Geopolítica para la Patria Grande: Indo Hispano América

«Indo-Hispano-América integra un conglomerado de pueblos que conforman una nación, unidos por el cordón umbilical del origen indigenista y la corriente civilizadora de la España Católica. Desconocer esta realidad sería negar los propios ancestros; soslayarla, significaría abjurar de la autenticidad. Abjurar de la autenticidad representa  la carencia de personalidad. Sin personalidad es imposible aspirar a ser libres»

indohispanoamericaEl siguiente texto es un extracto de la obra «Geopolítica para la Patria Grande», de Florentino Díaz Loza, publicada por Ediciones Temática S.R.L. (Buenos Aires, 1987)

NOTA: Las opiniones y expresiones vertidas en este artículo corresponden exclusivamente a su autor y no deben interpretarse necesariamente siempre como un posicionamiento de nuestro sitio web Hispanoamérica Unida.

Las corrientes colonizadoras en Sudamérica demuestran fehacientemente las líneas estratégicas fundamentales del continente.

Las expediciones hispánicas se introdujeron de norte a sur a lo largo y a lo ancho de la cordillera de los Andes; y de sur a norte en la dirección de la Cuenca del Plata, para ensamblarse en las sierras y valles de la precordillera. El centro de gravedad inicial siguió la línea natural de los Andes, aprovechando los caminos del Inca. La ejecución de la conquista casi fue un calco de las acciones expansivas del imperio indígena. La idea estratégica estaba identificada con sabiduría y sagacidad, en el modelo proyectivo del Inca.

Desde la testa venezolana, pasando por la gran nuca ecuatoriana-colombiana, posesionándose fuertemente del corazón de los altiplanos centrales, pasaron a conquistar el resto del continente, operando siempre a caballo de la cordillera. A esta maniobra principal, se le sumó la corriente civilizadora que operó con ofensiva simultánea a lo largo del sistema del Plata, entrelazando y relacionando ambos esfuerzos a través de las llanuras, valles cuencas y mesetas.

La colonización hispánica estructuró los virreynatos sudamericanos con una coordinada acción política, económica y militar. Lograron así, sabiamente, la segunda unidad geopolítica del continente.

De esta manera, han quedado demostradas las históricas líneas geoestratégicas fundamentales, sus implementaciones e inserciones mutuas, sus interdependencias, así como el valor de los sistemas y factores geográficos que hacen a la estructuración geopolítica sudamericana.

La corriente portuguesa operó inicialmente a lo largo de la costa atlántica, trepó por los planaltos y buscó afanosamente las vías naturales  de los ríos de la cuenca platense. Pero esta corriente, no sólo incide desde otras direcciones  y se vale de otros factores,  sino que está animada e imbuida de otros objetivos.

De esta manera dos Estados europeos dirimieron supremacías, creando países coloniales, los cuales, una vez independizados,  heredaron las antinómicas concepciones de vida de sus respectivas metrópolis.

Mientras las ex colonias españolas se desligaban de sus metrópolis y, simultáneamente, caían víctimas de la balcanización, Brasil, encuadrado en una férrea monarquía, afirmaba su expansión.

La cultura hispánica erigió un mundo amante de la libertad. Portugal, consuetudinariamente esclavista, continuó siendo un país colonialista hasta la década del 70. Es lógico que los rasgos se mantengan a través de la herencia histórica.

La fuerza de la cultura hispánica suplantó en lo importante a las culturas indígenas, pero permitiéndoles –en la medida en que no influía en sus intereses- un libre juego vivificador. El tiempo produjo una síntesis, autóctona, donde, conservándose particularidades, se conjugan razas, credos y costumbres. El factor telúrico ha jugado un papel fundamental en el condicionamiento de comunes denominadores de la gestada ligazón de ambas civilizaciones. La corriente española fue influenciando y vertiendo su potencial en todos los órdenes de la vida y en todas las áreas geográficas.

América fue formándose así por confluencia de las culturas indígenas y españolas fundamentalmente, pero recibiendo las influencias de otras corrientes, que a lo largo de su historia han constituido un ente cultural legítimo, auténtico y diferenciado, donde han decantado las virtudes y defectos de los diferentes grupos civilizadores. La génesis y los aportes procesales, ha ido derivando en producto personalizado por sentimientos comunes, unívocos y continentalistas.

