«Hispanoamérica es una sola comunidad nacional, dentro de la cual se han formado artificialmente dieciocho estados (…) necesitamos hacer por fin nuestra revolución para la unidad política hispanoamericana y concluir nuestra verdadera emancipación social, económica y cultural (…) La Gran Revolución por hacer es la Reintegración política de los pueblos americanos de habla castellana»
«Manifiesto a Hispanoamérica» es un breve ensayo publicado en 1976, cuyos autores son Octavio Arizmendi Posada (1934-2004), político, abogado y educador, y Jaime Sanín Echeverri (1922-2008), escritor, historiador, humanista y político. Hispanoamérica Unida tiene el gusto de publicar para sus lectores este importante aunque poco conocido texto que aboga por la reunificación política de la América de habla española.
NOTA: Las expresiones y afirmaciones empleadas en este artículo corresponden exclusivamente a sus autores y no deben interpretarse necesariamente como un posicionamiento de nuestro sitio web Hispanoamérica Unida.
Ciento cincuenta años después de la reunión del Congreso Anfictiónico en la ciudad de Panamá, los problemas esenciales de la América que fue española permanecen insolutos, y los ideales que provocaron aquella augusta asamblea resultan aún válidos.
Los virreinatos, las presidencias, las reales audiencias, las capitanías generales y las provincias sobre las cuales ejercía dominio la corona española comenzaron su época de civilización cristiana antes que las colonias portuguesas en América y mucho antes que las británicas. Su independencia es coetánea con la de las lusitanas y posterior a las sajonas. La gran diferencia está en que, mientras las sajonas y las portuguesas conservaron unidas su población, su administración y su territorio, las que fueron españolas se dividieron en múltiples estados con su administración, territorio y ciudadanía separados.
Desde entonces pudo hablarse de los Estados Unidos de Norteamérica, los Estados Unidos del Brasil y los Estados desunidos de Hispanoamérica. El Congreso de Panamá fue concebido por Simón Bolívar para evitar a la América que fue española esta desintegración que contrasta con la integridad sociológica, física y moral de los Estados Unidos y del Brasil. Según la concepción del Libertador, al Congreso de Panamá sólo se debía invitar a las repúblicas americanas que habían sido provincias del Imperio español y por tanto se debió excluir a Estados Unidos y al Brasil.
El no haberse hecho así desfiguró la idea original sobre la misión de aquel Congreso y contribuyó a su lánguido resultado. Considerándolo como un hecho del pasado, el congreso de Panamá estaba llamado a ser el momento culminante de la historia americana y sin embargo fue la mayor frustración de nuestra América. Con todo, si lo contemplamos con sentido positivo, él fue un hito luminoso en el largo y difícil proceso de lograr la reintegración de Hispanoamérica. Es más exacto calificarlo como un instante dentro del proceso lento de la reintegración de la América que fue española, y una base importante para tal reintegración.
Tres Grandes Naciones
Los ingleses ocuparon en América un territorio de la zona templada análogo en clima al de su isla originaria, pero más extenso y pingüe. La salubridad no ofrecía una patología desconocida en la Gran Bretaña. Las semillas y los animales domésticos se multiplicaban y prosperaban como en su patria. No encontraron tampoco organizaciones políticas ni poblaciones densas a las cuales tuvieran que enfrentarse. Los pocos indígenas que no fueron exterminados, alejándose, no fueron gran obstáculo para el poblamiento homogéneo de los europeos. Así la cultura occidental pudo ser trasladada en forma espontánea, sin mezclarse tampoco con los esclavos, y antes de dos siglos, conseguida la población y la riqueza indispensables, las trece colonias inglesas vecinas al Océano Atlántico pudieron proclamar y obtener su independencia hace doscientos años sin peligro de que su movimiento fuera tildado de prematuro. De entonces acá, mediante negociaciones, guerras y ocupación, ha venido creciendo en territorio y en ciudadanía por adopción hasta convertirse en la primera potencia contemporánea. Frente a su lema “E pluribus unum”, -Uno a partir de muchos-, parecería que nosotros adoptamos por lema la idea contraria “Ex uno plura” –muchos a partir de uno-. Análogamente el Brasil ha tenido una expansión inmensa a partir del célebre tratado de Tordesillas en que el Papa separó las posesiones españolas y portuguesas, todo a costa de las primeras.
