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La vocación americanista de los orientales

“Todos cuantos habitamos el nuevo mundo somos hermanos, todos de una sola familia, todos tenemos unos solos intereses” (José Gervasio Artigas, refiriéndose a la América indiana o española)

El siguiente texto está extraído de «La disgregación del Reyno de Indias» (Capítulo 11), obra póstuma del político, historiador y escritor uruguayo Felipe Ferreiro (1892-1963). El libro fue editado en Montevideo por Barreiro y Ramos en 1981, y consta de una recopilación de artículos llevada a cabo por el hijo del autor, el Profesor Hernán L. Ferreiro.

La Liga

La Liga Federal, también conocida como Liga de los Pueblos Libres. Contra la visión de Buenos Aires. Artigas concebía el federalismo como garantía de la unidad de una Nación hispanoamericana.

La Vocación Americanista de los Orientales[1]

Las circunstancias de la “Guerra de la Revolución” al determinar que se produjeran a distintas horas en las diversas regiones las declaraciones de emancipación inducen hoy frecuentemente al error de creer que en esos actos nos subdividíamos y deslindábamos nuestras fronteras definitivas.

Eso no es verdad aunque lo parezca en vista de la solución final producida. No autorizaría a presumirlo, desde luego, el pasado de tres siglos vividos en común en un fecundo y creciente intercambio social, económico y político, sostenido de fácil manera por la uniformidad del idioma, la religión y las costumbres. Menos aún lo permite el desarrollo de los sucesos ocurridos de 1810 en adelante en cualquiera de sus aspectos, así en el militar como en el civil o el político. La más estrecha colaboración impera entre “los Pueblos” en ese entonces.

Nosotros, por nuestra parte,-grato es constatarlo-concurríamos sin asomo de duda egoísta a ese movimiento. Nuestra pequeñez territorial y nuestra todavía escasa población no constituyeron óbice para que contribuyéramos con cientos de soldados que irían a luchar y morir defendiendo la libertad americana en lejanas tierras: en Vilcapugio, en Viluma, en Maipo, en Río Bamba, en Pichincha.[2]

Artigas, máximo intérprete del sentimiento colectivo oriental, ni concebía la disgregación. Su indianismo era profundo y claro. En 1817 en medio de los azares de la lucha en que se hallaba empeñado, supo encontrar el modo de festejar y hacer que se celebrara en todo el territorio que estaba bajo su mando, la victoria de Chacabuco que era para él un triunfo de “las armas de la Patria”, contra el poder de los tiranos”. Sigue leyendo

Actos de guerra británicos para separar a Hispanoamérica

«Los voluminosos estudios y libros que en su momento se publicaron para relatar y analizar los actos de guerra británicos para separar a Hispanoamérica de España (…) exigen en este tercer milenio (…) una nueva reedición integral y un nuevo estudio profundizado (…) como elemento vital para explicar por qué Hispanoamérica está cada vez más balcanizada, en territorio y en penurias para sus pueblos, y qué es lo que debe hacerse para que Hispanoamérica sea de una vez y para siempre un país»

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Detalle de un grabado del Congreso de Viena representado por J. B. Isabey. Inglaterra manipuló este Congreso para lograr el control de las rutas marítimas mundiales, mientras  intervenía militarmente en Hispanoamérica para destruir su unidad y así asegurar la dominación política, comercial y financiera británica.

El siguiente texto es un extracto del libro “La involución hispanoamericana. De provincias de las Españas a territorios tributarios. El caso argentino. 1711-2010″ (Capítulo IX: Los actos de guerra británicos para separar a Hispanoamérica de España en el diagrama internacional), obra de Julio C. González, abogado y economista, ex Secretario Técnico de la Presidencia de Perón, ex Profesor de la Universidad de Buenos Aires, y Profesor Titular de Estructura Económica Argentina en la Universidad Lomas de Zamora (Buenos Aires).