Las históricas líneas civilizadoras (Andes-Plata-Planaltos), convergen en las grandes cuencas y se estrechan a lo largo de la cordillera andina. La amalgama resultará del virtuosismo político y de la conciencia social de los pueblos. Al encuentro geográfico debería continuar la unión histórica de los pueblos hermanos. El destino de América está en sus manos.

Como corolario de lo expuesto, podemos señalar que la Indo-Hispano-América integra un conglomerado de pueblos que conforman una nación, unidos por el cordón umbilical del origen indigenista y la corriente civilizadora de la España Católica.

Desconocer esta realidad sería negar los propios ancestros; soslayarla, significaría abjurar de la autenticidad.

Abjurar de la autenticidad representa  la carencia de personalidad. Sin personalidad es imposible aspirar a ser libres.

Etapa de la independencia y balcanización

El sentimiento independentista sudamericano, sobrevino como consecuencia de la pérdida de prestigio y poder de la metrópoli, conjuntamente con la correspondiente concientización de los pueblos. Algo muy parecido, salvando el tiempo y la distancia, a lo que está sucediendo en esta etapa de liberalización con respecto al neocolonialismo.

Napoleón y Gran Bretaña juegan un rol preponderante en la ruptura del Imperio Español.

La Reforma, las ideas liberales y las nuevas relaciones económicas del siglo XVIII se conjugaron en la destrucción de la unidad del mundo hispánico, a favor del predominio del imperialismo franco-inglés. La anulación de España como potencia mundial, a partir de la batalla naval de Trafalgar, significó, además de la pérdida de una guerra, el dominio mundial del imperialismo anglosajón por los siglos venideros.

La tapa que tratamos posee connotaciones muy significativas. El imperio inglés, juntamente con las potencias continentales, había arribado a una entente colonialista, que llevaba por título  “El Congreso de Viena” (1815). El acuerdo entre las grandes potencias, al cual se adhirieron otras menores, prescribía la alianza con Portugal para lograr la independencia de Hispanoamérica de España y la asunción del liderazgo  por parte de las naciones europeas, particularmente Gran Bretaña.

Al fallar el predominio político directo, se optó por el indirecto, concretado por el colonialismo cultural y económico. Para ello, a fin de destruir todo intento o posibilidad de conformación de una o dos potencias sudamericanas –que con el tiempo pudieran enfrentarse o competir con ellas- usaron el medio de la parcelación territorial, la partición política y la segregación social, contando con el accionar favorable de las burguesías nativas, vinculadas a las actividades exportadoras – importadoras.

Los movimientos independentistas se suscitaron, entonces, simultáneamente con el proceso de desmembramiento de pueblos y naciones.

De esta manera el signo con el cual los países indoamericanos iniciaron la vida semi-independiente, es de origen liberal, con fuerte sentimiento separatista y creciente incorporación cultural colonialista. Las premisas políticas que implantan las metrópolis, están asistidas por los principios de dividir para reinar, confundir para liderar; privilegiar a la minoría para dominar a la mayoría.

La creación de una poderosa oligarquía y el dominio de los factores de poder, aseguraron la transición de la etapa colonial hispánica, a la etapa neocolonialista británica.

Pero, en lo que hace a la estrategia militar, las columnas liberadoras siguieron siendo los caminos del Inca y de los conquistadores. En este concepto se anotan las expediciones al Alto Perú, al Paraguay, a la genial maniobra de Bolívar y San Martín a lo largo de los Andes y el Pacífico.

El último reducto hispánico coincidió con los orígenes de la civilización incaica. El factor geográfico determinó, una vez más, el ponderable valor geoestratégico que poseen el Altiplano y los valles peruanos. Desde esta unidad, “Heartland sudamericano”, se originó y expandió la civilización hispánica. Allí, también tuvo su posterior reducto esta última. Sólo fue posible la consolidación independentista, cuando el poder militar derrotó, no lejos del Machu Picchu, símbolo incaico, al último ejército español que defendió en Ayacucho el decaído poder hispánico.

Etapa del neocolonialismo

A partir de la independencia, para América comenzó la larga noche de la entrega; primero a las potencias europeas, luego a los Estados Unidos de Norteamérica.

La simultaneidad de la enajenación cultural (espiritual, económica), introdujo una dicotomía socio-política, que fue heredando los acervos nacionales, generalmente débiles y sin teoría, a la vez que producía un distanciamiento entre los pueblos hermanos.

