La mitología autoderrotista (Parte 1ª)

El siguiente texto forma parte del ensayo «La nueva visión», del escritor e investigador hispanoamericanista Raúl Linares Ocampo, y que publicamos por entregas en nuestro sitio web.

Vista de la ciudad de Sevilla en el siglo XVI, obra de Alonso Sánchez Coello. A través del río Guadalquivir llegaba la Flota de Indias, la flota de galeones que conectaba a la ciudad con los virreinatos americanos

Vista de la ciudad de Sevilla en el siglo XVI, obra de Alonso Sánchez Coello (1531-1588). A través del río Guadalquivir llegaba la Flota de Indias, con sus galeones que comunicaba a la ciudad con los virreinatos americanos.

PRIMERA PARTE

 LA MITOLOGÍA AUTODERROTISTA

 PRIMERA SECCIÓN: LA CONQUISTA

“Los pueblos fuertes y sanos, sensibles a las tradiciones que honran a su pasado, practican el culto de su próceres. Todo pueblo desea, necesita, mecerse en la certidumbre o en la ilusión de su gran origen, de los próceres, de los sabios o de los santos que forman la raíz de su pasado. Si estos entes originarios no se los encuentra o no existieron, la necesidad ineludible obliga a inventarlos: tal la leyenda de Guillermo Tell, en la pequeña y a la vez grande República Helvética”. (Nicolás Reppeto (1871-1965), conspicuo miembro del Partido Socialista argentino)

Nuestra América no tendría necesidad de leyenda alguna, le bastaría recurrir a la historia para atestiguar su fabuloso origen: unión del Viejo Mundo y del Nuevo que implantó en suelo americano el milenario y vigoroso tronco de la cultura latina, civilizadora universal, para injertar en su médula substanciosa y añeja las culturas indígenas igualmente milenarias. Ambas partes vivían su  apogeo cuando mezclaron su sangre y unieron su destino. España llegaba como paladín de la ciencia, de la cultura y del mundo; los imperios autóctonos vivían su esplendor. Y el Siglo de Oro hispano fue el Siglo de Oro de nuestro nacimiento.

Durante los tres siglos de la Época Indiana nuestra América tuvo la primacía continental, hasta el momento en que la independencia desarticuló al gigante indiano. Perdida la unidad, se perdió la fuerza; y perdida la fuerza, se perdió la soberanía. Y así como los imperios autóctonos se entregaron porque sus mitos mandaban entregarse a los dioses venidos de ultramar, los mitos autoderrotistas mandaban a las nuevas repúblicas entregarse al dios venido del norte, al nuevo conquistador, que nació pigmeo y se hizo gigante.

1. El viaje del Descubrimiento

La mitología autoderrotista se ocupa ya de nuestro origen. Se nos inculca en la familia, en la escuela, en la sociedad, que descendemos de criminales, de la escoria humana que fueron los tripulantes de Colón. En este mito, inventado por el rival histórico y adoptado por nosotros como verdad histórica, se pretende ver la causa de nuestro rezago y de un fantasioso e inescapable destino de inferioridad.

¿Es concebible que una proeza de ciencia y de técnica comparable, guardando las relaciones de tiempo, al desembarco en la luna, se haya podido realizar sin los conocimientos científicos de vanguardia de la época y sin el concurso de los mejores marinos y capitanes de entonces? Si un simple raciocinio no basta para descartar el mito, emplearemos la verdad histórica, que es el enemigo natural del mito, teniendo en cuenta que el mito es un ente mutante, resistente y longevo, de modo que precisa ser infinitamente perseverante para enfrentarlo con éxito.

Réplica de las carabelas Pinta y Niña, capitaneadas por la nao Santa María, enviadas a la Exposición de Chicago de 1893.

Réplica de las carabelas Pinta y Niña, capitaneadas por la nao Santa María, enviadas a la Exposición de Chicago de 1893.

La lista de los tripulantes ha tenido que existir. Pero como otros documentos de la época o se perdió o desapareció en la inmensidad y profundidad de los archivos peninsulares referentes a la Época Indiana. Los primeros intentos de reconstituirla datan recién del siglo XIX. La lista más completa hasta el momento es producto de cuarenta años de incansable búsqueda en los archivos hispanos que llevó a cabo la insigne historiadora estadounidense Alicia Gould (1868-1953), nacida en Boston y fallecida en plena labor en el archivo de Simancas (Valladolid). En su infancia vivió en la Argentina donde aprendió el Castellano que hablaba y escribía a perfección. Los cálculos más razonables del número de tripulantes oscilan entre un mínimo de 90 y un máximo de 120. La lista de Alicia Gould ofrece 87, perfectamente documentados, además de algunos posibles. Le damos la palabra.

“La conocida cédula aplazando cualquier proceso contra cualquier malhechor que quisiera alistarse con Colón lleva la fecha del 30 de abril de 1492. No promete perdón a ninguno, sino el mero aplazamiento del proceso: ‘Para que no les sea fecho mal ni dapno ni desaguisado alguno en sus personas ni bienes, ni en cosa alguna de lo suyo por rason de ningund delito que ayan fecho ni cometido hasta el dia de la fecha desta nuestra carta, durante el tiempo que fueren e estovieren allá, con la venida a sus casas e dos meses después’. Aunque parece horrorizar a algunos americanistas, lo ofrecido en esta cédula era para su época un premio tan moderado para peligro tan grave que quizás no llegó a entusiasmar ni a Colón ni a los mismos criminales”.

“Hasta que aparecieron los perdones en el Sello, escritores modernos muy cuidadosos negaban que Colón invocara esta cédula, porque no le sería necesario una vez que los Pinzones hubieron dado su adhesión al proyecto, y porque no hay testimonio directo sobre el alistamiento de prisioneros, más que lo muy vagamente dicho por dos testigos… Este testimonio no ha parecido bastante para establecer que Colón hizo uso de los poderes que seguramente tenía. Pero la abierta presencia en la armada de un solo reo, ya sentenciado a muerte, sería prueba definitiva, y bien sabemos que iban cuatro. Los cuatro están relacionados entre sí. Hay un criminal principal que es homicida, y tres amigos suyos, cuyo crimen no era más que haberle ayudado a escaparse de la cárcel. Hoy día consideraríamos este segundo delito como delito mucho menor, pero en aquel entonces la pena del preso se traspasaba por entero a quien le sacara de prisión” (p. 273-275 Del libro Nueva Lista Documentada de los tripulantes de Colón en 1492. Publicado por la Real Academia de la Historia. Madrid 1984.)

Para su sorpresa, Alicia Gould descubrió cuatro condenados a muerte: Bartolomé de Torres, Alonso Clavijo, Juan de Moguer y Pedro Izquierdo. De la minuciosa documentación que nos ofrece sabemos que el homicida fue Bartolomé de Torres, condenado por haber acuchillado a un pregonero. Al regreso del viaje del descubrimiento se le concedió el perdón, más aun, ya que la familia del pregonero renunció a continuar la querella, admitiendo que el victimado tenía algo de culpa. Alicia Gould no logró esclarecer la naturaleza del altercado que opuso a los protagonistas. Los tres amigos que lo ayudaron a huir también obtuvieron el perdón.