En Argentina, reiteramos, un arma eficiente para la dominación y el vasallaje inveterado ha sido la supresión sutil de los hechos y de los actos que eslabonaron los grilletes que nos encadenan. Esa supresión de fuentes para el entendimiento o intelecto es lo que ha permitido borrar de nuestra historia y de nuestras políticas a la memoria colectiva. Una comunidad sin memoria no es un pueblo, es un mejunje de gente que no sabe por qué se halla en una situación de penuria, ni conoce su destino. No sabe si existe y para qué existe. No tiene un principio de proveniencia. Tampoco una causa final para realizar sus vidas. Los años que transcurren desde 1810 hasta 1880 conforman una masacre sostenida de la etnia criolla o hispanoamericana: guerras con millares de muertos para separarnos de España; guerras civiles con millares de muertos entre Buenos Aires y las provincias; guerra con millares de muertos contra el Paraguay; epidemias de cólera y de fiebre amarilla con miles de muertos; guerra con miles de muertes contra los argentinos autóctonos, llamados indios…

Sin conocimiento de la conducción jurídica exterior y de la conducción jurídica económica no hay explicación de todas las calamidades que nos ocurren. La dependencia del Estado y del pueblo se mantiene inalterable. La leyenda histórica ocupa el lugar de la verdad. Y que la verdad permanezca desconocida es el seguro que tienen los poderes internacionales de la vigencia del sometimiento bajo apariencia de una Argentina Independiente que es inexistente. Y lo mismo ha acontecido con todas las repúblicas de papel, creadas en Hispanoamérica, después que dejamos de ser Provincias de España en cumplimiento de los planes británicos de 1711 y 1804.

El General Simón Bolívar, en sus últimos tramos de vida lo explicó muy bien:

“Dejamos de ser españoles y luego hemos ido de aquí para allá, en países que cambian tanto de nombres como de gobiernos de un día para el otro, que ya no sabemos ni de dónde carajo somos.”

[…] Aquí no habrá más guerras que las de los unos contra los otros, y éstas son como matar a la madre.” (García Márquez, El General en su laberinto, Sudamericana, 1989, págs. 190-191). Sigue leyendo

La riqueza industrial en la época virreinal

«América alcanzó un alto grado de progreso industrial (…) En esos años la América española había llegado a lo que es hoy el desiderátum de las naciones: a bastarse a sí misma (…) El monopolio español (…) produjo (…) sobre todo industrialmente, la autonomía de América (…) América (…) se pobló de industrias para abastecer en su casi totalidad el mercado interno (…) los productos podían en buena ley competir con sus similares europeos (…) donde hubo libertad comercial, hubo pobreza; allí, donde se la restringió, prosperidad»

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Trabajadores de diversas industrias y oficios del virreinato de Nueva España, el cual alcanzó un gran desarrollo económico durante los siglos XVII y XVIII.

El siguiente texto es un extracto de la obra «Defensa y pérdida de nuestra independencia económica» (Capítulo I), «, del abogado, profesor universitario, historiador y diplomático José María Rosa. Fue publicada por primera vez en 1943.

«El que sabe ser buen hijo
a los suyos se parece
y aquel que a su lado crece
y a los suyos no hace honor
como castigo merece
de la desdicha el rigor»

EL INDUSTRIALISMO COLONIAL (1)

Las primeras industrias de América latina tuvieron su origen en el siglo XVII. Las industrias elaborativas se entiende, pues las extractivas -como la minería- se explotaron inmediatamente después del descubrimiento.

América alcanzó un alto grado de progreso industrial: por lo menos desde el siglo XVII, hasta que el imperio español tembló en sus cimientos al terminar el XVIII. En esos años la América española había llegado a lo que es hoy el desiderátum de las naciones: a bastarse a sí misma, a la autarquía (2) ¿La causa? El monopolio español; el tan mentado, tan desprestigiado monopolio español. Pues éste, si en mínima parte significó la dependencia comercial hacia España, produjo, en cambio, sobre todo industrialmente, la autonomía de América. Sigue leyendo

La atomización de la Patria

«Todo el gigantesco territorio hispanoamericano podría haber resultado una sola y enorme nación bioceánica (…) Dos siglos de dispersión y desintegración han logrado borrar en la memoria histórica colectiva, la premisa de que los estados suramericanos deberán confluir en una gran nación posible, o se privarán de un destino. Porque la América criolla –desprendida de España en las guerras de la independencia- terminó balcanizada en un mosaico incoherente de varios estados supuestamente soberanos (…) Desde entonces, nos volvimos periferia de la revolución industrial inglesa»

Territorio de América Hispana hacia 1800.