Los choques de intereses y enfrentamientos alimentados por un chauvinismo enfermizo y fomentado por políticas foráneas, llevaron muchas veces a completar acuerdos o a planteos diplomáticos duros que obraron con carácter multiplicador de las antinomias existentes.

Por otra parte, una sutil y desarraigada enseñanza de la historia, sirvió para que los distintos pueblos desconfiaran y, a veces, abominaran del vecino. De esta manera se consiguió que el hombre americano viviera mirando para atrás y se olvidara de proyectar su futuro.

El disloque de los pueblos y la invertebración de los distintos países fueron así peones adelantados de reyes foráneos que servían a intereses distantes y ajenos. Cuando algún país pretendía autenticar su política, el imperialismo de turno empleaba distintos medios para hacerlo desistir. Estos últimos podían consistir en asesinatos, extorsiones, sabotajes, golpes de estado, bloqueos económicos o hasta la guerra, a través de naciones limítrofes.

De esta manera, fueron propiedad de empresas monopólicas, tierras, ganados y empresas. América se transformó en un campo de batalla económico de los grandes intereses mundiales. Los gobiernos fueron digitados y suplantados desde ultramar o bien desde el Norte, a partir de la II Guerra Mundial.

Se crearon centros de poder locales que funcionaron con gran fuerza centrípeta debilitando, satelizando el interior y creando una oligarquía poderosa. Se estructuró un sistema que a través de los años afianzó la dependencia, aseguró la conducción capitalista y encuadró rígidamente a las naciones dentro del dominio de las metrópolis. Sutilmente algunas veces, coercitivamente otras, se alinearon países y se avasallaron pueblos.

A toda esta ofensiva, los pueblos contestaron siempre con movimientos nacionalistas, conscientes, puros, y cada tanto surgieron caudillos de distinta magnitud y nivel, que enarbolaron las banderas de la liberación. Pero siempre el sistema se impuso, aunque ello le costara ceder algo para mantener lo fundamental. La estructura liberal de los Estados es una hidra insaciable y hasta hoy indestructible, que sólo podrá ser cambiada a través de una revisión total y en mérito a un modelo propio, que dé respuestas a las legítimas inquietudes de los pueblos del continente.

El sistema ha creado mecanismos de autodefensa, que fueron adecuándose a los tiempos, a fin de servir en todo momento a los intereses de la dependencia. Pero el proceso neocolonialista fue creando, también, los elementos de lucha al servicio de los intereses de los pueblos. El sistema de opresión y distorsión, generó los anticuerpos que poco a poco han entrado en la gesta de la revisión  y reversión del proceso.

Hace tiempo se ha entablado la lucha por el logro de la autodeterminación. Esto significa que el neocolonialismo está siendo seriamente cuestionado y se encuentra en el banquillo de los acusados. No obstante, aún cuenta con elementos a su favor. El primero, que es el más fuerte, es el sistema creado, implantado y hasta arraigado. El segundo, los hombres que, perteneciendo a las oligarquías y bien aliados de éstas, se encuentran comprometidos como parte del sistema.

La telaraña ha atrapado a los pueblos desde su independencia, pero a medida que el proceso de concientización  va madurando, van elaborando estrategias para destruirla y reemplazarla por  por otro sistema, que se adapte a su naturaleza e idiosincrasia.

Latinoamérica debe estar alertada sobre la intención de las metrópolis de cambiar de nombre al sistema, de manera de poder engañar a través de nuevas formas, todo ello con el fin de quedar dueñas de lo que más les interesa, según sus designios. Algo así como cambiar de pelota pero no de árbitro.

Etapa de la liberación

La palabra “liberación” ha sufrido, por causa de un gastado empleo a veces intencionado o por desconocimiento conceptual, una pérdida de acepción y justeza. Por ello se hace necesario y conveniente, determinar el encuadre terminológico que corresponde.

Desde el punto de vista de la psicología, libertad es un concepto aplicable a un individuo que se ha identificado como tal. Esto es que conoce sus capacidades y limitaciones físicas, emocionales y mentales, aceptándolas en su real y consciente dimensión. Es decir, el hombre que se conoce a sí mismo. De esta manera, el que se conoce a sí mismo, se reconoce como individualidad, pudiendo en consecuencia, elegir, asumiendo la responsabilidad de la elección. En este sentido, se considera que sólo puede elegir aquel que es libre.

