El siguiente texto forma parte del ensayo “La nueva visión”, del escritor e investigador hispanoamericanista Raúl Linares Ocampo, y que publicamos por entregas en nuestro sitio web.

Mapa marítimo del Golfo de México e Islas de la América, obra de Tomás López y Juan de la Cruz (1755).
10. El Estado Indiano
El Estado Indiano es la instancia histórica que permite plantear la Cuestión Fundamental y hablar de Reunificación. Fue el Estado que en la Época Indiana se extendía de México a la Tierra del Fuego, tenía una dirección unitaria centralizada en la metrópoli, una economía globalmente dirigida según el principio de la prioridad del equilibrio general sobre los intereses locales y particulares, y una geopolítica de alcance universal.
Tomar conciencia de su existencia en nuestra historia condiciona de tal modo la visión del problema, que bien se puede hablar de un antes y un después. Si se lo ignora, la Cuestión Fundamental no existe. Si está presente en nuestra visión histórica, la Cuestión Fundamental se hace insoslayable; y la Reunificación, factible. Y sólo entonces adquiere sentido el mandato imperativo de Bolívar: “Una sola debe ser la Patria de todos los hispanoamericanos, ya que en todo hemos tenido una perfecta unidad”. La “perfecta unidad” que dio al Estado Indiano la primacía continental durante los 300 años de su existencia.
Pero el conocimiento del Estado Indiano requiere el conocimiento de nuestra historia. Y aquí el déficit es general, se extiende a través de los estratos sociales, edades y profesiones, desde el ganapán hasta el Jefe de Estado. En prueba de este aserto reproducimos – sin nombres ni datos exactos, por motivo de piedad – el contenido de una noticia periodística referente al Presidente de un país hispanoamericano, quien, en una gira por Europa, mendigando inversiones extranjeras, dijo de su país: “es un país minero desde que somos república hace 500 años. Antes de ser república éramos un país agrícola”. Nuestra América nació hace 500 años, a través de la Conquista. La República tiene apenas 200 años. Luego para quien su país es república desde hace 500 años, la Época Indiana, la Monarquía Indiana, el Estado Indiano no existieron. De este vacío histórico surgen nuestras repúblicas todo hechas y separadas. No ha de extrañar entonces que el autor de esta obra, en sus conferencias sobre la Reunificación, haya recibido frecuentemente la objeción: “¿Por qué habla usted de Reunificación, si nunca estuvimos unidos”.
O visto de otro modo, nuestros pueblos percibirán la necesidad de la Reunificación en tanto tomen conciencia de la existencia del Estado Indiano, y en general, de su historia. De ahí la urgente necesidad de fomentar su estudio, en todos los niveles y en todos los sectores. El desconcierto de que son presa nuestros pueblos proviene en gran parte de la ignorancia de su historia, fuente inagotable de mitos autoderrotistas, de claudicaciones y fracasos, en la orientación de la sociedad, en la conducción del país, en la política mundial, donde ocupamos un puesto rezagado, incompatible con el potencial heredado de la Época Indiana.

Un real de a ocho de Felipe V (1739). También llamado peso duro o peso fuerte, esta importante moneda de la época indiana se convirtió en la primera divisa de uso mundial, y fue ampliamente utilizada en Norteamérica y el Sureste asiático, y en ella se basaron tanto el dólar estadounidense como el yuan chino.
El estudio del Estado Indiano, de su naturaleza, de su organización económica, política y administrativa, de su vida cultural, es indispensable para tomar conciencia del invalorable potencial que ofrece al cumplimiento de la Tarea Histórica, como prueba fehaciente de la factibilidad de la empresa reunificadora y paradigma del futuro gigante que reemplazará al indiano Y en fin, como medio de disipar la nebulosa de la “integración latinoamericana”, de la cual nadie sabe exactamente lo que significa, dónde comienza, dónde acaba; y que además de sustraer medios a la Tarea Histórica, nos aparta de ella.
La conquista de las Indias fue el nacimiento – doloroso como toda creación trascendental – de una nueva sociedad, unión de vencidos y vencedores, donde el conquistador fue un transformador transformado y proyectado por el mestizaje a la sucesión imperecedera de las generaciones. Tal fue la conquista hispánica, única entre el sinnúmero de conquistas habidas en la historia universal. Ella vertió la gran diversidad de pueblos aborígenes en el molde unificador de la cultura superior y victoriosa, trazó los cimientos de una Nación continental, abolió soberanías locales, subyugó imperios, unió Norte a Sur, comunicó los Océanos y creó un cuerpo político continental: el Estado Indiano.
La ocupación hispana del territorio americano cuenta entre las proezas de la Historia Universal; en ella pasman la inmensidad de la tarea, la exigüidad de los medios y la voluntad sobrehumana que hace compatibles estos factores de por sí inconmensurables. No fue el Estado el agente de la Conquista; la osadía individual, la empresa privada, reunieron los recursos materiales, enrolaron voluntades y ambiciones, y repartieron el botín, descontada la parte correspondiente al Estado por la licencia de conquista, estipulada en extensos contratos entre Corona y conquistador. Pero tras los capitanes y soldados venían funcionarios de la Corona, letrados, prelados, pobladores y la nueva cultura; tras la Conquista, la organización estatal y social; porque la conquista hispánica, a diferencia del imperialismo europeo de los siglos XIX y XX, no fue una simple sujeción doblada de una administración colonial encargada de extraer los recursos del país, regular las relaciones con los colaboradores nativos y segregar las razas; fue el nacimiento de un nuevo hombre, de nueva vida surgida de la vida ofrendada por el conquistador y el conquistado; la creación de una nueva cultura a través del aporte de los pueblos que chocaron; y fue en fin, la formación de un cuerpo político continental, verdadero tesoro de las Indias, legado a las generaciones futuras en compromiso de acrecentarlo, y en compensación del dolor de la Conquista, precio inevitable de toda creación verdaderamente grande y trascendental.