Territorio de América Hispana hacia 1800. Si hubiera conservado su unidad, hoy sería la nación más extensa y rica del mundo.

El siguiente texto es un extracto del libro «Origen y destino de la patria. De Hispanoamérica a la Argentina y de la Argentina a la Unión Americana» (Editorial Punto de Encuentro, Buenos Aires, 2013), obra de Alejandro Pandra.

Todo el gigantesco territorio hispanoamericano podría haber resultado una sola y enorme nación bioceánica soñada por los libertadores, la más rica y grande del mundo, nacida no de la conquista sino de la liberación fraterna y solidaria. Un estado continental de una robustez y pujanza insólitas, únicas en su tiempo y en todos los tiempos. Digamos que, con Guayaquil y Ayacucho, estuvimos muy cerca de lograrlo. Pero el destino quiso que la magnífica obra que empezó con San Martín y Bolívar, terminara en desengaño y dispersión, en un archipiélago de tierras firmes [Martínez Estrada]. Ceguera, mezquindades, ambiciones subalternas, apetitos personales, disensos, chauvinismo, miserables codicias por migajas de suelo fronterizo mientras se entregaban recursos y países enteros a las potencias imperiales por un plato de lentejas. Todo eso fue lo que impidió concretar tan magnífica empresa.Bolívar en su lecho de muerte diría: “Veo claramente nuestra obra destruida y la maldición de los siglos caer sobre nuestras cabezas. Estos países caerán en manos de la multitud desencadenada de sus tiranuelos de todo color y de toda índole, demasiado pequeños para que se les note”. No podría haber profetizado con mayor exactitud el inmediato proceso de disgregación que se desencadenaría en Hispanoamérica. El ejemplo contrario de Lusoamérica confirmaba que su visión histórica no era desbaratada para su época. Ni para la nuestra…

Mencionemos que por entonces los Estados Unidos de Norteamérica eran aún muy poco más que las trece antiguas colonias atlánticas de Nueva Inglaterra, y apenas superaban el millón de kilómetros cuadrados. Antes de la legendaria conquista del oeste, antes de la guerra civil, antes de la abolición de la esclavitud para liberarse de aquel lamentable pecado político de origen, antes de las compras, de las anexiones y de las usurpaciones de inmensos territorios vecinos. Para Guayaquil Hispanoamérica era potencialmente más, muchísimo más que Norteamérica. Pero al mismo tiempo que ésta se hacía grande, América del sur achicaba espacios, espíritu e ideas. Sigue leyendo

La asamblea hispanoamericana de 1864–1865

«El Segundo Congreso de Lima de 1864–1865 representa (…) la etapa final del ciclo de asambleas confederativas originadas en el Congreso de Panamá de 1826 (…) El movimiento hispanoamericanista comprende los ensayos de unión confederativa que van de la asamblea del istmo a la conferencia de clausura del Segundo Congreso de Lima (…) los congresos anfictiónicos (…) preveían (…) una suerte de reunión de las partes de la antigua América española»

Detalle de una fotografía de la Lima en la década de 1860, época en que se celebró el Segundo Congreso

Imagen de Lima en la década de 1860, época en que se celebró el último Congreso confederativo hispanoamericano

Artículo originalmente titulado «La asamblea hispanoamericana de 1864-1865, último eslabón de la anfictionía», de Germán A. de la Reza, profesor–investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Azcapotzalco (México). Publicado en «Estudios de historia moderna y contemporánea de México», núm. 39, enero-junio 2010. Tomado del sitio web de ScieELO (Scientific Electronic Library Online).

