«El mestizaje de la sangre, que fue el modelo exportado, era una de las caras de la moneda de la común identidad. La lengua que nos une fue la otra cara, lo sigue siendo. Desde entonces»
Artículo de Enrique Montiel publicado en la sección de Opinión del periódico digital español Diario de Cádiz (22 de octubre de 2013).
De mis primeras horas en Venezuela recuerdo la radio que sonaba en la furgoneta que nos llevaría de Maiquetía a Caracas y el amanecer sobre Monte Ávila, sus laderas de luciérnagas que el sol mostraría en su costra sin fin. Era madrugada y el aire olía a petróleo y mar caliente. A poco de arrancar el conductor puso la radio y una canción de Julio Iglesias nos dio la bienvenida. Juancho Armas Marcelo, con quien viajaba, me dio con el codo en el costado y exclamó con su inconfundible acento canario: «¡Hay que joderse, es el cantante más universal de España!». Habíamos sido invitados por el Ministerio de Cultura del gobierno venezolano, que dirigía un poeta afable y cercano llamado Luis Pastori, a un Congreso Mundial de Escritores y, paralelamente, a la reunión del Pen Club Internacional. Digo que en el Caracas Hilton y en otros escenarios en donde tenían lugar las ponencias del Congreso tuve oportunidad de conocer y conversar con narradores y poetas de todo el continente, cada uno con sus acentos particulares, sus expresiones singulares y sus modos de abordar la herramienta de comunicación a la que Bécquer, nuestro poeta, solía definir como «el mezquino idioma». El mezquino idioma, común a todos los poetas, cuyo trabajo viene siendo poner en limpio el corazón, hacer fable lo inefable y que sea muy poco lo que quede balbuciendo, por usar las palabras de nuestro San Juan de la Cruz, el máximo lírico de nuestra lengua primigenia, ya que no originaria.
Creo que cada español que se encuentra de bruces con la América hispana sufre una suerte de conversión. O cuando menos descubre una realidad sin medida, en lo geográfico, en lo humano. Yo, desde luego, la sufrí. En forma de infinita sorpresa porque en ese inmenso continente en donde todo era más grande, más sabroso, más joven, hablaban la lengua que nació en un rincón de la Castilla profunda. De aquel castellano inicial a esa perfección constructiva del español de Colombia, el aire cantabile del de Chile, los ritmos verbales de los países caribes, los brillos de México y este pastel hecho de un encuentro entre el viejo castellano colonial del Río de la Plata y la dulzura humilde de los italianos del sur. Un milagro. El mestizaje de la sangre, que fue el modelo exportado, era una de las caras de la moneda de la común identidad. La lengua que nos une fue la otra cara, lo sigue siendo. Desde entonces.
Algunos que deberían hacen como si no lo supieran, pero en Panamá estos días se han congregado para reflexionar sobre esta lengua española milagrosa.