En lugar de formar una sola entidad política de lo que fueron las diversas provincias del Imperio Español se optó por formar múltiples repúblicas de lo que constituía sociológica, cultural e históricamente una sola Nación. Hoy presentamos ante el mundo el lamentable espectáculo de 16 repúblicas continentales, dos insulares y un estado asociado, todo ello carente de los recursos y del poder para ejercer la misión que nos corresponde en el mundo.
“La unión hace la fuerza” es una antigua enseñanza llevada a su heráldica por un moderno estado europeo. En América ha demostrado su vigencia con el fortalecimiento territorial, demográfico, económico y militar de las secciones que fueron sajonas o lusitanas y conservaron su unidad. Por el contrario se lee en el Evangelio cómo todo reino dividido será destruido, y esta es la suerte que ha venido corriendo el sector continental que obedeció antes a España: los estados formados de su dispersión han perdido luengas porciones de su territorio, y muchos millones de su población natural ostentan hoy ciudadanía extranjera, sufriendo en veces discriminaciones injustas y humillantes como minorías que son étnicas y lingüísticas.
Por la reintegración de Hispanoamérica
Para algunos analistas la independencia hispanoamericana fue obtenida antes de que se consolidaran los valores que le permitieran a los súbditos americanos de la corona española el poder gobernarse a sí mismos. Sea de ello lo que fuere, la independencia y la guerra que la hizo posible, mediante la derrota del poderío español, constituyen hechos gloriosos sobre los cuales se cimenta la mayor parte de nuestra grandeza moral. Todo intento de reversión a España o a otro dominio cualquiera era una traición a la voluntad popular y al destino de estas gentes que conquistaron su libertad en una larga guerra colmada de gestas heroicas. La verdadera causa de que estas artificiales repúblicas americanas hayan caído en la dependencia que ahora se conoce como neocolonialismo, en escala mayor o menor, no es su independencia de España sino su desintegración. La que hubiera podido ser un gran estado constituido en forma confederada en Panamá, se convirtió en una larga serie de provincias que equivocadamente se dan el nombre de naciones y padecen hace siglo y medio el espejismo de su autarquía. Cada una de ellas independientemente no ha podido ni puede presentar en el concierto del mundo el papel que corresponde a Hispanoamérica. En su debilidad han tenido que afrontar guerras como las de México contra los Estados Unidos y han sido vencidas porque el resto de la comunidad histórica, lingüística, étnica y consuetudinaria a que pertenecen no ha tomado parte en la defensa, pues formalmente se ha tratado de asuntos extranjeros ante los cuales se aplica la consabida política de la no intervención. Lo que ha acaecido con la pérdida del territorio viene sucediendo con mayor razón en terrenos culturales y económicos. Para estos ha regido la cláusula de la nación más favorecida, que establece condiciones análogas para las potencias lejanas y extrañas y para los países naturalmente comunitarios y cercanos. Estas instituciones han venido debilitando durante más de siglo y medio a nuestros pueblos y favoreciendo a los que son de veras extraños a ellos. Para que circule el pensamiento en toda nuestra Hispanoamérica ha sido necesario emitirlo desde ciudades lejanas, como París y Nueva York. Hoy mismo los libros, revistas, películas cinematográficas o televisivas y emisiones radiales solamente alcanzan circulación y cubrimiento de nuestra zona si se imprimen u originan fuera de ella. Bolívar en la Carta de Jamaica temía la imposibilidad de conservar la unión por la dificultad de las comunicaciones de entonces. Superadas las distancias por la tecnología contemporánea, lo que entonces era o parecía un obstáculo invencible, ahora es un medio eminente de reintegración.