En realidad se trataría más bien de explicar por qué Colón admite a condenados, si con la participación de los Pinzón, lo mejor entre los mejores capitanes de la época, tenía tripulación suficiente y realmente capacitada para la empresa. Si de capacitación se trataba, hubiera bastado con admitir a Juan de Moguer, no homicida, marinero de profesión y quien años más tarde llegaría a ser piloto en las Indias, lo cual es prueba de talento. Pero admitir a un grupo de cuatro conjurados, necesita una explicación. Si hubieran sido malhechores comunes, la más elemental medida de seguridad los descartaba. Que la familia del pregonero haya admitido su parte de culpa, permite suponer como posibilidad, que Bartolomé de Torres sufrió uno de aquellos “agravios a la honra que sólo se lavan con sangre”. Para la mentalidad hispana de la época, su condena a muerte sería el precio que pagaba para no morir deshonrado. Que sus amigos incurrieran, a sabiendas, en la misma pena por liberar a quien seguramente consideraban injustamente castigado, era en realidad una prueba de grandeza de alma, que sería más bien una recomendación que motivo de rechazo. En base a estas conjeturas, en modo alguno descabelladas, es posible imaginar que Colón decidió darle a Torres la oportunidad de la revisión de su juicio, como así fue. Recordamos que la cédula no prometía perdón automático, era solamente una medida de amparo. Dada seguramente en la ingenua creencia que no se encontraría suficiente tripulación; pero los mejores marinos y capitanes de la época estaban perfectamente convencidos de la esfericidad de la tierra, lo que descartaba la certeza de la muerte, que se fundaba en la ignorancia, aunque no los peligros reales pero aún desconocidos de un viaje de una distancia hasta entonces no alcanzada.

Grabado de Theodor de Bry, que describe las supuestas atrocidades de los españoles en América. La obra de de Bry, quien nunca viajó a América, es característica de la propaganda antiespañola que surgió en países protestantes como Holanda y el Reino Unido a finales del siglo XVI a raíz de la fuerte rivalidad comercial y militar con el Imperio español.

Grabado de Theodor de Bry, que describe las supuestas atrocidades de los españoles en América. La obra de de Bry, quien nunca viajó a América, es característica de la propaganda antiespañola («leyenda negra») que surgió en países protestantes como Holanda e Inglaterra a finales del siglo XVI a raíz de su fuerte rivalidad comercial y militar con España.

Pero ya la simple existencia de la Cédula de amparo sirvió a los enemigos de España para inventar la leyenda de la tripulación de criminales, el mito de nuestra ascendencia delincuencial, y el dogma de nuestra inferioridad congénita. Por un procedimiento similar, se fueron creando otros mitos que forman el contenido de la Leyenda Negra antihispánica, que sus inventores han utilizado como un eficaz instrumento denigratorio, adoptado luego por nosotros como verdad indiscutible e instrumento de autodenigración.

 2. La Leyenda Negra

El historiador español Julián Juderías, quien ha acuñado el apelativo, escribe: “Entendemos por leyenda negra la leyenda de la España inquisitorial, ignorante, fanática, incapaz de figurar entre los pueblos cultos lo mismo ahora que antes, dispuesta siempre a las represiones violentas; enemiga del progreso y de las innovaciones; o, en otros términos, la leyenda que habiendo empezado a difundirse en el siglo XVI, a raíz de la Reforma, no ha dejado de utilizarse en contra nuestra desde entonces, y más especialmente en momentos críticos de nuestra vida nacional”.[1]

Juderías advierte y recuerda: “¿No es acaso España la nación que dio ejemplos tan admirables de patriotismo en Sagunto y en Numancia; la que mantuvo el esplendor de las letras latinas cuando ya decaían en Roma; la que dio a ésta emperadores famosos; la que hizo renacer las letras en Sevilla cuando en Europa todo era barbarie; la que sostuvo una lucha de ocho siglos contra los árabes; la que transmitió a las naciones de Occidente la ciencia del Oriente; la que produjo los navegantes más audaces y los exploradores más atrevidos de aquella época prodigiosa de los descubrimientos; la que ejerció con su literatura una influencia tan decisiva en las letras de los demás pueblos; la que, con sus jurisconsultos y sus teólogos, sus generales y sus sabios, echó las bases de la vida moderna; la que organizó la vida municipal y concibió el sistema parlamentario antes que ninguna otra? Negar todo esto sería absurdo”.[2] Aquí cabe añadir que Europa debe agradecer a España no sólo haber contenido a los árabes, sino también a los turcos. ¿Qué habría sido del Renacimiento, de la Revolución Francesa y de cuantos logros históricos puede mostrar Europa, si España no hubiera vencido a los turcos en Lepanto?

Si bien es cierto que esta leyenda nos afectaba a causa de nuestra ascendencia hispana, su empleo durante la Época Indiana fue sólo actividad de extranjeros. Y según veremos en la segunda parte, recién a través de la ideología autodenigrante de la República Autocolonial se convertirá en el fundamento de la mitología autoderrotista que aún nos doblega.

Los párrafos siguientes están dedicados enteramente a la Época Indiana. Presentaremos a grandes rasgos el escenario histórico de la época del Descubrimiento y de la Conquista, analizaremos luego la naturaleza de ésta y seguiremos el proceso de la creación de un nuevo mundo, de una nueva sociedad y de un nuevo Estado.

Nuestra exposición tiene dos propósitos: eliminar la ignorancia de nuestra historia y descartar los mitos que la aberran.

3. El escenario histórico de la época

Entre el sinnúmero de curiosidades a que dio lugar la conmemoración del quinto centenario del Descubrimiento, se encontraba la iniciativa de un grupo de ciudadanos colombianos, que, negando la propiedad de hablar de un descubrimiento, apelaba a un lingüista extranjero para que dictaminara sobre tan fundamental término de nuestra historia. Aparte de obedecer a una idea peregrina, la iniciativa servía para mostrar la genuflexión ante el extranjero que por hábito de autodenigración practicamos. Para no ocuparnos más de tan trivial asunto, concederemos que hubo un mutuo descubrimiento cuando autóctonos e hispanos se vieron por primera vez en el llamado “encuentro de dos mundos”, una de las fantasiosas denominaciones propuestas en una de las innumerables, fútiles y tormentosas polémicas que tuvieron lugar entonces. Pero es claro que hay una diferencia abismal entre un primer encuentro en América y uno en España. Una visión realista nos muestra, que si seguimos el curso de la historia en el Viejo Mundo y en el Nuevo, precisa concluir que el encuentro tendría lugar indefectiblemente en el Nuevo; y que a España le correspondía la mayor probabilidad de realizarlo. Es laudable todo esfuerzo destinado a estudiar la cultura de los pueblos precolombinos: idioma, literatura, ciencia, cuya ignorancia nos induce generalmente a subestimarlos. Pero a pesar de toda la admiración que sus logros merecen, precisa reconocer honestamente que no poseían ni los conocimientos geográficos, astronómicos y marítimos, ni los instrumentos, ni las técnicas de navegación y construcción de navíos que se requerían para una travesía trasatlántica. Todos estos requisitos fueron producto de una larga evolución en la Europa de la época.