En el transcurso de tres décadas, las huestes conquistadoras, sedientas de oro y de fama, devoraron la distancia de México al Río de la Plata; pero lejos de ser un tropel abandonado al albedrío de los guerreros, era un caudal controlado desde la lejana metrópoli, cuya intención fue, desde el inicio, crear un nuevo mundo a su imagen y semejanza. El resultado socio-político de esta fabulosa empresa será el Estado Indiano.

Pendón con la Cruz de Borgoña o San Andrés, rematada con cuatro escudos, dos leones y dos castillos. Imagen tomada del Catálogo de la Colección de Banderas, Museo Nacional de Historia, INAH, México. Es el símbolo vexilológico más utilizado durante toda la época indiana (siglos XVI a XVIII) y todavía hoy presente en banderas de muchas ciudades y territorios americanos.
El Estado Indiano fue el cuerpo político creado en la porción continental que se extendía de México a la Tierra del Fuego, y levantado sobre la “Nación de ambos Hemisferios”, según se llamaba entonces el conjunto de España y las Indias. Su dirección política unitaria estaba centrada en la metrópoli, su economía se conducía de manera global, dando prioridad al conjunto sobre las partes; y al equilibrio general sobre los intereses regionales y particulares. También las finanzas obedecían a una gerencia global que subsanaba los déficits de algunas provincias con los superavits de otras. De acuerdo a su magnitud, este inmenso Estado poseía una geopolítica de alcance universal, a la cual se aparejaba una capacidad de autodefensa, que ya sea en Cartagena de Indias, Panamá, Puerto Rico o Buenos Aires derrotó a la marina inglesa, la reina de los mares entonces. La unidad cultural de la Nación continental, complemento de su unidad política y económica, y que aún persiste, fue obra de un grandioso proceso de fusión creadora que nos legó una cultura propia, auténtica, mestiza, euroindiana, que la República Autocolonial pretenderá desahuciar, importando cultura extranjera.
En los párrafos siguientes nos ocuparemos de algunos aspectos importantes de este vastísimo tema. Huelga decir, que sólo será en líneas generales, dado que lo decisivo aquí no es el detalle sino la idea general, el significado y la importancia del Estado Indiano ayer, hoy y mañana, lo cual se puede captar plenamente sólo en base al conocimiento concreto de nuestra historia.
11. La Monarquía, el Imperio y las Indias
Precisa ante todo aclarar lo que debe entenderse por imperio hispano. Es un grave pero común error asimilarlo a los imperios coloniales europeos de los siglos XIX y XX. En su origen el nombre Imperio estuvo ligado al título de Emperador de Carlos, flamenco de origen austríaco, nieto de los Reyes Católicos e hijo de la española Juana y del austríaco Felipe. Como Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico llevaba el nombre Karl V y como Rey de España el de Carlos I. En su inmenso reino “donde nunca se ponía el sol”, las Indias y Filipinas fueron asimiladas por conquista, el resto fue un rompecabezas armado de herencias dinásticas. Carlos I heredó de los Reyes Católicos: Castilla, Aragón, las Indias, Filipinas y algunas provincias en Italia; de sus abuelos austríacos: Austria, algunas provincias italianas, francesas y los Países Bajos, en la configuración de entonces, es decir, lo que son hoy Holanda y parte de Bélgica; por su ascendencia austríaca tenía derecho a postular al título de Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, lo que hoy son Austria y Alemania. Era un título que se obtenía por votación de los Príncipes Electores germanos. Kart V obtuvo los votos requeridos gracias a recompensas pecuniarias sufragadas en buena parte con préstamos de los banqueros alemanes Fugger, garantizados y pagados con los ingresos de España y las Indias. El único vínculo de este conjunto heterogéneo era el Soberano – Carlos; las partes constitutivas no formaban en rigor una unidad política, mucho menos nacional; y en este sentido el nombre Imperio era apropiado para denominar este conglomerado; pero en general el término tuvo un significado muy vago y extenso, utilizado en las más diversas circunstancias históricas. Así, a fines del siglo XVI, el Inca Garcilaso hablaba del “riquísimo imperio del Perú”; Joseph del Campillo y Cosío en 1743, de “islas, Provincias, Reynos e Imperios de América”; el Conde de Aranda hacia 1783, del “vasto imperio” de México; Francisco Antonio de Zea en 1820, de un “Proyecto de Decreto sobre la emancipación de la América y su confederación con España, formando un gran imperio federal”.
La apropiación de grandes unidades territoriales y estatales por matrimonios y herencias era común entonces. Lo que hoy sería inadmisible, era realidad de la época, y ha tenido decisivos efectos para las épocas subsiguientes, hasta hoy. La consecuencia más inmediata y desastrosa fue que, a partir de la muerte de los grandes Reyes Católicos, España y las Indias fueron regidas por casas extranjeras: los Austrias y los Borbones franceses.
