«el hispanoamericano existe con irrefutable realidad, es reconocible a poco que se lo vea aparecer y actuar, y se escuche su voz y se atienda a su pensamiento. Individual o grupalmente distintos unos de otros como cualquier sociedad al fin, tiene con sus coterráneos un perceptible aire de familia, una marca común en su estilo de vida, en su manejo del lenguaje, en su trato con los demás, en su intención existencial, que lo caracteriza y distingue»
Capítulo 6 y último del ensayo titulado «Viaje por el alma hispanoamericana», del escritor y crítico literario Carlos Loprete, que mereció el premio literario «La Nación» (Buenos Aires, 1992).
El hombre nunca está definitivamente hecho. Con más acierto puede mirarse como una entidad en continua actividad, un proceso antes que una obra concluida, un vivir creándose a sí misma en cada circunstancia. ¿No habría acaso un margen para la espontaneidad en ella?
El hombre hispanoamericano le agrega un matiz de originalidad, quizá porque su juventud histórica se lo impone. Su alma está interferida por inserción de componentes exógenos de múltiple procedencia, que no han tenido tiempo para acrisolarse en un nuevo metal, de fundirse en una entidad que armonice mejor con el mundo contemporáneo, pero que el mismo tiempo no lo obligue a renegar de su estirpe, su tradición y su valoración de la realidad. Esta insofocable obstinación en autoanalizarse en la búsqueda de su propia imagen histórica ha convertido al hispanoamericano actual en un ejemplar en polémica consigo mismo, pero irreductible y autónomo, gobernado desde adentro, con sus específicas excelencias y falencias Sigue leyendo