A fin de situar convenientemente la cuestión y descartar de inicio algunos mitos, apelemos a la historia. Buena parte de la confusión reinante sobre la historia de la época proviene de la omisión de un hecho decisivo: durante siete siglos España estuvo separada del resto de Europa, a causa de la ocupación musulmana.

Sobre la España que fue sede del califato cordobés, es decir, del imperio musulmán occidental dice un buen conocedor del mundo musulmán, Carl Grimberg, en su Historia Universal:

“En el seno del califato cordobés vivían laborando juntos hombres de toda raza y religión. Largos períodos de paz hicieron posible tanto esplendor. No debe olvidarse que, a lo largo de casi ocho siglos, musulmanes y cristianos convivieron pacíficamente, porque ni uno ni otro credo religioso eran impuestos por la violencia. También los hebreos residían de modo indistinto en unos y otros Estados, ocupando altos cargos en los palacios andaluces y en los reinos cristianos del norte. El propio Corán recomienda a menudo que no se dispute ‘con judíos ni con cristianos, sino en términos amistosos y moderados’. Exceptuando casos aislados, no hubo fanatismo en la península, cuya política general estuvo al margen de típicos asuntos europeos, como la problemática feudal, la querella de las investiduras, las luchas entre el pontificado y el imperio, e incluso las propias cruzadas. La cultura arábigo-española cobró tanta importancia que, hasta el advenimiento de la época renacentista, la cultura europea se basó en gran parte en obras hispano-musulmanas traducidas al latín y difundidas al norte de los Pirineos” [3]. Y el gran filólogo e historiador español Américo Castro agrega: “lo admirable o desesperante de la historia española ha de hacerse comprensible y valorable en y desde ella misma, en algo, en último término, sin paralelo en la Europa occidental, pese a los esfuerzos de quienes pretenden ‘normalizar’ la historia de España y situarla a nivel de contenidos y en paralelismo temporal con la de Europa”.[4]

 Una empresa de tal magnitud como el Descubrimiento requería la conjunción de por lo menos dos factores: una ciencia de vanguardia con su correspondiente aplicación técnica; un poder político centralizado capaz de patrocinar la empresa en sus aspectos organizacional y financiero, y defenderla frente a los poderes rivales de entonces. Según menciona el recuento precedente, la cultura española tenía la primacía en la Europa de la época. No en vano era la universidad de Salamanca la más famosa del mundo de entonces. Sobre el aspecto técnico damos la palabra a Carlos Pereyra, a fin de que desvirtúe algunos mitos y nos instruya sobre la técnica de navegación de entonces:

“La anchura de dos océanos mantuvo aislada la parte del mundo que llamamos América. Su descubrimiento, conquista y colonización es uno de los hechos más importantes de la historia. Con él empieza el ciclo mundial y oceánico de la civilización. España y Portugal abrieron esta nueva era. Su participación en los grandes hechos de la Historia no fue el resultado de un azar. La posición geográfica, como factor condicionante, y una vocación secularmente afirmada, los llevaron a abrir nuevas rutas oceánicas. Ambiciones nacionales, sostenidas por una larga preparación intelectual, hicieron de portugueses y españoles los navieros más prácticos, a la vez que los marinos más conocedores de los datos científicos necesarios para la exploración de mares desconocidos … Aceptando errores de difícil desarraigo, creíase que la revolución operada en el arte de navegar se hizo pocos años antes del Descubrimiento de América, y que en ella fueron factores decisivos los cosmógrafos alemanes, por conducto del nuremburgués Martin Behaim, o Martín de Bohemia, establecido en tierras de Portugal. Una escuela histórica ha dicho que sin los sabios del norte, y principalmente de Johannes Müller (Regiomontano), no habría podido hacerse los descubrimientos de Colón, Vasco de Gama y Magallanes.

El mapa o carta del marino Juan de la Cosa (1500), Museo Naval de Madrid. Es la es la representación inequívoca del continente americano más antigua conservada.

El mapa o carta del marino Juan de la Cosa (1500), Museo Naval de Madrid. Es la representación inequívoca del continente americano más antigua conservada.

Sosteníase que Martín de Bohemia había inventado o perfeccionado el astrolabio náutico; que dio a conocer la ballestilla, instrumento de uso indispensable para la navegación de altura; que enseñó el cálculo de las latitudes y que llevó consigo a Portugal las Efemérides de Regiomontano. Pero estas afirmaciones han caído en irreparable descrédito, gracias a las investigaciones de Ravenstein, don Joaquín Bensaúde y don Luciano Pereira da Silva. Bien sabido es que, inventado el astrolabio dos o tres siglos antes de la Era Vulgar, era tan conocido en la Península Ibérica que Radizag, el toledano, uno de los autores que escribieron los Libros del saber de Astronomía del rey don Alfonso el Sabio, resume con elegante expresión castellana la función histórica de este instrumento … Por lo visto, la revolución náutica no consistió en la invención de algo ya inventado, sino en el método de marinear, es decir, en la aplicación del astrolabio para resolver los problemas de la práctica diaria.

Una marinería que no fuera exclusivamente de cabotaje comprendía dos elementos: el rumbo y la estimación de la distancia … la aguja de marear daba el rumbo y el astrolabio la altura o latitud. El navegante resolvía entonces un problema de gabinete, para el que empleaba la toleta de marteloio, o tabla de las redes marítimas. Con estas utilísimas tablas, formadas cuando se inventó el arte de bolinear, o lo que es igual, de avanzar oblicuamente con vientos contrarios, podía calcularse la distancia recorrida, mediante los elementos de rumbo y altura. En la realidad, el arte, y un arte tan expuesto a eventualidades, como el de la navegación velera, con dificultad se reduce a datos de matemática.

La historia de los viajes nos presenta a los marinos luchando con las fuerzas elementales de la naturaleza y con las incertidumbres creadas por la deficiencia de los medios para dominarlas, pues aun consumada la revolución de que hablo, todavía quedaron indeterminados algunos de los factores del problema que el marino debía resolver sobre la cubierta de un barquichuelo, arrebatado por los vientos, arrastrado por corrientes acaso desconocidas o detenido por interminables calmas. Atinaba o desatinaba, según el azar de las observaciones que había podido hacer o que se le escapaban.” [5]

En cuanto al aspecto político, Grimberg recuerda que España se mantuvo al margen de la “problemática feudal”. En efecto, en aquella época disponía ya de un poder central: la vigorosa monarquía de los Reyes Católicos. En consecuencia, la creencia que España trajo el feudalismo a América es un mito, ya que no podía traer lo que no tenía. Y sabiendo por experiencia que los mitos gozan de mítica longevidad, no ha de admirar que éste se haya mantenido hasta el presente. Ha sido siempre muy adecuado para desempeñar la función de metáfora, y en algún momento el marxismo sin Marx le ha concedido el status de incuestionable, según prueba la contundente afirmación del célebre marxista peruano José Carlos Mariátegui: “España nos trajo el Medioevo: inquisición, feudalidad” [6]. Sobre este mito que ha causado grandes estragos teóricos en cuanto a la comprensión de nuestra realidad e historia, y estragos políticos y materiales, sobre todo en relación con las reformas agrarias, se encontrará mayor información en nuestra obra La Patria Grande. Para nuestro presente objeto baste aquí lo ya dicho.