La contribución de la casa austriaca fue decisiva: en problemas. El cisma de la Iglesia surgió en Alemania. Las costosas e inútiles guerras de Karl V para combatirlo se financiaron con aportes de España y de las Indias, es decir, hubo transferencia de dinero hispano-indiano que se gastaba en Alemania, de modo que este país e Inglaterra son los que mayor provecho han obtenido del mundo hispano y americano, en especial de la Conquista. Por ejemplo, los tesoros que envía Cortés durante la conquista de México fueron una ayuda providencial para Karl V en sus guerras de Alemania. Además del daño material, estas guerras intensificaron la intolerancia religiosa, de nefastas y duraderas consecuencias para el desarrollo de la ciencia y la cultura en España y las Indias. Según vimos, en tiempos de la ocupación musulmana, España vivió bajo un régimen de amplia tolerancia religiosa que fue una de las causas de su primacía científico-cultural en el mundo occidental de entonces. En este aspecto, la política de los Austrias tuvo un efecto inverso y desastroso.
Los Borbones franceses acceden al trono de España hacia 1700 y traen una concepción colonialista de las Indias, donde pretenden implantar el régimen de sus posesiones ultramarinas, verdaderas colonias. Si durante los Austrias las Indias tuvieron un status de autonomía, los Borbones lo socavan a favor de un status colonial. La España de los Austrias debate en polémicas tempestuosas sobre la justicia de la Conquista y el derecho de hacer la guerra a los indios, grandeza de alma quijotesca, si se tiene en cuenta que no existe en la memoria de la humanidad imperio que no haya presentado sus conquistas como encargo divino y obra civilizatoria acreedora a la gratitud de los afectados. Doscientos años más tarde, la España borbónica polemiza sobre los medios más apropiados para obtener el máximo provecho económico de las posesiones ultramarinas. Joseph del Campillo y Cosío, uno de los más destacados teóricos del Nuevo Orden borbónico, escribe en 1743 en su obra Nuevo Sistema de Gobierno Económico para América: “Todo cuanto se ve en aquella gran porción de la Monarquía Española está demostrando a gritos de la razón la necesidad de introducir en su Gobierno un nuevo método, para que tan rica posesión nos dé ventajas que tengan alguna proporción con lo vasto de tan dilatados dominios, y con lo precioso de los productos. Cotejaremos nuestras Indias con las Colonias extranjeras, y hallaremos que las dos Islas Martinica y la Barbada dan más beneficio a sus dueños que todas las Islas, Provincias, Reinos e Imperios de la América a España, ¿pues en qué consiste esta contradicción? Consiste, sin duda, en que nuestro sistema de Gobierno está totalmente viciado”.[1] Del Campillo y Cosío señala una serie de visibles males y propone las medidas para remediarlos. Pero son aspectos pragmáticos y parciales, no la causa fundamental de por qué las Indias arrojan relativamente poco. La causa fundamental es sin duda la visión de los Austrias: las Indias no son colonias. Son una parte autónoma de la Monarquía, regida por un Consejo Supremo, es decir, precisamente autónomo.
Carlos V, al abdicar, desprendió la parte austriaca, la imperial, a favor de su hermano Ferdinand I. A cargo de Felipe II, su hijo y heredero, quedaron Castilla y Aragón, las Indias y Filipinas, la parte norte del ducado de Burgundia que comprendía la Picardie (Francia), Bélgica y Holanda de hoy. En adelante no había motivo para hablar de imperio, y el conjunto de España y las Indias se denominaría entonces “la Nación de ambos hemisferios”, expresión de una sólida unidad económica, política y cultural forjada en una historia común. Como se ve, no hay aquí lugar para colonias ni imperialismo. Sin embargo, el mito de “colonias e imperialismo español” persiste aún hoy, bien como parte de la clásica Leyenda Negra o alimentado por el liberalismo sajonizante y las tendencias izquierdizantes, en especial el marxismo sin Marx. Como ya señalamos en el caso del feudalismo, proviene de una adopción de la historia de la Europa nórdica en reemplazo de la auténtica historia de España y las Indias. O dicho de otro modo, resulta de una absurda asimilación de la historia indiana al imperialismo europeo de los siglos XIX y XX.
Si se trata de imperialismo en el continente, precisa dirigir la mirada al norte. Por un error de visión histórica, se cree que el Destino Manifiesto es el origen del imperialismo estadounidense. Es a lo sumo el primer paso de su marcha imperialista, pero el germen lo trajo ya la invasión inglesa. Entre los mitos con que la escuela nos agobia se encuentra la veneración de un Washington, un Franklin, un Hamilton, paradigmas de independencia, libertad y democracia, se nos inculca. Y cuanto en la política de los E.U. de hoy se aleja de estos presuntos ideales – que es mucho – se atribuye a inconsecuencias de administraciones posteriores. Pero R.W. van Alstyne, historiador estadounidense, afirma: “Ya en marzo de 1783, los Estados Unidos eran, para Washington, un ‘imperio en formación’. Esta frase describe precisamente lo que él y sus contemporáneos tenían en mente, es decir, un Estado que acrecentaría su población y territorio, e incrementaría su fuerza y poder. Desde hacía casi cuarenta años, Benjamín Franklin venía hablando y escribiendo en términos similares” [2]. Y comparando los imperios inglés y estadounidense, van Alstyne afirma: “Ambos imperios fueron el producto de fuerzas naturales – de la inmigración y de la colonización, del comercio y de la religión, y del deseo de extender la influencia política. En ambos casos la expansión no careció de intención ni de plan, ni fue ‘casual’. Cada imperio siguió un designio estratégico, y su historia muestra la clara influencia de un plan y de una dirección concientes. La noción de un imperio americano y los lineamientos de su futuro crecimiento ya estaban maduros en 1800” [3].