El mayor problema creado por la desintegración política de la América de habla castellana fue la repercusión psicológica en cada uno de los nuevos ciudadanos de los pequeños estados nacidos por esta atomización, aminoramiento que perdura en sus descendientes. Es cierto que aquellos fueron súbditos españoles que tenían querellas justas contra los peninsulares, porque se les menospreciaba y se les enviaban gobernantes de ultramar, pero los españoles americanos se sentían ciudadanos de un imperio considerado entonces entre las potencias del mundo. Obtenida su independencia pasaron a ser ciudadanos de unas patrias diminutas y débiles ante las cuales no podían tener admiración ni seguridad, aunque experimentaran por ellas ese amor acendrado que se tiene por la patria chica. En vano se pretenderá llenar el vacío de la conciencia de nacionalidad con conceptos distintos como el de Madre Patria, solidaridad continental y hemisférica o fraternidad latinoamericana, tercer mundo, integración económica y otros tópicos. En lugar de sentirnos ciudadanos de una gran nación, entendida como una comunidad de sangre, idioma, religión, geografía e historia que extiende su territorio desde el sur de los Estados Unidos hasta la Tierra del Fuego, es cada uno de nosotros miembro de sociedades más o menos artificiales o arbitrarias y que desempeñan un papel secundario, en razón de sus limitaciones. Así como en lo económico se habla de economías de escala, en lo geopolítico se puede hablar de “políticas” de escala. Cada una de nuestras repúblicas es la patria pequeña. La Patria es esa gran nación que construyeron la geografía y la historia y que estamos en mora de reestructurar como una realidad en el dominio de la política. La América de habla castellana debe pasar de ser una unidad de destino implícito, a una realidad histórica de destino manifiesto.
Durante los cuatro siglos y medio de historia de nuestra sociedad indoespañola, tres siglos de unidad política y cultural y siglo y medio de disgregación política.
Por esto más de una integración cabe hablar de reintegración. Se trata de construir la unidad a partir de la multiplicidad que nos deparó la balcanización de Hispanoamérica, tras de la independencia. Nuestros padres fueron capaces de obtener una resonante victoria contra una potencia europea. Se pudo hablar de los vencedores de los vencedores de Napoleón. Quizás el heroico exilio del Libertador San Martín y la muerte prematura del Libertador Bolívar hicieron imposible cosechar todos los frutos de su victoria. Se ganó la independencia y se perdió la unidad.
Tres caminos fallidos
La verdadera integración no se ha logrado sobre la débil plataforma de un panamericanismo de base hemisférica fundado en la tesis monroísta de “América para los americanos”. La geografía física no es un vínculo suficientemente fuerte para lograr la integración. Tampoco se ha logrado ni se logrará por los caminos vagos de un común denominador latinoamericano porque la latinidad no alcanza a constituir un vínculo más fuerte que las distancias reales de idioma, de historia y de cultura que establecen diferencias profundas de una parte entre Brasil, Haití, las Guayanas, las recientemente soberanas islas del Caribe y de la otra parte el resto de países hispanoamericanos. Tampoco es suficiente la integración por los caminos de la economía, pues éstos, con ser necesarios, están sembrados de intereses en conflicto, egoísmos colectivos, temores, suspicacias, y si bien acercan a los pueblos a través de contactos mercantiles y transacciones económicas, son incapaces por sí solos de acercar los espíritus y fundir las voluntades en la búsqueda de ideales colectivos que trasciendan lo material. La integración económica es necesaria pero no suficiente. Es indispensable plantearse la urgencia de una integración política por caminos como una Confederación de Estados o Comunidad de Repúblicas con órganos propios, cuyo ámbito esté definido en el marco de una Carta Fundamental, a la que se llegue a través de un proceso respaldado por el consentimiento del pueblo que integra la Nación.
Somos una cultura mestiza
Lo propio nuestro, lo común, no es ni lo indígena ni lo hispánico, ni lo negro. Somos una cultura mestiza y criolla y una gente triétnica que sintetiza aportes de tres continentes y que se expresa en castellano. Si los polacos han podido decir que “la Patria es la lengua”, los americanos de lengua castellana deberíamos afirmar: Las fronteras de la lengua serán las de la Patria. Idioma, historia, cultura y realidad social serán el marco de nuestra integración.