Realizando la traspolación al campo político, es evidente que la liberación de un pueblo está regida por los parámetros que condicionan su individualidad como tal, es decir su autenticidad, su capacidad para resolver y elegir su destino. Este pueblo (sociedad política), deberá conocerse a sí mismo, en sus virtudes y defectos, asumir la responsabilidad de sus valores y falencias, frente a las demás naciones y pueblos.

En el campo político, hablar de libertad es hablar de independencia, lo cual significa mandarse a sí mismo, rompiendo los ligamentos de la dependencia del extranjero.

De esta manera, podemos inferir que liberación es la capacidad de autodeterminación que posee un pueblo para resolver, determinar y elegir su destino, al margen de las presiones, fluctuaciones y ofensivas del mundo exterior.

Liberación no significa abjurar del liberalismo capitalista para elegir el marxismo, ni tampoco pretender abandonar el marxismo para caer en brazos del liberalismo.

Liberación no tiene conceptualmente, ninguna connotación ideológica, con uno u otro régimen, porque liberación significa, por sobre todas las cosas, genuinidad.

Cuando se habla, entonces, de la liberación nacional, está referida indiscutiblemente al logro de la autodeterminación del pueblo, a la aptitud para proporcionarse un modo y un medio de vida, asumiendo así su propio destino.

Para América Latina, concretamente, liberación significa desligar su destino con respecto a la hegemonía liberal-capitalista que la aprisiona, creando su propio signo continental y re-creando sus sistemas nacionales. Esto presupone no la liberación para caer de nuevo en modelos foráneos, sino la liberación para crear sus propias estructuras, a fin de permitir el desarrollo y la consolidación de una mejor justicia comunitaria. Esto requiere una ideología, una doctrina y una metodología. La ideología será la propia del pueblo, no pudiendo pensarse en ningún momento que cualquiera importada o adaptada será válida, porque si así fuera, significaría que no se habría logrado la liberación, por cuanto el pueblo no se habría reconocido a sí mismo, siendo víctima de nuevas imposiciones.

Esto es lo que sucede actualmente, debido a que las clases dirigentes han impuesto la ideología liberal y capitalista. Y esto es, también, lo que podría suceder si otras clases dirigentes llegaran a imponer el marxismo. La ideología es consecuencia natural de la esencia del Ser Nacional, la doctrina devendrá de ésta y deberá ser renovada según el tiempo histórico que se transite; la metodología tendrá que surgir de la más amplia, genuina y auténtica representatividad popular.

Todos deben participar en la formulación de la nueva Patria. Nadie debe quedar marginado de la gran empresa cuando se inicie.

La realidad política mundial parece ofrecer las alternativas del mundo liberal o del mundo marxista. Estas posibilidades son falsas, como opción nacional porque son colonialistas, en tanto ambas carecen de los prístinos  principios que las identifiquen como salvaguardia de los valores humanos, de su historia y de su destino político.

Esto también nos impulsa como un tremendo desafío, primero a no aceptarlo, segundo a crear nuestra propia solución. Necesitamos imperiosamente un accionar creativo, acompañado de una doctrina que normalice los principios fundamentales en que se apoya la liberación.

El pueblo es el medio y el fin para la implementación política más adecuada, puesto que es el pueblo fuente permanente de creatividad y perfeccionamiento, de las formas y modelos de gobierno. El sistema debe servir al pueblo. La historia demuestra que pueblos sabios han cambiado repetidas veces las formas de gobierno, sin que ello haya significado abjurar de sus principios. Precisamente lo han hecho, oportunamente, para salvar la nacionalidad. Porque la unión nacional está por encima de toda otra consideración.

El gran engaño liberal ha sido el de pretender identificar una democracia sobreimpuesta con el estilo de vida de un pueblo, cuando en realidad pueden separarse sin riesgo alguno para ambas partes. Sobre todo, que siempre se han referido a “esta democracia”, a la única que se considera válida, en razón de que favorece el mantenimiento del sistema.

Se necesita, entonces, crear una respuesta auténtica, diferente a la que se pretende imponer, que posea raíz propia. De esta forma las líneas de coincidencia saldrán del pueblo, a través de una fuerza que sustente una legítima política nacional. La democracia saldrá del grado de representatividad que el pueblo desee darse. Las formas se evidenciarán a través de la mayor  participación posible, lo cual significa que el sistema partidocrático deberá ser superado.

