El hispanoamericanismo de Lucas Alamán

«Alamán se preocupa por tratar de establecer  una comunidad de intereses entre las naciones hispanoamericanas (…) México debía encabezar el sistema americano para evitar que lo hiciera Estados Unidos (…) Alamán es uno de los fundadores principales de la diplomacia mexicana»

El siguiente texto es un extracto de la obra «El hispanoamericanismo de Lucas Alamán, 1823-1853», del historiador y maestro Salvador Méndez-Reyes. Publicado por la Universidad Autónoma del Estado de México en 1996.

Retrato de Lucas Alamán, como Secretario de Relaciones Exteriores. Archivo General de la Nación (México).

Retrato de Lucas Alamán, como Secretario de Relaciones Exteriores. Archivo General de la Nación (México).

La “…idea de solidaridad hispanoamericana era entre nosotros algo tan espontáneo y arraigado, que era anterior y privaba incluso sobre el sentimiento de Independencia…” (1). Las luchas insurgentes y los peligros que enfrentaban las naciones hispanoamericanas, una vez alcanzada la emancipación, hicieron evidentes para algunos espíritus visionarios la necesidad de la integración o cuando menos de la colaboración estrecha entre las nuevas naciones desprendidas del tronco español.

En este marco, surge en 1823 la figura del joven ministro de Relaciones Exteriores e Interiores de la recientemente establecida República mexicana, nos referimos a Lucas Alamán, quien desde su llegada al ministerio mostró interés en que su país estrechara vínculos con los países hermanos de Suramérica. En el surgimiento del hispanoamericanismo alamanista juega un papel destacado la participación de don Lucas en las Cortes españolas (1821-1822), en donde presentó, en nombre de varios diputados americanos, un plan de autonomía para las colonias hispánicas similar al proyecto del conde de Aranda y a lo que es ahora la Comunidad Británica de Naciones. Ya en la Secretaría de Relaciones de su patria independizada, en un primer periodo que va de  1823 a 1825, Alamán se preocupa por tratar de establecer  una comunidad de intereses entre las naciones hispanoamericanas a través de tratados, como el de comercio negociado con la Gran Colombia que estipulasen ventajas preferenciales a los productos nativos de los países hermanos y también a los transportados en buques que portaran la bandera de éstos. Dichos privilegios comerciales, entre latinoamericanos, trató de fijarlos también en los tratados negociados en esa época con la Gran Bretaña y con los Estados Unidos. Sin embargo, estas potencias se opusieron a que se establecieran privilegios comerciales entre las naciones iberoamericanas, ya que, tanto Estados Unidos como Albión, querían hacerlos extensivos  a su propio comercio con nuestro país. La misma Gran Colombia no pudo ratificar el tratado comercial con México, ya que con anterioridad se había atado las manos al firmar un tratado con Inglaterra, donde hacía extensivos a ésta los privilegios concedidos a cualquier otro país, con lo cual se bloqueaba cualquier intento de establecer una liga comercial hispanoamericana.

Sin embargo, sí se pudo negociar y ratificar el tratado de “Unión, Liga y Confederación Perpetua” con la Gran Colombia, también conocido como Alamán-Santa María por los apellidos de quienes lo negociaron: Alamán, por México, y el embajador Miguel Santa María por la Gran Colombia. Este sigue los lineamientos bolivarianos que se habían fijado en los tratados firmados por Colombia con Perú y Chile, en lo que se refiere a establecer una alianza  en contra de posibles ataques exteriores (léase de España apoyada por la Santa Alianza) contra la independencia de las nuevas naciones. El tratado también preparaba la celebración del Congreso de Panamá.

Una de las principales preocupaciones alamanistas fue el obtener el reconocimiento de la Independencia hispanoamericana, no sólo de México, por parte de España y de otras potencias. El guanajuatense percibía que, si cada una de las nuevas repúblicas americanas trataba de conseguir por su cuenta el reconocimiento español, la ex metrópoli conseguiría condiciones muy ventajosas al tratar con las más débiles y esto haría peligrar la Independencia. Muy relacionado con lo anterior era el problema de la posesión española de Cuba, la cual representaba un peligro inminente para México. Por ello se habló de la posibilidad  de que una escuadra combinada de Gran Colombia y México liberara a la isla. Esta alternativa no pudo llevarse a cabo por cuestiones internas de ambos países y por la decidida oposición de las potencias marítimas, Inglaterra, Estados Unidos y Francia, a que Cuba pasara a manos distintas de las españolas.