La existencia de un poder centralizado, indispensable al Descubrimiento y aun más a una empresa continental como fue la Conquista, era pues de absoluta necesidad, y no es casualidad que los primeros competidores y rivales de España en la empresa americana hayan sido Portugal, parte de la península ibérica, e Inglaterra. Respecto a esta última dice el célebre historiador peruano Jorge Basadre en su monumental obra Los Fundamentos de la Historia del Derecho: “En esta isla extensa y aislada se llegó a crear, después de la invasión normanda, pronto, en el siglo XII, una monarquía fuerte y eficiente, es decir, un régimen político unificado (en contraste, por ejemplo, con la larga subdivisión de Estados que funcionó en Alemania) y junto con ese régimen unitario existieron un conjunto compacto de leyes territoriales y un mecanismo judicial centralizado o sea nacional” [7].

La controversia hispano-lusitana se originó ya antes de que se hubiera tomado conciencia de que Colón había llegado a un nuevo continente. Para no elucubrar en el mundo sin tiempo y sin espacio en que evolucionan a gusto los ensayistas especialistas de la generalidad, vamos a referirnos a la historia, tal como la pensaron, la vieron y la hicieron sus protagonistas. En el mundo de la Cristiandad aún no dividido por el cisma luterano, se tenía al Papa por representante de Cristo en la tierra, y como tal se le reconocía la potestad incuestionable de adjudicarla y repartirla según tuviera a bien. Sobre aquella controversia nos dice Juan de Solórzano y Pereira en su monumental Política Indiana: “por ser punto muy necesario para nuestro tratado, es de saber que como los Reyes de Portugal, despues de haver corrido, y pasado con sus navegaciones todas las Costas de la Africa interior, comenzasen á dár vista á las de la India Oriental, ganaron Bula de Martino V. Romano Pontífice, para que se declarase por suya la navegación, y conquista de todo lo que huviese, y se descubriese desde el Promontorio ó Cabo, llamado por los antiguos de Ganaria, y oy de Buena Esperanza, hasta lo ultimo de la dicha India Oriental: la qual Bula confirmaron también otros Pontifices.

Primera edición de "Política indiana" (

Primera edición de «Política indiana» (Madrid, 1647), de Juan de Solórzano Pereira.

Y como después D. Christoval Colón comenzó á descubrir esotras Indias Occidentales por orden, y en nombre de los Reyes Católicos de Castilla, y Leon con muestras de tanta riqueza, y provecho, como se ha dicho: El Rey de Portugal Don Juan el Segundo llevó esto muy mal, ó por parecerle que estas nuevas navegaciones y conquistas deslucian algo la gloria, que la Nacion Lusitana havia comenzado á ganar con las suyas, ó por juzgar que todas se comprendian en lo concedido á sus Progenitores por la Sede Apostolica, teniéndose por dueño de todo el Occeano: Y asi haviendo sobre estos puntos intervenido Embaxadas de una parte á otra, y querido llegar á las armas por no se haver conformado, al fin se convinieron en que sus pretensiones se comprometiesen en el Romano Pontifice Alexandro VI.

El qual informado, y enterado de las razones, y derechos de ambas partes para deslindar, y demarcar las regiones, que cada uno podia inquirir, y adquirir de nuevo sin perjuicio del derecho del otro, formó, y tiró una linea, que comenzase á correr Norte Súr á poco más de trecientas leguas de las Islas Hespéridas, que oy se dicen de Cabo Verde: y continuándola por su Meridiano atravesó, y dividió con ella el Mundo por igual en dos partes: en tal forma que la que cae al Oriente fuese de la Corona de Portugal por la mayor antigüedad, que pretendia en este derecho; y la del Occidente ó Poniente à la de Castilla mandando que en las navegaciones guardase la misma division sin ir los unos por la derrota señalada á los otros: y que en esta forma ocupasen, y partiesen lo que cada uno en su término descubriese de mar, y tierra, que hasta entonces no se hallase poseído, y ocupado por otros Reyes Cristianos … y quien quisiese leer á la letra la Bula, que sobre ella se despachó, la podrá vér copiada por Pedro Matéo, y Laertio Cherubino en las sumas de sus Bularios. Si bien no han faltado algunos Sectarios, que la censuren, y hablan de ella con la libertad que acostumbran, negando en los Sumos Pontifices la Potestad de semejantes donaciones ó concesiones, á los quales satisfarémos en otra parte”.[8] Y aquí nosotros satisfaremos a los Sectarios de hoy, recordándoles que la historia la hicieron los creyentes de entonces, en tal modo que a los portugueses les cupo una pequeña porción de Sudamérica (Bula Papal Inter Caetera, 1493), que luego ampliaron por el Tratado de Tordesillas con España (1494). Aquí crearon su colonia del Brasil, cuyo territorio se agigantó por el Tratado de Madrid (1750), para completarlo a las dimensiones de hoy por las usurpaciones a las repúblicas hispanoamericanas hechas según el principio de una bula imperialista: lo que arrebatas te pertenece.

Si el Descubrimiento requirió la existencia de un poder centralizado que organizara la empresa y reclamara los derechos correspondientes ante el Papado y los defendiera frente a las pretensiones de los rivales, la conquista requirió mucho más. En primer lugar una potencia que impusiera su soberanía sobre la demarcación correspondiente; luego, aunque en no menor proporción, los recursos interiores que iban desde la financiación hasta el ímpetu combativo de los conquistadores. España, como la superpotencia de la época, pudo imponer su soberanía. Y como país poseedor de los mayores recursos pudo financiar esta costosísima empresa en base a la iniciativa privada, y pudo aportar un potencial combativo, que creado y entrenado en su guerra de Reconquista, fue luego capaz en las Indias de una audacia sin igual en la historia.

Antes de ocuparnos del aspecto más trascendental de la Conquista, la creación de un Nuevo Hombre y de un Nuevo Mundo, intentaremos una visión menos elevada aunque igualmente indispensable para su cabal comprensión, y que a la vez servirá para desvirtuar mitos y repartir la responsabilidad de lo negativo.

4. Una visión más realista de la Conquista   

Una visión ingenua se imagina carabelas que venían a cargar el oro para llevárselo al rey de España. Esta visión ha sido afanosamente fomentada por quienes venían a robarlo todo hecho y labrado, sin el esfuerzo de ganarlo por la conquista, por el lavado en los ríos o la extracción en las minas: los ingleses. Ellos lo obtenían, robándolo de los barcos que lo transportaban a España, sea para el rey o para particulares; o asolando las costas para robárselo a la población; o profanando las iglesias para usurpárselo a Dios; o profanando las tumbas para arrancárselo a los muertos. El famoso ecónomo inglés John Maynard Keynes da algunos datos, muy escuetos pero muy reveladores, del inmenso efecto que tuvo esta actividad en la acumulación de capital en Inglaterra, y por ende, en la adquisición de su inmenso poderío. Nos limitaremos a reproducir una sola frase de resumen, que él documenta convincentemente: “El botín que trajo Drake en el Golden Hinde puede ser realmente considerado como la fuente y el origen de las inversiones británicas en el extranjero”. Keynes señala además que la historiografía inglesa guarda un cuidadoso silencio al respecto. [9]

La Reina Isabel de Inglaterra nombrando caballero al pirata Francis Drake, a bordo del navío Golden Hind.

