza el respeto de quien le hiere la susceptibilidad o le perjudica el interés. Por esta conformidad con los elementos naturales desdeñados han subido los tiranos de América al poder; y han caído en cuanto les hicieron traición. Las repúblicas han purgado en las tiranías su incapacidad para conocer los elementos verdaderos del país, derivar de ellos la forma de gobierno y gobernar con ellos. Gobernante, en un pueblo nuevo, quiere decir creador”.
“En pueblos compuestos de elementos cultos e incultos, los incultos gobernarán, por su hábito de agredir y resolver las dudas con su mano, allí donde los cultos no aprendan el arte del gobierno. La masa inculta es perezosa, y tímida en las cosas de la inteligencia, y quiere que la gobiernen bien; pero si el gobierno la lastima, se lo sacude y gobierna ella. ¿Cómo han de salir de las universidades los gobernantes, si no hay universidad en América donde se enseñe lo rudimentario del arte del gobierno, que es el análisis de los elementos peculiares de los pueblos de América? A adivinar salen los jóvenes del mundo, con antiparras yanquis o francesas, y aspiran a dirigir un pueblo que no conocen. En la carrera de la política habría de negarse la entrada a los que desconocen los rudimentos de la política… En el periódico, en la cátedra, en la academia, debe llevarse adelante el estudio de los factores del país… Conocer el país, y gobernarlo conforme al conocimiento, es el único modo de librarlo de tiranías. La universidad europea ha de ceder a la universidad americana. La historia de América, de los incas acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los Arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria. Los políticos nacionales han de reemplazar a los políticos exóticos. Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas. Y calle el pedante vencido; que no hay patria en que no pueda tener el hombre más orgullo que en nuestras dolorosas repúblicas americanas”.
Martí tiene profunda fe en la salvación de Nuestra América y ve en las señales del tiempo la proximidad de un hombre americano real y nuevo:
“Estos países se salvarán porque, con el genio de la moderación que parece imperar, por la armonía serena de la Naturaleza, en el continente de la luz, y por el influjo de la lectura crítica que ha sucedido en Europa a la lectura de tanteo y falansterio en que se empapó la generación anterior, le está naciendo a América, en estos tiempos reales, el hombre real”.
“Éramos una visión, con el pecho de atleta, las manos de petimetre y la frente de niño. Éramos una máscara con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norteamérica y la montera de España. El indio, mudo, nos daba vueltas alrededor, y se iba al monte, a la cumbre del monte, a bautizar sus hijos. El negro, oteado, cantaba en la noche la música de su corazón, solo y desconocido, entre las olas y las fieras. El campesino, el creador, se revolvía, ciego de indignación, contra la ciudad desdeñosa, contra su criatura. Éramos charreteras y togas, en países que venían al mundo con la alpargata en los pies y la vincha en la cabeza. El genio hubiera estado en hermanar, con la caridad del corazón y con el atrevimiento de los fundadores, la vincha y la toga; en desestancar al indio; en ir haciendo al negro suficiente; en ajustar la libertad al cuerpo de los que se alzaron y vencieron por ella. Nos quedó el oidor, y el general, y el letrado, y el prebendado. La juventud angélica, como de los brazos de un pulpo, echaba al Cielo, para caer con gloria estéril, la cabeza, coronada de nubes. El pueblo natural, con el empuje del instinto, arrollaba, ciego del triunfo, los bastones de oro. Ni el libro europeo, ni el libro yanqui, daban la clave del enigma hispanoamericano. Se probó el odio, y los países venían cada año a menos. Cansados del odio inútil, de la resistencia del libro contra la lanza, de la razón contra el cirial, de la ciudad contra el campo, del imperio imposible de las castas urbanas divididas sobre la nación natural, tempestuosa e inerte, se empieza, como sin saberlo, a probar el amor. Se ponen en pie los pueblos, y se saludan… Los jóvenes de América se ponen la camisa al codo, hunden las manos en la masa, y la levantan con la levadura de su sudor. Entienden que se imita demasiado, y que la salvación está en crear. Crear es la palabra de pase de esta generación”.
Y una vez más advierte el peligro: “De todos sus peligros se va salvando América… pero otro peligro corre, acaso, Nuestra América, que no le viene de sí, sino de la diferencia de orígenes, métodos e intereses entre los factores continentales, y es la hora próxima en que se le acerque, demandando relaciones íntimas, un pueblo emprendedor y pujante que la desconoce y la desdeña… el deber urgente de nuestra América es enseñarse como es, una en alma e intento, vencedora veloz de un pasado sofocante, manchada sólo con la sangre de abono que arranca a las manos la pelea con las ruinas, y la de las venas que nos dejaron picadas nuestros dueños. El desdén del vecino formidable, que no la conoce, es el peligro mayor de nuestra América; y urge, porque el día de la visita está próximo, que el vecino la conozca, la conozca pronto, para que lo la desdeñe… Ni ha de suponerse, por antipatía de aldea, una maldad ingénita y fatal al pueblo rubio del continente, porque no habla nuestro idioma, ni ve la casa como nosotros la vemos, ni se nos parece en sus lacras políticas, que son diferentes de las nuestras; ni tiene en mucho a los hombres biliosos y trigueños, ni mira caritativo, desde su eminencia aún mal segura, a los que, con menos favor de la Historia, suben a tramos heroicos la vía de las repúblicas; ni se han de esconder los datos patentes del problema que puede resolverse, para la paz de los siglos, con el estudio oportuno y la unión tácita y urgente del alma continental. ¡Porque ya suena el himno unánime; la generación actual lleva a cuestas, por el camino abonado por los padres sublimes, la América trabajadora; del Bravo a Magallanes, sentado en el lomo del cóndor, regó el Gran Semí, por las naciones románticas del continente y por las islas dolorosas del mar, la semilla de la América nueva!
La visita tuvo lugar poco después de la muerta de Martí y dio por primer resultado la ocupación de Cuba y la anexión de Puerto Rico. Luego vinieron la separación de Panamá, las intervenciones sin fin, el Panamericanismo, Interamericanismo, el genocidio de Panamá (1989) y el neoliberalismo de hoy.
La semilla de la América nueva germina en la generación nacida alrededor de 1870, la de Rodó, Ugarte, Ingenieros, Vasconcelos, Rojas presente en la vida pública al despuntar el nuevo siglo.