«Las ciudades de la Nueva España son las más grandes y prósperas del continente americano, particularmente la Ciudad de México: sus instituciones científicas y educativas, el arte, la música, el periodismo literario y científico compiten en calidad con los avances logrados en otras ciudades del mundo. Es necesario volver la mirada a aquella Nueva España postrera y observar cómo era, cómo se sentía, cómo vivía, se alegraba y entristecía esa sociedad regida por las dos manecillas que marcaban su quehacer cotidiano: la Iglesia y la Monarquía, el altar y el trono. Estas dos autoridades unificaban, quizá tenuemente, a un vasto territorio que abarcaba desde las planicies y montañas de la Alta California, Nuevo México y Texas, en el norte, hasta los linderos con la Capitanía General de Guatemala, en el sur»