La Reina Isabel I de Inglaterra nombrando caballero al pirata y comerciante de esclavos Francis Drake, a bordo del navío Golden Hind, óleo de Sir John Gilbert. Drake dirigió numerosas expediciones navales contra España y las Indias.

Tanto en el Descubrimiento como en la Conquista, la Corona de Castilla estuvo presente desde el primer momento. Pero aquí no se trataba de establecer emporios, enclaves, factorías, colonias. Ya en su Bula Alejandro VI hace referencia al propósito de los Reyes Católicos: “Entendimos , que desde atrás aviades propuesto en Vuestro ánimo buscar, y descubrir algunas Islas, y tierras firmes remotas, é incognitas, de otros hasta ahora no halladas, para reducir los Moradores, y Naturales de ellas al servicio de nuestro Redentor, y que profesen la Fé Católica” .[10] Isabel la Católica murió en 1504 cuando Colón aún no había concluído sus viajes, cuando aun no se sospechaba que se trataba de un nuevo continente, cuando aun ni siquiera se imaginaba la riqueza que allí pudiera existir. Todo lo que Isabel había visto eran sólo algunos indios llevados por Colón al regreso de su primer viaje, que provocaron la compasión en la gran reina por lo que ordenó volverlos a su tierra. Y en su testamento manda: “por quanto al tiempo que nos fueron concedidas por la Santa Sede Apostólica las Islas, y Tierra Firme del Mar Occeano descubiertas, y por descubrir, nuestra principal intencion fue al tiempo, que  lo suplicamos al Papa Alexandro Sexto de buena memoria, que Nos hizo la dicha concesion, de procurar, inducir, y traer los Pueblos de ellas, y los convertir á nuestra Santa Fé Católica, é embiar á las dichas Islas, y Tierra Firme Prelados, Religiosos, Clérigos, y otras personas doctas, y temerosas de Dios, para instruir los vecinos, é Moradores de ellas en la Fé Católica, é los enseñar, é dotar de buenas costumbres, é poner en ello la diligencia debida, según más largamente en las letras de la dicha concesion se contiene. Por ende suplico al Rey mi Señor muy afectuosamente, y encargo, y mando á la dicha mi hija, y al dicho Principe su marido, que asi lo hagan, y cumplan, é que este sea su principal fin, y que en ello pongan mucha diligencia: y no consientan ni dén lugar, que los Indios vecinos, y sus Moradores de las dichas Islas, y Tierra Firme ganadas, é por ganar, reciban agravio alguno en sus personas, ni bienes: mas manden que sean bien y justamente tratados.  Y si algun agravio han recibido, lo remedien, y provean, por manera, que no excedan cosa alguna de lo que por dicha concesion Nos es inyungido y mandado”.[11] La frase “que este sea su principal fin” será en adelante un principio rector de la Corona. Ya por esta intención primordial, las Indias no fueron colonias.

La reina española Isabel la Católica (1451-1504), en un óleo de Juan de Flandes, hacia 1485, Museo del Prado. Isabel escribió en su testamento: "suplico al Rey mi Señor muy afectuosamente, y encargo, y mando á la dicha mi hija, y al dicho Principe su marido, que asi lo hagan, y cumplan, é que este sea su principal fin, y que en ello pongan mucha diligencia: y no consientan ni dén lugar, que los Indios vecinos, y sus Moradores de las dichas Islas, y Tierra Firme ganadas, é por ganar, reciban agravio alguno en sus personas, ni bienes: mas manden que sean bien y justamente tratados"

La reina española Isabel la Católica (1451-1504), en un óleo de Juan de Flandes, hacia 1485, Museo del Prado (Madrid). Isabel escribió en su testamento: «suplico al Rey mi Señor muy afectuosamente, y encargo, y mando á la dicha mi hija, y al dicho Principe (…) que (…) no consientan ni dén lugar, que los Indios vecinos (…) reciban agravio alguno en sus personas, ni bienes: mas manden que sean bien y justamente tratados»

Para un estricto representante del materialismo histórico, esta visión pecará de “idealista” Pero antes que idealista o materialista, precisa ser realista; es decir, abandonar toda representación simplista de la realidad. La realidad es, por su propia naturaleza, compleja en su estructura y no lineal en su dinámica. Es claro que dicha visión no bastará para entender la Conquista. Pero así como la dinámica no lineal impide concebir el futuro como una proyección lineal del presente, así no podemos extrapolar linealmente nuestra visión presente hacia el pasado. Además de esta misión apostólica, que fue real, existió una serie de factores, también económicos, que condicionaron la Conquista. Pero para apreciarlos cabalmente, no podemos juzgar el pasado según la concepción materialista del mundo de hoy que ha hecho del dinero la medida de todas las cosas. Ésta es una concepción netamente anglosajona, en un mundo dominado por el poder anglosajón; pero no siempre fue así, y con absoluta certeza podemos afirmar que no será eterna, ya que en el continuo fluir de la realidad, todo cambia.

Bernal Díaz del Castillo, como protagonista de la Conquista y compañero de Cortés, ha legado una valiosa crónica en la que reconoce todos los méritos de su capitán, pero le reprocha no haber reconocido en toda su amplitud los méritos de sus compañeros. Dice allí: “Todos éramos hijosdalgo, y nos ilustramos mucho más que de antes con heroicos hechos y grandes hazañas que en la guerra hicimos, peleando de día y de noche, estando tan apartados de Castilla, ni tener otro socorro ninguno, salvo el de nuestro Señor Jesucristo que es el socorro y ayuda verdadera”. ¿Y por qué hicieron esa guerra? “Por servir a Dios, a su Majestad, y dar la luz a los que estaban en tinieblas, y también por haber riquezas, que todos los hombres comúnmente buscamos”. En este sentido y teniendo en cuenta el espíritu de la época, el gran estadista, intelectual e industrial mexicano Lucas Alamán (1792-1853) escribe en sus Disertaciones sobre la historia de México: “Pudiera comprenderse en pocas palabras el sistema seguido por Cortés: hacer la conquista como cosa debida a su religión y a su soberano: emplear para ella la guerra con todos los medios que esta autoriza: procurar a los pueblos conquistados todos los bienes que podían disfrutar en el estado de dependencia, y con ellos y los conquistadores formar una nueva nación con la religión, las leyes y las costumbres de los conquistadores, modificadas y acomodadas a las circunstancias locales. En la realización de este vasto plan se echan de ver las ideas del siglo en el intento; el gran capitán en la ejecución; el hombre superior a su siglo en las consecuencias de la conquista”.[12]