La realidad del momento expresa claramente que el sentimiento de rebelión hacia el régimen establecido –e injustamente sostenido- es una cuestión de personalidad y de dignidad nacionales. Está demostrado que nadie espera ya que el proceso madure por sí solo, sino que busca afanosamente terminar  con las vacilaciones, consolidando apresuradamente las fisonomías nacionales.

Ahora bien, toda ideología debe resultar naturalmente del proceso histórico de la Nación, si así no fuere, no puede concebirse que el pueblo admita como auténtica o representativa a una extraña procedente de otras latitudes. Por esta razón, todo pueblo con autenticidad no acepta la opción entre mundo capitalista y mundo socialista.

Cualquiera fuese la opción que se quiere imponer entre las dos alternativas señaladas, significará no conocer la esencia del ser nacional, además de adherir a un sistema neocolonial.

Por esta razón la respuesta de los pueblos sudamericanos frente a la historia, debe surgir de su más íntima esencia nacional.

Además se debe tener presente que el sectarismo jamás ha conducido a la liberación. Incurrir o persistir en él, impediría el alcance de las metas impuestas.

De esta manera, la creatividad de la dirigencia será asumida por la ciudadanía, que así se transforma en la fuerza propulsora, condicionadora e institucionalizadora  de la revolución. Esta regla general servirá para modelar cada proyecto nacional, que incuestionablemente presenta una individualidad.

Cada pueblo debe forjar su destino sobre la base de una firme determinación, alumbrada por imaginación, participación y coraje. Terrible error se ha cometido pensando que se pueden solucionar los propios problemas imitando lo ajeno,  abjurando así de la realidad peculiar. De esta manera, liberación significa suficiencia e idoneidad para solucionar los propios problemas, según los intereses del propio pueblo y de acuerdo a la realidad histórica, desechando fórmulas ideológicas  y doctrinas foráneas.

La independencia total significa asumir la responsabilidad, compelencia, talento y valor de forjarse el propio destino, construyendo un orden jurídico asumido por toda la comunidad,  una sociedad política estructurada con mayor equidad, que conforme una civilización superadora de las preexistentes.

Salvada esta necesidad interpretativa, debemos señalar que, hace tiempo, América transita por los senderos de la lucha para el logro de la autodeterminación. Sus pueblos han comenzado a madurar. La etapa neocolonialista, larga y frustrante, ha servido para generar la conciencia de la liberación y la fuerza necesaria para emprender la gran empresa, sólo asequible a los pueblos fuertes.

Si América no acertara el rumbo ni en el éxito de la lucha, no merecería salir de la relación de dependencia en que se encuentra. Porque el éxito de América sólo fructificará a través de una cusa objetiva y auténtica.

La lucha por la liberación es proceso, es tiempo, es sacrificio, es antinomia, es la transición cíclica en lapsos irregulares y es al avance paulatino, sin pausas, en procura de objetivos determinados.

El signo más evidente está dado por la inestabilidad, el desconcierto y el descontento que se manifiesta en todos los campos, por la singularidad del cuestionamiento a un “statu quo” y por la presencia ideológica disolvente, en forma permanente.

La lucha por la liberación, por sí misma, comprende, como se ha dicho, una doctrina que va generando estrategias y tácticas. A veces esa doctrina está confundida o difusa en los hechos coyunturales, pero se muestra como una constante en la dinámica histórica.

Ambas superpotencias mundiales se disputan el campo ideológico,  a fin de ganar o bien, no perder espacio. Pese a ello, a las trampas, a las distorsiones y engaños, los pueblos van creando sus propios parámetros basados en un profundo nacionalismo y en una honda filosofía humanista. Estas son las bases que tal vez aún no han aflorado nítidamente, ya sea porque el liberalismo o el marxismo  tratan de confundir como propias, o bien porque aún no poseen la suficiente fuerza doctrinaria como para singularizar todo el proceso.

Recién cuando la doctrina se encuentre condensada a través de una praxis realista y autóctona, decantará el proceso en genuinidad. Entonces se estará en la etapa de la institucionalización revolucionaria. Para ello habrá que destruir primero, y suplantar después, todo el viciado y decadente sistema impuesto por la fuerza de los imperios, y consentido por la debilidad hedonista de las oligarquías y su ausencia de conciencia nacional.

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