El no haberse podido celebrar un Segundo Congreso Anfictiónico proyectado para 1976 es una simple consecuencia del fracaso del primero. Los efectos de aquel insuceso alcanzan hasta la celebración de su sesquicentenario. Panamá, que fue su sede, celebra el sesquicentenario sola y sintiendo en su carne las garras del imperialismo que ha podido obrar a sus anchas gracias a la desunión y a la falta de solidaridad de Hispanoamérica. Si el primer Congreso Anfictiónico hubiera logrado la Unión Confederada de las Repúblicas Americanas, el estado que fue su sede no vería hoy limitada su soberanía sobre la zona que une dos océanos y con ello a los cinco continentes. Belice incrustado en el continente es una espina más como las Malvinas y tantas otras islas y territorios perdidos para esta gran Nación que un día confinaba con el Imperio de los Zares en Alaska.
Una Nación y 18 estados
Hispanoamérica es una sola comunidad nacional, dentro de la cual se han formado artificialmente dieciocho estados. Las comunidades nacionales no se crean por la voluntad de un hombre, ni de un grupo de hombres, ni siquiera por la autodeterminación de toda una generación. Las comunidades nacionales son un producto lento escanciado por la historia antes de que naciéramos todos los que ahora vivimos, y que subsistirá cuando todos hayamos muerto. Así se forman las lenguas y las razas, así se extienden el cristianismo y las otras religiones, así se acendran las costumbres que constituyen la idiosincrasia de cada pueblo. En cambio, los Estados nacen de la voluntad de los hombres, como ocurre frecuentemente en la historia con los tratados de paz que siguen a las guerras, y como ha ocurrido en Hispanoamérica en una serie de secesiones sin guerra, al contrario de la Unión Norteamericana, conservada mediante la guerra de secesión. El planteamiento de los grandes estados, a veces llamados Estados Continentes, es bueno si coincide la comunidad nacional de costumbres, razas, lengua, continuidad territorial, etc. con la constitución del Estado, en forma que Nación y Estado tengan los mismos comuneros y ciudadanos, el mismo territorio delimitado por las mismas fronteras, la misma unidad monetaria, la misma representación exterior y la misma fuerza defensiva. Si, por el contrario, hay varias naciones dentro de un mismo Estado, debe presumirse que la una es dominante y la otra es vasalla. Generalmente esta figura toma la forma más burda, que es el colonialismo. Cuando hay varios Estados dentro de una nación, como ninguno de ellos es dueño de la fuerza que emana de la comunidad nacional y como esa nación carece de personería, todos vegetan sin verdadera soberanía, y presentan la forma de neocolonias, zonas de influencia de otras naciones o países satélites. El pueblo de habla castellana en América es soberano para autodeterminarse como Nación, pero no lo fueron las provincias ilusas que se llamaron naciones soberanas y nunca lo han sido.
Nuestra verdadera revolución será la reintegración
Hispanoamérica no ha tenido aún su propia revolución, pues la emancipación se quedó inconclusa. En lugar de estar adaptando, según las modas externas, la revolución francesa, la revolución estadounidense, la revolución rusa, la revolución china, necesitamos hacer por fin nuestra revolución para la unidad política hispanoamericana y concluir nuestra verdadera emancipación social, económica y cultural. Cuando hayamos obtenido la unidad, que debe ser consigna de los civiles, eclesiásticos y militares de nuestro pueblo, será el tiempo de definir cómo va a ser la tendencia u orientación administrativa, pero debe encauzarse en beneficio de todos los hombres, sin ánimo de someter a otras naciones, y con la decisión de no rendir vasallaje manifiesto ni oculto en adelante a una comunidad fuera de la nuestra (*). Dónde sea la capital, cuáles sean los lineamientos internos de gobierno en esta comunidad de repúblicas es algo secundario y variable, problemas del Estado, pero lo primordial y permanente es la comunidad nacional hispanoamericana, de la cual surgirán la unidad social, la económica y la cultural.