“En 1761 Benjamin Franklin expresaba abiertamente la necesidad de la expansión hacia el sur, sugiriendo que Cuba y México serían los próximos objetos de agresión … En 1787 Alexander Hamilton expresaba en The Federalist en un estilo contundente cómo se podría alcanzar este objetivo, a fin de controlar la balanza del poder en el Caribe … Cuba era considerada como un apéndice de la Florida y se suponía que tarde o temprano sería absorbida por los E.U. John Quincy Adams expresaba una opinión corriente en su generación, comparándola con una manzana que ‘no podía elegir, sino caer al suelo’ ” [4]. El Manifest Destiny no es pues sino la eclosión del Destino Imperial, germen introducido por Inglaterra en América. Y entre la Inglaterra europea y la americana, hay un acuerdo, tácito y expreso, de que en el mundo hay lugar para ambas, con sus sendos imperios, como estas palabras del célebre Lord John Russell, expresadas en clásico estilo imperialista, lo prueban: “Hay espacio para ambas en el Globo. Tenemos un gran imperio que gobernar, y grandes deberes que cumplir. Los Estados Unidos están, sin duda, destinados a tener también un gran imperio, y grandes deberes; usemos ambos del poder que Dios nos ha dado, en beneficio de la raza humana”. No es pues casual que la marcha imperialista de los E.U. se inicie precisamente en momentos en que Inglaterra compite frenéticamente con Francia por formar el mayor imperio colonial del mundo.

El Consejo de Indias, en un grabado del siglo XVII. El órgano más importante de la administración indiana (América y Filipinas), se formó en 1511 como una sección dentro del Consejo de Castilla, para más tarde, en 1524, conformarse como entidad propia.
12. Régimen político
El Cabildo y la Audiencia fueron dos instituciones fundamentales en la organización política indiana. El Cabildo representaba el orden municipal, la “república”, según vimos. La proporción en que la ciudadanía y el poder regio estaban representados en él varió a través del tiempo y del lugar. Por ejemplo, Cortés se valió de un Cabildo que fundó, a fin de legitimar su proceder cuando emprendió la conquista de México, en desacato de la autoridad real representada por el gobernador de Cuba Diego Velásquez. La Audiencia por el contrario era exclusivamente representante del poder regio jurídico frente a Virreyes, Gobernadores, y más tarde Capitanes Generales, representantes del poder político. En una organización, eminentemente jurídica como fue la hispana, tuvo gran importancia y amplias facultades: además de ser tribunal de justicia, debía interpretar la copiosa legislación indiana, asesorar y controlar a gobernadores y virreyes, y tuvo en ciertas circunstancias incluso tareas fiscales; fue pues la piedra angular de la administración indiana y base de las grandes subdivisiones del Imperio, los Virreinatos, creados no con una demarcación territorial precisa, sino por competencia sobre un número determinado de Audiencias, imprecisión sin trascendencia en un Estado único, pero que en la República ha sido origen de litigios fronterizos absurdos y dañinos, útiles sólo a quienes especulan con nuestra desunión. Hasta mediados del siglo XVIII hubo sólo dos Virreinatos, México, creado en 1535 para el Norte, y Perú fundado en 1542 para el Sur. En 1719 se creó, en base a la Audiencia de Santa Fe de Bogotá, el Virreinato de Nueva Granada, pronto suprimido, pero definitivamente restablecido en 1739; su competencia se extendía a territorios que hoy forman parte de las repúblicas de Colombia, Panamá, Ecuador. En 1776 se creó el Virreinato del Río de la Plata en base a la Audiencia de Buenos Aires, cuya competencia alcanzaba las provincias que hoy forman las repúblicas de Paraguay y Uruguay. Las provincias altoperuanas, hoy Bolivia, pasaron jurídicamente a formar parte de este nuevo Virreinato aunque en la realidad quedaron ligadas al Perú por lazos milenarios. El recrudecimiento de los ataques de las potencias extranjeras hizo necesario el nombramiento de Capitanes Generales – apostados en las partes más expuestas del Imperio: Cuba, Puerto Rico, Guatemala, Venezuela, Chile –, funcionarios con facultades militares de prioridad, dobladas por políticas y aún financieras, mientras concernieran a la defensa, cúmulo de atribuciones que concedió al cargo y a la provincia de su residencia amplia autonomía administrativa. Tales eran las grandes subdivisiones del Estado Indiano. ¿Cual fue su posición en el conjunto del Imperio Hispano?
Las unidades autónomas dentro de este inmenso cuerpo político eran regidas por Consejos Supremos, es decir, dependientes sólo de la voluntad de Carlos, centro coordinador del sistema. En el lugar mismo, el monarca se hacía representar por un Virrey. Felipe II, su hijo y sucesor en España e Indias, continuó esta forma de organización. Entre los dos cubren el S. XVI, época de formación y asentamiento del Estado Indiano. Dentro de este imperio universal, las Indias eran una unidad autónoma, regida por el famoso Consejo Supremo de las Indias, asesor del monarca, quien siendo absoluto, decidía en todos los órdenes y detentaba todos los poderes; para la administración en el lugar delegaba el poder ejecutivo a Virreyes y Gobernadores, el judicial a las Audiencias, y se reservaba el legislativo que ejercía asesorado por el Consejo Supremo. Ya señalamos en sección anterior la complejidad de la legislación indiana y mencionamos sus partes constitutivas. A todo esto hay que añadir la burocracia indiana que aún espera los estudios históricos que han de iluminarla, y que pese a sus innegables deficiencias, comparada globalmente con la republicana, ha de considerarse como un dechado de virtudes.
