América mestiza

«no es menester que Pérez o Fernández tengan sangre india para que sean mestizos; basta que vivan en el ambiente hispanoamericano o indiohispano que condiciona su ser físico y moral (…) la mesticidad de Hispanoamérica es en último término, fruto de un injerto del tronco-ramaje español en el tronco-raigambre indio (…) Nuestro presente y nuestro futuro están construidos sobre la base del mestizaje. Nos corresponde reivindicar entonces la riqueza del mestizaje étnico y cultural»

El gran poeta Rubén Darío, apodado "príncipe de las letras castellanas", se definió como

El gran poeta Rubén Darío, apodado «príncipe de las letras castellanas», se definió a sí mismo como «español de América y americano de España».

Artículo del abogado y educador Carlos Tünnermann Bernheim, publicado el 13 de octubre de 2009 en la sección Opinión del periódico digital nicaragüense El Nuevo Diario.

A propósito del recién pasado doce de octubre, pienso que si nos proponemos fortalecer nuestra identidad tenemos que comenzar por conocernos. ¿Qué somos en realidad? ¿Cuáles son las características que configuran el perfil particular de nuestro pueblo y de nuestro continente? Somos por excelencia un continente mestizo. Y es que sin negar los distintos componentes étnicos y las diferencias culturales que se dan entre las distintas regiones, el hecho es que, como dice Jacques Lambert, “la América Latina se ha convertido en la tierra del mestizaje”. Ese es el rasgo más característico de su composición étnica. ¿Qué queremos decir por “mestizo”, se pregunta Maradiaga: “¿Mezclado de sangre? Desde luego, así, en general; pero también algo menos y algo más. Algo menos porque no es menester que Pérez o Fernández tengan sangre india para que sean mestizos; basta que vivan en el ambiente hispanoamericano o indiohispano que condiciona su ser físico y moral. Y algo más, porque la mesticidad de Hispanoamérica es en último término, fruto de un injerto del tronco-ramaje español en el tronco-raigambre indio; de modo que el español no arraiga en la tierra americana más que a través del indio”.

“No somos europeos… no somos indios… Somos un pequeño género humano”, decía Simón Bolívar. “Poseemos un mundo aparte, cercado por dilatados mares, nuevo en casi todas las artes y ciencias aunque, en cierto modo, viejo en los usos de la sociedad civil”. Ese “pequeño género humano” de que hablaba Bolívar es en realidad la raza mestiza, aunque mucho tiempo debía transcurrir antes de que los latinoamericanos nos reconociéramos como tales y, más aún, para que comprendiéramos las potencialidades creadoras del proceso de mestizaje y lo transformáramos en motivo de legítimo orgullo.

Es necesario, sin embargo, precaverse de transformar el reconocimiento de las potencialidades del mestizaje en otra forma sutil de racismo, dirigido esta vez contra nuestras masas indígenas. Tampoco suponer que el mestizaje conduciría a la supresión de las desigualdades, a la homogeneización social, y a la integración nacional de América Latina. Esto sería atribuirle virtudes que no posee, desde luego que la simple aceptación del mestizaje biológico o cultural no cambia las estructuras sociales vigentes.

La revalorización de las culturas indígenas y la plena incorporación de las comunidades aborígenes a la Nación es otro de los retos que enfrentamos los latinoamericanos. Recordemos el apóstrofe de José Martí: “¡Estos nacidos en América, que se avergüenzan porque llevan delantal indio, de la madre que los crió!”… “¡Estos hijos de nuestra América, que ha de salvarse con sus indios!”… ¿En qué patria puede tener un hombre más orgullo que en nuestras repúblicas dolorosas de América, levantadas entre las masas de indios, al ruido de la pelea del libro con el cirial, sobre los brazos sangrientos de un centenar de apóstoles?”.

América Latina es, por definición, tierra de mestizaje, de encuentro de pueblos y culturas. Ese es su signo y su esperanza, su verdadero capital humano y cultural. “Nuestra América mestiza”, decía José Martí. La raza a través de la cual “hablará el espíritu”, según el lema vasconceliano. El poeta caribeño Derek Walcott, Premio Nobel de Literatura de 1992, dice en uno de sus extraordinarios poemas:

“Sólo soy un negro rojo que ama el mar
…tengo de holandés, negro e inglés dentro de mí,
y, o no soy nadie o soy una nación”…

Nuestro presente y nuestro futuro están construidos sobre la base del mestizaje. Nos corresponde reivindicar entonces la riqueza del mestizaje étnico y cultural. Somos los precursores de lo que un día será la humanidad: una humanidad mestiza y, por lo mismo, verdaderamente universal. “Soy un mestizo, proclamaba Luis Cardoza y Aragón, tengo mi lugar. Un lugar entre Apolo y Coathicue. Soy real, me fundo en dos mitos”.

Si en alguien el mestizaje adquiere su plena dimensión universal, y nos muestra sus potencialidades creadoras y renovadoras, es en Rubén Darío, cuya misma personalidad tenía cierta grandeza y dignidad de enorme indio chorotega. Pero, para ser auténticamente mestizo, Rubén tenía que ser también español: “Soy un hijo de América, soy un nieto de España”… había dicho en su invocación a los cisnes. Y cuando se propone definirse se proclama “Español de América y americano de España”.

De esta suerte, en Darío el mestizaje alcanza su máxima expresión, su más alta cima. Siglos después del arribo de Colón a tierras americanas, el mestizo nicaragüense Rubén Darío conquistó a España con su poesía deslumbrante “en una forma más absoluta que la conquista de México por Hernán Cortés”, asegura Germán Arciniegas. Darío conquistó a España por la fuerza del espíritu. Enseñó a los españoles a cantar de otra manera. Tomó todo lo que había en el fondo musical de España, lo orquestó con otras músicas, y le dio un sesgo nuevo a la poesía.

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