Al celebrar los 150 años de aquel magno acontecimiento que fue el Congreso Anfictiónico de Panamá, la mirada de los Libertadores nos contempla desde las profundidades de la Historia. Ellos nos invitan a los intelectuales de Hispanoamérica, a sus dirigentes, a sus juventudes universitarias y trabajadoras y a su pueblo entero a reflexionar sobre la vigencia de su mensaje de unión y a revivir sus propuestas de Confederación de Estados que, conservando la suficiente autonomía, mantengan la unidad en todo lo que sea necesario para garantizar la presencia dinámica, la acción efectiva y la misión excelsa que corresponde desempeñar a Hispanoamérica en la Comunidad Mundial. Es necesario completar la tarea de elaborar el ideario de esa integración. Con base en este forjar la conciencia integracionista, primero entre los intelectuales, luego entre los líderes políticos, y finalmente entre los habitantes todos. En ese momento lo que hasta entonces ha sido solo una teoría al alcance de pocos se convertirá en una fuerza social capaz de transformar la historia. Esto es lo que proponemos para gloria de Hispanoamérica y servicio de la Humanidad.
La Gran Revolución por hacer es la Reintegración política de los pueblos americanos de habla castellana. Lograr que lo que es Uno en la cultura, en la Religión, en la Raza, sea Uno en la política. Por esto invitamos a los jóvenes de espíritu a tomar una bandera que ondea en la dirección correcta. Pues el viento de la Historia sopla hacia la integración política. No miremos tanto la estrella polar como a la cruz del Sur.
OCTAVIO ARIZMENDI POSADA
JAIME SANÍN ECHEVERRI
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(*) Uno de los autores de este Manifiesto, el doctor Octavio Arizmendi Posada, prepara la creación de la Sociedad para la Integración Política de Hispanoamérica. Su primer desarrollo será entre escritores, artistas, profesionales, eclesiásticos y militares. Los interesados pueden dirigir su correspondencia al Apartado aéreo 53753, Bogotá, Colombia.
Y una unión de los países hispanoamericanos y España?
Solo de las naciones hispanas de america no de España pendejo.
Para que no haya dudas de lo que quiero decir: No como colonia-metrópoli, sino como un estado federal, al estilo EEUU.
Mal vamos si mantenemos, como en el texto, el mito de ese déspota con inclinaciones genocidas, saqueador de indígenas, entregado a la masonería inglesa, nacido y educado en Inglaterra, llamado Simón Bolívar, y seguimos llamándolo «libertador», cuando lo que fue es dinamitador de lo hispano; había unidad que se ahora se busca y él la dinamitó, con buen lucro personal eso sí y satisfacción para sus instintos asesinos.
Un Estado Federal hispanoamericano, confederado con España, ya que estas tierras de América, nunca fueron colonias, eran Virreinatos, es decir Provincias, todas unidas por una misma Corona. Si acaso tuvieron un pequeño sesgo de colonia, fue a partir de de la entrada de los Brbones, como herederos de la Corona de España, algo que nunca estuvo en la mente de la Reina Isabel de Castilla. Como prueba, en las Cortes de 1812, en Cádiz, estuvieron varios representantes de ciudades de los Virreinatos, inclusive descendientes de los Incas y otras familias mestizas (nativos con españoles de la Península y con españoles criollos).
Ese modelo de union hispanoamericana es dificil porque la masoneria no permite la union de pueblos para crear un fin de cohesion economica y social, de hecho se mueven siempre en la desintegracion, el caos (al que ellos llaman orden) y el terror tanto humanitario como economico liderado por la industria de armamento. Lo que si podemos lograr es que la batalla contra la mentira de la historia siga creciendo, la leyenda negra espanola ha hecho mucho dano en el mundo, desintegro un gran imperio liderado por la masoneria (liderados por Bolivar y Marti y cia) que separo los principales recursos naturales y los hizo dependientes de la metropolis inglesa. El cancer de hispanoamerica es el mundo anglosajon, su cura su historia, pero la verdadera y cuanto mas gente sepa de nuestra propia historia seran mas libres y recuperaremos nuestra esencia como pueblos.
Todo esto me parece un sueño.
Aunque merece la pena.
Deberia ser realidad, si nos sumamos seriamos mas estables como uno que como muchos (a nivel de riquesas).
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