Este tipo de organización tenía grandes ventajas y apenas menores desventajas. La regulación uniforme del gigantesco cuerpo político era sin duda la ventaja suprema a la que se oponía la dificultad de conocer y decidir con eficacia a través de la inmensa distancia entre el cerebro y los miembros. Las necesidades de la práctica encontraron un camino intermedio para concordar la voluntad del legislador con los intereses de los súbditos, expresado en la fórmula “acato pero no cumplo”, vale decir, que se aceptaban las leyes sin contradicción, se pregonaban, pero no se ponían en vigor si eran inaplicables o lastimaban los intereses locales en forma visible. El mismo rey conocía este recurso de su burocracia y debía tenerlo en cuenta al legislar. Por ejemplo, Felipe V decía en 1715: “Es mi soberano deseo … que los gobernadores de mis reinos no sólo me auxilien en lo que es conveniente y necesario para el mantenimiento de la completa libertad cristiana, sino que también objeten mis resoluciones cuando juzguen que son contradictorias de alguna manera, no habiéndolas tomado yo en completo conocimiento de los hechos” [5]. Este recurso fue una forma indirecta pero eficaz de autogobierno, que al oponerse directa o indirectamente al gobierno central, o al debilitar su acción integradora, favoreció la autonomía local y la posterior disgregación del Estado indiano. Y al debilitar el poder estatal y el Estado de Derecho, fomentaba abusos y arbitrariedades, tanto mayores cuanto más alejadas del poder central, situación de hecho confundida frecuente pero erróneamente con feudalismo, que es una forma de organización social precisa, con su correspondiente forma de Estado, y no una simple cuestión de abuso de poder local.
12. Régimen económico
Sobre la unidad económica de la Nación de ambos hemisferios escribe el reconocido historiador venezolano Eduardo Arcila Farías: “Si se mira el panorama del antiguo imperio español, se observará sin dificultad que en él existían ciertas reglas que dirigían la producción y las corrientes mercantiles … El punto de vista nacional de entonces no era el de estrechos límites de nuestros tiempos, porque la nación apenas conocía límites y estas repúblicas americanas aparecían como las provincias de un Estado inmenso. Por lo tanto, podía no parecer conveniente fomentar el cultivo de la caña de azúcar, por ejemplo, en alguna de esas provincias, aunque hubiese allí condiciones para tal industria, pues por encima del interés local se hallaba el superior del Imperio que pedía protección para el azúcar de las Antillas, cuya producción podía servir para abastecer holgadamente el mundo hispánico. La libre competencia dentro de ese mundo acaso conviniese a una parte de él; pero no a la totalidad de sus provincias y un estado de equilibrio general debía ser el objetivo final. Otro ejemplo es el del cacao, que pudiendo Guayaquil producirlo en mayor cantidad que Venezuela, sin embargo se le entorpeció durante casi todo el período colonial el comercio de este fruto en virtud de que Venezuela no disponía de otros efectos para su comercio, siendo además muy limitados los mercados a su alcance; aquella provincia, en cambio, podía desarrollar otros cultivos u otros recursos económicos. En esta forma ciertas provincias adquirieron garantías en cuanto a sus mercados y a los precios de sus productos, dando origen a algunas conexiones que, habiéndose roto más tarde, no se recuperaron jamás. Por ejemplo, los principales centros de consumo del tabaco de Barinas se hallaban en los países del norte de Europa, especialmente en Rusia, Dinamarca y Suecia, negociándose por intermedio de los activos mercaderes de Amsterdam. Hoy es preciso hacer un esfuerzo para comprender que aquella provincia, en nuestros días pobre y poco poblada, situada en el interior de Venezuela, tuviese sus mercados en países que todavía miramos remotos”.

Fachada de antiguo local de la Real Universidad (hoy Universidad Nacional Mayor de San Marcos) en Lima, según un grabado del siglo XVIII. Fundada en 1551, es considerada, junto a la de Santo Domingo, como la más antigua universidad de América.
“Una de las causas que explican esta unidad, de cuya firmeza no cabe duda, por lo menos hasta fines del siglo XVIII, es el cruzamiento de los intereses económicos de las colonias entre sí. El liberalismo económico de Carlos III desarticuló en gran parte aquel sistema cuando abrió los mercados del imperio a todas las provincias que lo formaban, provocando así una desacomodación seguida de un reacondicionamiento en las relaciones establecidas dentro de él, y no tardó en presentarse la lucha por los mercados y el afán de autoabastecerse. Cada distrito económico o Intendencia, trató de producir todo lo necesario para su consumo, iniciándose de esta manera la formación de pequeñas unidades económicas que subdividieron el enorme cuerpo del Imperio. No es extraño que la distribución política de América se hiciese, al independizarse, sobre el marco de esos distritos, ya que, con pocas alteraciones, las Intendencias de fines del siglo XVIII se transformaron en las repúblicas de nuestros días”.([6])
Ese liberalismo económico corresponde también a la visión colonialista borbónica. En la desregulación se ve un medio de incrementar la eficiencia. Al mismo tiempo se postula que el orden indispensable a la marcha de la economía lo establece el mercado, precisamente cuando se suprime la regulación, ya que un mercado libre tiene la potestad de crear de por sí el equilibrio. Es la argumentación liberal de ayer y de hoy, en la cual el mercado es un ente metafísico, ya que se lo invoca sin decir exactamente lo que es y se lo dota de propiedades que no son en realidad sino un círculo vicioso. Los resultados son también similares ayer y hoy. El neoliberalismo ha incrementado la desigualdad dentro de cada país, y el liberalismo borbónico incrementó la desigualdad entre las provincias del Estado Indiano, fomentando así su posterior disgregación.