Fue una desgracia para México que Alamán ya no se encontrara en el ministerio cuando se celebró el Congreso de Panamá. Desde que se recibió en nuestro país la primera invitación del Libertador Bolívar para la celebración del ansiado Congreso, el ministro Alamán secundó con entusiasmo la iniciativa bolivariana de reunir en el Istmo a los representantes de los países hispanoamericanos. Don Lucas, al igual que los gobernantes de la Gran Colombia y de Centroamérica, consideró que debían estar presentes en esa reunión plenipotenciarios del gobierno norteamericano para que allí hicieran valer la declaración de Monroe de no permitir ataques contra la Independencia de las nuevas repúblicas. Por ello es que el gobierno mexicano invitó formalmente al estadounidense  para que participara en el Congreso de Panamá. Sin embargo, la intención de los gobernantes norteamericanos era participar en él para fomentar la creación de un sistema americano encabezado por ellos. El arquitecto de tal sistema era el secretario de Estado, Henry Clay, y uno de sus más eficientes edificadores era el embajador norteamericano en México, Joel Roberts Poinsett, quien se había convertido en este país en el oráculo del Partido Yorkino, también llamado significativamente Partido Americano. Finalmente, los norteamericanos participaron en el Congreso de Panamá, aunque de manera muy exigua por la muerte en el camino de uno de sus enviados y la llegada tardía del otro. El mencionado Congreso no respondió a todas las expectativas que se habían creado en torno a él. Una de las causas de lo anterior fue la falta de instrucciones precisas, por parte del ministro de Relaciones, Sebastián Camacho, a los enviados mexicanos, como lo señaló el plenipotenciario grancolombiano, Pedro Gual. En Congreso americano se trasladó al villa de Tacubaya, en donde nunca pudo llegar a sesionar, entre otras razones por la poca simpatía que mostraron hacia dicha Asamblea los gobernantes mexicanos, en ese momento dominados por el Partido Yorkino, el mismo que había hecho caer a Alamán de la Cancillería en septiembre de 1825.

En 1830 Alamán vuelve al primer ministerio con nuevos bríos y todavía penando en que México será un gran país que pronto ocupará un lugar destacado entre las naciones. La política hispanoamericanista no será entonces uno de sus menores afanes. México, piensa don Lucas, deberá encabezar el bloque de naciones nuevamente independizadas en América, las cuales deberán concluir sus rencillas internas y los conflictos con sus vecinos por asuntos limítrofes, ya que éstos les han impedido el progreso. Ya en su memoria ministerial de 1830, que en realidad es su plan de gobierno, Alamán había declarado que las relaciones más importantes para nuestro país eran las que se tenían con las naciones hermanas del continente. Un hito, en esta sentido, lo marca  el tratado firmado con Chile en 1831. Pero será ese mismo año cuando el hispanoamericanismo alamanista alcance su cenit con el envío de las misiones diplomáticas especiales a Centro y Suramérica, a cargo de Manuel Díez de Bonilla y Juan de Dios Cañedo. Como ya lo dijimos antes, el envío de esta misión, así como las instrucciones dadas a los diplomáticos designados para ella, colocan al guanajuatense entre los grandes hombres que han procurado la unidad de Nuestra América. Así lo sostiene Francisco Cuevas Cancino, quien señala que ese proyecto alamanista “… revela perspectivas y características de profunda visión que lo hacen digno de figurar al lado de los grandes proyectos que procuraron la unidad de nuestro mundo” (2). Ante la muerte de Bolívar, ocurrida a finales de 1830, Alamán toma la batuta del integracionismo iberoamericano.

A diferencia del Congreso de Panamá, el guanajuatense ahora proponía que se reuniera una Asamblea iberoamericana en la cual sólo participaran los países hispanoamericanos y Brasil, por su situación similar, sin la intervención de potencias extrañas: Estados Unidos e Inglaterra. Los países iberoamericanos debían unirse porque sólo de esa manera alcanzarían  “… las consideraciones que en la política  sólo se concede a las grandes masas”. México debía encabezar el sistema americano para evitar que lo hiciera Estados Unidos. El bloque iberoamericano sería un antemural que México opondría al expansionismo estadounidense.

El fracaso de las misiones de Cañedo y Díez de Bonilla, y en general del hispanoamericanismo alamanista, debe atribuirse a diversos factores. El primero de ellos fue la inestabilidad política que sufrió nuestro país y toda Latinoamérica durante el período que abarca nuestro tema de estudio. Los proyectos alamanistas,  en diversos rubros no sólo de política internacional, sino interna y de orden económico (como el fomento a la industrialización), requerían un tiempo de maduración que la inestabilidad política del país no permitía, ya que el cambio frecuente de gobiernos obligaba a don Lucas  a dimitir al ministerio dejando sus proyectos inconclusos y con pocas probabilidades de que los nuevos gobernantes los prohijaran. Al mismo tiempo la intranquilidad que también vivían los Estados centro y suramericanos, así como el desmembramiento de regiones de éstos para convertirse en nuevos Estados, balcanizando de esta manera a Latinoamérica y fomentando el poder de caudillos interesados sólo en mantener su poder local, hacía muy difícil la reunión de asambleas internacionales que ordenaran la buena marcha de la comunidad latinoamericana. Por otro lado, la influencia de Estados Unidos e Inglaterra no era proclive a que se formara un sistema hispanoamericano que les quitara el poder que ya ejercían sobre los nuevos países americanos. En este sentido, debe recordarse la acción ejercida en contra de que Alamán privilegiase el comercio de México con las naciones hermanas, así como la enemistad creciente que le mostró Poinsett al guanajuatense.