Introducción

El Segundo Congreso de Lima de 1864–1865 representa para la historia de América Latina la etapa final del ciclo de asambleas confederativas originadas en el Congreso de Panamá de 1826.1 Desde esa perspectiva, su estudio concentra las prerrogativas analíticas de todo fin de época, aunque no todos sus significados se derivan de ese vínculo y algunos lo rebasan en importancia. La organización, los tiempos y las motivaciones de la asamblea conforman el epifenómeno de un momento crucial para el naciente sistema interamericano. Estados Unidos se encuentra al final de la guerra de Secesión (18611865), luego de la cual retomará su política de intervención en América Latina en el marco de la «edad de oro» de la Doctrina Monroe.2 México, el principal promotor de la reunión anfictiónica, combate la ocupación francesa de 1862 a 1867, y en ese camino forja una idea de nación que perdurará en el tiempo. El país sede del Segundo Congreso y aquel donde se había suscrito el Tratado Continental de 1857, Perú y Chile, respectivamente, se alían para repeler la presencia española en el Pacífico sur, el último esfuerzo solidario antes de la guerra del Pacífico (1879–1883) y el posterior abandono de toda iniciativa integracionista durante más de un siglo.3

No obstante la relevancia histórica y la disponibilidad de las fuentes originales, la literatura de especialidad le ha consagrado al Segundo Congreso de Lima un escaso número de estudios.4 El presente artículo trae a discusión los principales hechos del Segundo Congreso de Lima y, por ese medio, busca esclarecer dos asuntos poco estudiados de la época: las manifestaciones concretas del influjo del Congreso de Panamá y la continuidad del movimiento unionista a lo largo del primer medio siglo de Independencia. El movimiento hispanoamericanista comprende los ensayos de unión confederativa que van de la asamblea del istmo a la conferencia de clausura del Segundo Congreso de Lima. Para no recargar el argumento no se analizan los numerosos proyectos de integración formulados por destacadas personalidades desde principios del siglo XIX .5 Tampoco se estudia el panamericanismo como marco general de los congresos anfictiónicos, ya que éstos no preveían la unión continental, sino una suerte de reunión de las partes de la antigua América española.6 La primera sección del trabajo se consagra a los antecedentes del Segundo Congreso; las siguientes analizan por turno las gestiones preparatorias, el contexto peruano, las dos rondas de invitaciones, la instalación de la asamblea en la capital peruana y los tratados suscritos por los delegados. La última sección pondera las causas de la frustración del último ensayo de integración hispanoamericana del siglo XIX. Sigue leyendo

El hispanoamericanismo de Lucas Alamán

«Alamán se preocupa por tratar de establecer  una comunidad de intereses entre las naciones hispanoamericanas (…) México debía encabezar el sistema americano para evitar que lo hiciera Estados Unidos (…) Alamán es uno de los fundadores principales de la diplomacia mexicana»

El siguiente texto es un extracto de la obra «El hispanoamericanismo de Lucas Alamán, 1823-1853», del historiador y maestro Salvador Méndez-Reyes. Publicado por la Universidad Autónoma del Estado de México en 1996.

Retrato de Lucas Alamán, como Secretario de Relaciones Exteriores. Archivo General de la Nación (México).

Retrato de Lucas Alamán, como Secretario de Relaciones Exteriores. Archivo General de la Nación (México).

La “…idea de solidaridad hispanoamericana era entre nosotros algo tan espontáneo y arraigado, que era anterior y privaba incluso sobre el sentimiento de Independencia…” (1). Las luchas insurgentes y los peligros que enfrentaban las naciones hispanoamericanas, una vez alcanzada la emancipación, hicieron evidentes para algunos espíritus visionarios la necesidad de la integración o cuando menos de la colaboración estrecha entre las nuevas naciones desprendidas del tronco español.