El Estado Indiano las finanzas también estaban sujetas a una dirección global y unitaria, que cubría el déficit de algunas zonas con el superávit de otras. Por ejemplo el déficit de las provincias centroamericanas se cubría con el superávit de México y Cuba. Llegada la independencia, estas provincias quedaron en desamparo, una causa principal del caos en que se sumieron.
13. La cultura
“La época colonial fue una época de ignorancia y oscurantismo”. He aquí uno de los dogmas principales de la mitología autoderrotista. Si se exige a quien lo presenta una demostración concreta de semejante afirmación, se obtendrá por respuesta el silencio. Hay aquí una infalible correlación: quien conoce la Época Indiana, no habla de oscurantismo; el ignorante afirma sin conocer.

El Inca Garcilaso de la Vega escribiendo los Comentarios Reales, obra de Francisco González Gamarra (1933). Biblioteca del Club Nacional (Lima).
Apelando a la razón: ¿puede suponerse que un Garcilaso de la Vega Inca haya podido surgir de un medio oscurantista? El Inca Garcilaso fue hijo de una noble inca, sobrina del Inca Huayna Cápac, y del capitán conquistador Garcilaso de la Vega, emparentado con el famoso poeta. Nació en el Cusco en 1539, pertenece pues a la primera generación de mestizos. En época de auge de su padre tuvo una vida holgada y una esmerada educación. Su situación se deterioró con la muerte de su padre, enrolado en la fracción perdedora de Gonzalo Pizarro en su rebelión contra la Corona. Pasó con veinte años a España, a fin de continuar su formación y a reclamar derechos de su padre, en lo cual no tuvo éxito. Allí se dedicó a la literatura, en la que llegó a ser un clásico de la lengua castellana, como el poeta Garcilaso de la Vega, su pariente por la línea paterna. Su obra más famosa Comentarios Reales que describe los hechos de los Incas pertenece a la literatura universal.
Veamos otro ejemplo: Francisco de Miranda. Nació en Caracas en 1750. Cursó allí los estudios escolares y se graduó en la universidad. Pasó con dieciocho años a España para seguir la carrera de las armas. Fue veterano de la independencia de los Estados Unidos, fue general de los ejércitos de la Revolución Francesa. Se le ha levantado un monumento en el campo de la batalla de Valmy, que salvó la Revolución. Su nombre está inscrito en el Arco de Triunfo de París. Fue el gran Precursor de nuestra independencia. Bolívar y San Martín fueron sus discípulos espirituales. Llegó a poseer una inmensa ilustración, que ya en la juventud causó la admiración de los próceres de la independencia de los Estados Unidos, a quienes conoció personalmente. Es uno de los grandes personajes del mundo occidental del siglo XVIII. Pasó año y medio en los Estados Unidos, conociendo sus principales ciudades, estudiando su historia, su Constitución, sus instituciones. Cuando en el primer Congreso de Venezuela, del cual fue miembro, se argumentó contra la independencia, tomando algunos ejemplos de los Estados Unidos, rechazó con un muy bien fundado discurso las objeciones presentadas, y terminó señalando que en “las principales ciudades de aquel país no había más luces ni ilustración que en Caracas”. Esta afirmación, hecha con conocimiento de causa, nos impone dos insoslayables conclusiones: primero que la Época Indiana no fue una era de oscurantismo; segundo, que hemos retrocedido. Un argumento adicional sería la admiración que la cultura de México causó en un Alexander von Humboldt.
Como tercer ejemplo valga Andrés Bello, la eminencia de las letras y de la jurisprudencia hispanoamericanas. Nació en Caracas en 1781. Hizo allí notables estudios de filología castellana. Pasó en 1810 a Londres en misión diplomática, acompañando a Bolívar. Residió allí hasta 1829, desempeñando diversos cargos diplomáticos. En este año pasó a Chile donde fue la eminencia de la jurisprudencia chilena y escribió su famosa Gramática de la Lengua Castellana, un insuperable monumento a nuestra lengua.
Estos tres personajes, que pertenecen a diversas épocas de la historia indiana, presentan un rasgo común: han adquirido una sólida base intelectual en la sociedad indiana, que les permitió asimilar lo positivo del extranjero. Es decir, no pueden ser producto de un medio oscurantista. Miranda lo confirma expresamente en base a su experiencia.
Estos tres personajes son criollos o mestizos. El ejemplo de un indio lo tenemos en Huamán Poma de Ayala, quien fue biológicamente indio y culturalmente mestizo. Fue autor de la hoy mundialmente famosa obra Nueva Crónica y Buen Gobierno, escrita hacia fines del siglo XVI, fue instruído por religiosos de quienes recibió el Castellano y elementos de Latín. Su obra está escrita en Castellano con incrustaciones de la lengua inca.

Retrato de Sor Juana Inés de la Cruz 1651-1695), por Juan de Miranda (hacia 1680). Patrimonio de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Una de las máximas figuras de la literatura de la América hispana.