En realidad, este sistema se siguió desde el principio. Y ya antes de que se tuviera conciencia de haber descubierto un nuevo continente, España comienza a organizar las Indias a su imagen y semejanza. Incluso, el mestizaje, el distintivo que hace única a la conquista hispana entre todas las de la historia, se da pronto; la gran reina Isabel aconsejaba fomentar las uniones con la población autóctona. Y para su segundo viaje, Colón recibe de los Reyes Católicos las primeras instrucciones que dicen así: “Por ende sus Altezas, deseando, que nuestra Santa Fé Católica sea aumentada, y acrecentada, mandan, y encargan al dicho Almirante, Viso-Rey, y Governador, que por todas las vias, y maneras, que pudiere, procure, y trabaje atraer á los Moradores de las dichas Islas, y tierra firme, á que se conviertan á nuestra Santa Fé Católica, y para ayuda de ello sus Altezas embian al devoto Padre Fr. Buil, juntamente con otros Religiosos, que el dicho Almirante consigo ha de llevar, los quales por mano, é industria de los Indios, que acá vinieron, procuren, que sean bien informados de las cosas de nuestra Santa Fé: pues ellos saben y entenderán mucho de nuestra lengua, é procurando de los instruir en ella lo mejor, que ser pueda. Y porque esto mejor se pueda poner en obra, después que en buen hora, sea llegada allá la Armada, procure, y haga el dicho Almirante, que todos los que en ella ván, é los que más fueren de aquí adelante, traten muy bien, é amorosamente á los dichos Indios, sin que les hagan enojo alguno: procurando que tengan los unos con los otros conversación, y familiaridad, haciéndoles las mejores obras que ser puedan. Y ansimismo el dicho Almirante les dé algunas dádivas graciosamente de las cosas de mercaduría de sus Altezas, que lleva para el rescate, y los honre mucho. Y si caso fuere, que alguna, ó algunas personas traten mal á los Indios, en cualquiera manera que sea, el dicho Almirante, como Viso-Rey, y Governador de sus Altezas lo castigue mucho por virtud de los poderes de sus Altezas, que para ello lleva”.[13]

Bautizo de los indios Pedro y Cristóbal en Guadalupe, obra de J.M. Núñez

Bautizo de los indios Pedro y Cristóbal en Guadalupe, obra de J.M. Núñez

El “rescate” no era más que el trueque de cuentas de vidrio y objetos similares que hacían el encanto de los dichos Indios por oro, plata o perlas que hacían el encanto de los dichos españoles. Poco después se inicia la organización de la sociedad, y en buena cuenta, del Estado Indiano. Al inicio del nuevo siglo, la Española (isla de Santo Domingo) se ha convertido en el centro administrativo de las Indias. En 1501 el Comendador Nicolás de Oviedo es enviado como su gobernador. Sus instrucciones ratifican el buen trato a los naturales; pero aquí los dichos Indios tienen un status correspondiente a la nueva organización política. El gobernador debe procurar “con gran vigilancia y cuidado, que todos los Indios de la Española fuesen libres de servidumbre, y que no fuesen molestados de alguno; sino que viviesen como vasallos libres, gobernados, y conservados en justicia y que procurase, que en la Santa Fé Católica fuesen instruidos porque su intencion era que fuesen tratados con amor, y dulzura, sin consentir que nadie les hiciese agravio: porque no fuesen impedidos de recibir nuestra Santa Fé: y porque sus obras no aborreciesen á los Cristianos. Y que, para que mejor pudiesen ser doctrinados, se procurase, que se comunicasen con los Castellanos, tratando con ellos, y ayudando los unos á los otros”. Los dichos Indios ya no son solamente Naturales y Moradores, son “vasallos libres, gobernados y conservados en justicia”, como los Castellanos. Desde la Española se controlan las nuevas empresas de exploración y descubrimiento, cuyos alcances son cuidadosamente regulados. La respectiva licencia, que la Corona otorga, estipula si el agraciado tiene sólo el derecho de practicar el “rescate”, si puede descubrir, si se le permite tomar posesión en nombre de la Corona y fundar villas. Todavía estamos a dos décadas de la empresa de Hernán Cortés, quien se independiza del gobernador de Cuba, Diego Velásquez, su superior jerárquico, explora, funda ciudad y conquista el reino azteca. Este desacato a la autoridad se le imputa en su juicio de residencia; pero para entonces el éxito en tan fabulosa empresa, sin que la Corona gastase un céntimo, le ha dado la razón y los medios de enviar cuantiosos recursos al emperador Carlos V, quien necesitándolos urgentemente en su lucha contra el cisma luterano, confirma a posteriori al Conquistador y desautoriza a su gobernador. Y aquí vamos ya ingresando en la realidad real, la que debe consentir inconsecuencias, contradicciones, imperfecciones, a fin de ser realmente real. También la copiosa legislación protectora del indio debió ceder muchas veces ante el imperio de la necesidad. Pero afirmar que fue ineficaz, es otro mito muy difundido y mantenido en plena vigencia por quienes se eximen, generalmente por carencia de los conocimientos pertinentes, de la obligación de explicar qué significa aquí ineficaz. Para descartarlo ofreceremos una noción breve y elemental pero válida de la legislación indiana.

Fue compleja y copiosa en razón de que debía involucrar realidades muy diferentes y aun contradictorias. Constaba en primer lugar de las leyes positivas que la organización de la sociedad y del Estado indianos hacía necesarias, que se proponían, discutían y formulaban en el Consejo Supremo de Indias para ser promulgadas por el Rey y pregonadas en las Indias. Luego estaba el derecho castellano que tenía la función de supletorio. Y en fin, el derecho consuetudinario autóctono, reconocido expresamente como vigente por el legislador español. Para esta última parte fue necesario el concurso de españoles entendidos en la materia. En el caso del Perú, por ejemplo, donde el derecho consuetudinario indígena estuvo bastante desarrollado, se distinguieron, entre otros, los licenciados Francisco Falcón y Juan Polo de Ondegardo y Zárate. Estos letrados conocían la lengua, la cultura y las instituciones indígenas, y estuvieron en capacidad de defenderlas. Polo de Ondegardo acompañó al virrey Francisco de Toledo en el extenso viaje que éste hizo a través de su inmenso virreinato, a fin de dictar con conocimiento de causa sus famosas Ordenanzas. Esta compleja legislación refleja fielmente una realidad: las Indias no eran colonias, sino parte constitutiva y autónoma del imperio, como lo era también Castilla; y como tal era regida, en nombre del Rey, por un Consejo Supremo, es decir, autónomo, como lo era también el Consejo Supremo de Castilla.

Cuanto más compleja es una legislación – tal el caso de la indiana – tanto más difícil es su aplicación. No ha de admirar entonces que ésta no siempre se cumpliera. En pleno siglo XXI, ¿puede alguna república hispanoamericana afirmar que sus leyes se cumplen fielmente, que son resultado de su realidad y no frecuentemente copia de legislaciones extrañas?