En este marco, surge en 1823 la figura del joven ministro de Relaciones Exteriores e Interiores de la recientemente establecida República mexicana, nos referimos a Lucas Alamán, quien desde su llegada al ministerio mostró interés en que su país estrechara vínculos con los países hermanos de Suramérica. En el surgimiento del hispanoamericanismo alamanista juega un papel destacado la participación de don Lucas en las Cortes españolas (1821-1822), en donde presentó, en nombre de varios diputados americanos, un plan de autonomía para las colonias hispánicas similar al proyecto del conde de Aranda y a lo que es ahora la Comunidad Británica de Naciones. Ya en la Secretaría de Relaciones de su patria independizada, en un primer periodo que va de  1823 a 1825, Alamán se preocupa por tratar de establecer  una comunidad de intereses entre las naciones hispanoamericanas a través de tratados, como el de comercio negociado con la Gran Colombia que estipulasen ventajas preferenciales a los productos nativos de los países hermanos y también a los transportados en buques que portaran la bandera de éstos. Dichos privilegios comerciales, entre latinoamericanos, trató de fijarlos también en los tratados negociados en esa época con la Gran Bretaña y con los Estados Unidos. Sin embargo, estas potencias se opusieron a que se establecieran privilegios comerciales entre las naciones iberoamericanas, ya que, tanto Estados Unidos como Albión, querían hacerlos extensivos  a su propio comercio con nuestro país. La misma Gran Colombia no pudo ratificar el tratado comercial con México, ya que con anterioridad se había atado las manos al firmar un tratado con Inglaterra, donde hacía extensivos a ésta los privilegios concedidos a cualquier otro país, con lo cual se bloqueaba cualquier intento de establecer una liga comercial hispanoamericana. Sigue leyendo

La nación preexistente

«en el escrito que el 15 de mayo de 1821 (…) la Junta de Guayaquil envía a Bolívar (…) a propósito de manifestarle sus sentimientos de hermandad y solidaridad con toda la América hispana, dicen estar dispuestos a servir  “a la Patria, que es una, desde el Cabo de Hornos hasta las orillas del Mississipi”

El siguiente texto está extraído de la obra «Historia general de España y América» (Volumen 13) dirigida por los historiadores Luis Suárez Fernández, Demetrio Ramos Pérez, José Luis Comellas y José Andrés-Gallego (Ediciones Rialp, Madrid, 1981-1992).

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Bandera de la Primera Junta de Gobierno Autónoma de Quito (10 de agosto de 1809), con el Aspa de Borgoña o Cruz de San Andrés, enseña característica de la larga época virreinal en que Hispanoamérica estuvo unida.

Del mismo modo que se habla impropiamente de la época colonial, conviene precisar que el sujeto de la emancipación no fueron unas colonias, como suele decirse por extensión del acontecimiento norteamericano,  donde la existencia de tales colonias fue un hecho. Que el problema es de fondo lo demuestra la resistencia que se hace normalmente a su planteamiento correcto. En unos casos, por comodidad o pereza mental –dado que en el siglo XIX se impuso la versión “colonial”-; en otros, por la necesidad de la explicación congruente, pues si no se trataba de una independencia de colonias, se rompía el esquema del paralelismo con Norteamérica, que a todo trance se desea mantener  por razones obvias. Es más, hasta parece que se quebraría el sentido de la emancipación si no se antepusiera el punto de partida colonial.

Claro que con estos motivos de comodidad  histórica concurren, no pocas veces, actitudes políticas, con un apriorismo decidido, puesto que se interpreta como concesión justificadora de un sentido tradicionalista y conservador cualquier definición que no sea ésta.

Contra lo que se cree, la definición del pasado como colonia dificulta, más que facilita, la comprensión del proceso emancipador, por resultar incongruente entonces su planteamiento y desarrollo. De aquí que tengan que apartarse –por resultar entonces inexplicables- tantos “estorbos”, como el fernandinismo fidelista, tan compatible –si no es un determinante- con la postura patriota que, incluso, actúa concomitante con ella en la primera época. Sin advertirse que con tal proceder –dándolo todo por falsía- se está mutilando una parte esencial del proceso emancipador: su nacimiento. Sigue leyendo

El principio de justicia en el derecho indohispano

Artículo de Mónica Nicoliello, Profesora de Historia en la Universidad de la República (Montevideo) y Doctora en Psicología de la Universidad Atlántica Internacional a Distancia (EEUU). Tomado del sitio web “Indiberya, causa común”.

La interpretación que España hizo del »descubrimiento» permitió conservar durante 300 años la unidad política del continente americano (que hubiera podido ser desmembrado y repartido entre los países europeos) y su población indígena (que a semejanza de lo ocurrido en Norteamérica hubiera podido ser completamente exterminada). Por otra parte, sentó las bases jurídicas para un Derecho internacional más justo y legítimo, ya que España no se planteó el tema americano como un tema colonial, sino como un problema de Derecho internacional y de Derechos humanos.

