América Hispana, Estados Unidos y Brasil

«La dinámica entre los tres polos —-Estados Unidos, América Hispánica y Brasil-— marca la historia del continente en el actual proceso de integración dando lugar a muchas estrategias de unión y también movimientos de repulsa que sospechaban «pretensiones imperialistas» —reales o retóricas— en las políticas externas tanto estadounidense como brasileña»

El siguiente texto es un fragmento del artículo titulado «Tras los pasos de Brasil», de Iago Bolívar, publicado en abril de 2009 en el sitio web Nueva Revista.

USA INDIAS BRAEl hombre que soñó con la unidad de la América española no consideraba al mayor país de América del Sur un aliado. «Infelizmente, Brasil hace frontera con todos nuestros Estados», lamentó Simón Bolívar en carta al general Santander el 23 de enero de 1825, dejando claro la exclusión de este país de sus planes federativos. Bolívar temía que el emperador brasileño aprovechase la inestabilidad del periodo de independencia de las colonias españolas para invadirlas. Hoy, reaparece como modelo para cierta izquierda panamericana.

Casi ciento cincuenta años después, un presidente estadounidense manifestaba la convicción de que las fronteras brasileñas eran más tenues de que lo desearía el caudillo colombiano. «Nosotros sabemos que a donde va el Brasil, allá va el resto del continente latinoamericano», dijo Richard Nixon al recibir al general y presidente brasileño Emílio Garrastazu Médici, en la Casa Blanca, en 1971.

El presente proceso de integración oscila aún entre ambas posiciones:del alejamiento beligerante a la convicción de un destino común que une a las naciones separadas por la dislocada y desaliñada línea del Tratado de Tordesillas (1494)- —responsable de los límites para las Américas portuguesa y española-—.

En el siglo XIX ganaba fuerza el concepto «Latinoamérica» en contraposición a la otra América: la del norte. Estados Unidos es excluido, a priori, de cualquier plano de integración continental. A pesar de inspirar a muchos países de recientemente independizados en aquellas fechas (baste sólo con recordar la sucesión de «estados unidos» latinoamericanos con regímenes presidencialistas), los vecinos del norte son considerados herederos morales de las metrópolis europeas. El término Latinoamérica, creado en 1856 por el chileno Francisco Bilbao Barquín y el colombiano José María Torres Caicedo, lleva aparejado, desde su origen, un carácter de oposición a los estadounidenses. Fue esa la razón por la que en 1864, Napoleón III lograba utilizarlo para justificar el «panlatinismo» de su aventura imperial en México.

La dinámica entre los tres polos —-Estados Unidos, América Hispánica y Brasil-— marca la historia del continente en el actual proceso de integración dando lugar a muchas estrategias de unión y también movimientos de repulsa que sospechaban «pretensiones imperialistas» —reales o retóricas— en las políticas externas tanto estadounidense como brasileña.

Cuando Brasil, hasta el inicio del siglo XIX, concentraba su política sudamericana en la definición pacífica de sus fronteras, Estados Unidos empezó a ejercer, para una buena parte del continente, el papel metropolitano de estuario de los productos primarios y fuente de capital para inversiones, con una relación no muy distinta de aquella que mantenía con los países centrales de la economía europea. Como todos los países volvían sus ojos para el norte, no parece sorprendente que la atención para las relaciones regionales fuera escasa.

La ausencia notable de integración física entre Brasil y sus vecinos constituye una señal clara de que las relaciones bilaterales nunca han sido prioridad para los gobiernos. Proyectos como el malogrado ferrocarril de Madeira-Mamoré, construido entre 1907 y 1912, y la reciente estrada para el Pacífico, ligando el estado brasileño de Acre a la costa chilena, no son excepciones a la regla: la mayor parte de las inversiones en infraestructura para salida de la producción ha posibilitado el abastecimiento de materias primas para mercados de países desarrollados.

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