La Leyenda Negra presenta un cuadro de la Conquista que, a causa de haber sido creado por los enemigos de España, constituye una visión mitológica, ideológicamente sesgada, incompleta e irreal, que en buena cuenta consiste sólo en un acopio de crueldades reales e imaginarias. No explica absolutamente nada. Tampoco tiene este objetivo. Precisa entonces completarla con algunos rasgos de realidad. En primer lugar habría que exigir que se muestre una conquista que no haya sido cruel, de las innumerables que ha tenido la historia humana. Incluídas las de los enemigos de España. Pero a diferencia de todas, la española tuvo un Las Casas, un poseído de justicia que enjuició severamente a sus propios compatriotas. Aquí los enemigos de España tienen la palabra para explicar por qué sus conquistas no tuvieron un Las Casas.

Sacrificios humanos practicados por tribus indígenas precolombinas. Códice Tudela, Museo de América (Madrid).

Sacrificios humanos practicados por tribus indígenas precolombinas. Códice Tudela, Museo de América (Madrid).

Se trata luego de un juicio completamente parcializado. Tanto Las Casas como los acusadores extranjeros sólo mencionan las crueldades de los españoles; no mencionan, por ejemplo, las crueldades de las conquistas aztecas; ni mencionan que los aztecas preferían tomar a un español prisionero, antes que matarlo; para abrirle en vida el pecho, arrancarle el corazón, que ofrendaban a sus insaciables dioses, degollarlo luego, y en fin, cortarle las extremidades para comerlas. Todo esto se calla, de modo que no ha de admirar que muchos lectores se enterarán aquí de que el canibalismo era muy usual en el México de entonces.

Añadiremos aquí dos factores indispensables a una visión más realista de la Conquista: el papel de la religión y el de los conquistados.

En cuanto a la religión, hubo dos factores que atizaron la intolerancia, mal general de la época, no sólo en España: la Reconquista y la Reforma. La guerra de reconquista contra los moros tuvo, de manera natural diríase, un fuerte impulso religioso. La Reforma luterana desencadenó una guerra civil dentro de la Cristiandad, extremamente apasionada como toda disensión civil. La Conquista se inicia en momentos en que se lanza la Contrarreforma, un contraataque global para ganar almas donde se pudiera, a fin de compensar las pérdidas que significó el cisma luterano. América ofrecía un vasto campo para la acción misionera, ya sea por clérigos o civiles. La persecución de la idolatría era un medio que se ofrecía de por sí, y a la que indudablemente se deben destrozos ocasionados a las culturas aborígenes. Cortés, por ejemplo, fue un obsesionado por la conversión de los indios y la erradicación de la idolatría, a tal punto que su capellán, Fray Bartolomé Olmedo, tenía que contenerlo a menudo en su afán de convertir, bautizar y destrozar los ídolos de los indios. Con razón argumentaba Fray Bartolomé, que la conversión debía hacerse por convicción, y que esto llevaba su tiempo; y tampoco convenía violentar el sentimiento de los indios, destruyéndoles sus ídolos; era preciso convencerlos, convertirlos, para que ellos mismos los abandonaran.

Por su lado, la Reforma, que se dirigía especialmente contra la España católica, estuvo en la vanguardia de la creación y difusión de la Leyenda Negra. Holandeses e ingleses tuvieron aquí papel preponderante. Dentro de la Reforma hubo reformas, sectarismo. Los ingleses fueron activos en la multiplicación de credos, y en la consecuente persecución, para la que América ofrecía un refugio. Si bien en los primeros tiempos sirvió como destierro para delincuentes, comerciantes fallidos, y cuanta escoria abandonaba o tenía que abandonar Inglaterra, ofreció luego una nueva patria donde los perseguidos pudieron practicar libremente su culto. Pero esta libertad era sólo parcial, era la libertad de practicar el propio credo, no la libertad de cultos que nos inculcan los mitos triunfalistas de los anglosajones. Según observa Eugenio María de Hostos en sus Lecciones de Derecho Constitucional, los inmigrantes ingleses “venían al Nuevo Mundo a buscar preferentemente el pan del alma, por el establecimiento y organización de una república cristiana en la que pudiesen adorar libremente a Dios conforme a sus creencias”. Pero cada nueva república reproducía la intolerancia religiosa que fue precisamente el móvil de su emigración. “Aquella colonia de Massachusset, que ha traído al derecho moderno algunas de la más sólidas bases de construcción social, violaba con tan sincera fe y, por consiguiente, con tan fría crueldad, el derecho que había reclamado en Europa y al cual se había sacrificado al expatriarse a América, que la más leve disidencia del credo puritano era un delito capital. Maryland, que en sus comienzos, y con objeto de hacer respetado el catolicismo que profesaba, se distinguió por la libertad de cultos que practicaba, lo abolió en el momento en que se sintió fuerte. El anglicanismo era, en la colonia de Nueva York y en cuantas predominaba, tan absorbente como al imponerse en Inglaterra con Enrique VIII y al reivindicar con Isabel su privilegio de religión de Estado”.[14]

Desde la visión de los conquistados, precisa plantear una pregunta que se impone de inmediato: ¿cómo fue posible que un número tan reducido de conquistadores haya podido someter dos grandes imperios? En territorio enemigo, y desprovistos de todo apoyo, habrían muerto de hambre y de sed, si no hubieran sido socorridos por la población autóctona. Y pese a toda superioridad técnica, habrían sucumbido ante la infinidad numérica de incas y aztecas, si no hubieran contado con la alianza de pueblos sometidos por estos imperios. Hay además un factor decisivo: el mito autoderrotista que mandaba someterse a los blancos, tenidos por dioses. Aquí no debe olvidarse el inmenso poder de los mitos en la conciencia indígena. En una célebre frase, el historiador mexicano Arturo Arnáiz y Freg  ha resumido esta realidad:

“La conquista de México la hicieron los indios y la independencia los españoles”. La conquista del Perú también la hicieron los indios; y la independencia, los mestizos suramericanos. Y si alguna lección hay que sacar de la Conquista, es que no debemos entregarnos como nuestros padres autóctonos y debemos ser osados como nuestros padres hispanos.