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Francisco de Vitoria (1485-1546), catedrático de la Escuela de Salamanca y representante del pensamiento humanista, en su obra «Relectio de indis» (Relecciones sobre los indios) defendió que los indios son libres, con iguales derechos que los españoles y dueños de sus tierras y bienes.

En el año 1546, la Junta de México, convocada por el Visitador Francisco Tello Sandoval, miembro del Consejo de Indias, hizo el siguiente análisis:

’’La causa única y final de conceder la Sede Apostólica el Principado Supremo de las Indias a los Reyes de Castilla, no fue la mira de ensanchar sus dominios, sino la de dilatar el orbe cristiano con la conversión de los indios».

’’Al realizar la Santa Sede este acto no entendió despojar a los monarcas [indígenas] y señores naturales de las Indias de sus Estados, Señoríos, Jurisdicciones, Lugares y Dignidades».

Esto es muy importante: la soberanía de los Reyes de Castilla en América no anula la soberanía de los Caciques y otros soberanos indígenas americanos.

Una teoría, elaborada en la Universidad de Salamanca, decía que el Derecho natural está por encima del Derecho positivo de los reyes; el Derecho divino por encima del Derecho de los hombres; y el Derecho de gentes (internacional) por encima de los intereses egoístas de una sola nación o grupo de hombres. Por esta razón la Junta de México estableció el siguiente principio:

’’Todos los infieles, sean cuales fueren su secta y pecados, tienen, por derecho natural, divino y de gentes, señorío sobre sus cosas adquiridas sin perjuicio de tercero, y con la misma justicia poseen sus Principados, Reinos, Estados, Dignidades, Jurisdicciones y Señoríos». México, año 1546.

Es decir, los indígenas no cristianos (y en consecuencia independientes de la Corona española y del Papa) no perdían ni sus propiedades ni sus derechos políticos en el sistema español.

’Como bien dice Santo Tomás (I 92, 1 a 2) los hombres son libres por derecho natural […] Luego no hay nadie que tenga por derecho natural el señorío del orbe […]’’ afirmaba Francisco de Vitoria.

¿Qué se entendía por ‘descubrimiento’ y ‘colonización’ de América?

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Política indiana: criollismo y poder en América Hispana

«La consolidación de la nobleza en Indias representa el primer gran triun­fo de los criollos (…) podemos concluir que hacia 1620 o poco antes ha aparecido el complejo fenómeno cultural que denominaremos criollismo y que podemos definir como el nuevo régimen indiano caracterizado por un intenso protagonismo histórico del vasto con­glomerado social formado por cuantos se sienten y llaman a sí mismos criollos en toda la extensión de las Indias» (Guillermo Céspedes del Castillo)

El siguiente texto está extraído del libro «La Patria Grande. La Reunificación de Hispanoamérica. Historia de una idea persistente» (Capítulo 5: El Estado Indiano), obra de Raúl Linares Ocampo (Arequipa/Berlín, edición de 2013).

"Indios criollos y criollas indias"

«Indios criollos y criollas indias», dibujo de la obra «Nueva corónica y buen gobierno» (1615), de Felipe Guamán Poma de Ayala.

Política Indiana es el título de la monumental obra del famoso jurista hispano Juan de Solórzano y Perei­ra; es una obra eminentemente jurídica, mientras que aquí diremos algo sobre la política indiana como el manejo del poder fáctico económico, político, social en la sociedad y el Estado indianos. Es un tema generalmente ausente de la creciente literatura sobre la Época Indiana. Una razón principal de esta ausen­cia es la visión ideológica impuesta, a partir de la independencia, por quienes lo detentaron: los criollos. Según esta visión aberrada, una política indiana no existió simplemente porque no estuvo permitida, ya que durante trescientos años, las cadenas tendidas por los peninsulares y la metrópoli inmovilizaron a Nuestra América, que en esta visión debe entenderse como sinónimo de criollo. Ya en 1810, inicio del movimiento independentista, se lee en la Gazeta de Caracas, órgano de la Junta Suprema: “¿No son la libertad y fraternidad que tanto se nos cacarean unas voces insignificantes, unas promesas ilusorias, y en una palabra el artificio trillado con que se han prolongado tres siglos de nuestra infancia, y nuestras cadenas?”. Debido al desconocimiento de la historia indiana, reinante desde hace doscientos años, estas palabras tienen aún calidad de fáctica verdad. Si la tomáramos como tal, no se podría explicar buena parte ni de la historia indiana ni de la realidad actual. Precisa entonces ocuparnos del tema, llevando siempre en mente, que si bien es un viejo asunto, presente ya en los tiempos de la conquista, se lo ha esquivado hasta hoy, de modo que todavía hay mucho por aclarar, y aún poco que decir. Tomaremos por auxilio la excelente obra América Hispánica (1492-1898) de Guillermo Céspedes del Castillo, que es, en nuestra opinión, la mejor exposición sintética de la historia indiana, no sólo por su denso contenido informativo, sino, y sobre todo, por la acertada comprensión de los hechos dentro de su contexto histórico, mérito que le da singular valor.