España llegó a América en pleno apogeo, en su Siglo de Oro, político, económico y cultural; y con lo que trajo y encontró se creó el Siglo de Oro de la cultura indiana. Según vimos, entre los conquistadores se encuentran también hidalgos y gente culta. Entre los numerosos ejemplos que se podrían citar, Cortés es uno de ellos; era latino, como se decía de quien poseía el latín, y gustaba de hacer versos. Un curioso ejemplo es éste: cuando los conquistadores del Perú se encuentran en una isla, perdidos en la inmensidad de un mundo desconocido, envían un pedido de auxilio al gobernador de Panamá, que acaba con estos versos: “Pues señor Gobernador/ véalo bien por entero/ que allá va el recogedor/ y aquí queda el carnicero”. Se refería a Diego de Almagro, el reclutador, y a Francisco Pizarro, el capitán responsable de sus padecimientos. Años después se encuentra en Chile un soldado de alta alcurnia, Alonso de Ercilla y Zúñiga, quien lucha contra los mapuches y compone el poema épico La Araucana (1569), una de las grandes obras del Siglo de Oro, en la que reconoce y ensalza el valor del contrario, los indios araucanos. A los capitanes siguen la Iglesia y los misioneros, que vienen a salvar almas y la cultura autóctona como Fray Bernardino de Sahagún, quien en una obra monumental escrita en lengua nahuatl recopila la cultura autóctona mexicana. Fray Domingo de Santo Tomás en el Perú escribe la primera gramática o Arte de la lengua general del Perú, la lengua inca, publicada en Valladolid en 1560, que es en el mundo occidental la segunda en antigüedad después de la gramática Castellana de Antonio de Nebrija (1492). Los Virreyes no descuidan la educación, las escuelas, sobre todo para la población autóctona noble, mientras la Iglesia se ocupa también de la población india e hispana modesta. Producto de estos esfuerzos son Garcilaso de la Vega Inca y Huamán Poma de Ayala en el Perú. En México tenemos en el mestizo Fernando de Alva Ixtlilxóchitl un caso similar al Inca Garcilaso. A la par que se crean escuelas para nobles y gente modesta, se crean también universidades. El primer Colegio Mayor lo fundan los dominicos en Puerto Rico en 1527, a treinta y cinco años del Descubrimiento; se lo traslada a la Española (Santo Domingo) en 1538, ya como universidad. La Universidad de San Marcos se funda en Lima en 1551, en el mismo año se crea la de México. Estos hechos son sólo una mínima muestra de un precoz y vigoroso florecimiento de la cultura al que contribuyen los miembros de la Nación de ambos hemisferios, indios e hispanos, según muestran, por ejemplo, los himnos religiosos que llevan música hispana y letra inca, o música inca y letra hispana. Es éste un ejemplo de la cultura llamada Barroco mestizo, que se da en música, pintura, arquitectura, y se crea desde los primeros momentos de la Conquista. Su desarrollo se interrumpe con la República. A partir de entonces somos netos importadores de cultura.
El propósito de este breve trabajo no puede ser suplir una historia de la cultura siquiera en su más embrionaria forma, más aun si aquí la mayor parte todavía está por descubrirse. Nuestra tarea se limita a mostrar brevemente la precocidad y el vigor del inicio cultural de Nuestra América. El resto, que es una inmensidad continental y de tres siglos, prueba que el mito del oscurantismo de la Época Indiana puede surgir sólo en una mente oscurecida por la ignorancia y acicateada por la mala fe; y en un espíritu doblegado por la autodenigración y poseído de espíritus extraños.
Para el lector interesado recomendamos como obra introductoria y visión de conjunto: Mariano Picón Salas: De la Conquista a la independencia tres siglos de historia cultural hispanoamericana. México. Fondo de Cultura Económica. Tiene ya varias ediciones.

Arte de la lengua general del Perú, considerada la primera gramática de la lengua quechua, obra del sacerdote español Domingo de Santo Tomás publicada en Valladolid en 1560.
Sobre la unidad cultural de Nuestra América de entonces, de la cual no se tiene conciencia hoy, escribe Eduardo Arcila Farías: “Hasta el momento de la disolución del imperio español en América, estas naciones estuvieron estrechamente unidas y compartieron el honor de sus grandes hombres, cualquiera que fuese el lugar donde hubiesen nacido, porque eran ante todo americanos y nos sentíamos todos como simples partes de una vasta unidad continental, creada no sólo por los vínculos políticos tendidos a la manera de una red desde la metrópoli lejana, sino por una comunidad de diversos intereses. En el inmenso territorio que comprende desde las provincias del Río de la Plata y de Chile, hasta las del norte en la antigua Nueva España, los nombres de un Garcilaso Inca, o de un Clavijero, como después los de Olavide y Francisco de Miranda, circularon con una familiaridad que hoy nos llena de asombro. Casi inexplicablemente, las ideas de Fray Servando se transmitieron con celeridad de un extremo al otro de los extensos dominios españoles en América … El movimiento republicano se expandió con tanta rapidez por todo el Nuevo Mundo, con una simultaneidad que extraña a muchos autores modernos que piensan que las mismas circunstancias de aislamiento que se observan en nuestros días reinaban en aquellos tiempos, o que acaso fuera más acentuada la incomunicación porque faltaban los veloces medios de enlace que proporcionan la navegación aérea y la radio, la gran prensa diaria y los novísimos procedimientos editoriales … Nuestra América parecía entonces menos provinciana de lo que suele ser en nuestros días, cuando pasar las fronteras a lomo de la gran prensa con sus grandes tirajes que se cuentan por cientos de miles de ejemplares diarios, es una hazaña poco menos que imposible, reservada a quienes disponen de los servicios internacionales, amos del monopolio de la fama”.[7]
14. Geopolítica
El Estado Indiano tuvo una geopolítica de alcance universal. Es un hecho que merece especial mención, justamente porque hoy estamos desprovistos hasta del simple concepto de geopolítica.