A pesar de lo anterior, el hispanoamericanismo alamanista, por su visión y altos ideales que lo conformaron, permanecerá “… como una estalactita de gloria, en los anales de la diplomacia mexicana…”. Alamán es uno de los fundadores principales de la diplomacia mexicana y en ese sentido la tradición latinoamericanista que ha mantenido ésta provienen en parte de don Lucas, aunque no sólo de él, ya hemos mencionado cómo desde el primer programa de política internacional del México independiente se le dan toda la importancia que requieren las relaciones con toda Latinoamérica.

La política hispanoamericanista es obra del Alamán joven, de los periodos ministeriales que van de 1823 a 1825 y de 1830 a 1832. Es decir, cuando el guanajuatense tenía entre 30 y 39 años de edad, cuando había regresado de su estancia europea con todo el entusiasmo y el ideal de ver a su país convertido en una próspera potencia. Muy distinta es la situación del país, de Latinoamérica y del propio Alamán, cuando éste vuelva al ministerio en 1853, para ocuparlo solamente un mes y ser sorprendido por la muerte. Desde 1833, cuando sufrió persecución por causas políticas, en adelante, la mentalidad alamanista había cambiado mucho. El pesimismo se había enseñoreado de él, especialmente con la derrota ignominiosa que sufrió nuestro país frente a los Estados Unidos en 1847. Fue entonces cuando escribió sus obras históricas, que denotan ese pesimismo, y cuando se convirtió en una de los fundadores y el principal talento del Partido Conservador. Lo que le preocupaba ahora era la defensa de la patria, antes que el engrandecimiento que tantos mexicanos habían soñado cuando se obtuvo la Independencia. Los altos ideales de su juventud, uno de ellos el hispanoamericanismo, se veían lejanos y en ese momento impracticables, por ello es que en su Historia de México no mencionó las siguientes palabras que nos explican  el norte de su política hispanoamericanista, publicadas en su Defensa, en 1834:

… siempre me dirigió el mejor celo por el bien, no sólo de esta nación, sino de todas las nuevamente formadas en América, siendo el objeto de mis esfuerzos reunirlas en una comunidad de intereses, que sirviendo de mutua seguridad entre todas, pudiese hacerlas más respetables… (3)

En diversas ocasiones se la ha comparado a Alamán con el canciller Metternich, incluso en el capítulo III mencionamos que Arnáiz y Freg lo llamó “… un Metternich en tierra de indios” , en un tono irónico. Sin embargo, en lo que respecta a nuestro tema, recordemos el énfasis que se da en las instrucciones a los enviados a Centro y Suramérica, en 1831, en el sentido de que los países que componen la región deben ante todo alcanzar estabilidad y para lograr ésta deberán evitar guerras entre ellos y terminar con las disensiones internas. Asimismo, de dichas instrucciones se desprende claramente que el guanajuatense piensa que México deberá encabezar el sistema americano para evitar que lo hagan los Estados Unidos. De esta manera también se lograría contener la expansión de éstos sobre territorios mexicanos, como era el caso de Texas en ese momento. Es decir, que Alamán está pensando en crear un balance de poder en el continente americano como lo lograron crear en Europa, después del Congreso de Viena, Metternich y Castlereagh. Un estudioso reciente de la política del canciller austriaco, ha mencionado que:

No es sorprendente que Castlereagh y Metternich fuesen estadistas del equilibrio, que buscaran la seguridad en un balance de fuerzas. Su meta era la estabilidad, no la perfección, y el balance de poder es la expresión clásica de la lección de la historia según la cual ningún orden está seguro sin salva-guardias físicas contra la agresión (4)

En este sentido, Alamán sí sería un discípulo aventajado de Metternich al tratar de crear un equilibrio de poderes en el continente americano. Al mismo tiempo que buscaba el reconocimiento y la amistad de las potencias europeas, incluida la exmetrópoli y los miembros de la Santa Alianza.

NOTAS

(1) Alejandro Álvarez cit. por Antonio Gómez Robledo, Idea y experiencia de América, México, FCE, 1958 (Tierra Firme), p. 38.

(2) Francisco Cuevas Cancino, El Pacto de Familia. Historia de un episodio de la diplomacia mexicana en pro de la anfictionía, México, SRE, 1962 (Archivo Histórico Diplomático, segunda serie, 14), p. 13.

(3) Alamán, Defensa del ex-ministro de Relaciones… en Documentos diversos, vol. III, p. 185.

(4) Henry A. Kissinger, Un mundo restaurado. La política del conservadurismo en una época revolucionaria, trad. de Eduardo L. Suárez, México, FCE, 1973 (Colección Popular, 122), p. 404. Cursivas nuestras

Sobre Lucas Alamán también pueden consultar el siguiente artículo: https://hispanoamericaunida.com/2013/06/29/el-pacto-de-familia/

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