A fin de explicar el ejercicio del poder fáctico en las Indias, Céspedes del Castillo emplea el concepto de criollismo. Comenzaremos por indagar el origen y significado del término criollo, a partir de la obra de un célebre personaje que presenció su introducción y popularización.

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Las primeras milicias populares de la era napoleónica

«España en verdad no era un Imperio, por lo cual no había ejército de ocupación español en América, sino algunas guardias fronterizas que no pasaban de unos pocos centenares de hombres, y cuando se producía la invasión de una potencia extranjera como podía ser Gran Bretaña, eran los propios vecinos de las ciudades, pueblos, lugares y villas, los que organizaban milicias populares para su defensa, en muchos casos con apoyo de los indios»

Garita y cañón en San Carlos de Maldonado. Aunque hubo antecedentes de resistencia popular en Cartagena de Indias y La Habana, la batalla de San Carlos es la primera de la era napoleónica en que se organizan milicias ciudadanas en Hispanoamérica con un claro sentido de patriotismo. Estas milicias populares eran el “brazo armado” de los Cabildos, una especie de embrión de ejército nacional.  La victoria de las milicias ciudadanas de San Carlos y su posterior contraofensiva sobre San Fernando de Maldonado contra los ingleses es un hecho del año 1806, por tanto es anterior a la movilización patriótica de 1808 en España peninsular y así mismo anterior a la Reconquista de Montevideo y Buenos Aires.

Garita y cañón en San Carlos de Maldonado. Aunque hubo antecedentes de resistencia popular en Cartagena de Indias y La Habana, la batalla de San Carlos es la primera de la era napoleónica en que se organizan milicias ciudadanas en Hispanoamérica con un claro sentido de patriotismo. Estas milicias populares eran el “brazo armado” de los Cabildos, una especie de embrión de ejército nacional.

Artículo de Mónica Nicoliello, Profesora de Historia en la Universidad de la República (Montevideo) y Doctora en Psicología de la Universidad Atlántica Internacional a Distancia (EEUU). Tomado del sitio web «Indiberya, causa común».

SAN CARLOS: LAS PRIMERAS MILICIAS POPULARES DE LA ERA NAPOLEÓNICA

Vamos a dedicar este artículo a la heroica resistencia que el pueblo carolino opuso a los ingleses una vez que consiguieron introducirse en la bahía de Maldonado, no solo para que se conserve la memoria de los valerosos vecinos de San Carlos, sino por las consecuencias que esta resistencia tuvo en el Río de la Plata y en el mundo.

A mediados de octubre de 1806 los británicos, dirigidos por el Comodoro Home Riggs Popham, trataron de tomar la ciudad fortificada de San Felipe y Santiago de Montevideo, pero fueron rechazados, y entonces atacaron la ciudad de San Fernando de Maldonado, al este de la Banda Oriental, actual Uruguay, el 20 de octubre.

Cuando pensamos que la defensa de este inmenso territorio dependía de los modestos recursos de los vecinos y milicianos de las villas, fuertes y ciudades fortificadas de la costa, no podemos dejar de sentir admiración por nuestros antiguos paisanos. Ellos siempre eran la primera línea de fuego de cualquier ataque enemigo. Sigue leyendo