En efecto, en la política exterior de las potencias que dominaban el mundo de entonces, España, Inglaterra y Francia, las Indias eran el As que la Nación de ambos hemisferios podía esgrimir en caso de necesidad. El peso de las Indias entonces iba en continuo aumento, de modo que la misma metrópoli debía tomar medidas para impedir que los papeles se invirtieran. Una muestra fehaciente de esta capacidad fue su poder de autodefensa, que le permitió derrotar una y otra vez a la marina inglesa, la reina de los mares entonces. Basten dos ejemplos ilustrativos.

Representación del ataque a Cartagena de Indias por la armada inglesa en 1741, pintura de Luis Fernández Gordillo (1937). La batalla de Cartagena supuso una de las mayores derrotas militares para Inglaterra, pero fue cuidadosamente silenciada por sus historiadores.
Hacia mediados del siglo XVIII, Inglaterra convertida en la reina de los mares creyó llegado el momento de apoderarse de las Indias. El plan era adueñarse de los cuatro puertos que dominaban el Caribe: La Habana, Veracruz, Portobelo y Cartagena de Indias. El resto de las Indias caería por añadidura, según argumentaba el almirante Edward Vernon. El plan se inició en 1741 por Cartagena que debía ser tomada mediante una operación anfibia compuesta de 186 navíos y aproximadamente 30,000 combatientes a los que Cartagena oponía 4,000 combatientes y 6 navíos de línea. Los británicos estaban comandados por el almirante Edward Vernon, los indianos por el célebre almirante español Blas de Lezo. Después de dos meses de combate, los británicos tuvieron que emprender una humillante retirada luego de haber perdido numerosos navíos y 18,000 combatientes. A la superioridad numérica de los ingleses, los indianos opusieron superioridad técnica, organizacional y de comando táctico y estratégico. Prueba de lo que puede la Raza cuando en vez de autodenigrarse, emplea los recursos de su capacidad. Como es costumbre anglosajona, el fracaso se cubrió con un estricto silencio.
En 1806 el comodoro inglés Sir Home Popham ocupó sorpresivamente Buenos Aires. Repuesta de la sorpresa, la defensa indiana reconquistó la capital y apresó al comandante de las tropas de ocupación William Carr Beresford. Popham, quien había actuado sin el permiso del gobierno inglés fue destituído. En adelante los sucesos tuvieron el respaldo del gobierno, de modo que los agresores retornaron reforzados en 1807. Sufrieron un segundo descalabro; gracias a la clemencia de los indianos, pudieron firmar una capitulación para librarse del exterminio. Esto sirvió de seria advertencia para las ambiciones de Napoleón cuando un año más tarde (1808) ocupó España. El sueño de apoderarse de las Indias debió quedar en sueño. La evidente razón por la que Inglaterra y Francia debieron desistir es ésta: en el mejor de los casos podían tener éxitos parciales e iniciales, pero luego tendrían que enfrentarse a un inmenso Estado unitario y en capacidad de volcar sus infinitos recursos en cualquier lugar y momento. Una comparación con lo que sucedió en la guerra de las Malvinas muestra la magnitud de nuestro retroceso.
Conclusión
La condena global de la Conquista no tiene justificación posible, ya que sólo puede provenir de la ignorancia de la historia, del fomento de la Leyenda Negra, del cultivo de los mitos autoderrotistas.
Tampoco basta su lastimera aceptación como un simple hecho irreversible.
Superados estos escollos, se presenta como la primera gran Revolución de Nuestra América. La Revolución de su extraordinario nacimiento.
Fue dolorosa porque fue creación de nueva vida, hecho grandioso y trascendental.
Es irreversible como el tiempo y la vida, y debe ser el fundamento de un gran porvenir.
La Época Indiana nos ha legado un infinito potencial y la obligación de realizarlo algún día. Es ésta la meta intrínseca de la Reunificación.
[1] Joseph del Campillo y Cosío: Nuevo Sistema de Gobierno Económico para la América. Madrid 1789, p. 1, 2, 3. La obra fue escrita en 1743.
[2])R.W. van Alstyne: The Rising American Empire. Oxford 1960, p. 1
[3])van Alstyne, op. cit. p. 100
[4]) van Alstyne, op. cit. p.148
[5]) Tomado de Ferry, Robert J.: The Colonial Elite of the early Caracas, 1989, p. 156. Ferry toma la cita textual de un documento del Archivo del Registro Principal de Caracas, Civiles 1749 T.
[6]) Arcila Farías, Eduardo: «El comercio de Venezuela y México en los siglos XVII y XVIII». Caracas 1950, p. 13 y sig.
[7]) Arcila Farías, Eduardo: «El pensamiento económico hispanoamericano en Baquíjano y Carrillo». Caracas 1974, p. 16 y 19
Es el símbolo vexilológico más utilizado durante toda la época indiana (siglos XVI, XVII y XVIII).