Concluiremos esta sección recordando algunas generalidades, que justamente por estar a flor de historia, se olvidan frecuentemente. Don Lucas Alamán en sus ya citadas Disertaciones escribe: “Estos trastornos que de tiempo en tiempo han sufrido todas las naciones; estas revoluciones que mudan la faz del orbe y que tienen el nombre de conquistas, no deben ser consideradas ni en razón de la justicia, ni en la de los medios que se emplean para su ejecución, sino más bien en razón de sus consecuencias. Ni Alejandro tuvo justo motivo para conquistar la Persia, ni los romanos para someter bajo su imperio casi todo el mundo conocido entonces, ni los godos, los francos, los lombardos, para invadir a su vez el imperio Romano, ni los normandos para hacerse dueños de Inglaterra; sin embargo las naciones modernas deben todas su origen a esta serie de invasiones… La conquista de los romanos unió todas las naciones conocidas bajo unas mismas leyes, les dio una misma lengua y por este medio la civilización se generalizó …. Lo mismo ha sucedido entre nosotros; la conquista, obra de las opiniones que dominaban en el siglo en que se ejecutó, ha venido a crear una nueva nación en la cual no queda rastro alguno de lo que antes existió: religión, lengua, costumbres, leyes, habitantes, todo es resultado de la conquista y en ella no deben examinarse los males pasajeros que causó, sino los efectos permanentes, los bienes que ha producido y que permanecerán mientras exista esta nación”.[15] Esto que Alamán dice de México vale evidentemente para el conjunto hispanoamericano, razón que obliga a una aclaración: ni todo lo antiguo ha desaparecido ni todo lo nuevo ha quedado como tal, gracias al distintivo universal de la Conquista hispana: el mestizaje. Vastos aspectos de las culturas autóctonas aún persisten: las lenguas, la visión del hombre, de la naturaleza, del mundo y de las cosas. Y han modificado lo que se trajo, lo han mestizado. Con razón decía el gran argentino tucumano Ricardo Rojas: “Eurindia es el nombre de un mito creado por Europa y las Indias, pero que ya no es de las Indias ni de Europa, aunque está hecho de las dos … Comenzada en el siglo XVI, durará todavía largo tiempo, hasta que veamos aquí la cultura propia individualizada como cosa distinta de lo europeo originario y de lo indígena primitivo. Pasará mucho tiempo, mas ya podemos vislumbrar sus secretos”. [16] Pero para crear el mito verdadero y positivo, o mejor dicho la fabulosa realidad a la que tenemos derecho, precisa liberar ambas culturas ancestrales de la autodenigración para conjugarlas en una nueva vida, en una nueva cultura propia e individualizada. Sin reivindicar ambas, será imposible comprender nuestro honroso pasado y crear un gran porvenir.

5. La visión aculturada de la Conquista

La visión de la Conquista ha variado entre nosotros en el transcurso del tiempo. Nada hay aquí de extraordinario, ya que esto pertenece a la evolución de una cultura. Decisivo es su carácter: si representa progreso o retroceso de acuerdo a nuestro interés; un interés a determinar sin sombra de duda según los criterios más sólidos y elementales.

Actualmente la innovación más frecuente ve la Conquista como “la invasión europea que aculturó nuestros pueblos, nuestra nación”. Esto lo dice hoy hasta un criollísimo, al que precisaría preguntar lo que significa aquí “nuestra nación” y aculturar; y si es propio y conveniente emplear el término nación para aquellos tiempos. En caso afirmativo debería precisar cuál entre las centenas de “naciones” habidas considera suya.

Evidente es la progresiva alienación de nuestra cultura por acción de la cultura estadounidense; o su “aculturación”, si se quiere, que ya en 1900 José Enrique Rodó señalaba en su clásica obra Ariel: “Es así como la visión de una América deslatinizada por propia voluntad, sin la extorsión de la conquista, y regenerada luego a imagen y semejanza del arquetipo del Norte, flota ya sobre los sueños de muchos sinceros interesados por nuestro porvenir”. Pues bien, la dicha visión de la Conquista pertenece a la infinidad de bienes inmateriales que se importan del arquetipo del Norte, cuyos “latinoamericanistas” han encontrado en nuestra historia una inagotable veta, de la que extraen lo que necesitan para las ocurrencias de sus artículos, libros, tesis doctorales, etc. Una razón ineludible es que ellos no tuvieron una conquista, sino una invasión europea que no quiso ni pudo aculturar a los pueblos autóctonos, y se limitó a eliminarlos.

Quienes defienden la visión de la aculturación, no se preocupan de aclarar si conceptúan como tal la supresión de los sacrificios humanos, de la idolatría, de la antropofagia; y si es también aculturación lo que podría llamarse la naturalización de la naturaleza, es decir, la supresión de las creencias que los fenómenos naturales son obra de dioses, a quienes se deben obediencia y sacrificios, esclavitud prácticamente.

En Nuestra América no hubo invasión, sino conquista. Y no fue simplemente europea, sino específicamente hispana. Este distintivo es fundamental, pero en general inoperante en la visión que el intelectual, el culto, incluso el estudioso de nuestra realidad e historia, cultiva. La razón de semejante incongruencia es ésta: a partir de la independencia, nuestra cultura se ha convertido en una actividad de imitación e importación, especialmente de Francia y Alemania, en arte y literatura, o en ciencia y filosofía. Ya señalamos que la historia de España ha seguido un rumbo muy diferente, lo que influyó decisivamente en el Descubrimiento, la Conquista y a través de la Época Indiana. Es decir, desde que la República Autocolonial declara la guerra a nuestra historia y a nuestra cultura tradicional, nuestros intelectuales han ido desarrollando una visión que no concuerda con la realidad a la que se enfrentan; o más propiamente, es independiente de ella. Se ha creado así una larga serie de mitos de la más diversa naturaleza y en los más diversos contextos. A ello han contribuído decisivamente las tres grandes doctrinas que se adoptaron con la intención de orientar nuestra vida republicana: liberalismo, positivismo, marxismo, que son creaciones propias de la Europa nórdica, no hispana, y que en sus sociedades de origen correspondían a necesidades reales, y tienen en su haber indudables logros. Desgraciadamente no se ha adoptado lo que de general – por no decir universal – hay en ellas, sino más bien lo específico, lo que frecuentemente no concuerda con nuestra realidad. Para citar un ejemplo: la homogeneidad étnica de las culturas originarias y la heterogeneidad étnica de la nuestra. Los inevitables conflictos con la realidad se han tratado de superar con ideología, o a menudo, cerrando los ojos. Por lo demás, las adopciones han sufrido aberraciones y se han realizado en un bajo nivel. Ya señalamos un mito que ha tenido profunda influencia, según el cual España trajo el feudalismo a América. Feudalismo ha existido en la Europa de la cual importamos hoy cultura, pero no en la España que vino a América.


[1] Julián Juderías: La Leyenda Negra. Publicada por primera vez en 1914 Cita de la 16ª edición, Madrid 1974, p. 28

[2] idem p. 37

[3]  Carl Grimberg: Historia Universal t. 12 Carlomagno – El Califato Occidental – El Emirato de Córdoba, p.19

[4] Américo Castro: La Realidd histórica de España. México 1962, edición renovada, p. XV

[5] Carlos Pereyra: Breve Historia de América. 4a. Ed. México 1958, p. 13-17

[6]  Siete Ensayos de interpretación de la realidad peruana. Véase el primer ensayo

[7]  Lima 1967, p. 251

[8]  Política Indiana, libro I, capítulo III. p. 38 de la Edición Biblioteca de Autores Españoles, t. 252, Madrid 1972

[9] John Maynard Keynes: A Treatise on Money, London 1965, vol. II, p. 152, (i) Spanish Treasure

[10] Solórzano, op. cit. Libro I, Cap X, p. 103

[11]  Solórzano, op. cit. Idem, p. 122

[12] Lucas Alamán: Disertaciones sobre la historia de la República Mejicana. Tomo Segundo, p. 21 de la 2a edición. Editorial Jus, México 1969

[13] Solórzano, id. P. 120

[14]) Lección XXV

[15] Lucas Alamán: Disertaciones sobre la historia de la República Mejicana. Tomo Primero, p. 102 de la 2a edición Editorial Jus, México 1969

[16] Ricardo Rojas: Eurindia Vol. 24 de Obras Completas. Ed. Losada. Buenos Aires 1951

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